Read Bill, héroe galáctico Online

Authors: Harry Harrison

Tags: #ciencia ficción

Bill, héroe galáctico (19 page)

BOOK: Bill, héroe galáctico
5.02Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Ya nombrarán un abogado para representarte.

Bill produjo el sonido más soez que conocía.

—Claro, y todos sabemos lo que me pasará con uno de esos abogados. Necesito un abogado que me ayude. Tengo dinero para pagarle…

—Bueno, ¿y por qué no lo dijiste antes? —Deseomortal se puso sus gafas de montura de oro y ojeó lentamente las páginas de una pequeña agenda—. Me llevaré un diez por ciento de comisión por ocuparme de este asunto.

—Afirmativo.

—Bien… ¿quieres un abogado barato y honesto o uno caro y deshonesto?

—Tengo 17.000 pavos escondidos donde nadie puede encontrarlos.

—Tendrías que habérmelo dicho desde el principio. —Deseomortal cerró la agenda y se la guardó—. Debieron de sospechar algo de esto, y por eso te dieron el cinturón y la celda con el gancho. Con esa cantidad de dinero puedes contratar al mejor de todos.

—¿Y quién es?

—Abdul O’Brien-Cohen.

—Mándelo a buscar.

No habían pasado más que dos jarras de agua y pan duro cuando se oyeran nuevos pasos en el corredor y una clara y penetrante voz rebotó en las gélidas paredes.

—Salaam, muchachón, a fe mía que he pasado un condenado rato para llegar hasta aquí.

—Este es un caso de consejo de guerra —le dijo Bill al hombre de aspecto ordinario y con rostro vulgar que se hallaba al otro lado de los barrotes—. No creo que permitan que intervenga un abogado civil.

—Begorrah, pueblerino… por voluntad de Alá estoy preparado para cualquier contingencia —se sacó un enhiesto bigote de engomadas puntas de un bolsillo y se lo pegó al labio superior. Al mismo tiempo, sacó pecho, y sus hombros parecieron hacerse más anchos, y un resplandor acerado apareció en su mirada, y su rostro adquirió una rigidez militar—. Me complace conocerle. Estamos juntos en esto, y quiero que sepa que no lo abandonaré aunque tan solo sea un soldado.

—¿Qué pasó con Abdul O’Brien-Cohen?

—Estoy en la escala de reserva del Cuerpo Imperial de Leguleyos: el capitán A. C. O’Brien a su servicio. ¿Se mencionó una suma de 17.000?

—Me llevaré el diez por ciento de eso —dijo Deseomortal, apareciendo.

Se iniciaron las negociaciones, que duraron un cierto número de horas. Los tres se agradaban, se respetaban y desconfiaban mutuamente unos de otros, así que se establecieron elaborados sistemas de seguridad. Cuando Deseomortal y el abogado se marcharon, tenían minuciosas instrucciones de como hallar el dinero, y Bill tenía declaraciones firmadas con sangre y las huellas digitales de los otros jurando que eran miembros del Partido dedicados a destronar al Emperador. Cuando regresaron con el dinero, Bill les devolvió las declaraciones tan pronto como O’Brien le hubo firmado un recibo comprometiéndose a defenderlo en el consejo de guerra a cambio de la suma de 15.300 pavos. Todo se llevó a cabo en una forma muy digna y satisfactoria.

—¿Le gustaría saber mi versión de los hechos? —preguntó Bill.

—Naturalmente que no, no tiene nada que ver con las acusaciones. Cuando se alistó en el Ejército firmó una renuncia a todos sus Derechos Humanos. Pueden hacer lo que quieran con usted. La única ventaja que tiene es que también ellos son prisioneros de su propio sistema, y deben regirse por el complejo y autocontradictorio código de leyes que han edificado durante siglos. Quieren fusilarlo por desertor, y han preparado una acusación irrebatible.

—¡Entonces me fusilarán!

—Quizá, pero ese es un riesgo que tenemos que correr.

—¿Tenemos…? ¿Recibirá usted la mitad de los disparos?

—No se haga el listo cuando hable con un oficial, so cerdo. Confíe en mí, tenga fe, y espere a que cometan algunos errores.

Después de esto, solo fue cosa de marcar el tiempo que pasó hasta el juicio. Bill supo que ya estaba cerca cuando le dieron un uniforme con la insignia de especialista en fusibles de primera clase en la manga. Luego llegó la guardia marcando el paso, se abrió la puerta, y Deseomortal le hizo una seña para que saliera. Marcharon juntos, y Bill sacó todo el placer que pudo de cambiar el paso para hacer equivocarse a sus guardianes. Pero una vez hubo traspuesto la puerta de la corte, adoptó una postura marcial y trató de parecer un viejo luchador con sus medallas tintineando en el pecho. Había una silla vacía al lado de un muy arreglado, uniformado y militar Capitán O’Brien.

—Así está bien —le dijo O’Brien—. Siga con el papel de veterano, gáneles en su propio juego.

Se pusieron en pie cuando entraron los oficiales de la Corte. Bill y O’Brien estaban sentados a un extremo de una larga mesa de plástico negro, mientras que al otro extremo de la misma se hallaba el fiscal, un Mayor canoso y de aspecto severo que llevaba un corsé barato. Los diez oficiales de la Corte se sentaron en el lado largo de la mesa, desde donde podían mirar ceñudos a la audiencia y a los testigos.

—Comencemos —dijo el Presidente de la Corte, un Almirante de la Flota, calvo y regordete, con la adecuada solemnidad—. Que se inicie el juicio, que se cumpla la justicia en el más breve plazo, y que se halle culpable al prisionero para que sea fusilado.

—Protesto —dijo O’Brien, saltando en pie—. Esos comentarios demuestran prejuicios contra el acusado, que es inocente hasta que no se pruebe su culpabilidad…

—Se deniega la protesta —el mazo del Presidente golpeó la mesa—. Se impone una multa de 50 pavos al abogado defensor por interrupción injustificada. El acusado es culpable, como demostrarán las pruebas, y será fusilado. Se hará justicia.

—Así que van a jugar de esa manera —murmuró O’Brien entre semicerrados labios

—. Puedo enfrentarme con ellos en cualquier terreno, siempre que conozca las reglas del juego.

El fiscal ya había comenzado su intervención inicial con monótona voz:

—.…y por tanto probaremos que el especialista en fusibles de primera clase Bill sobrepasó alevosamente el permiso que le había sido concedido oficialmente durante un período de nueve días, y consiguientemente resistió su arresto y escapó de quienes pretendían retenerlo, eludiendo con éxito su persecución, tras lo cual permaneció ausente por un período de más de un año estándar, por lo que consecuentemente es culpable de deserción…

—¡Culpable hasta el cuello! —gritó uno de los oficiales de la Corte, un Mayor de Caballería con el rostro rojizo y un monóculo negro, saltando en pie y haciendo caer su silla—. Voto culpable… ¡Fusilen a este hijo de madre!

—Estoy de acuerdo, Sam —aceptó el Presidente, dando un golpecito con su mazo . Pero tenemos que fusilarlo según las reglas, así que todavía nos llevará un tiempo.

—Todo eso es falso —siseó Bill a su abogado—. Los hechos son…

—No se preocupe por los hechos, Bill, a nadie de aquí le preocupan. Los hechos no pueden alterar el caso.

—.…y por consiguiente pedimos la pena máxima: la muerte —dijo finalmente el fiscal, arrastrándose hasta el fin de su intervención.

—¿Va a hacernos perder nuestro tiempo con una intervención, Capitán? —preguntó el Presidente, fulminando a O’Brien con la mirada.

—Tan solo unas pocas palabras, si la Corte me permite…

Se produjo una repentina conmoción entre los espectadores y una mujer desmañada, con una toquilla sobre la cabeza, aferrando contra su pecho un paquete envuelto en una manteleta, corrió adelantándose hasta la mesa.

—Excelencias… —jadeó—. no me quiten a mi Bill, la luz de mi vida. Es un buen hombre, y todo lo que hizo fue solo por mí y por mi pequeñín —alzó el paquete, y se pudo oír un débil gemido—. Cada día quería dejarme y regresar a su deber, pero yo estaba enferma y el niñito estaba enfermo, y le suplicaba con lágrimas en los ojos que se quedase…

—¡Sáquenla de aquí! —la maza golpeó estrepitosamente.—. y él se quedaba, jurando siempre que sería tan solo por otro día más, sabiendo siempre mi amor que si nos dejaba íbamos a morir de hambre… —su voz fue apagada por la masa de los PM uniformados de gala que se la llevaron forcejeando hacia la puerta—.…y benditas sean sus excelencias si lo liberan, pero si lo condenan, malditos almas negras, que se pudran sus cuerpos y ardan en el infierno… —se cerró la puerta y se cortó su voz.

—Borren eso de los archivos —dijo el Presidente, y le lanzó una airada mirada al abogado defensor—. Y si creyese que usted tenía algo que ver en este asunto, lo haría fusilar junto con su cliente.

O’Brien aparecía como el hombre más inocente, con los dedos sobre el pecho y la cabeza echada atrás, comenzando un comentario inocente, cuando se produjo otra interrupción: un viejo se puso en pie en uno de los bancos del público y agitó sus brazos para llamar la atención.

—Escuchadme, todos y cada uno de vosotros. La justicia debe de ser cumplida, y yo soy su instrumento. Había pensado guardar mi silencio y permitir que un hombre inocente fuera ejecutado, pero no puedo hacerlo. Bill es mi hijo, mi único hijo, y le rogué olvidara su deber para ayudarme, pues muriéndome como estaba de cáncer, deseaba verle por última vez, pero él se quedó para cuidarme… —se vio una lucha cuando los PM asieron al hombre y comprobaron que estaba encadenado al banco—. Sí, lo hizo, me cocinó gachas y me las hizo comer, y lo hizo tan bien que poco a poco fui recuperándome hasta que ya me ven ahora, soy un hombre sano, curado por las gachas cocinadas por mi leal hijo. Y ahora mi niño tiene que morir porque me salvó, pero esto no será así. Tomad mi pobre vieja vida inútil a cambio de la suya. —Resopló un cortafríos atómico, y el viejo fue lanzado por la puerta.

—¡Ya está bien! ¡Ya es demasiado! —aulló el enrojecido Presidente de la Corte, golpeando con tal fuerza que rompió el mazo y lanzó los fragmentos por la sala—. Vacíen la sala testigos. Esta Corte ordena que el resto de espectadores del juicio sea llevado a través de las normas de la Jurisprudencia sin que sean admitidos ni testigos ni pruebas —paseó una rápida mirada por sus cómplices, que asintieron en solemne acuerdo —Por lo tanto, se halla al encausado culpable y será fusilado tan pronto como puedan arrastrarlo al pabellón de fusilamientos

Los oficiales de la Corte estaban ya levantándose de sus sillas cuando la lenta voz de O’Brien los detuvo:

—Naturalmente, cae dentro de la jurisdicción de esta Corte el resolver la causa en la forma así prescrita, pero también es necesario citar el Artículo o Precedente en el cual se basa la decisión.

El Presidente suspiró y se sentó de nuevo.

—Desearía que no tratase de ponerse difícil, Capitán.. conoce usted tan bien los Reglamentos como yo, pero si insiste… Pablo, léaselo.

El Experto Legal pasó las hojas de un grueso volumen sobre la mesa, encontró el lugar, señalándolo con el dedo, y comenzó a leer:

—Artículos de Guerra, Ordenanzas Militares, párrafo, página, etc., etc… sí, aquí está, párrafo 298—B… Si cualquier soldado de tropa se ausenta de su puesto designado por un período de más de un año estándar, será considerado como culpable de deserción aunque se halle ausente en el juicio, y su castigo será una muerte dolorosa.

—Eso parece bastante claro. ¿Alguna otra pregunta. —inquirió el Presidente.

—No hay preguntas, pero me gustaría citar un precedente —O’Brien había colocado frente a sí un alto montón de libros y estaba leyendo del de más arriba—. Aquí está: el soldado Acuclillado Lüvening contra el Cuerpo Aéreo del Ejército de los Estados Unidos, en Texas 1944. Se dice aquí que Lüvening permaneció ausente de su puesto durante catorce meses, y entonces fue descubierto en un escondrijo sobre el techo del comedor, de donde descendía tan solo a altas horas de la noche para comer y beber lo que hallaba en la despensa y para descargar sus tripas. Como no había abandonado la base, no se le pudo considerar desertor ni ausente de su destino, y tan solo se le pudo dar un leve castigo disciplinario.

Los oficiales de la corte se habían sentado de nuevo y estaban contemplando al Experto Legal, que estaba pasando a toda prisa las páginas de sus propios libros. Finalmente, emergió de entre ellos con una sonrisa y una referencia.

—Todo eso es correcto, Capitán, excepto por el hecho de que el acusado de este caso sí se ausentó de su punto de destino: el Cuartel de Tránsito para Tropa, y permaneció errante por el planeta Helior.

—Todo eso es correcto, caballero —contestó O’Brien, tomando otro grueso volumen y agitándolo por sobre su cabeza—. Pero en el caso de Arrastrado contra el Cuerpo Naval Imperial de Acomodaciones, en Helior 8832, se aceptó a fines de definición legal que el planeta Helior sería considerado como la ciudad de Helior, y que la ciudad de Helior sería considerada como el planeta Helior.

—Todo lo cual es indudablemente cierto —interrumpió el Presidente—. pero totalmente fuera de lugar. No tiene relación con el presente caso, y le ruego que se apresure, Capitán, puesto que tengo un compromiso para ir a jugar al golf.

—Podrá estar jugando dentro de diez minutos, señor, si acepta ambos precedentes. Entonces, introduciré un último documento, una proclama redactada por el Almirante de la Flota Marmoset…

—¡Pero si ese soy yo! —boqueó el Presidente.

—.…al inicio de las hostilidades con los Chingers, cuando la ciudad de Helior fue puesta bajo ley marcial y considerada cómo un único establecimiento militar en todo su conjunto.

Por consiguiente, someto a la decisión de la Corte el hecho de que el acusado es inocente del delito de deserción porque no salió de este planeta, y por consiguiente nunca abandonó esta ciudad, y por consiguiente jamás salió del puesto al que estaba destinado.

Cayó un pesado silencio, que fue finalmente roto por la preocupada voz del Presidente cuando se volvió hacia el Experto Legal:

—¿Es cierto lo que dice este cochino, Pablo? ¿No podemos fusilar al tío ese?

El Experto Legal estaba sudando copiosamente mientras rebuscaba enfebrecido por sus textos legales, hasta apartarlos finalmente y contestar con voz amargada:

—Es lo bastante exacto, y no hay forma de escaparnos de ello. Ese maldito pisaverde judeoárabeirlandés nos tiene cogidos. El acusado es inocente de los cargos que se le imputan.

—¿No habrá ejecución…? —preguntó uno de los oficiales de la Corte con una voz aguda y entrecortado; y otro, más viejo, dejó caer la cabeza entre sus brazos y comenzó a sollozar.

—Bueno, pero no se va a escapar tan fácilmente —dijo el presidente, haciendo una mueca hacia Bill—. Si el acusado estuvo en su puesto durante el pasado año, entonces tenía que haber estado de servicio. Y, durante ese año, durmió. Lo que significa que durmió estando de servicio. Por consiguiente, lo condeno a trabajos forzados en una prisión militar por un período de un año y un día, y ordeno que sea degradado a especialista en fusibles de séptima clase. Arránquenle los galones y llévenselo; me esperan en el campo de golf.

BOOK: Bill, héroe galáctico
5.02Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Blood of Eagles by William W. Johnstone
Taste for Trouble by Sey, Susan
The Walker in Shadows by Barbara Michaels
CFNM Revenge Tales by Gray, AJ
The First Week by Margaret Merrilees
Found by Jennifer Lauck
Strong Poison by Dorothy L. Sayers
Weakest Lynx by Fiona Quinn
Stained by Cheryl Rainfield
the Riders Of High Rock (1993) by L'amour, Louis - Hopalong 01