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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Antes bruja que muerta (32 page)

BOOK: Antes bruja que muerta
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—¿Llevas las fundas puestas? —gritó su padre a su espalda.

—¡Sí! —exclamó la chica, aunque apenas se le oía.

—¡Y quítate unas cuantas de esas cadenas, jovencita! —añadió el padre pero la puerta ya se había cerrado de un portazo. El silencio fue un alivio, le devolví la sonrisa a Ivy con una expresión de asombro divertido. Lo cierto era que Erica sabía cómo hacer que una habitación pareciese estar llena.

El padre de Ivy dejó el vaso en la mesa. Su rostro pareció arrugarse un poco más y me di cuenta de la presión que soportaba su cuerpo para proporcionarle a su mujer no muerta la sangre que necesitaba para mantener la cordura.

Vi a Ivy cambiar los dedos de sitio en el vaso, después lo hizo girar sin levantarlo. Su sonrisa se fue desvaneciendo poco a poco.

—¿Ha ido a ver a Piscary? —preguntó en voz baja, y la repentina inquietud de su voz me llamó la atención. Por eso había ido Ivy a hablar con su padre y cuando pensé en que la inocencia salvaje y despreocupada de Erica podría ser manipulada por Piscary, yo también me preocupé.

Pero el padre de Ivy no parecía tener ningún problema con eso y tomó un pequeño sorbo de zumo antes de responder.

—Sí. Lo visita cada dos semanas. Como debe ser, es una cuestión de respeto. —Fruncí el ceño ante la pregunta implícita y no me sorprendió que el padre siguiera con—: ¿Y tú?

Ivy detuvo los dedos que rodeaban el vaso. Incómoda, busqué una forma de excusarme y correr a esconderme al coche. Ivy me miró y después miró a su padre. Este se echó hacia atrás y esperó. Fuera se oyó el ronroneo del coche de Erica, que se desvaneció y dejó como único sonido el murmullo del reloj del horno. Ivy respiró hondo.

—Papá, he cometido un error.

Sentí los ojos del padre de Ivy sobre mí, y eso que estaba mirando por la ventana en un intento de inhibirme de la conversación.

—Deberíamos hablar de esto cuando tu madre esté disponible —dijo y yo tomé aire a toda prisa.

—¿Sabéis? —dije y empecé a levantarme—. Creo que voy a esperar en el coche.

—No quiero hablar de ello con mamá, quiero hablarlo contigo —dijo Ivy, de mal humor—. Y no hay razón para que Rachel no pueda oírlo.

El implícito ruego que había en la voz de Ivy me detuvo en seco. Me volví a hundir e hice caso omiso de la desaprobación obvia de su padre. Aquello no iba a ser muy divertido. Quizá Ivy quisiera mi opinión sobre la conversación para equilibrar la suya propia. Al menos eso podía hacerlo.

—He cometido un error —dijo Ivy en voz baja—. No quiero ser la sucesora de Piscary.

—Ivy… —Había un hastío cansado en esa única palabra—. Es hora de que empieces a aceptar tus responsabilidades. Tu madre fue sucesora suya antes de morir. Los beneficios…

—¡No los quiero! —dijo Ivy y yo miré sus ojos con atención, me preguntaba si el anillo marrón que le rodeaba la pupila se estaba encogiendo—. Quizá si no lo tuviera en la cabeza todo el tiempo… —añadió mientras apartaba el zumo—. Pero ya no aguanto más. No hace más que presionar.

—No lo haría si fueras a verlo.

Ivy se sentó más erguida, con los ojos clavados en la mesa.

—Fui a verlo. Le dije que no pensaba ser su sucesora y que saliera de mi cabeza de una vez. Se rió de mí. Dijo que había tomado una decisión y que ahora tenía que vivir y morir con ella.

—Es cierto, tomaste una decisión.

—Y ahora tomo otra —le contestó Ivy, furiosa, y después bajó los ojos con gesto sumiso pero en su voz solo había determinación—. No pienso hacerlo. No quiero dirigir el inframundo de Cincinnati y no pienso hacerlo. —Respiró hondo y miró a los ojos a su padre—. Ya no sé si me gusta algo porque me gusta a mí o porque le gusta a Piscary. Papá, ¿puedes hablar con el por mí?

Se me abrieron los ojos como platos cuando oí el ruego de su voz. La única vez que lo había oído fue cuando pensaba que estaba muerta y me rogaba que la mantuviera a salvo. Apreté la mandíbula al recordarlo. Dios, aquello había sido horrible. Levanté la cabeza al ver que el vampiro no decía nada y me sorprendió encontrarme al padre de Ivy mirándome. Tenía los labios apretados y una mirada colérica, como si la culpa fuese mía.

—Eres su sucesora —dijo, con los ojos clavados en los míos, y en ellos una acusación—. Deja de esquivar tus deberes.

A Ivy se le dispararon las aletillas de la nariz. Habría preferido no estar allí pero si me movía, solo iba a llamar más la atención.

—Cometí un error —dijo, enfadada—. Y estoy dispuesta a pagar lo que sea para poder librarme, pero es que va a empezar a hacer daño a la gente para obligarme a hacer lo que él quiere y eso no es justo.

Su padre lanzó una risita desdeñosa y se levantó.

—¿Y qué esperabas? Va a utilizar todo lo que pueda y a quien sea para manipularte. Es un señor de los vampiros. —Puso las manos en la mesa y se inclinó hacia Ivy—. Es lo que hacen.

Muerta de frío, recorrí con la mirada el paisaje, hasta el río. Daba igual si Piscary estaba en la cárcel o no. Lo único que tenía que hacer era dar la orden y sus secuaces no solo pondrían a Ivy en su lugar, sino que también me quitarían a mí de en medio. Drástico pero eficaz.

Pero Ivy levantó la cabeza y la sacudió para tranquilizarse antes de alzar los ojos húmedos hacia su padre.

—Papá, dice que va a empezar a recurrir a Erica.

El rostro del hombre se volvió tan ceniciento que las pequeñas marcas de fiebre destacaron con crudeza. Me recorrió una sensación de alivio al comprender que yo no era el objetivo de Piscary, y después me invadió la culpabilidad por sentirme así.

—Hablaré con él —susurró el vampiro; era obvio lo mucho que le preocupaba su hija menor, tan inocente y tan viva.

Me estaba poniendo enferma. En aquella conversación se ocultaban las sombras oscuras y feas de los pactos ocultos que hacían los hijos mayores para proteger de un padre abusivo a los hermanos menores, inocentes todavía. La sensación se reforzó cuando su padre repitió la frase en voz baja.

—Hablaré con él.

—Gracias.

Todos parecimos sumergirnos en un silencio incómodo. Era hora de irnos. Ivy fue la primera en levantarse, seguida de inmediato por mí. Cogí mi abrigo del respaldo de la silla y me lo puse. El padre de Ivy se levantó despacio, parecía el doble de cansado que cuando entró.

—Ivy —dijo al acercarse—. Estoy orgulloso de ti. No estoy de acuerdo con lo que estás haciendo, pero estoy orgulloso de ti.

—Gracias, papá. —Con una sonrisa de alivio que no le permitió abrir los labios, Ivy le dio un abrazo a su padre—. Tenemos que irnos. Tengo un asunto esta noche.

—¿La chica de Darvan? —preguntó su padre. Ivy asintió, en su expresión todavía quedaban restos de culpabilidad y miedo—. Bien. Tú sigue haciendo lo que estás haciendo. Yo iré a hablar con Piscary, a ver lo que puedo hacer.

—Gracias.

El vampiro se volvió hacia mí.

—Encantado de conocerte, Rachel.

—Lo mismo digo, señor Randal. —Me alegraba de que al parecer ya se hubiera acabado la charla de vampiros. Por fin podíamos volver a fingir que todos éramos normales y esconder el horror bajo una alfombra de cinco mil dólares.

—Espera, Ivy. Toma. —El hombre metió la mano en el bolsillo de atrás y sacó una cartera muy gastada; el vampiro se había convertido en otro papá cualquiera.

—Papá —protestó Ivy—. Tengo mi propio dinero.

Su padre sonrió con media boca.

—Tómalo como una nota de agradecimiento por cuidar de Erica en el concierto. Deja que te invite a comer.

No dije nada cuando le puso un billete de cien dólares en la mano a Ivy y la atrajo hacia sí con un solo brazo.

—Te llamo mañana —le dijo en voz baja.

Los hombros de Ivy perdieron su habitual postura erguida.

—Ya me paso yo por aquí. No quiero hablar de eso por teléfono. —Después me lanzó una sonrisa forzada, sin abrir los labios—. ¿Lista?

Asentí y me despedí del padre de Ivy con la cabeza, seguí a la vampiresa al comedor y de allí a la puerta de la casa. Sabiendo lo bien que oían los vampiros, mantuve la boca cerrada hasta que la elegante puerta tallada se cerró detrás de nosotras con un golpe seco y volvimos a tener los pies en la nieve. Había comenzado a atardecer y los copos de nieve parecían brillar bajo la luz que se reflejaba en el cielo.

El coche de Erica había desaparecido. Ivy dudó un momento, haciendo tintinear las llaves.

—Espera un segundo —dijo. Sus botas rechinaron en la nieve cuando se acercó adonde había estado aparcado el coche rojo—. Creo que tiró las fundas.

Yo me quedé junto a la puerta abierta del coche y esperé mientras Ivy se detenía junto a las marcas de las ruedas. Con los ojos cerrados, estiró la mano como si lanzara algo y después se acercó a grandes zancadas al otro lado del camino de entrada. Mientras yo la miraba sin decir nada, perpleja, ella buscó en la nieve. Se agachó dos veces y recogió algo del suelo. Volvió y se metió en el coche sin hacer ningún comentario.

Yo la seguí y me puse el cinturón, se me ocurrió que ojalá hubiera menos luz para no tener que verla conducir. Al captar la pregunta que yo no había llegado a formular, Ivy estiró la mano y dejó caer dos trozos de plástico hueco en la palma de la mía. Arrancó el coche y yo apunté las rejillas de ventilación en mi dirección con la esperanza de que el motor siguiera caliente.

—¿Las fundas? —pregunté mientras las miraba, pequeñas y blancas en mi mano, Ivy empezó a sacar el coche. ¿Cómo diablos había encontrado eso en medio de la nieve?

—Garantizadas para evitar que perforen la piel —dijo Ivy con los finos labios apretados—. Con eso puesto, no puede vincular a nadie a ella sin querer. Se supone que tiene que llevarlas hasta que papá diga. Y a este paso, va a cumplir los treinta antes de que eso pase. Sé dónde trabaja. ¿Te importa si pasamos un momento a dejárselas?

Negué con la cabeza y se las tendí. Ivy comprobó los dos lados al final del camino de entrada antes de incorporarse a la carretera delante de una furgoneta azul, y las ruedas resbalaron en el aguanieve.

—Tengo un estuche vacío en el bolso. ¿Te importa meterlas ahí?

—Claro. —No me gustaba revolver en su bolso pero si no lo hacía, lo haría ella mientras conducía y yo ya tenía suficientes nudos en el estómago. Me sentí rara cuando me puse el bolso de Ivy en el regazo y lo abrí. Estaba asquerosamente ordenado. Ni un solo pañuelo de papel usado o un caramelo cubierto de polvo.

—El mío es el de los cristales de colores —dijo Ivy mirando solo a medias la carretera—. Debería tener uno de plástico por ahí, en alguna parte. El desinfectante seguramente todavía estará en condiciones. Mi padre la mataría si se enterara que las tira en la nieve. Cuestan tanto como el campamento de verano al que fue el año pasado, en Los Andes.

—Oh. —Los tres veranos que pasé en el campamento de Kalamack, el campamento «Pide un deseo» para niños moribundos, palidecieron de repente. Aparté un pequeño recipiente que parecía un pastillero con una decoración muy elaborada y encontré un frasquito blanco del tamaño de un pulgar. Quité el tapón y lo encontré lleno de un líquido azulado.

—Ese es —dijo Ivy y yo metí las fundas dentro. Como flotaban, fui a meter el meñique para hundirlas pero Ivy añadió—: Solo ponle el tapón y agítalo un poco. Se hundirán solas.

Fue lo que hice, después dejé caer el frasquito en su bolso y lo puse a su lado.

—Gracias —dijo Ivy—. La vez que «perdí» las mías, me castigó un mes entero.

Esbocé una débil sonrisa y pensé que era como cuando perdías las gafas o el aparato de los dientes… o quizá el diafragma. Ay, Dios. ¿De verdad quería saber todo eso?

—¿Tú sigues llevando fundas? —dije, me vencía la curiosidad. A ella no pareció darle ninguna vergüenza. Quizá debería dejarme llevar, sin más.

Ivy sacudió la cabeza y puso el intermitente solo un segundo antes de cruzar dos carriles de tráfico para entrar en la rampa de acceso a la autopista.

—No desde que tenía diecisiete años. Pero las guardo por si… —Se interrumpió de repente—. Por si acaso.

¿
Por si acaso qué
?, me pregunté, pero decidí que no quería saberlo.

—¿Eh, Ivy? —pregunté, intentaba no imaginar dónde se iba a meter con aquel tráfico. Contuve el aliento mientras ella se incorporaba y a nuestras espaldas empezaban a resonar los cláxones—. ¿Qué diablos significan las orejas de conejo y eso de «besitos, besitos»?

Se me quedó mirando, yo hice el signo de la paz y encogí los dedos dos veces en rápida sucesión. Una sonrisa extraña le arrugó las comisuras de la boca.

—Eso no son orejas de conejo —dijo—. Son colmillos.

Lo pensé un momento y después me puse colorada.

—Ah.

Ivy se echó a reír. La miré un instante y después decidí que no habría mejor momento así que respiré hondo y despacio.


Um
, en cuanto a Skimmer…

Su buen humor se desvaneció. Me lanzó una mirada y después volvió a mirar la carretera.

—Eramos compañeras de habitación. —La invadió un leve sonrojo que me dijo que habían sido algo más—. Éramos compañeras… íntimas de habitación —añadió con cuidado, como si yo no me lo hubiera imaginado ya. Ivy pisó los frenos con fuerza para evitar a un BMW negro que quería acorralarla detrás de un monovolumen. Aceleró a toda prisa, salió disparada hacia la derecha y lo dejó atrás.

—Ha venido aquí por ti —dije, se me estaba acelerando el pulso—. ¿Por qué no le dijiste que entre nosotras no hay nada?

Ivy apretó todavía más el volante.

—Porque… —Respiró con suavidad y se metió un mechón de pelo tras la oreja. Era un tic nervioso que yo no veía muy a menudo—. Porque no —dijo. Se había colocado detrás de un Trans-Am rojo que circulaba a quince kilómetros más de la velocidad permitida.

Ivy me miró con expresión preocupada, sin hacer caso del monovolumen verde al que tanto el Trans-Am como nosotros nos acercábamos a toda velocidad.

—No voy a disculparme, Rachel. La noche que decidas que dar y tomar sangre no es lo mismo que el sexo, pienso estar allí. Y hasta ese momento aceptaré lo que haya.

Me sentía muy incómoda y cambié de postura en mi asiento.

—Ivy…

—No —dijo ella con ligereza, después giró de repente a la derecha y pisó el acelerador para salir disparada delante de los dos coches—. Sé lo que sientes sobre el tema. Yo no puedo hacerte cambiar de opinión. Vas a tener que resolverlo tú sola. El hecho de que Skimmer esté aquí no cambia nada. —Se metió delante de la furgoneta y me dedicó una sonrisa suave que me convenció todavía más de que la sangre y el sexo eran lo mismo—. Y entonces te vas a pasar el resto de tu vida tirándote de los pelos por haber esperado tanto para aprovechar la oportunidad.

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