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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja mala nunca muere (48 page)

BOOK: Bruja mala nunca muere
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Cerré los ojos en una larga pausa y dejé la cuchara a un lado. La receta de Nick se me agrió en el estómago y tragué saliva.

—Sí, claro —dijo Nick arrugando la piel alrededor de sus expresivos ojos al cruzarse con mi mirada—. Danos media hora. —El pitido del teléfono sonó fuerte cuando colgó. Se giró hacia mí y resopló—. Tenemos un problema.

Capítulo 29

Me apoyé en un lado del taxi cuando giramos en una pronunciada curva. El dolor superó el poder de los amuletos y me aferré con una mano al bolso, viendo las estrellas. El conductor era humano y había dejado más que claro que no le gustaba conducir por los Hollows de noche. Fue mascullando sin descanso hasta cruzar el río Ohio y entró de nuevo en la zona en la que «se quedaba la gente decente». En su opinión lo único que nos salvaba era que nos había recogido en una iglesia y que nos dirigíamos a la AFI, «una institución decente y recta que defendía el lado correcto de la ley».

—Vale —dije mientras Nick me ayudaba a ponerme derecha—, entonces esa gente buena y decente de la AFI estaba hostigando a Ivy jugando a poli bueno y poli malo. Alguien la tocó y…

—Explotó —dijo Nick, terminando la frase por mí—. Necesitaron ocho agentes para reducirla. Jenks dice que tres están en el hospital en observación. Otros cuatro fueron tratados y dados de alta.

—Idiotas —murmuré—. ¿Y Jenks?

Nick extendió un brazo cuando nos detuvimos en seco ante un edificio alto de piedra y cristal.

—Lo entregarán a una persona responsable. —Su sonrisa parecía un poco nerviosa—. Y en ausencia de alguna, dijeron que tú valdrías.

—Ja, ja —reí sarcásticamente. Miré a través de la ventana sucia del taxi y leí el letrero «Agencia Federal del Inframundo», grabado en los dos pares de puertas. Nick descendió sigilosamente del taxi a la acera delante y me tendió la mano para ayudarme. Lentamente me abrí paso e intenté orientarme mientras él pagaba al taxista con el dinero que le pasé disimuladamente. La calle estaba bien iluminada bajo las farolas y había sorprendentemente poco tráfico para la hora que era. Obviamente estábamos en el centro del barrio humano de Cincinnati. Levanté la vista para ver la parte superior del imponente edificio y me sentí claramente en minoría y nerviosa.

Escudriñé las ventanas tintadas que me rodeaban buscando cualquier signo de ataque. Tax había dicho que las hadas asesinas se habían marchado justo después de la llamada de teléfono. ¿Para buscar refuerzos o para preparar una emboscada aquí? No me gustaba la idea de que me apuntasen las catapultas de las hadas mientras esperaba. Ni siquiera las hadas serían tan osadas como para atacarme dentro del edificio de la AFI, pero en la acera era un blanco fácil.

Pero por otro lado, podía ser que hubieran sido relevadas de la misión, teniendo en cuenta que la SI se dedicaba a enviar demonios ahora. Me invadió una sensación de satisfacción al pensar que el demonio había destrozado al que lo había invocado. No volverían a enviar a otro tan pronto. La magia negra siempre rebotaba contra su creador. Siempre.

—Deberías cuidar mejor de tu hermana —dijo el taxista al cobrar, y Nick y yo nos miramos inexpresivamente el uno al otro—. Pero imagino que vosotros los inframundanos no cuidáis los unos de los otros como hacemos las personas decentes. Yo machacaría a cualquiera que se atreviese a rozar a mi hermana con el dorso de la mano —añadió antes de marcharse.

Me quedé mirando sus luces traseras confusa hasta que Nick habló.

—Se piensa que alguien te ha pegado y te traigo para que pongas una denuncia.

Estaba demasiado nerviosa para reírme, aparte de que me desmayaría si lo hiciese; pero logré emitir una risita aferrándome a su brazo para no caerme. Con la frente arrugada, Nick, me abrió galantemente la puerta de cristal y la sujetó para que pasase. Un sentimiento de angustia se apoderó de mí al traspasar el umbral. Me había puesto a mí misma en la cuestionable situación de tener que confiar en un organismo humano. Era un terreno inestable. No me gustaba nada. Pero el sonido de conversaciones en voz alta y el olor a café quemado me resultaron familiares y tranquilizadores. El estilo institucional estaba patente en todas partes, desde el suelo de baldosas grises, hasta el murmullo de las conversaciones, pasando por las sillas naranjas en las que se sentaban ansiosos padres y matones impenitentes. Me sentía como si volviese a casa, y relajé la tensión de mis hombros.


Mmm
, por aquí —dijo Nick señalando el mostrador principal. Me dolía el brazo en el cabestrillo y también el hombro. O mi sudor estaba diluyendo el poder de los amuletos o los esfuerzos comenzaban a cancelarlos. Nick caminaba casi detrás de mí, lo que resultaba molesto.

La recepcionista nos miró conforme nos acercábamos con los ojos cada vez más abiertos.

—¡Oh, querida! —exclamó en voz baja—. ¿Qué te ha pasado?

—Yo, eh… —Hice un gesto de dolor al apoyar los codos en el mostrador para sujetarme. El hechizo de complexión no bastaba para ocultar mi ojo morado ni los puntos. ¿Qué se suponía que debía decirle? ¿Qué los demonios andaban sueltos por Cincinnati de nuevo? Miré hacia atrás, pero Nick no era de gran ayuda y estaba de espaldas mirando a las puertas—.
Mmm
—tartamudeé—, he venido a recoger a alguien.

Se rascó el cuello.

—¿No será al que te hizo eso?

No pude evitar sonreír ante su preocupación. Soy un imán para la compasión.

—No.

La mujer se recogió un mechón de pelo canoso tras la oreja.

—Siento tener que decirte esto, pero tienes que ir a la oficina de la calle Hillman y tendrás que esperar hasta mañana. No sueltan a nadie fuera del horario de oficina.

Suspiré. Odiaba el laberinto de la burocracia intensamente, pero había descubierto que la mejor forma de enfrentarse a él era sonreír y actuar como si fuese tonta. Así nadie se hace un lío.

—Pero si he hablado con alguien hace menos de veinte minutos —objeté—, me dijo que viniese aquí.

Su boca describió una «o» redonda al comprender la situación. Una expresión cautelosa se instaló en sus ojos.

—Ah —dijo mirándome de soslayo—, has venido a por el… —vaciló— pixie. —Se frotó una incipiente roncha en la nuca. Le habían echado polvos pixie. Nick se aclaró la garganta.

—Su nombre es Jenks —dijo con voz tensa y la cabeza gacha. Obviamente había percibido la vacilación y creyó que casi había dicho «bicho».

—Sí —dijo ella lentamente, agachándose para rascarse el tobillo—, el señor Jenks. Si no les importa sentarse allí —dijo señalando—, alguien les atenderá en cuanto el capitán Edden esté disponible.

—El capitán Edden. —Me agarré al brazo de Nick—. Gracias.

Me sentía vieja y débil al dirigirme a las monstruosidades color naranja alineadas contra las paredes del vestíbulo. El cambio en la actitud de la recepcionista no era una sorpresa. En un suspiro, yo había pasado de «pobrecita» a «ramera».

A pesar de haber vivido abiertamente junto a los humanos durante más de cuarenta años, los ánimos a veces se caldeaban. Tenían miedo y probablemente con razón. No era fácil despertarse un día y descubrir que tus vecinos eran vampiros y que tu profesora de cuarto era una auténtica bruja.

Los ojos de Nick recorrieron el vestíbulo mientras me ayudaba a sentarme. Las sillas eran tan desagradables como esperaba: duras e incómodas. Nick se sentó junto a mí en el borde de su silla con sus largas piernas dobladas por las rodillas.

—¿Cómo te encuentras? —me preguntó al oírme gruñir mientras intentaba encontrar una postura medio cómoda.

—Bien, estupendamente —dije brevemente a la vez que hacía un gesto de dolor y seguía con la mirada a dos hombres uniformados que atravesaron el vestíbulo. Uno llevaba muletas y el otro tenía un ojo morado que empezaba a hincharse y se rascaba vigorosamente los hombros.
Muchas gracias, Jenks e Ivy
. La inquietud volvió a apoderarse de mí. ¿Cómo se suponía que iba a convencer al capitán de la AFI para que me ayudase ahora?

—¿Quieres algo de comer? —preguntó Nick atrayendo de nuevo mi atención—.
Mmm
, puedo ir al otro lado de la calle a por un helado. ¿Te gusta el de vainilla y pecan?

—No —dije de forma más brusca de lo que pretendía, y le sonreí para suavizarlo—. No, gracias —intenté arreglarlo. Las preocupaciones se habían asentado en mi estómago para quedarse.

—¿Y qué tal algo de la máquina de golosinas? ¿Sal y carbohidratos? —dijo esperanzado—. La comida de los campeones.

Negué con la cabeza y dejé mi bolso entre mis pies. Intenté mantener la respiración calmada y me quedé mirando fijamente el rayado suelo. Si comía cualquier cosa probablemente vomitaría. Me había comido otro plato de los macarrones de Nick antes de que el taxi nos recogiese, pero ese no era el problema.

—¿Se va pasando el efecto de los amuletos? —intentó adivinar Nick y asentí.

Un par de gastados zapatos marrones se detuvieron en mi campo de visión. Nick se deslizó hasta el fondo de su silla y se cruzó de brazos, y yo lentamente levanté la cabeza.

Era un hombre fornido con una camisa de vestir blanca y unos pantalones chinos. Pulcro y con aire de ex marine convertido en civil. Llevaba unas gafas con marco de pasta cuyas lentes parecían demasiado pequeñas para su cara redonda. Olía a jabón y tenía el pelo muy corto y húmedo, pegado al cráneo como el de un bebé orangután. Pensé que también le había caído polvo pixie y sabía que era mejor lavarse antes de que saliesen las ronchas. Llevaba la muñeca derecha vendada y en un cabestrillo idéntico al mío. Su pelo corto era negro y tenía un pequeño bigote gris. Ojalá tuviese mucha paciencia.

—¿Señorita Morgan? —dijo y me puse derecha con un suspiro—. Soy el capitán Edden.

Genial
, pensé, tratando de ponerme de pie. Nick me ayudó. Al levantarme me di cuenta de que podía mirar al capitán Edden cara a cara, lo que lo convertía en un poco bajito para toda esta parafernalia oficial. Casi me atrevería a decir que tenía algo de sangre trol si algo así fuese biológicamente posible. Mis ojos se fijaron en el arma enfundada en su cadera y recordé con nostalgia mis esposas de la SI. Arrugó los ojos al percibir mi fuerte perfume y me tendió la mano izquierda teniendo en cuenta que ninguno de los dos podíamos usar la derecha.

Se me aceleró el pulso cuando nos dimos la mano. Fue una sensación desagradable y preferí usar mi magullado brazo derecho a hacerlo de nuevo.

—Buenas noches, capitán —dije intentando ocultar mi nerviosismo—. Este es Nick Sparagmos. Me está ayudando a mantenerme en pie hoy.

Edden inclinó la cabeza en dirección a Nick y luego vaciló.

—¿Señor Sparagmos? ¿No nos conocemos de antes?

—No, creo que no.

La respuesta de Nick fue un pelín demasiado rápida y observé su postura cuidadosamente despreocupada. Nick había estado aquí antes y no creo que fuese para recoger sus entradas para la cena de caridad anual de la AFI.

—¿Seguro? —insistió el hombre pasándose la mano rápidamente sobre su erizado pelo.

—Sí.

El hombre mayor lo miró fijamente.

—Sí —dijo de pronto—, debo de estar pensando en otra persona.

La postura de Nick se relajó casi imperceptiblemente, despertando aun más mi interés.

Los ojos del capitán Edden pasaron a mi cuello y me pregunté si debí haberme tapado los puntos con una bufanda o algo así.

—¿Si no le importa acompañarme? —dijo el fornido hombre—. Me gustaría hablar con usted antes de poner al pixie bajo su custodia.

Nick se puso tenso.

—Se llama Jenks —masculló en un tono apenas audible por encima del ruido del vestíbulo.

—Sí, el señor Jenks —dijo Edden haciendo una pausa después—. ¿Le importaría acompañarme a mi despacho?

—¿Y qué pasa con Ivy? —pregunté reticente a abandonar un espacio público. El pulso se me aceleraba simplemente por el esfuerzo de mantenerme de pie. Si tenía que moverme rápido me desmayaría.

—La señorita Tamwood permanecerá donde está. Mañana por la mañana será entregada a la SI para presentar cargos.

La rabia superó mi cautela.

—Saben de sobra que no se debe tocar a una vampiresa enfadada —dije y Nick me apretó más fuerte en el brazo y no pude hacer nada para por soltarme.

Un inicio de sonrisa sobrevoló el rostro de Edden.

—Aun así, lo cierto es que atacó al personal de la AFI —dijo—. Tengo las manos atadas en cuanto a Tamwood. No estamos equipados para tratar con inframundanos —titubeó—. ¿Me acompaña a mi despacho? Allí podemos discutir sus opciones.

Mi preocupación aumentó. A Denon le encantaría tener a Ivy encarcelada y sin escapatoria. Nick me dio mi bolso y asentí. Esto no pintaba bien. Casi parecía que Edden hubiese espoleado a Ivy hasta que ella perdió los estribos para hacerme venir aquí con el rabo entre las piernas. Pero lo seguí hasta un despacho con las paredes de cristal que hacía esquina junto al vestíbulo. Al principio me pareció un poco apartado, pero con las persianas abiertas podía controlarlo todo. Ahora estaban cerradas para que el despacho no pareciese aun más una pecera. Dejó la puerta abierta y el ruido del vestíbulo se filtraba por ella.

—Siéntense —dijo señalando dos sillas tapizadas en verde frente a su mesa. Agradecida, me senté. La tapicería plana era ligeramente más cómoda que las sillas de plástico de la entrada. Mientras Nick se sentaba rígidamente, recorrí con la mirada el despacho de Edden, observando los trofeos de bolos cubiertos por el polvo y las pilas de carpetas. Los archivadores ocupaban una de las paredes y sobre ellos había álbumes de fotos que llegaban casi al techo. Tras la mesa colgaba un reloj que sonaba alto. Había una foto de Edden y mi antiguo jefe, Denon, estrechándose la mano frente al ayuntamiento. Edden parecía bajito y corriente junto a la elegancia vampírica de Denon. Ambos sonreían.

Volví a prestar atención a Edden. Estaba encorvado en su silla, obviamente esperando a que yo terminase mi evaluación de su despacho. Si se hubiese molestado en preguntar le hubiera dicho que era un descuidado. Pero este despacho tenía cierto abarrotamiento eficaz que decía que aquí se trabajaba en serio. Era tan distinto del estéril despacho de Denon, lleno de artilugios, como lo era mi antigua mesa de trabajo de un cementerio. Me gustaba. Si tenía que confiar en alguien, prefería que fuese en alguien tan desorganizado como yo.

Edden se irguió en su silla.

—Debo admitir que mi conversación con Tamwood fue intrigante, señorita Morgan —dijo—. Como antiguo miembro de la SI supongo que sabe qué significaría para la imagen de la AFI detener a Trent Kalamack por algo, y mucho más tratándose de la fabricación y distribución de bioproductos ilegales.

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