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Authors: David Moody

Tags: #Terror

Ciudad Zombie (21 page)

BOOK: Ciudad Zombie
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Se acercó a los cuerpos con la intención inicial de moverse sigilosamente alrededor del borde exterior de la gran concentración y salir de la ciudad. Sin embargo, al acercarse se empezó a preguntar por qué se habrían reunido tantos en un solo lugar. La respuesta, se le ocurrió, era sencilla. Había visto cómo los muertos reaccionaban ante él cuando bajó la guardia. Parecía que las criaturas carecían de prácticamente todas las capacidades cognitivas y que sólo reaccionaban ante los estímulos más básicos. Eso quería decir que allí estaba ocurriendo algo, tenía que ser eso. Algo les atraía a ese lugar.

La ancha carretera estaba cubierta por los restos de la última hora punta de la ciudad, lo que dificultaba que Cooper pudiera estimar con precisión el número de cuerpos que tenía por delante. Parecía que se dirigían hacia un edificio grande y de aspecto moderno al otro lado de la carretera, cada uno de ellos avanzando paso tras paso, hasta que el número de criaturas fuertemente apelotonadas evitaba que se acercasen más. Cooper realizó una alteración muy sutil de su trayectoria de manera que se siguió deslizando hacia el extremo más alejado de la vía, donde había menos cuerpos. Miró hacia atrás y se dio cuenta de que a su espalda seguían apareciendo constantemente nuevos cadáveres, surgidos de las sombras del centro de la ciudad.

La enorme multitud estaba en su mayor parte en silencio, salvo por el lento y constante arrastrar de los pies putrefactos sobre el suelo. Sin embargo, por encima de este ruido de fondo, Cooper creyó oír algo más. Receloso de atraer la atención sobre sí mismo si levantaba la cabeza y alzaba la mirada, siguió con los ojos fijos en el suelo delante de él y se concentró para tratar de distinguir e identificar el nuevo sonido. Sonaba como el crujido y el estallido de madera ardiendo. ¿Eso era todo?, se preguntó. ¿Sólo otro edificio en llamas? Ya había numerosas edificaciones que habían sido devoradas por el fuego como consecuencia, quizá, de la rotura de una canalización de gas, la comida que había quedado olvidada en un horno encendido, estufas que no se habían apagado o luces que habían quedado encendidas o cualquiera de las miles de razones posibles. Esos accidentes habían sido inevitables, decidió, dada la falta repentina de tantas personas cuando ocurrió lo que fuera que hubiese sucedido. ¿Y eso también era lo mismo? Con resignación, empezó a planear la mejor forma de cambiar de nuevo de dirección y hacia dónde debería dirigirse.

Pero entonces oyó algo más. ¿Era alguien gritando? Sólo duró uno o dos segundos, y fue completamente ininteligible. ¿Lo había imaginado? Se había convencido a sí mismo de que era el único que quedaba; entonces, ¿se trataba de su mente gastándole una broma? Incapaz de contener su curiosidad o su deseo de ver a otras personas vivas y que respirasen como él, levantó con precaución la cabeza y alzó la mirada. Se dio cuenta de que una cortina de humo gris sucio se elevaba lentamente desde lo alto de uno de los grandes edificios a la derecha de la ancha carretera. Entornó los ojos y vio movimiento en el tejado. ¡Personas! Aunque sólo se atrevió a mirar durante unos pocos segundos, estaba seguro de que había varias y, a pesar de que sólo las había visto durante un instante, supo que eran como él.

Contra su sentido común, Cooper penetró en la muchedumbre. No se atrevía a gritar a las personas en el tejado para indicarles su presencia, consciente de que, por el contrario, su única opción era acercarse con lentitud al edificio hasta que pudiera ingeniar una forma de entrar. Sin embargo, unos pocos pasos más adelante quedó engullido por la multitud putrefacta. Cadáveres en descomposición colisionaban con él constantemente al azar y muchos más se apretaban desde atrás, y lo único que pudo hacer fue controlar los nervios y seguir moviéndose. El hedor a putrefacción era espantoso. Había estado alrededor de muertos un montón de veces durante sus años de servicio, pero nunca en nada como eso. El olor dulzón y pegajoso de la descomposición lo cubría todo como una sábana asfixiante. Mantener el control de su estómago empezaba a requerir casi el mismo esfuerzo y concentración que mantener el control de su paso y de los nervios.

La repentina densidad de la multitud aumentó la confusión de Cooper. Se hallaba completamente rodeado de cuerpos bamboleantes. Aunque las criaturas estaban pálidas y encorvadas, y eran relativamente ligeras, había tantas y estaban tan apelotonadas que era imposible ver con claridad en cualquier dirección. Sabía que debía seguir moviéndose con el flujo lento de la masa repugnante y esperar que la suerte lo llevase al final en la dirección correcta. A diferencia de sus incómodos encuentros anteriores con los muertos, esta vez le prestaron poca atención. Y la razón de ello, se dio cuenta, era que había algo mucho más interesante por delante: una distracción mucho más grande que un soldado cansado y confuso que vagaba agotado por la ciudad.

Cooper intentó convencerse durante un rato de lo contrario, pero no se le escapaba el hecho de que, después de unos pocos minutos, prácticamente no había avanzado. No había casi nada que pudiera hacer para remediarlo. Sintió que lo empujaban y zarandeaban lejos de la fachada del edificio, hacia su derecha, a lo largo del cinturón de circunvalación en la dirección de la que acababa de llegar. Todo lo que podía hacer era seguir moviéndose y esperar que al final se dirigiesen hacia el otro lado. Tropezó y pasó por encima de un cuerpo destrozado en el suelo. Incluso cuando sus botas aplastaban huesos y resbalaban a través de la carne putrefacta y grasienta se forzaba a seguir concentrado, sin emociones y no reaccionar.

Un pasaje subterráneo.

Lo vio por el rabillo del ojo. Justo a su derecha vislumbró la entrada a un pasaje subterráneo que, según supuso, proporcionaba una conexión peatonal entre el resto de la ciudad y los edificios del otro lado del cinturón, que en su momento había tenido mucho tráfico. Ese día estaba demostrando que era bastante difícil atravesarlo, pero, antes de que todo el mundo muriese, había sido imposible cruzar esa carretera a pie. Aun sin moverse con rapidez, Cooper decidió aprovechar la oportunidad de dirigirse hacia el paso. Aunque lo más seguro era que debía de haber más cuerpos atrapados allí abajo, estaría más oscuro y también, suponía, sería más seguro. Con precaución, viró hacia la resbaladiza entrada de hormigón, aumentando su nerviosismo y aprensión a medida que contemplaba la oscuridad y empezaba a bajar por la rampa. Al difuminarse la luz, el hedor se intensificó. Nervioso, empezó a sudar copiosamente cuando el espacio repentinamente cerrado le recordó el momento de entrar en el búnker, en aquella mañana de hacía casi tres semanas.

Dentro del pasaje, la oscuridad era prácticamente total, mucho más de lo que había esperado. Era consciente de cierto movimiento a su alrededor, pero parecía que la mayoría de los cuerpos ya había conseguido arrastrase hasta la superficie, atraídos, sin duda, por la luz y el sonido de allí arriba, y por los movimientos del resto de la multitud.

A poco más de veinte metros, Cooper tropezó inesperadamente con un cruce en forma de T, donde un segundo túnel atravesaba el que estaba recorriendo. Los ojos se le estaban acostumbrando con lentitud a la penumbra, pero cuando penetró en el segundo túnel (dirigiéndose, o eso esperaba, hacia el edificio con el fuego en el tejado) la luz fue cada vez menor. Si el olor en el exterior era insoportable, allí abajo era horroroso: el hedor penetrante y húmedo de carne ulcerosa y fermentada que había quedado atrapado bajo tierra, incapaz de salir al aire más fresco de la superficie. Podía ver sombras difuminadas y movimientos a su alrededor, y a veces parecía como si las oscuras paredes del túnel subterráneo fueran cambiando constantemente de forma. Se tambaleó hacia delante un paso cada vez, arrastrando los pies por el suelo y abriendo un sendero con sus pesadas botas a través de los interminables restos en descomposición. Estaba seguro de que el túnel por el que iba lo conducía a lo largo de la carretera, más cerca de la parte delantera del edificio que pretendía alcanzar.

Una colisión repentina e inesperada hizo que Cooper cayera pesadamente al suelo. Había chocado con uno de los cuerpos tambaleantes y, aunque el impacto casi no tenía fuerza, la sorpresa le había hecho perder el equilibrio. Cayó con torpeza, aplastando el pecho de otro cadáver imposible de distinguir, que se colapso completamente bajo su peso, y hundiendo la mano derecha enguantada en sus entrañas.

—¡Mierda! —maldijo instintivamente mientras intentaba ponerse en pie.

Sus toscas botas resbalaron sobre los charcos de fluidos pegajosos, y perdió de nuevo el equilibrio antes de encontrar la pared con una mano extendida y recuperar el equilibrio. Respirando con dificultad, se quedó completamente quieto en medio del túnel subterráneo, con la esperanza de permanecer invisible y pasar desapercibido en la oscuridad. No necesitó ver para saber que ya no importaba lo quieto y callado que estuviera. El daño ya estaba hecho. Su caída y la exclamación habían atraído la atención indeseada de cada uno de los cuerpos que se encontraban en el túnel. Podía oír cómo se movían con torpeza en la oscuridad, arrastrándose hacia delante, empujándose entre ellos para acercarse a él.

Las primeras garras intentaron cogerlo. Se las quitó de encima con facilidad y por instinto preparó el fusil que llevaba colgado del hombro. No sabía si las balas tendrían algún efecto sobre las criaturas, sólo fue una reacción primaria. En otro movimiento igualmente instintivo bajó el hombro y corrió hacia delante. Medio ciego e impulsado por el pánico, recorrió el túnel a toda velocidad, apartando a golpes cuerpo tras cuerpo. Intentó notar el camino que tenía por delante con la punta del fusil, temeroso de irse, en la oscuridad, de cabeza contra una pared o cualquier otro obstáculo, pero sabía que no tenía otra alternativa que seguir en movimiento. Eso o arriesgarse a quedar atrapado bajo tierra en una oscuridad casi total, enterrado bajo el peso del creciente número de cuerpos putrefactos que se removían a su alrededor.

El extremo del fusil atravesó sin esfuerzo el torso de otro cadáver como una bayoneta, y después golpeó una pared, enviando a Cooper una repentina sacudida por todo su cuerpo. Había alcanzado otro cruce en forma de T. Debía tomar una decisión inmediata: ¿derecha o izquierda? Ambos pasillos eran igual de oscuros. Aunque desorientado, su sentido de la orientación sugería la derecha y, como no tenía más información para fundamentar su decisión, eso fue lo que hizo, apartando el cadáver de la punta del fusil y forzando su camino a través de más cuerpos endebles hacia donde creía que encontraría el edificio y los supervivientes.

Otro cuerpo chocó con él, después otro y otro más. Con el hombro aún bajo y la cabeza gacha, cargó hacia delante; las botas le resbalaban en el fango, pero estaba decidido a seguir avanzando a toda costa a través del mar de carne putrefacta, aterrorizado ante la idea de lo que podría ocurrir si se atrevía a pararse o incluso a frenar el ritmo. Levantó la mirada y vio una rendija de luz delante, que se filtraba a través de un hueco entre más criaturas tambaleantes, y empezó a correr aún con más determinación y velocidad.

Visible sólo durante unos instantes fugaces entre sombras en movimiento y bultos desgarbados y horripilantes, la luz era en lo único que tenía que concentrarse Cooper. Apretó el gatillo del fusil y disparó una ráfaga corta, lo suficiente para apartar a más cuerpos de su camino. Con la senda parcialmente despejada, aumentó la velocidad de su carrera, y la luz fue aumentando de forma paulatina hasta que finalmente Cooper se encontró de nuevo en el exterior. Aliviado, se detuvo durante una fracción de segundo. Se protegió los ojos de la luminosidad repentina y miró ansioso de un lado a otro. Había hordas de cascarones putrefactos que ya avanzaban hacia él, despertado su interés por el ruido de los disparos que habían levantado ecos a lo largo de todo el pasaje subterráneo. Cooper tenía la boca seca, el corazón le latía a toda velocidad y sentía las piernas pesadas, pero sabía que tenía que seguir en movimiento. Tenía el edificio justo delante de él.

Más cuerpos surgieron del subterráneo en su persecución, y manos engarfiadas lo intentaron agarrar desde atrás. Con el fusil aún cogido con fuerza, levantó el cañón del arma hacia lo alto y disparó otra ráfaga. Después de horas intentando pasar desapercibido, estaba dispuesto a hacer todo lo que pudiera para señalar su presencia.

—Aquí —gritó, mirando a un lateral del alto edificio de ladrillos rojos que tenía justo delante de él—. ¿Me puede oír alguien?

Desde la calle, al solitario soldado le resultaba imposible saber si sus gritos habían sido suficiente para provocar una respuesta. Sin embargo, en el tejado del edificio, la segunda ráfaga de disparos había provocado una repentina oleada de actividad ansiosa. Muchas personas se acercaron con precaución al borde del tejado y empezaron a mirar, con la esperanza de ver al que había disparado el fusil. Muy por debajo de ellas, Cooper se acercaba al edificio, buscando una entrada, una ventana abierta o alguna otra manera de entrar. Veía un montón de puertas, pero estaban cubiertas de cuerpos que se aplastaban contra ellas. También había muchas ventanas, pero sabía que romper cualquiera de ellas no sería una buena idea. Le permitiría entrar en el edificio, pero al mismo tiempo estaría abriendo la vía para una inundación de cuerpos que le seguirían a través de ella.

—Ve a la parte de atrás —le gritó una voz ronca y sin dirección precisa.

Cooper no perdió el tiempo intentando localizar la fuente del sonido, sino que se alejó corriendo de la parte delantera del edificio, como le habían indicado, apartando a empujones a más cadáveres en su camino, sosteniendo el fusil por el cañón y blandiéndolo como si fuera un garrote.

Dentro del bloque de alojamientos, la frenética actividad continuó cuando los supervivientes que habían estado en el tejado bajaron en estampida por la escalera más cercana para llegar a la planta baja. Un puñado, entre ellos Donna Yorke y Phil Croft, continuaron hasta la parte trasera del edificio, donde abrieron una puerta y salieron corriendo a la luz del día. Utilizando palos y otras armas rudimentarias, empezaron a golpear a los cuerpos que ya se abalanzaban sobre ellos.

Resbalando y tropezando por un repecho empinado y cubierto de hierba húmeda, a corta distancia de la puerta, Cooper los oyó antes de verlos.

—¡Por aquí!

—Allí está —gritó Richard Stephens, que se había encontrado en el lugar equivocado en el momento más inoportuno y se había visto empujado por los demás.

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