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Authors: Brian Keene

El alzamiento (3 page)

BOOK: El alzamiento
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«... más que "finito", papá.» Los frenéticos gemidos de Danny resonaban en su mente. «Te quiero más que infinito.»

Volvió a enfocar a Carrie y comprobó que estaba sonriendo. Sus labios negros se tensaban sobre los dientes manchados y el extremo abultado de una lombriz desapareció entre ellos. Levantó la cabeza y rió.

¿Había palabras enterradas en aquel aullido de ultratumba? No podía estar seguro. En ocasiones, durante las últimas semanas, habría jurado que había oído a aquellas cosas hablar entre ellas.

Otro gusano se desvaneció en su garganta descompuesta. Horrorizado, Jim la recordó comiendo espagueti en su primera cita.

Un movimiento súbito le llamó la atención. Los zombis habían reparado en que el periscopio se movía y se estaban acercando a él. Vio a otros más en la lejanía, atraídos por el tumulto. No pasaría mucho tiempo hasta que volviesen a llenar el patio, buscando una vez más una entrada a su fortaleza. La posibilidad de huir sin pelear acababa de desvanecerse. Sabían que seguía vivo. Aunque no estaba claro hasta dónde llegaba su capacidad de razonamiento, era obvio que habían detectado a su presa bajo ellos.

Eran unos cincuenta, quizá más. Mal asunto.

Bajó el periscopio.

Con los ruegos de su hijo rondándole la cabeza, Jim empezó a prepararse.

«Aguanta, bichito. Papá está en camino.»

Capítulo 2

Lo primero que Baker notó era que el monte Rushmore hablaba en lenguas desconocidas. Lo segundo fue el brillo rojizo que emitían aquellos ojos de granito, atrayendo el helicóptero hacia el rostro de roca.

Intentando controlar el aparato, Baker le gritó a George Washington mientras éste susurraba obscenidades en multitud de idiomas.

Siguió escuchando aquella voz cuando despertó, levantándose bruscamente del escritorio sobre el que se había quedado dormido. El hule de sobremesa estaba cubierto de saliva seca, que tiró de su piel cuando se incorporó. Escuchó.

Las blasfemias procedían del fondo del pasillo.

De la cosa encerrada en la sala de observación número seis.

Parpadeó, aún inseguro acerca de qué estaba ocurriendo. Siempre se sentía confuso después de despertarse de un sueño. Echó un vistazo en derredor para que aquel entorno familiar fuese asentándose en la realidad.

Estaba en su oficina, a poco menos de un kilómetro de profundidad bajo Havenbrook. Sobre él, las puertas del infierno se habían abierto de par en par.

Y él ayudó a girar la llave.

Después de tres meses sin servicios de mantenimiento, la habitación guardaba un gran parecido con Afganistán. Había tazas de cerámica sucias, con posos secos y fríos de café; papeles, libros y diagramas esparcidos sin ningún orden por toda la habitación. Una papelera absolutamente desbordada vertía su contenido sobre el suelo. En la esquina, una mancha oscura en la parte de la alfombra sobre la que se derramó el contenido de la pecera.

Le recorrió un escalofrío al mirarla.

Experimentar con la pecera había sido idea de Powell. Llegaron a un punto en que, sin espécimen, su investigación se limitaba a especular sin nada sólido que estudiar. Los tres, Powell, Harding y Baker, se aislaron del resto del complejo después de que los últimos miembros del equipo huyesen. Se reunieron en la oficina de Baker, aireando su frustración y preguntándose si sería seguro salir a la superficie sin haber recibido ningún mensaje que transmitiese garantías de seguridad.

Powell sugirió, bromeando, que probasen con uno de los peces tropicales de Baker. La risa y el escarnio pronto se convirtieron en científica seriedad cuando Baker accedió. Sacaron a una de las coloridas mascotas con una red y observaron con frío desapego cómo saltaba y daba bocanadas en el asfixiante oxígeno. Baker lo sostuvo en su mano hasta que dejó de moverse. Entonces volvieron a dejarlo en la pecera, donde flotó hasta la superficie del agua salada como un auténtico cadáver.

Su comportamiento era sorprendentemente normal, a la par que decepcionante.

Tuvieron que pasar diez minutos —el resto de científicos ya se habían marchado a la sala a ver
Astucia de mujer
en vídeo por décima vez— para que el pez volviese a nadar.

Al principio, los chapoteos apenas llamaron la atención de Baker, centrado como estaba en la partida de solitario que se extendía por el escritorio. Cuando el chapoteo aumentó de volumen, echó un vistazo.

El agua se volvió progresivamente roja, con pequeñas nubes escarlata trazando remolinos entre las piedras de colores y el castillo de plástico, a medida que el pez muerto cazaba y devoraba a sus hermanos. Al principio, Baker contempló aquello con asombro. Después, haciendo acopio de valor, corrió por el pasillo y entró de golpe en la sala, resoplando.

Para cuando volvieron a la oficina, la matanza ya había terminado: en los minutos que tardó en reunir al resto, el pez había acabado con todos los seres vivos de la pecera. Tripas y escamas flotaban en torno a la carnicería.

—Dios mío —musitó Harding.

—Dios —matizó Baker— no ha tenido nada que ver con esto.

—Apuntó a la pecera con el dedo—. Esto es culpa del hombre, Stephen. ¡Es culpa nuestra!

Harding lo contempló en silencio, moviendo la boca sin emitir ningún sonido, tal como había hecho el pez antes. Powell se sentó en una esquina, llorando quedamente.

El pez reparó en ellos. Dejó de nadar y se los quedó mirando con evidente desprecio.

Baker estaba fascinado ante tal muestra de inteligencia.

—Mirad. Nos está estudiando como nosotros lo estudiamos a él.

—¿Qué hemos hecho? —Sollozó Powell—. La hostia puta, ¿pero qué hemos hecho?

—¡Venga, Powell —estalló Hardind—, compórtate! Tenemos que aprender todo lo que podamos de esta cosa si queremos deshacer...

Su reprimenda se vio interrumpida de golpe por otro chapoteo. El pez empezó a escarbar, revolviendo la mugre del fondo de la pecera, y su visión quedó nublada. Desapareció, oculto tras una sinuosa cortina de sangre, heces y barro.

—Que alguien coja la cámara —gritó Baker—. ¡Tenemos que filmar esto!

Antes de que Baker se dirigiese a por ella, la mesita que sostenía la pecera se movió. El agua se derramó desde arriba, cayendo por los lados en ribetes carmesíes.

El pez retrocedió y volvió a lanzarse hacia delante, cargando una y otra vez contra la pared de la pecera. Embistió el cristal una y otra vez, ignorando el daño que se estaba causando a sí mismo.

Baker advirtió la calculada maldad que reflejaban sus ojos muertos.

Una red de grietas empezó a extenderse por el cristal, expandiéndose hacia los lados como una tela de araña. La mesita volcó y la pecera se precipitó al suelo. El cristal estalló, cubriendo a los presentes de pequeños cristales y agua salobre.

El pez cayó sobre la alfombra y empezó a avanzar a saltos hacia ellos. Baker se subió al escritorio apartando todos sus libros de golpe, mientras que Harding se retiró hacia la sala. Powell se quedó helado, temblando y arañando la alfombra mientras la criatura cubría la distancia que los separaba.

Pese a los gritos de terror de Powell, Baker escuchó los sonidos procedentes del pez, que se acercaba a las rígidas piernas del científico.

El pez estaba hablando.

No podía entender qué estaba diciendo, pero era evidente que hablaba con inteligencia.

La criatura saltó hacia la ingle de Powell, que gritaba muerto de miedo.

Baker saltó al suelo, aplastando el monitor del ordenador contra el pez. Golpe a golpe, aplastó a la criatura hasta que sólo quedó una mancha entre los cristales rotos.

No se dio cuenta de que estaba gritando hasta que sintió la mano de Harding en su hombro. Se miraron el uno al otro, sintiendo cómo el enorme peso de lo que acababan de liberar al mundo caía sobre ellos como una losa.

Esa noche, Powell se abrió las muñecas con un cuchillo de untar que cogió de la cafetería. Lo encontraron minutos después, cuando iban a verlo para administrarle un sedante.

Baker apartó la mirada de la mancha de la alfombra y cerró los ojos. Se pasó la mano lentamente por el pelo encanecido y lloró en silencio.

Al fondo del pasillo, el ser de la sala de observación número seis seguía despotricando.

Baker hurgó en el saturado cenicero hasta encontrar un cigarro a medio fumar. Entre lágrimas, acercó el mechero hasta el extremo aplastado y lo chasqueó.

Nada. No había llama. Ni siquiera una chispa. Y el mechero más cercano estaba a casi un kilómetro por encima de él, en un mundo que pertenecía a los muertos.

Tiró el mechero inútil al otro extremo de la habitación, donde golpeó un marco de cristal que colgaba de la pared. El periódico en su interior, que con tanto orgullo había sido expuesto, cayó al suelo.

Baker caminó con paso cansado y apartó el cristal roto agitando el periódico. Empezó a reír. El artículo era de ese mismo año.

«EL ACELERADOR, RODEADO DE CONTROVERSIA

»Por Jeff Whitman/Prensa asociada

»Un acelerador nuclear diseñado para replicar el big bang ha dado lugar a protestas por parte de un grupo internacional de físicos, políticos y activistas por miedo a que pueda causar daños en el planeta. Una teoría ha llegado a sugerir que podría formar un agujero negro que provocaría "perturbaciones en el universo" o incluso "desharía el tejido del espacio-tiempo".

»Los Laboratorios Nacionales Havenbrook (LNH), uno de los cuerpos de investigación más importantes del gobierno estadounidense, han empleado diez años y 985 millones de dólares en construir el Colisionador Relativista de Iones Pesados (CRIP) en Hellertown, Pensilvania, una zona rural cercana a la frontera con Nueva Jersey.

Este viernes se realizó con éxito una prueba, y las primeras colisiones nucleares están previstas para este mes.

»No obstante, el director de Havenbrook, Stephen Harding, ha formado un comité de físicos para investigar si tal proyecto podría salir desastrosamente mal. Harding recibió avisos de otros físicos referentes a que la capacidad de la máquina de crear
strangelets,
un nuevo tipo de materia compuesta de partículas subatómicas llamadas "quarks extraños", suponía un riesgo pequeño pero real.

»El comité se ocupará de valorar la posibilidad de que, una vez formado, un
strangelet
pueda desencadenar una reacción que convertiría todo cuanto tocase en materia extraña. El comité también determinará la poco probable posibilidad de que las partículas llegasen a alcanzar una masa suficiente como para formar un agujero negro. En el espacio, los agujeros negros generan intensos campos gravitacionales que absorben toda la materia que los rodea. La alta densidad resultante de las partículas en colisión también podría, en teoría, romper la barrera entre nuestra dimensión y otras.

»En el interior del colisionador se separan los electrones externos de átomos de oro, que son impulsados por unos tubos circulares de cuatro kilómetros en los que unos potentes imanes aceleran los átomos hasta el 99,9% de la velocidad de la luz. Los iones de los dos tubos viajarán en direcciones opuestas para incrementar la potencia de la colisión. Cuando lo hagan, generarán minúsculas bolas de fuego de materia superdensa: en estas condiciones, el núcleo atómico se evapora en un plasma de partículas aún más pequeñas llamadas quarks y gluones. Este plasma emite una lluvia de otras partículas a medida que se enfría.

»Entre las partículas que aparecen durante este proceso están los quarks extraños. Éstos han sido detectados en otros aceleradores, pero siempre unidos a otras partículas. El CRIP, la máquina más poderosa jamás construida, tiene la capacidad de crear quarks extraños independientes por primera vez desde el inicio del universo.

»El directivo de los NLH Timothy Powell confirmó que ha habido discusiones acerca de las posibilidades. William Baker, profesor de física nuclear y director científico del CRIP, dijo que las posibilidades de un accidente eran infinitesimalmente pequeñas, pero que Havenbrook tenía la responsabilidad de calcularlas antes de proceder. "La gran pregunta, por supuesto, es si nuestro planeta se desvanecería en un abrir y cerrar de ojos, o si cabría la posibilidad de dañar el tejido del espacio-tiempo. Pero es de todo punto improbable. No queremos 'crear agujeros hacia otras dimensiones', como se ha planteado. Queremos entender mejor el universo y nuestro lugar en él. El riesgo es tan minúsculo que no merece ni ser considerado."»

Baker estrujó el papel en su puño.

Al final del pasillo, en una habitación insonorizada con un refuerzo de treinta centímetros de acero y hormigón, la cosa que un día fue Timothy Powell gritaba en sumerio. Cada sílaba reverberaba por todo el complejo subterráneo y se filtraba hacia el mundo muerto que se encontraba encima de ellos.

* * *

Baker se frotó los ojos. La grabadora se encontraba ante él, en la mesa. Suspiró, apretó el botón de grabar y encendió la intercomunicación.

—Powell —musitó—, ¿pu... puedes oírme?

El cadáver de Powell estaba tirado en una esquina de la habitación. Levantó la cabeza, mirando al cristal. Baker percibió inteligencia en su mirada. Una inteligencia terrible, quizá incluso algo más.

—Hola, Bill —respondió con voz rasposa, deslizando la lengua grisácea por sus labios descarnados—. ¿Qué tal?

Baker garabateó en su bloc de notas. La criatura de la sala de observación número seis no era Timothy Powell, eso era evidente. Sin embargo, aún no la había identificado. No dijo nada. La grabadora siseaba quedamente a su lado.

—¿Se te ha comido la lengua el gato, Billín?

—¿Cómo te encuentras, Timothy?

—Pues para serte sincero, Bill, me estoy cayendo a trozos. ¿No podrías traerme algo de comer?

—¿Tienes hambre? ¿Te apetece algo de sopa? Había sopa de cangrejo en el menú antes de... bueno, antes de esto. En la cocina todavía queda algo de sopa de cangrejo, la congelé...

—No quiero sopa. ¿Qué te parece si me das un brazo? ¿O unos metros de intestino?

—¿No puedes tomar comida normal?

—¡Tú eres comida! ¿Por qué no vienes aquí conmigo?

Baker observó, horrorizado y fascinado. El zombi se arrastró hasta la ventana y se sentó, contemplándolo como un prisionero. Apretó su decadente cara contra el cristal y sonrió. No hubo señal alguna de respiración. Recitó en voz baja algo en un idioma que Baker no supo identificar. Dudó que Powell lo hablase.

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