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Authors: Brian Keene

El alzamiento (24 page)

BOOK: El alzamiento
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—Menudo chocho morenito —dijo Miller mirando lascivamente a Frankie mientras se alejaban a toda velocidad—. Me la pido primero.

Frankie cerró los ojos y tembló. Se había metido en un lío, eso seguro, pero al menos estaba viva.

«Todos vamos a morir, pronto», había dicho John Colorines.

«Yo no. Yo voy a vivir.»

* * *

John Colorines yacía temblando sobre el pavimento. Los pájaros empezaron a picotearlo —aunque no llegó a sentir nada— para luego alzar el vuelo con trozos de carne colgando de sus picos. Después el resto de zombis lo rodearon, manoseándolo con hambrienta expectación.

—Estaba equivocado —les dijo. Extendió sus manos manchadas de sangre hacia las criaturas, que empezaron a devorarle los dedos—. El color de la muerte no es el negro. Es el rojo.

Vio cómo un zombi le arrancaba el dedo meñique de un mordisco, atravesando carne y hueso, y se sumió en la oscuridad.

—Es rojo. Todo es rojo. El mundo entero está muerto.

Después, mientras su alma partía y otra entidad tomaba posesión de su cuerpo, descubrió que estaba en lo cierto.

Capítulo 14

«Querido Danny,

»No sé por qué estoy escribiendo esto, porque cuando te encuentre, lo más seguro es que no te permita leerlo. Quizá te deje cuando seas mayor y puedas comprenderlo mejor. Supongo que sólo lo estoy escribiendo para sentirme mejor. No dejo de pensar en ti y de recordar cosas.

»Te echo de menos, hijo. Te echo muchísimo de menos. Es como si alguien me hubiese sacado algo del pecho, dejando un gran agujero. Puedo sentir ese agujero. Duele, pero estoy acostumbrado a esa sensación. La tenía cada vez que te dejaba de vuelta en casa (bueno, donde vivías con mamá y Rick nunca la consideré tu casa) y cuando no estabas. Cuando terminaba el verano, solía ir a tu habitación y me sentaba en la cama mirando los juguetes, los libros y los vídeos, sabiendo que nadie los tocaría hasta que volvieses. Algunas noches intentaba dormir, pero empezaba a pensar en ti y, de pronto, no podía respirar. Carrie los llamaba "ataques de pánico", pero eran algo más. Te echaba de menos todo el rato. Me sentía vacío.

»Ahora es aún peor. A veces me siento como uno de los zombis de ahí fuera. Han pasado muchas cosas malas, Danny. Carrie ha muerto y tu hermanita también. ¿Te acuerdas de nuestros amigos, Mike y Melissa? También han muerto. He abandonado nuestra casa y no creo que podamos volver a ella. Ojalá se me hubiese ocurrido coger algunos de tus juguetes favoritos antes de escapar, pero no lo hice. Cuando te encuentre, lo primero que haré será saquear una juguetería. Y esta vez podrás quedarte con todo lo que quieras, no tendremos que preocuparnos de si podemos pagarlos o no. Después encontraremos una tienda de cómics y dejaré que te lleves los que quieras (excepto
Predicador
y
Hellblazer,
todavía eres muy joven para leerlos). Iremos a un lugar seguro, un lugar sin monstruos.

»Estoy de camino, Danny, y necesito que resistas. Necesito que seas fuerte y valiente un poco más. Papá está de camino y sé que lo sabes. Sé que estás en el ático, esperándome.

»Danny, siento no haber podido estar siempre a tu lado. Me habría gustado, pero no podía. Nunca he hablado mal de tu madre delante de ti y no quiero empezar a hacerlo ahora, pero espero que entiendas por qué no estaba contigo y también espero que me sigas queriendo. Ahora te resultará difícil, pero sé que un día, cuando seas mayor, lo entenderás. Sé que mamá y Rick te habrán dicho muchas cosas, pero eres un chico listo y sacarás tus propias conclusiones. Entenderás por qué no pude estar a tu lado.

»Pero Danny, te juro que jamás volveré a marcharme. Se acabaron los juicios y los abogados. Soy tu padre y te quiero, y cuando te encuentre, me quedaré a tu lado para siempre.

»Llegaré en seguida, te lo prometo. Antes sólo tardaba un día en conducir desde Virginia Occidental hasta Nueva Jersey, pero esta vez estoy tardando un poco más. Nos hemos encontrado con algunos problemas y han pasado cosas malas. Ya te he hablado de lo de Carrie y el bebé... aquello estuvo a punto de acabar conmigo. Estuve a punto de rendirme. Pero no lo hice porque te tengo a TI y no volveré a fallarte. He hecho un nuevo amigo, un predicador llamado reverendo Martin. Creo que te caerá bien, es un buen hombre y dice que se muere de ganas por conocerte. Pero están pasando cosas malas y por eso hemos tardado más. Hemos hecho otros amigos, un hombre llamado Delmas y su hijo, Jason. Pero no vendrán con nosotros.

»Nos estamos preparando para ponernos en marcha dentro de poco. Martin está durmiendo, y cuando termine de escribir, yo también me echaré un rato. O lo intentaré, por lo menos. No quiero dormir, ni siquiera una hora, porque es una hora que no pasaré a tu lado. Pero estoy cansado, Danny, y no puedo remediarlo. Estoy muy cansado.

»Pero en cuanto me levante, se acabó. Nada más nos detendrá. Estoy de camino, Danny. Papá está de camino y tienes que aguantar. Tienes que ser fuerte. Llegaré pronto, te lo prometo. Y cuando llegue, te rodearé con los brazos, te abrazaré y no volveré a soltarte jamás.

»Te quiero, hijo. Te quiero más que infinito.

»Papá.»

Capítulo 15

Antes de ponerse en marcha, enterraron a Delmas y a Jason al lado de Bernice. Martin rezó ante sus tumbas y Jim improvisó un par de lápidas con madera del granero y un bote de pintura.

Dejando la hacienda de los Clendenan y sus tumbas detrás, avanzaron a través del bosque en dirección a la interestatal. Por el camino se encontraron con varios zombis, pero no les supusieron ningún problema.

El predicador y el obrero estaban empezando a convertirse en expertos tiradores.

—La práctica lleva a la perfección —bromeó Martin.

Jim no dijo nada. Martin había notado un cambio en el comportamiento de su compañero tras el suicidio de Jason. Se había vuelto callado, taciturno. Ensimismado.

Tuvieron que caminar hasta el cruce de la interestatal 64 con la 81 para encontrar un medio de transporte, lo que les llevó un día entero. Eso hizo que Jim se recluyese aún más en sí mismo.

Cuando por fin encontraron un vehículo con las llaves puestas —un Buick viejo y gris—, condujeron de noche. Jim optó por no encender los faros, argumentando que serían un reclamo para cualquier criatura que rondase en la oscuridad. Martin accedió a regañadientes. Por suerte, los carriles de la interestatal eran amplios, estaban bastante despejados y no tenían tráfico.

Jim se negó a parar y descansar el resto de la noche. Martin se quedó dormido en el asiento del copiloto después de que Jim le asegurase reiteradamente que le despertaría en cuanto empezase a sentirse cansado.

El aire en el interior del coche estaba cargado, así que Jim bajó la ventanilla y dejó que la brisa fresca le acariciase el pelo. La noche estaba en calma. No había camiones ni coches circulando por el carril contrario. No había señales de tráfico ni carteles de restaurantes iluminando la autopista. No se oían insectos, bocinas, radios o aviones.

Era un silencio mortecino.

Martin se revolvió a su lado.

—Vuelve a dormir —le dijo Jim en voz baja—. Tienes que descansar.

—No, estoy bien. —Se estiró y bostezó—. ¿Por qué no me dejas conducir un rato y así descasan un poco?

—Estoy bien, Martin. Para serte sincero, ahora preferiría conducir, así mantengo la mente ocupada.

—Jim, sé que las cosas no pintan bien, pero tienes que confiar en el Señor.

Jim gruñó.

—Martin, eres mi amigo y te respeto, pero después de todo lo que hemos visto, no sé si sigo creyendo en Dios.

Martin ni se inmutó.

—De acuerdo. No tienes que creer en Dios, Jim. Pero recuerda que él sí cree en ti.

Jim negó con la cabeza y el anciano insistió mientras reía en voz baja.

—Hemos llegado hasta aquí, ¿no? No sé tú, pero yo creo que las cosas nos están yendo bien. A estas alturas deberíamos estar muertos, Jim, pero no lo estamos. Me parece que nos ha estado ayudando hasta ahora.

—Pues a mí me parece que nos está poniendo una zancadilla tras otra.

—No, eso no es cosa suya. Dios ayuda a quienes se ayudan a sí mismos, ¿recuerdas? Nos está ayudando a seguir adelante.

—¿Como ayudó a Delmas y a Jason? ¿Como ayudó a mi mujer y a mi hija? Si así es como nos ayuda Dios, no te ofendas, Martin, ¡pero se puede ir a tomar por culo!

Martin permaneció un momento en silencio.

—¿Sabes? —Le dijo—, he oído a mucha gente joven hacer bromas sobre el infierno sin tener ni idea de lo que estaban diciendo. «No me importa ir al infierno: toda la gente guay estará ahí, va a ser un fiestorro.» Y cuando les oía decir aquello, una parte de mí quería reír y otra parte quería llorar. Jesús describió el infierno como un fuego eterno en el que sólo se oía el rechinar de dientes. Es un lugar muy real, y es cualquier cosa menos una fiesta.

—¿Y?

—Lo que quiero decir es que no puedes decir lo primero que se te pase por la cabeza acerca de Dios, Jim. Es un dios de amor, pero también es el dios vengativo del Antiguo Testamento.

—Me parece que tiene un problema de doble personalidad.

Martin se rindió, consciente de que no serviría de nada seguir discutiendo. El corazón de su compañero estaba lleno de resentimiento. Era muy difícil hablar de fe a aquellos que ya no tenían nada.

Martin cerró los ojos y fingió que volvía a dormir mientras rezaba en silencio una plegaria por la fe de Jim... y por la suya propia.

* * *

El cansancio obligó a Jim a dejar que Martin condujera. Justo antes del amanecer, el indicador del depósito se acercó a cero y Martin despertó a su compañero.

—Tenemos que encontrar otro coche cuanto antes.

—Puedo conseguir más con un sifón, si fuese necesario —dijo Jim—. Solía hacerlo en el instituto.

Pararon cerca de Verona para registrar unos establos cercanos a la autopista. Tomaron la salida y condujeron por un camino sucio de un solo carril.

Antes de llegar al final del trayecto, oyeron unos gritos horribles, una cacofonía de berridos. Procedía de los establos.

—¿Vacas? —preguntó Martin, confundido.

—Eso creo —afirmó Jim—, pero no suenan como si estuviesen vivas.

Un tractor John Deere, un enorme vagón, una minifurgoneta con señales de minusválidos y un viejo y roñoso camión descansaban en las cercanías.

—Podríamos sacar gasolina de éstos.

Salieron del Buick y echaron un vistazo a los alrededores en busca de alguna señal de los muertos vivientes. Satisfechos al ver que estaba todo despejado, escucharon los lamentos, que los reclamaban como cantos de sirena. Caminaron hacia los establos.

El hedor les golpeó antes de abrir la puerta, provocándole arcadas a Martin. Con el arma lista, Jim empujó la puerta para que se abriese sola. Las bisagras profirieron un sonoro crujido.

Las vacas estaban alineadas en sus compartimentos dispuestos en filas. Las distintas causas de muerte eran evidentes: a algunas, al no haber sido ordeñadas por el granjero, les explotaron sus abotagadas ubres, y otras murieron de hambre. Todas ellas estaban prisioneras, pudriéndose en el interior de sus celdas, con los insectos rondando sus pellejos y hurgando en su carne, rodeadas de moscas cuyo zumbido casi silenciaba sus incesantes gritos.

Martin tosió y se tapó la nariz con el dorso de la mano. Asqueado, salió de los establos y vomitó sobre unas hierbas altas.

Jim caminó lentamente por el recinto, disparando a cada una de las vacas metódicamente, deteniéndose sólo para recargar. Cuando terminó, salió al exterior. Le pitaban los oídos y el humo del arma le había irritado los ojos, que estaban completamente rojos.

—Vamos a echar un vistazo a la casa, a ver si tienen las llaves del camión o la furgoneta.

—Creo que lo mejor sería sacar la gasolina y marcharnos —dijo Martin mientras se limpiaba la bilis de los labios; pero Jim ya se había marchado.

Se acercaron a la puerta de entrada, con sus botas resonando en los peldaños de madera. A un lado del porche había una rampa para sillas de ruedas. Martin se acordó de las pegatinas de minusválidos que había visto en la minifurgoneta.

Jim agarró el pomo y comprobó que la puerta estaba abierta. Ésta se abrió con un crujido y se adentraron en la casa. Jim movió el interruptor de la luz, pero no sirvió para nada.

—Aquí tampoco hay corriente.

Se encontraron con un salón ordenado y recogido. Una capa de polvo cubría los muebles y los tapetes, pero, aparte de eso, la casa estaba impoluta. A la derecha había un pasillo que llevaba a la cocina, y a la izquierda, un umbral cubierto por unas cortinas blancas de lazo. Unas escaleras conducían al segundo piso y a su lado había instalada una plataforma de ascenso detenida a mitad de camino. Martin supuso que se habría quedado atascada ahí cuando se cortó la corriente.

—¡Yúju! —Gritó Jim—. ¿Hay alguien en casa?

—¡Calla! —Le susurró Martin—. ¿Qué mosca te ha picado?

Jim ignoró su protesta.

—¡Venga, salid! ¡Tenemos algo para vosotros!

El silencio fue su única respuesta, así que Jim empezó a buscar un juego de llaves por las estanterías y las mesas.

—Mira a ver si encuentras las llaves de la minifurgoneta en la cocina o en esa habitación de al lado, yo echaré un vistazo arriba. Ten cuidado.

Martin tragó saliva, asintió y cruzó el recibidor con el fusil a punto y el dedo en torno al gatillo.

La cocina también estaba cubierta de polvo. Los armarios blancos estaban ocupados por platos de porcelana y cubiertos de plata. Un olor dulzón a comida podrida se filtraba desde el frigorífico y Martin observó unas finas hebras de moho blanco y peludo en las junturas de la puerta. No tenía ninguna gana de curiosear en su interior. Cerca de la puerta había unos ganchos para ropa de los que colgaban un impermeable y una chaqueta de franela. Comprobó los bolsillos de ambas prendas, pero estaban vacíos.

Los pasos de Jim, que estaba inspeccionando el piso superior, resonaron sobre su cabeza y le asustaron. Martin volvió al recibidor sobre sus pasos, cruzó el salón y apartó las cortinas con el cañón de su arma.

El dormitorio estaba a oscuras. Las sombras se recortaban contra las ventanas y Martin se detuvo para que sus ojos se acostumbrasen a la falta de luz. Instantes después, empezó a distinguir los objetos de la habitación: una cama, un armario y una mesita de noche. Al fondo había una puerta entreabierta, tras la cual se distinguía un retrete y parte de una silla de ruedas.

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