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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Cetaganda (30 page)

BOOK: Cetaganda
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Rian miró hacia arriba un segundo y contestó:

—Colecciones de materiales genómicos humanos de varias satrapías, pedidas por la Señora antes de morir, y que nosotras archivaremos en los bancos experimentales del Criadero Estrella.

—Está bien para este lado de la conexión —aceptó la haut Pel—. ¿Y para el otro?

—Los gobernadores recibirán la noticia de que hemos descubierto un grave error en la copia, un error que debe corregirse. Sin la corrección, el genoma no sirve.

—Muy bien.

La reunión había terminado. Las mujeres activaron las sillas-flotantes, aunque no conectaron las burbujas, y se fueron en grupos de dos o tres, rodeadas por un murmullo de discusión.

Rian y la haut Pel esperaron hasta que la habitación quedó vacía y Miles no tuvo más remedio que esperar con ellas.

—¿Todavía desea que trate de recuperar la Llave, milady? —preguntó Miles a Rian—. Barrayar seguirá siendo vulnerable hasta que atrapemos al gobernador sátrapa con pruebas sólidas de traición, datos que él no sea capaz de tergiversar. Y lo que menos me gusta de este asunto es la evidente relación que tiene ese caballero con su seguridad interna, señora.

—No sé —suspiró Rian—. Necesitamos por lo menos un día para organizar la devolución de los bancos de genes. Voy a… voy a mandar a alguien a buscarlo, como esta noche.

—Pero entonces, sólo nos quedarán dos días. No es mucho margen. Me gustaría que actuáramos cuanto antes.

—No es posible. —Ella se tocó el cabello, un gesto nervioso a pesar de la gracia de sus movimientos.

Miles la miraba y buscaba en su corazón. El impacto de la primera locura de amor se estaba desvaneciendo en esa inundación de reacciones y sensaciones. Lentamente, se convertía en… ¿en qué? Si ella hubiera saciado la primera sed de Miles con la más mínima gota de afecto, lo habría tenido a sus pies, en cuerpo y alma.

En cierto modo, Miles se alegraba de que ella no estuviera fingiendo, a pesar de la depresión que le causaba que lo tratara como a Ba Lura, es decir como a un ser cuya lealtad y obediencia se dan por sentadas. Tal vez el disfraz que él había propuesto —de ba— era una sugerencia del inconsciente y las razones para la propuesta no eran sólo prácticas. ¿Acaso su cerebro estaba tratando de decirle algo?

—La haut Pel lo llevará de nuevo a su punto de origen —dijo Rian.

Él se inclinó.

—Según mi experiencia, milady, no se puede volver al punto de origen, a pesar de lo mucho que lo intentemos.

Ella le devolvió sólo una mirada extrañada y él se alejó hacia la silla-flotante de la haut Pel.

Pel lo llevó por el Jardín Celestial hacia la salida. Miles se preguntó si ella estaba tan incómoda como él con la proximidad física.

Intentó algún tipo de conversación intrascendente.

—¿Las hautladies crearon toda la vida vegetal y animal de aquí? ¿Son competiciones, como la feria de bioestética? Me impresionaron particularmente las ranas cantarinas, ¿sabe?

—Ah, no —dijo la haut Pel—. Las formas de vida inferiores son asunto de los ghem. La mayor distinción que pueden recibir es que su arte se incorpore al jardín del imperio. Los haut sólo trabajan sobre material humano.

Él no recordaba ningún monstruo.

—¿Dónde?

—Lo que hacemos es aplicar nuevas ideas en seres ba. Eso impide que se liberen materiales genéticos a través de canales sexuales por accidente.

—Ah…

—Nuestra mayor recompensa es desarrollar un complejo genético que luego se incorpore al genoma haut.

Era como una regla moral invertida: nunca te hagas a ti mismo lo que no has probado en otros.

Miles sonrió, nervioso, y no siguió preguntando. Un auto de superficie y su ba esperaba a la burbuja de Pel ante la entrada del Jardín Celestial. Volvían a casa de lady d'Har por rutas más normales.

Pel lo dejó salir de la burbuja en un rincón escondido del jardín, a resguardo de miradas indiscretas, y se alejó lentamente. Él se la imaginó informando a Rian: Sí, milady, solté al barrayarés en la selva, como usted lo ordenó. Espero que encuentre comida y una compañera…

Se sentó en un banco que daba hacia el Jardín Celestial y meditó sobre la vista hasta que lo descubrieron Iván y el embajador Vorob'yev.

El uno parecía asustado; el otro furioso.

—Llegas tarde —dijo Iván—. ¿Dónde diablos te habías metido?

—Estaba ya a punto de llamar al coronel Vorreedi y a los guardias —agregó el embajador Vorob'yev, con voz dura.

—Eso habría sido… inútil, señor —suspiró Miles—. Ya podemos irnos.

—Gracias a Dios —musitó Iván.

Vorob'yev no dijo nada. Miles se levantó, preguntándose en qué momento el embajador y Vorreedi dejarían de aceptar un
No todavía
como respuesta.

Todavía no. Por favor, todavía no.

13

Nada le hubiera gustado más que un día libre, pensó Miles, pero no tenía tiempo. Lo peor era la seguridad de que se había metido en aquel atolladero él solito. Hasta que las consortes consiguieran recuperar los bancos genéticos, lo único que podía hacer era esperar. Y a menos que Rian enviara un auto a la embajada a recogerlo, lo cual significaba un movimiento tan abierto que tal vez causaría resistencias vigorosas en ambos grupos de Seguridad Imperial, Miles no podría volver a verla hasta las Ceremonias de Portal-Canción en el Jardín Celestial. Gruñó entre dientes y pidió más datos a la comuconsola; después, contempló la pantalla sin verla realmente.

No estaba seguro de que fuera prudente darle a lord X un día de ventaja, a pesar de que esa misma tarde el caballero en cuestión se vería en un aprieto cuando su consorte se llevara el banco de genes. Eso eliminaría su última posibilidad se sentarse a esperar hasta el momento apropiado, y luego alejarse suavemente con el banco y la Llave y tal vez eliminar a la vieja consorte designada por el poder central en algún lugar de la ruta. El hombre tenía que darse cuenta de que Rian lo entregaría aunque tuviera que incriminarse ella misma, tenía que darse cuenta de que ella estaba dispuesta a todo para atraparlo. Asesinar a la Doncella del Criadero Estrella no había formado parte del Plan Original, de eso Miles estaba casi seguro. En el Plan Original, Rian era un títere más, cuyo papel principal era acusar a Barrayar y a Miles de robar la Gran Llave. A lord X le fascinaban los títeres. Pero Rian se mantenía leal a los haut más allá de sus propios intereses. Ningún traidor sensato podía permitirse el lujo de suponer que ella se quedaría paralizada durante mucho tiempo.

Lord X era un tirano, no un revolucionario. Quería llegar al poder dentro del sistema, no cambiarlo. La verdadera revolucionaria era la fallecida emperatriz, con su intento de dividir a los haut en ocho ramas competitivas y dejar que ganara el mejor de los superhombres. Tal vez Ba Lura había estado más cerca de su ama de lo que Rian quería suponer. No se puede entregar poder y retenerlo al mismo tiempo. Excepto después de la muerte.

Así que… ¿cuál sería el próximo movimiento de lord X? ¿Qué podía hacer ahora excepto luchar hasta el final, intentarlo todo para no caer en el proceso? Eso o cortarse las venas, y Miles no creía que fuera del tipo suicida. Seguramente seguía buscando una forma de culpar de todo a Barrayar, preferentemente en la forma de un Miles muerto que no pudiera desmentirlo. Todavía había una remota posibilidad de que pudiera salirse con la suya en eso, dada la falta de entusiasmo de los cetagandanos hacia los extranjeros en general y los barrayareses en particular. Sí, era un buen día para quedarse en la embajada.

¿Habrían sido mejores los resultados si Miles hubiera devuelto públicamente la Llave falsa y declarado la verdad desde el principio? No… en ese caso la embajada y los enviados habrían estado inmersos en acusaciones falsas y escándalos públicos, y ya no habría forma de probar su inocencia. Si lord X hubiera elegido cualquier otra delegación para colocar la Llave falsa… digamos, la de Marilac, los aslundeños o los vervani… tal vez en este momento su plan estaría funcionando a la perfección, puntual como un reloj. Miles esperaba que lord X estuviera muy, muy arrepentido de haberse decidido por Barrayar. Era una esperanza amarga. Y voy a hacer que te arrepientas mucho más, imbécil.

Miles apretó los labios. Volvió a prestar atención a la comuconsola. Todas las naves de los gobernadores sátrapas estaban construidas según el mismo plano general y, por desgracia, lo único que tenía el banco de datos de la embajada de Barrayar eran esos datos poco precisos. Tal vez había más, pero Miles hubiera tenido que acceder a los archivos secretos. Recorrió los niveles y sectores de la nave en el holovídeo. Si yo fuera un gobernador sátrapa que urde una revuelta, ¿dónde escondería la Gran Llave? ¿Debajo del colchón? Seguramente no.

El gobernador tenía la Llave, pero le faltaba la llave de la Llave: Rian conservaba el anillo. Si lord X conseguía abrir la Gran Llave podría volcar los datos, conseguir un duplicado de la información, y tal vez, en circunstancias tan complejas, decidiría devolver el original y librarse de la prueba material de sus planes de traición. O destruirla… claro. Pero si la Llave hubiera sido fácil de abrir, debería haberlo hecho en cuanto sus planes empezaron a fallar. Así que… si estaba tratando de acceder a la Llave, seguramente la tenía en algún laboratorio de decodificación. ¿Y dónde se encontraría el laboratorio de decodificación en esa vasta nave…?

Un sonido en la puerta interrumpió los pensamientos de Miles. La voz del coronel Vorreedi:

—Lord Vorkosigan, ¿puedo pasar?

Miles suspiró.

—Adelante. —Sí, tanta actividad en la comuconsola tenía que atraer la atención de Seguridad. Seguramente el oficial de protocolo había estado monitoreando desde abajo.

Vorreedi entró al trote, estudió el holovídeo por encima de los hombros de Miles.

—Interesante. ¿Qué es?

—Un recorrido por las naves de guerra cetagandanas. Sigo con mi educación de oficial y todo eso… La esperanza de que me destinen a una nave nunca desaparece del todo.

—Ya. —Vorreedi se enderezó—. Supuse que le interesaría recibir las últimas noticias sobre su amigo lord Yenaro.

—No creo que le deba nada pero… no le habrá ocurrido nada grave, espero —dijo Miles con sinceridad. Tal vez Yenaro fuera un buen testigo más tarde; ahora que había reflexionado al respecto, Miles estaba empezando a lamentar no haberle ofrecido asilo en la embajada.

—Todavía no. Pero han emitido una orden de arresto contra él.

—¿Y de quién es la orden? ¿De Seguridad de Cetaganda? ¿Por traición?

—No. De la policía civil. Por robo.

—Es una acusación falsa. Estoy seguro. Alguien está usando el sistema para sacarlo de su escondite. ¿Puede usted averiguar quién lo ha acusado?

—Un ghemlord, un tal Nevic. ¿Le dice algo este nombre?

—No. Tiene que ser un títere. Lo que necesitamos es la identidad de quien ordenó a Nevic que acusara a Yenaro. El mismo que le dio los planos y el dinero para la fuente de Marilac. Pero ahora usted tiene dos pistas. Puede seguir ambos caminos.

—¿Cree que se trata del mismo hombre?

—Lo que estoy haciendo no tiene nada que ver con suposiciones, coronel —dijo Miles—. Necesito pruebas, pruebas que puedan utilizarse en un juicio.

La mirada de Vorreedi lo estaba poniendo nervioso: una mirada constante, permanente, firme.

—¿Por qué creía que acusarían a Yenaro de traición?

—Ah, bueno… en realidad era sólo una suposición. Si lo que quiere el enemigo de Yenaro es que la policía civil lo ponga en un lugar donde él pueda dispararle sin problemas, el robo es mejor, mucho menos escandaloso.

Las cejas de Vorreedi se le crisparon en la frente.

—Lord Vorkosigan… —Pero se interrumpió, pensó mejor lo que estaba a punto de decir. Meneó la cabeza y se fue.

Iván entró un rato después, se echó en el sofá de Miles, puso las botas en el apoyabrazos y suspiró.

—¿Todavía estás aquí? —Miles apagó la comuconsola. Las letras y los dibujos habían empezado a nublarle la vista—. Pensé que estarías por ahí, retozando o revolcándote sobre la paja en un granero o algo así. Son nuestros últimos dos días y todo eso… ¿Te has quedado sin invitaciones? —Miles apuntó al techo con el pulgar. Tal vez nos están escuchando.

Los labios de Iván formaron tres palabras. Que se jodan.

—Vorreedi nos puso más guardaespaldas. Es imposible ser… espontáneo con tanta gente mirando. —Contempló el techo con ojos muy fijos y abiertos—. Además tengo miedo hasta del suelo que piso. ¿No fue una reina de Egipto la que trasladaron en una alfombra enrollada? Pienso que podría pasar otra vez.

—Claro que sí. —Miles no podía negarlo—. En realidad, estoy casi seguro de que va a pasar de nuevo.

—Excelente. Recuérdame que no me ponga muy cerca de ti.

Miles hizo una mueca.

Después de un minuto, Iván agregó:

—Me aburro.

Miles lo echó de la habitación.

Las Ceremonias de Portal-Canción, cuyo nombre completo era Ceremonias para Abrir el Gran Portal con Canciones, no tenían nada que ver con la apertura de ningún portal, pero sí con canciones. Un numeroso coro formado por varios cientos de ghem, tanto hombres como mujeres, vestidos de blanco sobre blanco, se situó cerca de la entrada este al Jardín Celestial. Se trataba de hacer una procesión por los cuatro puntos cardinales y terminar en la puerta norte, durante las horas de la tarde. El coro se ponía de pie para cantar en un área ondulante de terreno con propiedades acústicas sorprendentes, mientras los enviados galácticos y los ghem y haut de luto se quedaban alrededor para escuchar. Miles flexionó las piernas dentro de las botas y se preparó para aguantar. El espacio abierto permitía que las burbujas de las hautladies se movieran con libertad y había muchísimas en todas partes… cientos de burbujas esparcidas bajo el brillo del sol. ¿Cuántas hautmujeres vivían en ese lugar?

Miles echó una mirada a su pequeña delegación: él, Iván, Vorob'yev y Vorreedi, todos en uniforme de gala negro; además de Mia Maz, vestida con tanto gusto como en otras ocasiones, impresionante en blanco y negro. Ese día, Vorreedi parecía más barrayarés, más oficial y un poco más siniestro —Miles tenía que admitirlo— ahora que no lucía su ropa civil cetagandana deliberadamente anodina. Maz apoyaba una mano sobre el brazo de Vorob'yev. Cuando empezó la música, se puso de puntillas.

Esto quita el aliento hubiera sido una frase bastante literal: Miles tuvo que abrir la boca un poco y sintió que se le erizaba el cabello cuando los increíbles sonidos de la música lo bañaron de arriba abajo. Armonías y disonancias se persiguieron por la escala con tal precisión que el público oía todas y cada una de las palabras por lo menos cuando las voces no se convertían en simples vibraciones inarticuladas que parecían subir por la espina dorsal y resonar en la parte posterior del cráneo como una sucesión de emociones puras. Hasta Iván estaba transfigurado. Miles hubiera querido hacer un comentario, expresar su asombro, pero romper la concentración absoluta que exigía la música habría sido un sacrilegio. Después de unos treinta minutos, la música se detuvo de pronto y el coro se preparó para desplazarse con gracia hacia la siguiente parada, seguido con algo más de torpeza por los delegados galácticos.

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