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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Casa capitular Dune (45 page)

BOOK: Casa capitular Dune
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—Dos palabras más. —Y tuvo que cubrirse la boca con una mano para impedir otro estallido.

—¿Qué?

Su voz era la cosa más divertida que ella hubiera oído nunca. Tendió una mano hacia él y agitó la cabeza.

—Ohhh… ohhh…

—Murbella, ¿qué te ocurre?

Ella solamente pudo seguir agitando la cabeza.

Él intentó una sonrisa tentativa. La acarició, y ella se reclinó contra él.

—¡No! —cuando la mano derecha del hombre empezó a explorar su cuerpo—. Sólo quiero estar cerca.

—Mira la hora que es. —Alzó su barbilla hacia la proyección del techo—. Casi las tres.

—Era tan curioso, Duncan.

—¿Y si me lo cuentas?

—Cuando recupere el aliento.

El la depositó sobre su almohada.

—Somos como un maldito matrimonio viejo. Historias curiosas en medio de la noche.

—No, querido, somos diferentes.

—Una cuestión de grado, nada más.

—De calidad —insistió ella.

—¿Qué era eso tan curioso?

Ella le contó su pesadilla y la influencia de Bellonda.

—Zensunni. Una técnica muy antigua. Las Hermanas la utilizan para librarte de las conexiones de un trauma. Palabras que desencadenan respuestas inconscientes.

El miedo volvió.

—Murbella, ¿por qué estás temblando?

—Las maestras de las Honoradas Matres nos advertían de que podían ocurrir cosas terribles si caíamos en manos Zensunni.

—¡Tonterías! Yo pasé por lo mismo como Mentat.

Sus palabras conjuraron otro fragmento de sueño. Una bestia con dos cabezas. Ambas bocas abiertas. Palabras en ellas. En la de la izquierda, «Una palabra», y en la de la derecha, «conduce a otra.»

La hilaridad desplazó al miedo. Recedió sin una risa.

—¡Duncan!

—Hummmmmm. —Un distanciamiento Mentat en el sonido.

—Bell dijo que la Bene Gesserit utiliza las palabras como armas… la Voz. «Instrumentos de control», las llamó.

—Una lección que tienes que aprender casi por instinto. Ellas nunca confiarán en ti para el adiestramiento profundo hasta que aprendas esto.

Y tampoco confiarán en ti luego.

Ella se apartó de él y contempló el com-ojo que brillaba en el techo junto a la proyección de la hora.

Sigo estando a prueba.

Era consciente de que sus maestras discutían privadamente acerca de ella. Las conversaciones cesaban cuando ella se acercaba. Se la quedaban mirando de aquella manera tan especial suya, como si ella fuera un espécimen interesante.

La voz de Bellonda resonaba en su mente.

Los zarcillos de la pesadilla. Era medía mañana, y el sudor de sus ejercicios llenaba su nariz con su penetrante olor. Como alumna sometida a prueba, a los correspondientes tres pasos de la Reverenda Madre. La voz de Bell:

—Nunca seas una experta. Eso te ata demasiado corto.

Todo esto porque le pregunté si no había palabras para guiar a la Bene Gesserit.

—Duncan, ¿por qué mezclan el adiestramiento mental con el físico?

—Cuerpo y mente se refuerzan el uno al otro. —Soñoliento.
¡Maldito sea! Se está volviendo a dormir.

La voz de Bell:

—No existe el «nosotras no razonamos nuestros porqués» en la Bene Gesserit. Razonamiento… un tema extremadamente delicado. Parecido a racionalización. Sepáralos cuidadosamente los dos. No pienses que puedes ocultarte cosas a ti misma.

O a las Reverendas Madres.

Murbella sabía que podía ocultar muy poco de sus maestras o de los com-ojos. Durante sus primeros años de cautividad, había practicado engaños y tomado secretas precauciones. Pero un día se había dado cuenta de que las propias precauciones traicionaban lo que pretendía ocultar. Había sabido entonces que cualquier concesión que hiciera para conseguir las habilidades de las Bene Gesserit era posible que nunca fuera suficiente. Eso le hizo desear aún más aquellos talentos.

Sacudió a Duncan por el hombro.

—Si las palabras son malditamente tan poco importantes, ¿por qué hablan tanto acerca de disciplina?

Esquemas —murmuró él—. Una palabra sucia.

—¿Qué? —Lo agitó más bruscamente.

El se volvió de espaldas sobre la cama, agitando silenciosamente los labios. Luego:

—Disciplina igual a esquemas igual a camino equivocado. Dicen que todos nosotros somos creadores naturales de esquemas… creo que eso significa «orden» para ellas.

—¿Por qué es eso tan malo?

—Les proporciona a otros el asidero para destruirnos o atraparnos… en cosas que nosotros no vamos a cambiar.

—Estás equivocado en lo de la mente y el cuerpo.

—¿Hummm?

—Hay presiones uniendo una y otro.

—¿No es eso lo que he dicho? ¡Hey! ¿Vamos a hablar o a dormir o qué?

—No más «o qué». No esta noche.

Un profundo suspiro alzó el pecho del hombre.

—No han hecho esto para mejorar mi salud —dijo ella.

—Nadie ha dicho que lo hicieran.

—Eso viene después, tras la Agonía. —Murbella sabía que él odiaba que le recordaran aquella mortífera prueba, pero no había forma de evitarlo. La perspectiva llenó su mente.

—¡Está bien! —El se sentó en la cama, puñeó la almohada hasta darle la forma que quería, y se reclinó en ella para estudiar a la mujer—. ¿Qué es lo que pasa?

—¡Son tan malditamente listas con sus palabras-arma! Ella te trajo a Teg y te dijo que eras enteramente responsable de él.

—¿No lo crees?

—El piensa en ti como en su padre.

—No exactamente.

—No, pero… ¿pensaste tú lo mismo acerca del Bashar?

—¿Cuando él restauró mis memorias? Sí.

—Sois un par de huérfanos intelectuales, siempre buscando unos padres que no están aquí. El no tiene ni la más remota idea del daño que vas a hacerle.

—Eso tiende a escindir la familia.

—Así que odias al Bashar que hay en él y te alegras de hacerle daño.

—Yo no he dicho eso.

—¿Por qué es tan importante?

—¿El Bashar? Es un genio militar. Siempre haciendo lo inesperado. Confunde a sus enemigos apareciendo donde jamás esperan que esté.

—¿Acaso esto no puede hacerlo cualquiera?

—No de la forma en que lo hace él. Inventa tácticas y estrategias. ¡Simplemente así! —hizo chasquear sus dedos.

—Más violencia. Como las Honoradas Matres.

—No siempre. El Bashar consiguió una reputación venciendo sin luchar.

—He visto las historias.

—No las creas.

—Pero tú acabas de decir…

—Las historias se centran en las confrontaciones. Hay alguna verdad en ellas, pero ocultan cosas más persistentes que siguen adelante pese a todas las revueltas.

—¿Cosas más persistentes?

—¿Qué dice la historia de la mujer en los arrozales tirando de su carabao y su arado mientras su esposo está ahí afuera en algún lugar, probablemente reclutado contra su voluntad, llevando un arma?

—¿Por qué es eso más persistente y más importante que…?

—Sus hijos en casa necesitan comida. Su hombre está fuera arrastrado por esa perenne locura. Alguien tiene que arar. Esa es la auténtica imagen de la persistencia humana.

—Suenas tan amargo… Encuentro todo esto extraño.

—¿Teniendo en cuenta mi
historia
militar?

—Bueno, sí, el énfasis de la Bene Gesserit en… en su Bashar y en sus tropas de élite, y…

—¿Piensas que ellas son simplemente gente orgullosa de sí misma lanzada a una orgullosa violencia? ¿Que simplemente pasarán por encima de la mujer con su arado?

—¿Por qué no?

—Porque hay muy poco que escape de ellas. Las violentas pasan
por encima
de la mujer con el arado y ni siquiera ven que han tocado una realidad básica. Una Bene Gesserit nunca pasaría por alto una cosa así.

—De nuevo: ¿por qué no?

—Los orgullosos poseen una visión limitada debido a que cabalgan sobre una realidad muerta. La mujer y el arado son una realidad viva. Sin una realidad viva no existe humanidad. Mi Tirano vio esto. Las Hermanas lo bendijeron por ello mientras lo maldecían.

—De modo que tú eres un participante voluntario en su sueño.

—Sospecho que lo soy. —Sonó sorprendido.

—¿Y estás siendo completamente honesto con Teg?

—Él pregunta, yo le proporciono respuestas sinceras. No creo en convertir la violencia en curiosidad.

—¿Y tienes responsabilidad absoluta sobre él?

—Eso no es exactamente lo que ella dijo.

—Ahhh, amor mío. No es
exactamente
lo que ella dijo.

Llamas a Bell hipócrita, y no incluyes a Odrade. Duncan, si tan sólo supieras…

—¡Puesto que estamos ignorando los com-ojos, escúpelo!

—Mentiras, engaños, perversidades…

—¡Hey! ¿La Bene Gesserit?

—Tienen esa vieja excusa venerable: La Hermana A lo hace, así que si yo lo hago también no es tan malo. Dos crímenes se cancelan el uno al otro.

—¿Qué crímenes?

Ella dudó.
¿Debo decírselo? No. Pero él espera alguna respuesta.

—¡Bell se siente encantada de que los papeles hayan sido invertidos entre tú y Teg! Está anticipando ese dolor.

—Quizá debamos decepcionarla. —Supo que había sido un error decir aquello tan pronto como lo hubo pronunciado.
Demasiado pronto.

—¡Justicia poética! —Murbella se sentía encantada.

¡Desvíalas!

—No están interesadas en la justicia. En la imparcialidad, sí. Tienen su homilía: «Aquellos contra quienes es pasado juicio deben aceptar su imparcialidad.»

—Así que te condicionan a aceptar su juicio.

—Hay pretextos en cualquier sistema.

—¿Sabes, querido? Las acólitas aprenden cosas.

—Por eso precisamente son acólitas.

—Quiero decir que hablamos entre nosotras.

—¿Nosotras? ¿Tú eres una acólita? ¡Tú eres una prosélita!

—Sea lo que sea, he oído historias. Puede que tu Teg no sea lo que parece.

—Habladurías de acólitas.

—Hay historias acerca de Gammu, Duncan.

La miró.
¿Gammu?
Nunca podía pensar en aquel planeta con otro nombre distinto al original: Giedi Prime. El infierno Harkonnen.

Murbella tomó su silencio como una invitación a proseguir.

—Dicen que Teg se movía más rápido de lo que el ojo podía ver, que…

Probablemente él mismo inició esas historias. Algunas Hermanas no las descartan. Están tomándoselo con calma. Quieren ser precavidas.

—¿No has aprendido nada acerca de Teg de tus preciosas
historias
? Sería típico de él iniciar tales rumores. Hace a la gente cautelosa.

—Pero recuerda que yo estaba en Gammu entonces. Las Honoradas Matres estaban muy trastornadas. Furiosas. Algo iba mal.

—Por supuesto. Teg hizo lo inesperado. Las sorprendió. Robó una de sus no-naves. —Palmeó la pared a su lado—. Esta.

—La Hermandad tiene también sus terrenos prohibidos, Duncan. Siempre me están diciendo que aguarde a la Agonía. ¡Todo resultará claro entonces! ¡Malditas sean!

—Suena como si te estuvieran preparando para las enseñanzas de la Missionaria. Religiones preparadas para finalidades específicas y para poblaciones selectas.

—¿No ves nada malo en ello?

—Moralidad. No discuto eso con una Reverenda Madre.

—¿Por qué no?

—Las religiones zozobran tras chocar con esa roca. La BG no.

Duncan, ¡si tan sólo conocieras su moralidad!

—Les irrita que sepas tanto acerca de ellas.

—Bell deseaba matarme simplemente por eso.

—¿No crees que Odrade es igual de mala para ti?

—¡Qué pregunta! —
¿Odrade? Una terrible mujer si te extiendes en sus habilidades. Atreides, total y absolutamente. He conocido a Atreides y Atreides. Esta es primero Bene Gesserit. Teg es el Atreides ideal.

—Odrade me dijo que confía en tu lealtad para con los Atreides.

—Soy leal al honor de los Atreides, Murbella. —
Y tomo mis propias decisiones morales… acerca de la Hermandad, acerca de este niño que han depositado a mi cuidado, acerca de Sheeana y… y acerca de mi amada.

Murbella se le acercó, su pecho rozó el brazo el hombre, y susurró en su oído:

—¡A veces mataría a todas las que encontrara a mi alcance!

¿Acaso cree que no pueden oírla? Se sentó erguido en la cama, atrayéndola en su movimiento.

—¿Qué se supone que debes hacer?

—Ella quiere que me trabaje a Scytale.

Que me trabaje.
Un eufemismo de Honorada Matre.
Bueno, ¿por qué no? Ella «se había trabajado» a montones de hombres antes de que entrara en colisión conmigo.
Pero tuvo una antigua reacción de esposo. No sólo eso… ¿Scytale? ¿Un maldito tleilaxu?

—¿La Madre Superiora? —Tenía que estar seguro.

—Ella, la única. —Casi alegre ahora que se había quitado aquel peso de encima.

—¿Cuál fue tu reacción?

—Ella dice que fue idea tuya.

—¿Mía…? ¡En absoluto! Yo sugerí que podíamos intentar extraer de él información, pero…

—Ella dice que es algo habitual para la Bene Gesserit, del mismo modo que lo es para las Honoradas Matres. Procrear con éste. Seducir a aquél. Todo en un solo día de trabajo.

—He preguntado por tu reacción.

—Revulsión.

—¿Por qué? —
Conociendo tus antecedentes…

—Es a ti a quien quiero, Duncan, y… y mi cuerpo es… es para proporcionarte placer… solamente a ti…

—Somos un viejo matrimonio, y las brujas están intentando separarnos.

Sus palabras prendieron en él una clara visión de Dama Jessica, amante de su hacía mucho tiempo muerto Duque y madre de Muad’Dib.
Yo la amaba. Ella no me amaba a mí, pero…
La expresión que veía ahora en los ojos de Murbella era la misma que había visto en los ojos de Jessica cuando miraba al Duque: un amor ciego e inmutable. Lo que más temía la Bene Gesserit. Jessica había sido más suave que Murbella. Dura en su interior, sin embargo. Y Odrade… Odrade era dura toda ella, de la cabeza a los pies. Puro plastiacero.

¿«Trabajarse» a Scytale?

¿Podía ser maliciosa Odrade? Tan sólo si le proporcionaba algún servicio a aquel núcleo de plastiacero. Eso era muy propio de la Bene Gesserit. Aplastaría cualquier cosa que no sirviera a las necesidades de su Hermandad.

¿Y las veces que había sospechado que compartía emociones humanas? La forma en que habló del Bashar cuando supieron que el viejo había muerto en Dune.

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