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Authors: Blue Jeans

Tags: #Relato, Romántico

Cállame con un beso (58 page)

BOOK: Cállame con un beso
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La italiana suelta entonces una carcajada. Luca la observa muy serio. Nerviosa, ahora mismo, lo que se dice nerviosa, no parece. Esa es la reacción que había imaginado si llegara a confesarle sus sentimientos. Un ataque de risa.

—No. No me gustas. Nada de nada —le aclara cuando recobra la compostura—. Nunca podría salir con un tipo como tú que solo piensa en fastidiar.

—No me conoces.

—Te conozco bien.

—En absoluto. Si me conocieras bien…

Está a punto de sincerarse. Pero se retiene a tiempo. Aquella chica no está interesada en él. Lo odia. Y no le faltan razones para ello.

—Si te conociera bien, ¿qué?

—Nada.

—Termina la frase, no me gusta quedarme a medias.

—Ya te he dicho que nada.

—Y yo te repito que no me gusta que me dejen a medias. Si te conociera bien, ¿qué?

Ella gana. No quiere que se enfade más por una tontería así.

—Si me conocieras bien, sabrías que hay cosas que no son como tú crees.

—¿Cómo qué?

—Como que no estoy enamorado de Paula.

Una nueva mirada a sus ojos, que lo contemplan entre la curiosidad y la desconfianza. No se cree nada de lo que dice. ¿Cómo puede convencerla de que esta vez va en serio?

—¿No?

—No.

—Mentira —indica con una sonrisa irónica—. Eso es una gran mentira.

—A mí esa chica no me ha gustado nunca. Es cierto que en esta semana las cosas que pensaba sobre ella han cambiado. Pero solo eso.

Valentina comienza a dudar. Parece sincero. O quizá solo sea un truco. Desde hace tiempo piensa que ese chico está enamorado de su amiga. Y no solo lo cree ella. También su tío, Robert Hanson, está de acuerdo. Por eso le encargó la misión de vigilarlos de cerca durante esa semana. Sería el enlace entre ambos. Debía convencer a su compañera de habitación de los sentimientos del joven y, al mismo tiempo, asegurarse de que este cambiaría su actitud por amor. Y todo indicaba que lo había logrado y que habían acertado de pleno. Los dos estaban convencidos de que Paula y Luca terminarían juntos tarde o temprano, después de que, además, la española rompiera con su novio.

—¿Y por eso la has seguido, la has buscado por Londres, no dejas de mirarla cuando está cerca, sales con ella por ahí a solas…?

—Todo tiene una explicación.

—La única explicación que existe es que la quieres.

—Vuelves a equivocarte.

—¿Ah, sí? Demuéstramelo.

Luca escucha el desafío de Valentina y lo ve claro. Es el momento adecuado para hacerlo. Se lanza sobre ella, sujetándole la cabeza con los guantes de plástico con los que está fregando y le da un beso en la boca. El desconcierto de la italiana es mayúsculo. No cierra ni los ojos. Rápidamente se aparta de él y observa al chico asombrada.

—¿No querías que te lo demostrara?

—¡Eres un capullo!

—No hay quien se aclare contigo,
italianini.

—¡Que tengo un nombre!

—¡Perdona, Valentina Bruscolotti!

—¡No te perdono!

La chica busca a su alrededor. Coge una servilleta y se limpia la boca.

—¿Tan mal lo he hecho? —pregunta Luca decepcionado por su reacción.

—No sabes ni besar. Me has mordido el labio.

—¿Acaso tú lo haces mejor?

No lo ha dicho para provocarla ni porque quiera un beso de vuelta. Simplemente es la contestación a su menosprecio. Sin embargo, Valentina no se lo toma así. Lanza la servilleta contra la encimera y se echa encima del joven, que, atónito, recibe su boca. Ahora sí que la italiana cierra los ojos y se deja llevar unos segundos más. Si no fuera porque sabe que lo odia, diría que hay pasión, deseo. Incluso un poquito de amor. Sin embargo, cuando Luca está más entregado a sus labios, la chica se aparta.

—Bueno, ¿qué? No me digas que este no ha sido el mejor beso que te han dado en tu vida.

Al chico le cuesta recuperar el aliento y el sentido. No sabe si ha sido el mejor, pero sí el que más quería. Nunca había disfrutado tanto con un beso como con aquel. Esto no puede detenerse ahí. Necesita más. Necesita volverla a besar.

—Creo que no lo coloco dentro de los cinco primeros.

—¡Mentiroso! ¡Solo lo dices porque te mueres de ganas de otro!

—Puede ser. Pero he sido sincero. Estará entre el noveno y décimo puesto.

—Capullo…

Y alzándose sobre sus zapatos, poniéndose una vez más de puntillas, rodea su cuello con los brazos y lo besa. Transcurre más de un minuto y continúan enlazados, sin intención de parar. Cada segundo que pasa aumenta un grado la temperatura de la cocina de la residencia. Luca no sabe si aquello es una demostración de orgullo, una testarudez de Valentina o simplemente un beso de verdad.

Los pasos de Margaret acercándose hacia ellos son lo único que les frena e impide continuar. La mujer les pide que se den prisa y de nuevo sale de allí.

Los chicos se miran. Y, por primera vez, la italiana le sonríe amable. Se quita los guantes y le susurra algo al oído.

—¿De verdad quieres? —pregunta el joven, muy sorprendido.

—Sí.

—Vamos a mi habitación.

Luca también se quita los guantes y juntos abandonan la cocina. Suben a toda prisa la escalera hasta que llegan a la segunda planta donde está el cuarto del chico. Al contrario que ella, él no lo comparte. Vive en una individual. Nervioso, busca la llave dentro de su pantalón. La italiana le sopla traviesa en el cuello, mientras intenta abrir la puerta. Entran y cierran. Rápidamente, Valentina cae en la cama. Y el chico sobre ella. Besos y más besos. Y algo más. Mucho más.

—¡No me digas que lo hicisteis! —grita Paula, que ya no tiene hambre.

—Sí.

Los ojos de su amiga se iluminan. Reflejan algo que nunca había visto en ella: vergüenza y timidez.

—¿Y qué tal?

—Uff.

—¿Uff?

—Uff.

A la sonrisa satisfecha de una se une la carcajada divertida de la otra.

—Así que yo le gustaba a Luca Valor, ¿eh? —comenta la española muy risueña.

—¡Me equivoqué! ¡Vale! ¡Me equivoqué!

—¡Si hasta me has estado espiando por orden del señor Hanson!

—Lo siento. No era espiarte, era saber cómo os iba para mantenerle informado. Ese hombre se preocupa mucho por su sobrino.

—Y pensar que discutimos porque no te quería decir nada… ¡Ya te vale!

—No, no. Yo solo sabía que Luca es sobrino del director. Del resto de cosas no estaba enterada —señala muy seria—. Pero… no he terminado todavía con la historia.

—¿Hay más?

Valentina asiente con la cabeza y sonríe.

—Cuando… terminamos, nos quedamos tumbados en su cama, abrazados y preguntándonos qué pasaría a partir de ahora. Y, de repente…, sonó la puerta de la habitación.

—¿Qué dices? ¿Y abrió?

—Al principio no quería. Pero insistieron tanto… Me pidió que me escondiera en el cuarto de baño. Cogí mi ropa y le hice caso.

—¿Y quién era?

—Su padre.

—¡Ah! ¡El señor Valor! Lo conocí antes.

—Pues yo también le he conocido.

—¿Cómo? ¿Os pilló?

La italiana se pone colorada antes de continuar hablando. Se tapa la cara con las manos y le cuenta a su amiga lo que sucedió.

—Sí. Nos pilló. Encontró mi sujetador encima de la cama y ya… Luca se dio por vencido y no siguió ocultándome. Salí del baño y estuve hablando un poco con Philipp, al que, aunque estuvo muy amable, no se le quitó ni un segundo de la cara esa expresión de sorpresa cuando te encuentras algo totalmente inesperado.

—¡Menuda película!

—Si fuera una película…, diría que es muy mala, por lo irreal que parece todo.

Paula sonríe y abraza a su amiga. No está segura de lo que siente, pero tal y como ha narrado lo que ha pasado con Luca, le da la sensación de que no le odiaba tanto como creía y hacía creer.

Capítulo 88

A la mañana siguiente, muy temprano, en un lugar a las afueras de la ciudad

Entregan su DNI. La chica que les atiende detrás del mostrador los mira de reojo. Nunca había visto a dos chicos tan guapos juntos. Cada uno tiene su punto, pero ambos están buenísimos. Son modelos. O gays. O las dos cosas. Seguro. Sonríe como una tonta cuando les entrega la tarjeta de embarque y les devuelve los carnés. Los jóvenes se despiden de ella y se dirigen hacia la puerta que les indica, donde dentro de unos minutos deberán tomar su avión.

Ángel y Álex caminan por el aeropuerto ante las miradas curiosas de varias mujeres de más o menos edad que no se pierden detalle. No llevan maletas para viajar a Londres. El periodista solo ha cogido de casa su portátil y el escritor, una mochila en la que guarda el ordenador, el móvil y el resto de pequeñas cosas que podrían hacerle falta en Inglaterra. Al final, también metió una muda de ropa interior y otra de calcetines.

Pasan por el control de seguridad, donde tienen que quitarse los zapatos, y buscan una cafetería en la que desayunar antes de subir al avión. Ambos piden un café y un cruasán. Se sientan y miran una televisión que está colocada en alto. Lo que tienen puesto en el plasma es el Canal 24 horas de noticias.

—¿Estás nervioso? —pregunta Ángel mientras moja uno de los extremos de su bollo en la taza.

—Bastante.

—Es lógico.

—No estoy seguro de que esto sea una buena idea.

Durante toda la noche lo ha estado pensando. Incluso tuvo la tentación de llamar a su amigo y decirle que se echaba atrás.

—Estás luchando por ella. Por vosotros. Es la mejor decisión que podías tomar.

—Estás muy convencido, y eso que a ti te fue fatal cuando hiciste lo que yo estoy haciendo ahora.

—Ya te lo dije ayer: no me arrepiento de lo que hice, tal vez metí la pata en algunas otras cosas. Pero viajar a París para tratar de solucionar nuestro problema fue lo correcto. No salió bien, mala suerte.

Y menos mal que no funcionó. Si no, Ángel podría ser hoy en día la pareja de Paula y él nunca hubiera compartido el mejor año de su vida con la persona a la que más ha querido. Y quiere.

—Veremos qué pasa…

—¡Anímate, hombre!

—Si estoy animado, de verdad que sí… Pero tengo una cosa por dentro… Es difícil no darle vueltas al mismo tema una y otra vez.

Sorbe un poco de café y muerde su cruasán. Se queda mirando la tele pensativo. ¿Y si ella no quisiera volver con él? Si está haciendo todo este esfuerzo es porque cree que tiene alguna posibilidad de que todo se arregle. Aunque, en el fondo, el problema seguirá persistiendo. Después de Navidades, Paula regresará a Londres y permanecerá allí otros seis meses. Sufrirá, lo pasará mal. ¿Y volverán a la misma situación?

—Te entiendo. Sé por lo que estás pasando —indica Ángel—. Pero tienes que tener fe en ti mismo.

—Y en ella, ¿no?

—Claro. Y en ella. Si os queréis…, todo irá bien.

El escritor resopla y vuelve a beber de su taza mientras el periodista lo observa y recuerda aquellos momentos, hace más de un año y medio, en el aeropuerto, antes de partir. Él no sabía lo que iba a decirle a Paula. No tenía ningún plan concreto en la cabeza. Simplemente se iba a dejar llevar y a mostrarle sus sentimientos tal como eran. Le iba a decir que la quería. ¡Qué menos que eso! Y así lo hizo. El verdadero problema fue que aquella chica ya no estaba enamorada de él. Ahora cree que las cosas son diferentes. Ella quiere a Álex de verdad y por eso debe pelear para que sepa que no se rinde. Que la distancia no podrá con los dos. En parte, que él esté allí, acompañando a su amigo, es muy simbólico. Una graciosa paradoja del destino. Y se alegrará mucho si este logra convencerla de que su historia siga adelante.

—Y Sandra, ¿qué piensa de esto?

—Ella está muy preocupada ahora por el tema del embarazo. No hemos hablado mucho de esto. Lo que le fastidiaba era que viniera contigo y la dejara sola. Pero eso ya está arreglado. Solo quiere que Paula y tú seáis felices de la manera que mejor os convenga a cada uno.

—Es que, lo de que tengáis un hijo…, ¿no te parece increíble?

—Mucho más que eso.

—¿Estáis preparados?

—Tenemos que estarlo, Álex. Ya no somos críos. Y no te voy a decir que no tengo pánico. Estoy muerto de miedo. Pero es tanta la alegría que nos ha dado a los dos…

—Lo imagino.

Lo que no se imagina es a él siendo padre todavía y teniendo un hijo con Paula. ¡Ella solo tiene dieciocho años! Aunque nada de eso cuenta ahora mismo, ya que ni siquiera están juntos.

—Además, Sandra tiene la esperanza de que esto sirva para hacer las paces con su padre.

—¿Siguen sin hablarse?

—Sí. Desde que nos fuimos del periódico no ha vuelto a dirigirle la palabra. Él metió la pata y no quiso admitirlo. Pero ella lo echa mucho de menos, aunque no quiere tocar el tema demasiado.

—Son cosas que pasan en las familias.

Que se lo digan a él. Hace mucho que no tiene noticias de Irene y de su madrastra. Aunque, al contrario de lo que le ocurre a la novia de Ángel, Álex no las extraña para nada.

Los dos chicos se quedan en silencio. Terminan sus cafés y miran la televisión. Una periodista morena con muchas pecas en la cara está narrando un suceso:

«… fue la pasada noche cuando los dos vehículos colisionaron en esta carretera por circunstancias todavía desconocidas. Hay un fallecido y cinco heridos, dos de ellos graves. La policía continúa investigando el accidente…».

—Seguro que ha sido por algún tipo de apuesta. Hay mucho loco suelto —indica Ángel levantándose de la silla—. ¿Vamos?

—Sí, vamos.

Álex también se pone de pie y se cuelga la mochila en un hombro.

Caminan por uno de los enormes pasillos de la terminal. Su puerta de embarque está cerca, prácticamente al lado de donde han desayunado.

—Mientras tú estás con Paula, yo me daré una vuelta por Londres y le compraré algo a Sandra para que vea que he pensado en ella.

—Puedes ir al mercado de Picadilly.

—Quizá.

—Pero no le compres el típico Big Ben o una cabina roja…, eso está muy visto.

—Tranquilo —dice con una sonrisa—. Tenía pensado en algo para el bebé.

—¿Ya sabéis cómo le pondréis de nombre?

—No. Hay discusiones sobre eso. A ella le gusta
Lucía
si es niña y
Héctor
si es niño. Y a mí,
Martina
y
Samuel
.

—Sandra tiene mejor gusto que tú.

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