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Authors: Andrei Rubanov

Tags: #Fantasía, #Ciencia ficción

Clorofilia (14 page)

BOOK: Clorofilia
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—Sí.

—Vete.

«A él, un viejo centenario y sin piernas, le resulta muy fácil enseñarme a vivir», pensó Hertz, malhumorado, mientras bajaba al garaje.

Sin embargo, a medida que descendía en el ascensor y cambiaba el número de piso en el panel —nivel sesenta, cincuenta, cuarenta—, Saveliy fue aferrándose poco a poco a la idea de que el anciano estaba en lo cierto.

«En realidad, ¿de qué tengo miedo? Si lo pienso bien, no es más que una revista, no una fábrica de armamento. Por cierto, los cambios en mi destino parece que están a punto de llegar. Y si soy sincero, yo mismo los deseaba. A pesar de mi rechazo a los cambios, a pesar de mi tendencia al orden y la estabilidad, hace tiempo que vengo necesitando con más urgencia algo nuevo. ¿Qué era aquello que cantaba aquel viejo músico hace cien años? ¿
Sueños de algo más
? Eso pasa a veces, que te resistes a algo y de repente aparece llamando a tu puerta. Me casaré, sí. Me convertiré en jefe. Un auténtico jefe periodista. Me cambiaré a uno de los pisos ochenta, donde hay sol como mínimo durante medio día. No soy un advenedizo y no he intentado ir subiendo hacia algo mejor. No he trepado cortando cabezas ajenas. Todo ha ocurrido a su debido tiempo. Significa que tiene que ser así. Evgráfovich, ese demonio enjuto, es un sabio a su manera. Es un titán, un personaje, en todo tiene razón. Es peligroso dejar el poder y la influencia en manos de aventureros con una mirada fulgurante. El poder y la influencia deben estar en manos de personas sobrias y juiciosas como Saveliy.»

Salió del ascensor acariciando en su interior nuevas sensaciones, como si de repente se le hubieran ensanchado los hombros. Sintió que se afinaban su olfato y su oído. Su antigua vida quedaba en el pasado, ante él aparecía una nueva.

En el enorme garaje se oía ruido: de un ancho Maybach chino estaban bajando un grupo de jóvenes maquillados riendo a carcajadas. Era evidente que venían de bailar y se disponían a continuar su ocio activo en el apartamento de alguno de ellos. Los altavoces de la limusina vomitaban algo salvaje, como si un ejército entero de chamanes estuviera golpeando tambores mientras bebía algún filtro secreto. Las chicas, medio bailando —con sus caritas lascivas y los pechos burlonamente levantados gracias a la silicona espumosa de alta calidad—, vieron al periodista y dieron unos grititos de excitación. Le hicieron señas con las manos: «Ven aquí, tío, lo estamos pasando bien, mira qué abiertas estamos a todo lo nuevo y grandioso; mira qué culitos tan duritos tenemos, y qué musculosos son nuestros chicos. Nos divertimos mucho, lo puedes pasar bien», parecían decir.

Saveliy mostró una medio sonrisa y se dirigió a su coche. Todo hay que decirlo, la panda era sospechosamente desinhibida y apacible. A lo mejor se habían hartado de pulpa. La juventud actual, a pesar de todo, era muy imprudente, y aquí había telecámaras por todas partes…

«Una cosa es la fiesta y otra la revista, pero siempre hay que ser cauteloso», se dijo a sí mimo Saveliy, recordando la dirección de Gosha Degot y poniendo el piloto automático.

Hacía mucho tiempo que no había ido a visitar a su viejo colega. Gosha vivía lejos, prácticamente en los suburbios, en un barrio con otra reputación, en un viejo bloque de pisos destinado a la
intelligentsia
mal pagada. Una visita a Gosha suponía una amenaza para la comodidad psicológica personal. Era mejor no ir en un coche caro a un lugar sospechoso, sino llamar un taxi, y tampoco automático, preferiblemente con un chófer de carne y hueso. Esto era muy caro, pero totalmente seguro.

«Bueno —pensó Hertz—, nos arriesgaremos. Soy el redactor jefe de una conocida revista. ¿Por qué iba a tener miedo de alguien? Que me teman a mí, ahora. Si me da la gana, ahora mismo puedo publicar lo que sea sobre cualquier canalla con una tirada de ciento cincuenta mil ejemplares y con fotografías en color. Lo puedo pulverizar. Mi revista se llama
Lo Más
, ¿está claro? Esas chiquillas están agotadas del ocio y la salud de la juventud. Ahora mismo muevo un dedo y a cualquiera de ellas puedo prometerle por lo menos un retrato que aparezca en mi periódico…»

Suspiró y sacó el coche del aparcamiento. «¿Para qué voy a querer chicas? Ya tengo una mujer y la quiero.»

Capítulo 7

—Ya pensaba que no ibas a venir —le espetó Gosha Degot en lugar de darle la bienvenida, y con un desagradable gesto se secó la boca mojada—. De momento pasa a la cocina. Espera cinco minutos. Aquí tengo un pequeño problema.

Saveliy asintió y se dirigió al lugar que le había indicado. Estaba cansado. Tenía un ligero zumbido en la cabeza. No le sorprendían las rarezas de la conducta de su colega. «Un pequeño problema» era en realidad la ex mujer de Gosha. Se sentó junto a la mesa de la cocina, cubierta con un mantel sucio. En el centro había un plato con una enorme manzana muy roja, y al lado una botella de coñac abierta. Entonces oyó unas exclamaciones llenas de rabia.

—¡Mírate en el espejo! —gritaba de forma desgarradora una mujer al otro lado de la pared—. ¡Mírate! ¡Eres repugnante!

Su oponente farfulló algo imposible de entender. Lo mismo maldecía que intentaba tranquilizarla.

—¡Todas las personas son como son! ¡Agradables! ¡Distintas! ¡Unos coleccionan sellos y otros viejos olores! ¡Todos se divierten, todos se sienten a gusto! Yo tengo una conocida que ha hecho el vuelo ¡hasta la Luna! ¡Con otro! ¡Dice que es precioso, increíble, con una sensación de ligereza en todo el cuerpo! ¡El año que viene va a ir otra vez! ¿Y tú? ¿Qué te mueve a ti? ¿Vecinos te ha destrozado la vida? ¡Sí, ahora están en todas partes! ¡Olvídalos, quítatelos de la cabeza!

Saveliy pensó que tenía razón. Sobre todo en lo de Vecinos. Ahora ya se aficionaban hasta en los pisos sesenta. Se notaba en seguida cuando tu vecino se transformaba en Vecino. Empezaba a vestirse todos los días con su mejor ropa, e incluso su mujer sólo sacaba a pasear al perro si iba vestida con un traje de noche. O, al contrario, en minifalda y con un montón de pintura encima, algo parecido a un vulgar maquillaje teatral.

—¡Reacciona! —gritaba la mujer—. ¿Sabes una cosa? ¡Eres inofensivo!

«En eso te equivocas —pensó Hertz—. Es tan mordaz como tú, querida. Incluso cien veces más. Tú no has leído su artículo, yo sí. Y con mucha atención. Tú eres la única que intenta clavar los dientes a los demás. En primer lugar, en tu ex marido. Y él, tu ex marido, no enseña los dientes, lo único que hace es corroerse por dentro. Ésa es la gran diferencia entre vosotros.»

—¡En poco tiempo te vas a convertir definitivamente en un pálido! ¡Me das asco!

«¿Y crees que tú eres mejor, o qué? Chillas como un taladro eléctrico. Qué pena no tener un botón para apagarte.» Saveliy suspiró.

—¿Por qué estás tan callado? Te da vergüenza, ¿verdad? ¿No dices nada?

«Claro que le da vergüenza, de ti. Y claro que está callado, si no le dejas meter baza.»

—¡Fin! ¡Me voy!

«Tenías que haberte ido hace tiempo. Lárgate. Engánchate a Vecinos, les encantan este tipo de escenas. Cuanto más escándalo, mejor, más aumenta la audiencia. Ésas son las palabras y los regalos de los patrocinadores.»

Hertz miró por la ventana. El siglo XXII se tambaleaba. El espacio estaba peinado por las líneas verticales de los tallos, en la penumbra nocturna los brillos jugaban sobre sus copas, y entre los tallos ardientes se abrían fuegos de todos los colores, miles de ellos, y los hologramas parpadeantes de los anuncios publicitarios, y los coches que corrían sobre la joroba de los puentes elevados, y por encima los helicópteros, y más arriba todavía, los cielos tintados.

«Hace cien años todo era distinto —reflexionó Saveliy—. ¡Oh, pasado primitivo y duro! ¡Sanguinario y represivo siglo XX! ¡Oh, siglo XXI de desórdenes y fuerzas mayores! La gente era adusta y directa, nada de conflictos familiares, ni gritos, ni de histéricos afeminados, nada de ocio mezquino ni viajes turísticos a lugares donde a todos se les garantiza un estado de ligereza en todo el cuerpo.

»A los hombres con frecuencia les tira el pasado. A esos benditos tiempos sin complicaciones en los que se podía agarrar a un amigo por los pelos en silencio y tironearlo un par de veces. Para estabilizar la comodidad psicológica personal.

»O para dejar de alimentarla —continuó reflexionando Hertz—. Un día sin comer, dos, y al tercero tu personalidad está totalmente tranquila y sometida.»

Cerrando tras de sí la puerta a su esposa —más exactamente, la esposa la cerró de golpe—, Gosha entró en la cocina arrastrando los pies, encorvado, con los ojos llorosos. Cogió dos vasos de la estantería y sirvió un poco de coñac en cada uno. Bebió sin decir nada, y luego meneó la cabeza de un lado a otro.

—Veintidós años juntos. Dos hijos ya adultos. Nueve habitaciones. Piso cincuenta y cuatro. ¿Qué más necesita?

Saveliy guardó silencio. No quería hacer el papel de árbitro y tampoco deseaba ser utilizado como paño de lágrimas. Todo esto ya había ocurrido muchas veces.

Gosha volvió a servirse y, haciendo un esfuerzo, dijo:

—Bebe.

Saveliy volvió la mirada hacia la manzana roja. Estaba sana. Todo lo demás —el mantel, el aliento del colega borracho que tenía sentado enfrente, el aire mismo de la cocina estaba enfermo.

—Ya he bebido bastante por hoy —respondió—. No quiero beber más. ¿Para qué me has llamado?

Gosha Degot frunció las cejas y suspiró profundamente unas cuantas veces. A Saveliy le dio pena. A pesar de todo, seguramente Gosha fue un guerrero y luchaba como podía, con todas sus fuerzas. Pero llegó un momento en que las fuerzas lo abandonaron.

—Perdona —farfulló Gosha—. No ocurre nada especial. Sólo quería… no sé… estar un rato juntos, hablar… El diablo sabrá lo que se está cociendo… en general… —Se puso de pie, volvió a sentarse, agarró la botella, y luego, decididamente, la apartó y se quedó mirando a Hertz.

—Lo tienes jodido —observó precavidamente Saveliy.

De repente, Gosha empezó a reírse malévolamente.

—¿Yo? Yo estoy perfecto. Tengo esto —dijo, señalando la botella—. Eres tú el que lo tiene difícil, Saveliy. Tú no tienes esto.

—No tengo necesidad.

Gosha entornó los ojos.

—Eso me da miedo.

—¿De qué vas?

—Bebe. Con un amigo y colega. Bebe.

—No lo haré.

—¡Bebe! —gritó Gosha, empujando bruscamente el vaso hacia Saveliy—. Bebe y punto.

Durante unos instantes Hertz permaneció sentado, inmóvil, y después obedeció y vació el vaso de dos tragos.

—¿Satisfecho?

Gosha Degot no apartaba los ojos de él.

—Todavía no lo sé. Esperaremos —dijo entre dientes.

—No va a pasar nada —sonrió Hertz—. Estoy limpio.

Gosha guardó silencio, después resopló sonoramente. Saveliy se relajó de repente, o mejor dicho, lo relajó el alcohol, y dio unas palmaditas en el hombro a su amigo.

—Tranquilízate. ¿Me has llamado para comprobar si consumo pulpa de tallo?

—No —contestó tranquilamente Gosha, y bajó la mirada—. No es por eso.

—Entonces, ¿para qué?

—Ya te lo he dicho, para estar un rato juntos, conversar.

—Bueno, pues hablemos.

—Ya lo estamos haciendo.

Gosha sonrió maliciosamente. Tenía el pelo revuelto, estaba demacrado, mal afeitado. Era presa de una enfermedad tan antigua como el mundo. «Si yo fuera su mujer —pensó Saveliy—, también le montaría escándalos. Y al final me largaría. La casa está sucia, llena de polvo, huele a comida, a comida mala y grasienta. Cuando en una casa huele a comida, es que es anticuada, porque eso altera la comodidad personal. ¿Cuánto bebe este niño que estuvo mimado por la fortuna, autor del bestseller
Yo soy su vecino
? El alcohol cuesta mucho dinero. En nuestros tiempos era un mal sólo de ricos. Como hace trescientos años lo era la gota. Los ciudadanos pálidos no beben vodka, ya tienen la pulpa de tallo.»

—Por cierto —anunció la víctima de la enfermedad de los ricos—, di a los nuestros que no iré al banquete.

—Sí vas a ir —lo cortó Hertz—. Y no sólo irás, sino que irás sobrio, con esmoquin y con tu mujer. Todos van, y tú también irás.

Gosha negó con la cabeza y maldijo con una grosera imprecación.

—Irás —repitió tranquilamente Saveliy cruzándose de piernas—. Son órdenes del jefe.

—Me traen al pairo las órdenes del jefe —farfulló Gosha, igual de tranquilo—. El jefe tiene el culo de plástico y el estómago de goma. Tiene cien años, vive en su mundo…

—Te equivocas —lo interrumpió Hertz—. Ahora el jefe soy yo. Yo sólo tengo cincuenta años y mi culo es natural.

Contrariamente a lo esperado, Gosha Degot apenas reaccionó. Simplemente se quedó asintiendo con la cabeza. «Ni siquiera me felicita —pensó Hertz—. Yo también soy un compañero. Pero ¿qué se puede esperar de un borracho?»

Se animó y continuó:

—Además, señor Degot, precisamente en el banquete va a empezar para ti una nueva vida. Te voy a dar tanto trabajo que no te quedará tiempo para el vodka. Serás mi mano derecha.

—Y Bárbara la izquierda —dijo Gosha con voz cansada.

—No. Bárbara se ocupará de las finanzas.

—Claro. Se sobrentiende.

—Dentro de dos años te mudarás a un sitio decente. Te lo garantizo. Digamos, por ejemplo, a la torre Plan de Putin. A un piso sesenta y ocho. Y eso será solamente el principio. Vamos a reorganizar el trabajo. Seremos más entretenidos, más floridos y divertidos. Aumentaremos la tirada y la cantidad de módulos publicitarios. Nosotros dos juntos, amigo, dejaremos a nuestros nietos en herencia una residencia de quince habitaciones en los niveles ochenta…

—¿A nuestros nietos? —preguntó irónicamente Gosha, acercándose la botella—. Tú ni siquiera tienes hijos.

—Espero tenerlos.

—Un plan excelente. ¿Lo sabe Bárbara?

—Todavía no.

—Se alegrará.

—Eso mismo pienso yo.

—Sólo espero que esto no cambie nada.

—¿Y qué tiene que cambiar?

—Nada —contestó secamente Gosha—. Sólo que estoy bajo la impresión de una conversación con la madre de mis hijos. Las mujeres son criaturas especiales. Nunca quieren cambiar nada. Aceptan el mundo tal como es. Se adaptan, y exigen eso mismo de los hombres. Tú has cambiado mucho, Saveliy. Recuerdo que eras otro. Un tipo malo. Querías cambiar algo. Pero ahora tienes a tu Bárbara y ella te ha transformado…

—Déjalo ya.

Gosha soltó una risita burlona.

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