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Authors: Horace McCoy

Tags: #Drama

¿Acaso no matan a los caballos? (11 page)

BOOK: ¿Acaso no matan a los caballos?
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—Damas y caballeros. Me complace mucho presentarles a ustedes al sacerdote que oficiará la ceremonia, un sacerdote que todos conocen muy bien, el reverendo Oscar Gilder. ¿Quiere acercarse al tablado, padre Gilder?

El sacerdote salió de la pista y se dirigió al tablado mientras el público aplaudía.

—A vuestros puestos —nos dijo Socks. Nos colocamos según teníamos ensayado, las chicas a un lado del tablado y los chicos al otro.

»Antes de que comience a desfilar la comitiva, quiero dar las gracias a todos los que la han hecho posible —miró un trozo de papel—. El vestido de novia ha sido un donativo del señor Samuels, de la tienda Bon-Ton. ¿Me hace el favor de ponerse en pie señor Samuels?

El señor Samuels se levantó e hizo reverencias para agradecer los aplausos.

—Los zapatos de la novia son obsequio de la tienda Main Street Slipper... ¿Se encuentra entre nosotros el señor Davis? ¿Quiere ponerse en pie el señor Davis?

»Las medias y... todo lo demás, ya me entienden, todo de seda natural, regalo del Bazar Polly-Darling Girl. Señor Lightfoot, ¿dónde se encuentra?

El señor lightfoot se levantó mientras todo el público chillaba.

—... Y el peinado es gentileza del Salón de Belleza Pompadour. ¿Señorita Smith?

La señorita Smith se puso en pie.

—El traje del novio, de los pies a la cabeza es un obsequio de la firma Tower. Señor Tower...

»Las flores de la sala y las que lleva la novia y las damas de honor son un presente de Sycamore Ridge. Señor Dupré...

El señor Dupré se puso en pie.

—... Y ahora, damas y caballeros, cedo el micrófono al reverendo Oscar Gilder, que oficiará el casamiento de esta magnífica pareja...

Cedió el soporte del micrófono a Rollo, que estaba de pie en la pista junto a la plataforma. El reverendo Gilder se colocó detrás del micro, hizo una seña a la orquesta, y comenzó la ceremonia.

El cortejo se puso en marcha, los chicos a un lado y las chicas al otro; recorrían el trecho hasta el final de la sala y luego volvían hasta donde estaba el sacerdote. Era la primera vez que veía a algunas de las chicas sin los pantalones o el equipo de carreras.

Habíamos ensayado el desfile dos veces aquella misma tarde. Aprendimos la pausa que mediaba entre un paso y el siguiente. Cuando el novio y la novia comparecieron ante el público desde detrás del tablado, los espectadores prorrumpieron en una gran salva de aplausos.

La señora Layden me saludó cuando pasamos ante su palco.

En el tablado ocupamos nuestros puestos mientras Vee y Mary, y Kid Kamm y Jackie Miller, las damas de honor y los padrinos, continuaron hasta donde se hallaba el sacerdote. Éste le hizo una seña al director de la orquesta para que la música dejara de sonar y a continuación comenzó la boda. Durante la ceremonia no perdí de vista a Gloria. No tuve la ocasión de reprocharle lo arisca que estuvo con el señor Maxwell, así que intenté atraer su atención para darle a entender que, más tarde, hablaría con ella.

—... Yo os declaro marido y mujer... —dijo el reverendo Gilder. Inclinó la cabeza y se puso a rezar—: El señor es mi pastor; nada me falta. Él me ha dado verdes pastos: Él me ha guiado por entre mares en calma. Él ha redimido mi alma: Él me ha llevado por el camino de la virtud con su amor. Y aunque camine por valles de sombras y muerte, no temo ningún mal: porque Tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me confortan. Tú dispondrás la mesa para mí, en presencia de mis enemigos: Tú ungiste mi cabeza con óleos; mi copa está colmada. Tu bondad y tu misericordia me acompañarán todos los días de mi vida; y yo viviré en la casa del Señor eternamente...

Cuando el sacerdote hubo acabado, Vee besó tímidamente a Mary en la mejilla y todos nos congregamos alrededor de la pareja. El local se llenó con el ruido de los aplausos y los vítores.

—Escuchen un momento... solo un momento... —gritó Rocky en el micrófono—. Atiendan un instante, damas y caballeros...

La confusión se amortiguó y en aquel preciso momento, en el extremo opuesto de la sala, cerca del Palm Garden, se oyó un claro e inconfundible ruido de cristales rotos.

—¡No...! —gritó la voz de un hombre. Se sucedieron inmediatamente cinco disparos, tan seguidos que parecieron una sola explosión.

Al instante, el público se puso a chillar.

—No abandonen sus asientos, no abandonen sus asientos —gritó Rocky.

Todos los concursantes corrieron hacia el Palm Garden para enterarse de lo que había ocurrido, y yo no fui una excepción. Socks Donald pasó por mi lado con la mano en el bolsillo de atrás.

Saltando por encima de la barandilla de un palco vacío seguí a Socks hasta el Palm Garden. Un gran gentío, formando un semicírculo, miraba al suelo mientras hablaba en voz baja. Socks se abrió paso a empujones y yo le seguí.

Sobre el piso yacía un hombre muerto.

—¿Quién ha sido? —preguntó Socks.

—Aquel hombre de allí —dijo alguien.

Socks volvió a empujar a la gente para salir y yo le seguí. Me sorprendió ver que Gloria nos había seguido y que estaba detrás de mí.

El hombre que había disparado estaba en el bar, con los codos apoyados en la barra. Chorreaba sangre de la cara. Socks fue a su encuentro.

—Él comenzó, Socks —dijo el hombre—. Intentó matarme con una botella de cerveza...

—Monk, hijo de la mala madre... —dijo Socks, pegándole con la porra en la cara.

Monk se tambaleó y se golpeó contra el mostrador pero no se cayó. Socks continuó aporreándole en la cara, una y otra vez, salpicando de sangre todo y a todos los que estaban cerca. No cejó hasta que hubo derribado al hombre.

—Ya basta, Socks... —dijo alguien.

A unos diez metros había otro grupo de personas en círculo, cuchicheando. Nos abrimos paso a empujones y allí la encontramos, tendida en el suelo.

—Maldita sea... —dijo Socks.

Era la señora Layden y tenía un agujero en mitad de la frente. John Maxwell estaba de rodillas a su lado y le sostenía la cabeza. Al poco rato depositó con sumo cuidado la cabeza de la señora Layden sobre el suelo y se levantó. La cabeza de la señora Layden se ladeó suavemente, y un poco de sangre que había quedado retenida en la concavidad de un ojo, resbaló hasta el suelo.

John Maxwell reparó en Gloria y en mí.

—La pobre pasaba por aquí para incorporarse a su asiento de juez de carrera —dijo—. La ha matado una bala perdida.

—Quisiera estar en su lugar —dijo Gloria en un susurro.

—Maldita sea... —repitió Socks Donald.

Nos habían convocado a todos en los vestuarios de las chicas. Fuera, en la sala, no había quedado casi nadie, solamente la policía y algunos periodistas.

—Supongo que sabéis por qué os he reunido aquí —dijo Socks lentamente— y lo que quiero deciros. Es inútil que nos preocupemos por lo que ha pasado, es algo que tenía que suceder. Es duro para vosotros, y también lo es para mí. Habíamos comenzado la competición con buen pie...

»Hemos hablado con Rocky y hemos decidido repartir el premio de mil dólares entre todos vosotros, además de otros mil de mi bolsillo. En total, tocará a cincuenta dólares por persona. ¿Os parece bien?

—Sí... —dijimos.

—¿No hay ninguna posibilidad de proseguir? —preguntó Kid Kamm.

—Ninguna en absoluto —dijo Socks, meneando la cabeza—. Ninguna, con esta maldita Liga de Madres de Familia tras nosotros...

—Muchachos —dijo Rocky—, nos hemos divertido mucho y estamos contentos de haber trabajado con vosotros. Tal vez en otra ocasión organicemos otro campeonato de resistencia de baile...

—¿Cuándo cobraremos la pasta? —preguntó Vee Lovell.

—Mañana por la mañana —dijo Socks—. Si alguno desea pasar la noche aquí, puede hacerlo como hasta ahora. Pero si queréis marcharos nada os lo impide. Tendré a vuestra disposición el dinero mañana a partir de las diez. Ahora, hasta la vista...; me marcho a comisaría.

... Según disponen las leyes del estado de California. Y...

Gloria y yo atravesamos la pista. Mis tacones resonaban de tal modo que dudaba si era yo quien hacía tanto ruido. Rocky se encontraba en la puerta delantera acompañado de un policía.

—¿Adonde vais, muchachos? —preguntó Rocky.

—A tomar un poco el fresco —dijo Gloria.

—Volvemos dentro de un rato —le dije—. Vamos a refrescarnos. Hace tanto tiempo que no salimos...

—No tardéis —dijo Rocky, mirando a Gloria y humedeciendo sus labios en un gesto elocuente.

—Eso crees tú —dijo Gloria al salir.

Eran más de las dos de la madrugada. El aire era tan húmedo, denso y limpio que podía notar cómo mis huesos lo cortaban.

«Me juego cualquier cosa a que os gustará este aire», les dije a mis huesos.

Di media vuelta y me quedé mirando el edificio.

—Aquí es donde estuvimos metidos tanto tiempo —dije—. Ahora sé cómo se sentía Jonás cuando pudo contemplar por fin a la ballena.

—Ven —me dijo Gloria.

Anduvimos junto a uno de los lados del edificio hacia el muelle. Éste se extendía sobre el océano hasta donde alcanzaban a ver mis ojos, subiendo y bajando, crujiendo y gimiendo, siguiendo los movimientos del agua.

—Parece mentira que las olas no se hayan llevado el muelle —dije.

—Este asunto de las olas te roba el sueño —dijo Gloria.

—No es verdad.

—No has hablado de otra cosa en todo el mes...

—Pues bien, quédate un rato aquí inmóvil y comprenderás lo que quiero decir. Podrás sentir el océano subir y bajar.

—Puedo sentirlo sin necesidad de quedarme quieta. Pero eso no es motivo para que te obsesiones. Hace miles de años que ocurre.

—No creas que eso me obsesiona —dije—. Me quedaré tan fresco si no vuelvo a ver el océano en mi vida.

Nos sentamos en un banco rociado de agua. Hacia el final del muelle, varios hombres pescaban con caña. La noche era oscura; no había luna ni estrellas. Una línea irregular de espuma blanca marcaba los límites de la orilla.

—El aire es puro —dije.

Gloria no dijo nada, sólo miraba fijamente a lo lejos. En un lugar distante, en la orilla, resplandecían unas luces.

—Aquello es Malibú —dije—. Donde residen las estrellas de cine.

—¿Qué vas a hacer ahora? —dijo finalmente.

—No lo tengo muy claro. Iré a ver al señor Maxwell mañana. Tal vez él me consiga algún trabajo. Parecía realmente interesado.

—Siempre mañana —dijo ella—. La gran oportunidad siempre es para mañana.

Pasaron dos hombres llevando cañas de pesca para alta mar. Uno de ellos arrastraba un pez martillo de más de un metro de longitud.

—Este animalito no hará más desperfectos —dijo a los otros hombres...

—Y tú ¿qué piensas hacer? —pregunté a Gloria.

—Quiero salir de este carrusel —dijo—. Ya he terminado con eso tan aborrecible.

—¿El qué?

—La vida —dijo.

—¿Por qué no intentas ayudarte? Adoptas una actitud negativa ante todas las cosas.

—¿Vas a sermonearme ahora?

—No te sermoneo, pero convendría que cambiaras de actitud. Domínate. Influyes en todo aquel que se relaciona contigo. Mírame a mí, por ejemplo. Antes de que te conociera no me pasaba por la imaginación que pudiera fracasar. Nunca se me ocurrió que no encontraría oportunidades de triunfar. Y ahora...

—¿Dónde has aprendido ese discurso? No puede ser que se te haya ocurrido a ti solito.

—Pues es mío —dije.

Miró al océano, hacia Malibú.

—¿De qué me sirve engañarme? —dijo al poco rato—. Sé perfectamente dónde estoy...

Me quedé en silencio. Mientras observaba el océano pensaba en Hollywood, me preguntaba si habría estado alguna vez allí o si despertaría dentro de un instante en Arkansas, para levantarme a toda prisa y recoger los periódicos antes de que despuntara el día.

—... Hijo de mala madre —dijo Gloria, hablando para sí—. No es necesario que me mires de este modo, ya sé que no soy buena...

«Tiene razón —pensé—, tiene toda la razón, no es buena...».

—Me gustaría haber muerto aquella vez, en Dallas —dijo—. Siempre he pensado que aquel médico me salvó la vida sólo por un motivo...

No hice ningún comentario. Seguí mirando el mar y pensando que llevaba razón al creer que no era buena, y que todo habría sido mejor si aquella vez en Dallas hubiera muerto. Indudablemente, estaría mejor muerta.

—Soy un fracaso. No he conseguido nada y no puedo ofrecer nada a nadie —decía—. No me mires como si fuera un bicho raro.

—No te miro de ninguna manera —le dije—. Y no puedes ver mi cara.

—Sí que puedo.

Mentía. No podía verme la cara. Reinaba la mayor oscuridad.

—¿No crees que deberíamos entrar? —pregunté—. Rocky quiere verte...

—Ese cerdo —dijo ella—. Ya sé lo que quiere, pero no volverá a tenerlo. Ni tampoco nadie más.

—¿El qué?

—¿No lo sabes?

—¿No sé qué?

—Lo que Rocky quiere.

—¡Oh!... —dije—. Claro que sí. Ahora lo comprendo.

—Eso es lo que quieren todos los hombres —dijo—. ¡Oh!, no me preocupa mucho haber complacido a Rocky; me hizo un favor y yo se lo devolví... pero, supón que quedara embarazada...

—Bueno... No me digas que estás pensando en eso ahora.

—Pues sí. Antes siempre supe cuidar de mí misma. Supongamos que tengo un crío —dijo—. Ya sabes lo que sería de mayor. Estaría exactamente igual que nosotros.

«Tiene razón —me dije—. Tiene mucha razón. Sufriría igual que nosotros...».

—Y eso no lo permitiré. De todos modos, ya he terminado. Este mundo es una porquería, y yo ya he terminado. Estaré mejor muerta y será mejor para todos. Estropeo todo lo que toco. Tú mismo lo has dicho.

—¿Cuándo he dicho yo eso?

—Hace unos minutos. Has dicho que antes de conocerme nunca habías pensado en el fracaso... Bueno, no es culpa mía. No puedo remediarlo. Una vez probé de matarme y no lo conseguí, y nunca tendré el valor suficiente para volver a intentarlo... ¿Quieres hacer un favor al mundo...?

No respondí; escuchaba el impacto de las olas contra los soportes, notaba cómo el muelle subía y bajaba, y mientras pensaba que tenía razón en todo lo que decía.

Gloria hurgaba en su bolso. Cuando retiró la mano, aferraba entre sus dedos una pequeña pistola. No se la había visto antes, pero no me sorprendió. En absoluto.

—Aquí la tienes... —dijo, ofreciéndomela.

—No la quiero. Guárdala. Ven. Vamos dentro. Tengo frío...

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