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Authors: Dustin Thomason

Tags: #Intriga, #Ciencia Ficción, #Policíaco

21/12 (27 page)

BOOK: 21/12
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Su primera parada fue en la cuarta planta. Meredith Fentress era una mujer corpulenta que, hasta hacía una semana antes, era la responsable del vestíbulo. Thane había pasado muchas noches hablando con ella de los Dodgers y la ristra inacabable de decepciones.

Ahora, Fentress gimoteaba y se agitaba, cubierta de sudor.

—Pronto te encontrarás mejor —susurró Thane mientras inyectaba anticuerpos en la intravenosa por mediación de una jeringuilla, y la solución amarillenta penetraba gota a gota en la vena de la paciente. La observó, tal como Stanton y ella habían acordado, para asegurarse de que no se producía una reacción negativa que exigiera una respuesta inmediata.

Nada. Cuando Thane estuvo segura, fue pasando de habitación en habitación. De vez en cuando, tenía que esperar a que un médico del CDC acabara con un paciente y se marchara, pero por lo general, pensó, era casi como si fuera invisible.

Amy Singer era una diminuta estudiante de tercero de medicina teñida de rubio con la que Thane había hecho una rotación nocturna en la UCI. Mientras le administraba los anticuerpos, Thane recordó una noche en que ambas no habían podido reprimir las carcajadas después de que un anciano de la planta las confundiera.

De repente, una enfermera que llevaba un traje hermético entró. Miró a Thane con escepticismo.

—¿Puedo ayudarte?

Thane sacó la tarjeta de identificación del CDC que Stanton había hecho para ella.

—Sólo estaba tomando unas muestras secundarias —dijo—. Para controlar a qué velocidad crecen las cargas de proteína.

La enfermera pareció satisfecha y reanudó su ronda. Thane exhaló un profundo suspiro de alivio. Hasta el momento, todo iba bien. Si fuera otra, estaría rezando para que los anticuerpos hicieran rápido su trabajo.

Diez pacientes después, Thane encontró a Bryan Appleton acostado tranquilo en su cama. Tenía los ojos cerrados, pero ella sabía que deambulaba por un peligroso averno. También tomó nota de tres profundos arañazos rojos en una mejilla. Cuando hubiera terminado, lo ataría por su propia seguridad. Appleton trabajaba en la cocina, y había alimentado a Thane prácticamente por la fuerza las noches que estaba de guardia. Siempre había dado la impresión de comprender que los residentes sobrevivían gracias a los alimentos gratuitos (galletas de harina de avena, melón, zumos y café) que aparecían como por arte de magia en las salas de descanso.

Thane comprobó que el líquido penetrara en su brazo a través de la intravenosa. Después intentó darle la vuelta para poder sujetar sus brazos a los barrotes.

Los ojos de Appleton se abrieron.

Agarró la manga del traje hermético de Thane.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó—. ¿Qué me estás haciendo?

Ella liberó su brazo de la presa con la mayor delicadeza posible.

—Soy Michaela, Bryan. Voy a darte tu medicina.

Appleton se incorporó en la cama.

—¡No quiero ninguna puta medicina!

Tenía los ojos desorbitados. Los pitidos del monitor que había al lado de la cama se aceleraron. Su corazón latía a ciento ochenta pulsaciones por minuto.

—Has de acostarte, Bryan —dijo Thane. Era un hombre grande, pero se las había tenido con peores. Inclinó su peso sobre la cama. ¿Estaría sufriendo una reacción alérgica a los anticuerpos? ¿Eran la ira y la tensión causadas por el VIF lo que provocaba la taquicardia? En cualquier caso, tenía que calmarlo—. Acuéstate un momento e intenta relajarte, por favor.

Appleton lanzó todo su peso y la catapultó por encima de la mesita de noche.

—¡No me toques, joder! —gritó, mientras ella caía al suelo.

Thane notó que un feo cardenal estaba creciendo en su frente, pero también sabía que sólo tenía unos segundos para levantarse. Se puso en pie temblorosa y echó un vistazo a la tensión arterial de Appleton: 50/30.

Estaba sufriendo una reacción anafiláctica.

Necesitaba una inyección de epinefrina. Pero ya se estaba arrancando los tubos. Sería imposible acercarse lo suficiente.

—Por favor, Bryan —suplicó—. Estás sufriendo una reacción al fármaco. Has de dejar que te dé algo.

—¡Me estás envenenando! —chilló el hombre, al tiempo que bajaba los pies al suelo y se encaminaba hacia ella—. ¡Te mataré, zorra!

Thane rodeó la cama a toda prisa y corrió hacia la puerta. Los gritos de Bryan resonaban en el pasillo, y los demás pacientes no tardaron en precipitarse hacia sus puertas, golpeándolas y gritando que los liberaran.

Thane huyó hacia la escalera. Tenía que salir de allí. Su traje hermético la estaba asfixiando cuando llegó al tercer piso, donde casi arrolló a un hombre con bata de hospital parado en lo alto. Era Mariano Kuperschmidt, el guardia de seguridad que había vigilado la habitación de Volcy durante días. Una oleada de tristeza asaltó a Thane. El hombre había pasado años intentando protegerse de las enfermedades con mascarillas. Pero no se había protegido los ojos.

—Aléjese de mi mujer —gritó. Estaba enfermo y, sin la menor duda, sufría alucinaciones.

Thane retrocedió.

—Todo va bien, Mariano —dijo—. Soy Michaela Thane.

El hombre lanzó un gruñido, agarró la tela de nailon del traje hermético y la arrojó escaleras abajo. El cuello de Thane ya estaba roto cuando aterrizó en el rellano de abajo.

23

Me he convertido en propietario de Mariposa Única y Pluma Ardiente, las hijas de Auxila. Haniba se rebanó el pescuezo con un cuchillo, tal como ordenan los dioses. Las chicas visitan su tumba (marcada con una cruz, que significa los cuatro puntos cardinales) cada dos soles. Su suicidio fue recibido con aclamaciones por el consejo real, convencido de que Auxila fue elegido por los dioses para sacrificarse.

Al no ser conocido nunca por inclinaciones carnales, los miembros del consejo se quedaron estupefactos al saber que había tomado a sus hijas como concubinas. Sol Oscurecido sólo me creyó cuando le dije que pensaba yacer antes con la más joven de las dos, y que mi abstinencia era en verdad una preferencia por la juventud sin mancillar. He ordenado a Pluma Ardiente que corra la voz entre las demás chicas de Kanuataba de que su hermana más joven se somete con docilidad a mis insaciables apetitos.

También dije a las chicas que nunca las obligaría a yacer conmigo. Al principio, parecían aterradas por la perspectiva de que fuera a forzarlas. Mariposa Única, de sólo nueve años, estaba muy asustada al principio, pero cuando sangré sus encías tras la pérdida de un diente, se sintió agradecida y me miró con ojos más dulces, antes de confesar sus penas a sus muñecas de la preocupación. La chica mayor tardó más en resignarse. Tan sólo al cabo de unas semanas se aplacó Pluma Ardiente. Hemos pasado las últimas cuatro noches leyendo juntos los grandes libros de Kanuataba.

No me siento orgulloso de ser propietario de esas chicas, pero Haniba había dicho la verdad. No podía permitir que las hijas de Auxila fueran mancilladas. Su padre era un hombre santo, cuya familia me adoptó como huérfano cuando mi padre se fue. Y después Auxila me depositó en el sendero de la nobleza, una deuda que jamás podré pagar. Aun así, no sé qué decir a las chicas cuando brotan lágrimas de sus ojos después de visitar la tumba de su madre. Nunca he entendido el comportamiento de las mujeres.

Les doy migas para que den de comer a mi persona ave, que ha decidido instalarse en la cueva. Proporciona consuelo a la chica menor. Es demasiado joven para comprender que el guacamayo es mi persona espiritual, pero es capaz de dibujar una sonrisa cuando grazna, y sus lágrimas paran de brotar, siquiera un momento. Pese a mis esfuerzos, soy un pobre sustituto de su madre.

Hace dos soles, mis concubinas y yo recibimos la visita real del santo príncipe, Canción de Humo. Es muy poco habitual que el príncipe reciba clase fuera de palacio, a menos que vayamos a estudiar algún fenómeno natural. Pero antes de la reciente partida del rey, éste accedió a mi petición de enviar al príncipe aquí. El rey se ha marchado con sus guerreros, a batallar durante tres soles contra Sakamil. Por suerte, pese a sus promesas, decidió no llevarse a su joven hijo con él.

Tras la llegada del príncipe, no quedó duda de que Pluma Ardiente sería una distracción. Los ojos del príncipe se iluminaron al verla, y ya no pudo concentrarse en otra cosa. Había creído que jamás volvería a ver a la muchacha, la muchacha a la que tanto había querido durante años.

Según la costumbre, cuando el príncipe hablaba a la muchacha, ella besaba el suelo que él pisaba. Les oí hablar con admiración del ave, que se había posado en silencio sobre el hombro de Pluma Ardiente y se atusaba las plumas con el pico. El ave se recuperaba con mucha rapidez, y estaría preparada para viajar en busca de su bandada en cuestión de semanas. El príncipe miró al guacamayo y adoptó una postura afectada, empujando hacia delante su trenza inmadura, todavía adornada con las cuentas blancas que indicaban servidumbre hacia su padre.

Después habló:

—Pero este pájaro no es nada comparado con mi espíritu animal, el poderoso jaguar. ¿Has visto alguno con tus propios ojos? Es más veloz que cualquier animal de la selva, y más competente a la hora de atacar a su presa que el arquero más avezado. Se mueve más rápido que la flecha, y en mayor silencio. Puedo enseñarte dónde están las tumbas de los huesos de jaguar, las cuales te producirán un escalofrío que no olvidarás en mucho tiempo. Hasta es posible que te desmayes sólo de verlas, pero yo estaré allí para sujetarte, pues mi corazón y mi mente son más fuertes que los tuyos, pequeña.

Lo que sucedió a continuación entre los dos niños me sorprendió, y me recordó de qué manera extraña y hermosa nos han formado los dioses a nosotros, la cuarta raza.

La muchacha Pluma Ardiente no apartó la vista del príncipe cuando él la miró a los ojos, tal como debería haber hecho según dictaban las costumbres. En el palacio real habría sido sacrificada por tal indiscreción. Pero no había temor en su rostro, ni en su corazón. Sonrió lo suficiente para revelar que tenía dos dientes delanteros engalanados con jade, pero después ocultó aquellas piezas de jade para que él no pudiera verlas más. Desde el día en que fui a verla a casa de sus padres para explicarle que su madre había muerto, no había sonreído.

Después habló como yo jamás había oído a una muchacha hablar a un príncipe:

—Pero, santo príncipe, Canción de Humo, el más reverenciado, ¿cómo puede el poderoso jaguar ser más veloz que un carcaj de flechas en matar a un zorro, cuando he visto jaguares muertos por esas mismas flechas disparadas por nuestros tiradores? ¿Puedes explicar esta contradicción a una inteligencia tan lerda como la mía?

No sabía cómo iba a reaccionar el príncipe a tal afrenta. Su rostro indicó estupefacción ante la negativa de la muchacha a darle la razón. Pero cuando sonrió y le enseñó su jade, la respuesta quedó clara, y en aquel instante me acordé de lo poco que se parecía a su padre. Algún día será un gran líder de Kanuataba, si podemos rehacernos de las calamidades que amenazan con arrasar nuestras poderosas tierras. Me sentí henchido de orgullo por él.

No fue hasta aquel momento cuando comprendí la nobleza y fuerza de voluntad de Pluma Ardiente. No es ningún secreto que el príncipe disfruta de su compañía. Pero ningún fruto puede nacer de eso: el padre de ella ha sido sacrificado a los dioses, y ella se debate entre dos mundos, inadecuada para la compañía de un rey, como si fuese una bastarda. Mientras los miraba, me sentí más cerca de las lágrimas que en muchos soles.

El príncipe introdujo la mano en su morral. Pensé que iba a sacar uno de los grandes libros que le había pedido traer de la biblioteca real, y me henchí de orgullo, convencido de que exhibiría sus dotes para la lectura, que le había enseñado durante tanto tiempo.

Pero extrajo un cuenco de cerámica, de más de dos manos de profundidad, como fabricado para portar agua. El cuenco estaba adornado con colores de muerte y renacimiento, y lo extendió hacia Pluma Ardiente hasta donde su brazo alcanzaba. Después habló:

—Loado sea Akabalam, quien favorece a mi padre con su poder y en cuyo honor construiremos el nuevo templo. ¿Has visto a Akabalam con tus propios ojos, muchacha?

Pluma Ardiente guardó silencio, postrada por la invocación del dios que había reclamado la vida de su padre. Pero yo estaba ansioso por saber: ¿podría el rey haber enseñado a su hijo qué presidía el misterioso dios, para que yo pudiera comprender?

Entonces el príncipe volvió a hablar a la muchacha:

—No tengas miedo. Tengo poder sobre estos seres, sobre esta encarnación de Akabalam. No tengas miedo. Yo te protegeré.

Canción de Humo abrió el cuenco, y vi en el interior hasta seis insectos, largos como un dedo, del color de las hojas de los árboles más exuberantes que habían gobernado el bosque en otro tiempo. Los insectos trepaban unos sobre otros, intentando escalar las paredes del cuenco de cerámica, aunque sin éxito. Sus largas patas dobladas se enredaban debajo de sus cuerpos. Sus ojos, del color de la noche, sobresalían de su cabeza.

El príncipe habló:

—Le he visto rendir culto a estos seres, y los cogí de la sala del trono, donde celebran sus festines reales, y ahora yo también siento su poder.

Estudié los insectos, que se funden con el mismo bosque. ¡No podía imaginar con qué propósito íbamos a adorar a estos seres! No producían miel. No podían asarse para comerlos. ¿Por qué dedicaría el rey un templo y sacrificaría a su supervisor de los almacenes en nombre de un insecto tan inútil?

¿Por qué nos denigraría un rey, la creación del sagrado maíz de los dioses, en su nombre?

Hablé:

—¿Esto es lo que tu padre llama Akabalam? ¿Sólo esto?

—Sí.

—¿Y te ha explicado el motivo de que debamos exaltarlo?

—Por supuesto. Pero tú, escriba, jamás podrías sentir lo que siente un rey en presencia de tal poder.

Pero mientras estudiaba los insectos con más detenimiento y los veía frotarse las patitas en el aire, creí comprender. Sus patas les conferían la apariencia de un hombre que se ha puesto en comunicación con los dioses No he visto en el reino ser que parezca más devoto. Ningún otro ser es un modelo más preclaro de cómo los hombres deben rezar a los dioses.

¿Por eso el rey los reverencia? ¿Porque cree que hemos perdido nuestra piedad debido a la sequía, y porque parecen un símbolo de devoción a los dioses?

El príncipe se volvió hacia la chica y habló de nuevo:

—Sólo un hombre predestinado por sus antepasados puede comprender a Akabalam.

Pese a la influencia de su padre, Canción de Humo es un buen chico, de corazón puro. Es un alma a la que los antepasados de los bosques habrían amado y respetado, como está escrito en los grandes libros. Mientras su padre se habría limitado a ordenar que me decapitaran si creyera que yo había mancillado a la chica a la que amaba, Canción de Humo sólo intentaba impresionarla y conquistar su corazón. Robó los insectos del palacio, y con ellos estaba demostrando a Pluma Ardiente que era mucho más poderoso que yo. Le permití este placer.

La joven miró cuando me incliné ante el chico y besé sus pies.

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