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Authors: Irvine Welsh

Tags: #Humor

Col recalentada (12 page)

BOOK: Col recalentada
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«¿Por qué coño tendríamos que ayudaros?», preguntó Ally Masters a Tazak.

El alienígena dio una calada a su cigarrillo con expresión meditabunda: «Podéis hacer lo que os dé la puta gana…»

Otra voz le interrumpió: «¡Porque te estamos haciendo un favor, puto zumbao!» Los terrícolas se quedaron paralizados ante la presencia de uno de los suyos.

Los
casuals
de los Hibs no daban crédito a sus ojos. Era Mikey Devlin, el hermano de Alan. El que había desaparecido. Ahora había vuelto. ¡Y seguía vestido de Nike!

«¡Mikey Devlin!», exclamó Ally Masters, mirándole de arriba abajo. «Eh…, llevas unas pintas de lo más ochenteras, tío. Las zapatillas y tal. ¿Por dónde andabas?»

«En el hiperespacio, ¿vale?», dijo Mikey con una sonrisa, «y tengo que hablaros de algo mucho más importante que las putas marcas, cabrones.»

Les narró a los muchachos su historia.

«Pero ¿cómo pudiste marcharte así sin más?», quiso saber Bri Garratt.

«Y darle la espalda a los colegas», le echó en cara Ally.

«Y a Escocia», añadió Denny McEwan con sorna.

A Mikey empezaba a tocarle los huevos la mentalidad provinciana de su vieja cuadrilla. «¡Que le den a Escocia, tonto del culo! ¡He visto el universo entero, coño! ¡He visto cosas que vosotros no veríais ni en sueños, joder!»

Denny se mantuvo en sus trece. «Vete a la mierda, Mikey. No vuelvas aquí para poner a parir a Escocia.»

Mikey miró a Tazak con gesto cansado. Los capullos estos no captaban el mensaje. «Para mí Escocia…», se burló, «no es más que una puta mota de polvo. Cierra la puta boca con Escocia de una vez. ¡He vuelto para que nos convirtamos en la cuadrilla número uno del planeta!»

19

El tiempo había cambiado. Estaba diluviando. Trevor Drysdale intentó dormir; la entrevista con la junta de ascensos era al día siguiente. El solo hecho de pensar en aquellos perroflautas hijos de puta, empapados y pasando frío en un descampado, le producía una cálida sensación de satisfacción que bastaba para hacerle dormir plácidamente. Por nervioso que estuviera a la mañana siguiente, Drysdale se había preparado bien. Las entrevistas tenían todas que ver con descifrar códigos y descubrir lo que ahora estaba en boga; en un momento dado podía tocar retórica progre y línea dura inmediatamente después. En cualquier burocracia, el mejor profesional era siempre aquel o aquella que era capaz de controlar sus prejuicios y aprenderse el rollo dominante con convicción. Por supuesto, era completamente irrelevante cómo se comportara uno siempre y cuando la adhesión fuera efectiva. Cowan quería oír chorradas progres, así que Drysdale se las daría a porrillo. Para Cowan, el acatamiento de la disciplina era casi tan importante como la higiene personal.

20

Desde que le dieron el alta en el hospital y denunció la agresión ante el agente Drysdale, Clint Phillips había estado dándoles esquinazo a Jimmy y a Semo. Se encuentran en la cantera con Dunky, y éste les cuenta que Clint le ha insinuado que no tiene intención de compartir con ellos la recaudación de la Junta de Indemnizaciones por Lesiones. Jimmy y Semo, muy ofendidos, deciden meterle a Clint el miedo en el cuerpo. Robarán un coche y se lanzarán sobre él a gran velocidad, atravesando el patio delantero del garaje. «Para que ese cabrón se entere de que no estamos para putas bromas», dijo Semo.

21

Trevor Drysdale se mira en el espejo. Se ha peinado el pelo hacia atrás y se ha hecho un brushing. El tupé le da cierto aspecto de mariquita, piensa, pero Cowan vería con buenos ojos una imagen más blanda, mucho menos severa que su
look
engominado habitual. Drysdale opina que tiene un aspecto bastante apuesto con su traje Moss Bros de color gris perla. Iba a salir de aquel agujero infernal y a ejercer responsabilidades como supervisor. La comisaría del South Side le llamaba.

Drysdale se ha fijado en que la lluvia fuerte ha cesado. Acude a la ciudad en coche, tomándose su tiempo. Aparca a setecientos metros aproximadamente de esa estructura inmensa e inmaculada, todo un templo de los agentes de la ley, que es la comisaría del South Side. A Drysdale le ha apetecido ir caminando hasta el edificio que sin duda va a convertirse en su nuevo hogar, para adaptarse de forma lenta y gradual a su nuevo entorno.

22

El intento de Jimmy y Semo de asustar a Clint no salió del todo según las previsiones. Aparcaron y esperaron al otro lado de la calle, pero no se veía a Clint por ningún lado. Y, para colmo, la ira de Jimmy fue en aumento cuando vio a Shelley y a Sarah entrar en el taller del garaje y desaparecer en la parte de atrás con Alan Devlin.

«Ese cabrón de Devlin…», maldijo Jiimmy entre dientes.

«Espera un momento», dijo Semo con una sonrisa, «vamos a darle una lección a ese hijo de puta.»

Alan Devlin estaba follándose a Sarah sobre la mesa, mientras Shelley les miraba, pensando en lo incómodo que parecía comparado con lo bien que se había sentido ella en idéntica posición.

Devlin ya tenía bien cogido el ritmo cuando desde el patio escuchó unos bocinazos fuertes y repetitivos. «¡Joder! ¡Marshall!», rugió, enojado de tener que sacársela a una Sarah muy tensa, que se había bajado el vestido y las bragas casi en un solo movimiento. Devlin se subió los pantalones a toda prisa y salió corriendo hacia el taller de la entrada. Jimmy y Semo estaban dentro del coche con la ventanilla bajada. Agitaban bolsas de patatas fritas y algunas otras existencias que habían cogido del taller mientras Devlin atendía a sus obligaciones.

«¡OS MATARÉ, PUTOS CABRONCETES!», gritó Alan Devlin mientras salía disparado hacia el coche, pero los chicos se largaron pitando.

En ese momento apareció Clint por el patio, comiéndose un cucurucho de helado.

«¿Dónde coño estabas?», le preguntó Devlin entre dientes.

«Salí un momento a por un cucurucho… de la furgoneta…», respondió Clint con voz entrecortada mientras Shelley y Sarah soltaban risitas tontas en la entrada del taller.

«¡Te dije que estuvieras al loro, joder!», maldijo Devlin, a la vez que le saltaba el cucurucho de las manos de un manotazo y lo mandaba a parar sobre el patio aceitoso.

El rostro del joven enrojeció y los ojos se le llenaron de lágrimas cuando oyó las carcajadas de las chicas.

Jimmy y Semo decidieron quedarse con el coche e ir a la capital a por más drogas. Habían logrado colocarle los ácidos a una pandilla de
travellers.
El coche robado, un Nissan Micra blanco, era casualmente del mismo color y año que el que conducía Allister Farmer, uno de los miembros de la junta de ascensos de la policía local del South Side de Edimburgo. La coincidencia devino en cruel cuando a Farmer, que se dirigía a la comisaría del South Side para hacer unas entrevistas, le adelantó el coche de Jimmy y Semo, que se dirigía a toda velocidad a la casa de Alec Murphy en Leith.

Dejaron atrás a Farmer a la altura de St Leonard’s Street, donde Jimmy le dedicó al indignado poli de paisano un lánguido signo de la victoria. Mientras tanto, Trevor Drysdale, que iba caminando por la acera pensando en las respuestas que iba a dar a las preguntas de la entrevista, no se percató de que estaba pasando junto a un enorme y turbio charco aceitoso que se había formado junto a un desagüe atascado. Apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando un Nissan Micra blanco levantó una cortina de líquido inmundo que le bañó de la cabeza a los pies. En un instante, el tupé de Drysdale quedó pegado a su cráneo, y uno de los lados de su traje gris perla quedó empapado y teñido de negro.

Drysdale no pudo hacer otra cosa que mirarse de arriba abajo. Desde lo más hondo de su ser salió un grito angustioso y primario: «¡HIJO DE PUTA! ¡HIJO DE LA GRAN PUTA!», cuando levantó la vista para fijarse en la trasera del Nissan Micra blanco, que se alejaba cada vez más.

El aspirante a ascenso no se había dado cuenta, sin embargo, de que había dos Nissan Micra blancos, y que el responsable del desaguisado había pasado ya el semáforo que había al final de la calle. Pero el segundo Nissan, en el que viajaba el inocente Allister Farmer, se había detenido ante el semáforo en rojo. Por su parte, Farmer estaba tan furioso con el conductor irresponsable del vehículo que tenía delante que no había llegado a fijarse en lo que le había pasado al desafortunado peatón en St Leonard’s Street.

Al notar que las luces se habían puesto en rojo y que el Nissan Micra se había detenido, Drysdale se lanzó a una carrera de esas que destrozan los pulmones para dar alcance al vehículo estacionario. Al llegar a su altura, llamó a la ventanilla. Allister Farmer la bajó y se topó con un «¡HIJO DE LA GRAN PUTA!» gutural y entrecortado y con un puño que le reventó la nariz.

Drysdale se largó. Ya se había vengado; ahora tenía que salvar la situación. Todavía le quedaban diez minutos. Se metió a toda prisa en un pub e intentó limpiarse lo mejor que pudo. Se miró en el espejo. Estaba hecho un asco, un puritito asco. Lo único que podía hacer era contárselo a Cowan y esperar que el jefe de la junta de ascensos aceptase su explicación y cerrase los ojos ante su aspecto.

Allister Farmer se cortó la hemorragia con un pañuelo. El inspector de policía estaba conmocionado. Había investigado muchas agresiones arbitrarias como aquélla, pero nunca jamás había llegado a imaginar que podía ser víctima de una de ellas, y menos a plena luz del día, en una calle transitada y en las inmediaciones de una de las principales comisarías de la localidad. Farmer se había quedado demasiado pasmado para fijarse en la dirección por la que había huido el culpable. Con mano temblorosa, arrancó, atravesó las luces y aparcó fuera del parking de la comisaría

«¡Allister! ¿Qué te ha pasado? ¿Estás bien?», le preguntó Tom Cowan con gesto preocupado mientras un encargado de primeros auxilios atendía a la hemorragia nasal de Farmer. Enviaron a la calle a un par de agentes para que investigaran y encontraran al culpable.

«Dios, Tom, un puto borracho llamó a mi ventanilla y me agredió en mi propio coche, enfrente de la puñetera comisaría… En fin, tenemos unas entrevistas que hacer. El espectáculo debe continuar.»

«¿Qué pinta tenía?»

«Luego, Tom, luego. No hagamos esperar a los candidatos.»

Cowan hizo un gesto de asentimiento y acompañó a Farmer y a Des Thorpe desde la sección de personal a la sala de entrevistas. Echaron otro rápido vistazo a los formularios que ya habían examinado minuciosamente. Dada su experiencia, sus orígenes y su condición de miembro de la logia, estuvieron de acuerdo en que Trevor Drysdale era un excelente candidato para uno de los puestos.

«Conozco a Drysdale», dijo Cowan mientras se arrancaba un antiestético hilo blanco de la manga de la chaqueta. «Es un incondicional de la logia y un poli estupendo, caramba.»

Mandaron llamar a Drysdale, que entró tímidamente. Cowan se quedó boquiabierto, pero no tanto como Farmer.

Drysdale se limitó a taparse los ojos con las manos y echarse a llorar. Ya se veía pasando otra década en la subcomisaría.

23

A Gezra, el Anciano de Conducta Conforme y Apropiada, le costaba mucho comprender a la juventud actual. Quizá llevara demasiado tiempo en el mundo, reflexionó, pero no lograba comprender qué clase de satisfacción podía producirles viajar a lugares atrasados como la Tierra en sus destartaladas naves espaciales, secuestrar a pobres alienígenas y meterles sondas anales por el culo. Imaginó que sería una de esas cosas de jóvenes. En cuanto entraba a formar parte de su cultura y los medios telepáticos le ponían la mano encima, se propagaba como un incendio forestal. En realidad, los chavales eran inofensivos, pero los animales de la Tierra también tenían derechos, cosa que a la juventud actual le costaba asimilar.

Su pueblo lo había aprendido todo sobre la cultura terrestre de un nativo del planeta llamado Mikey Devlin, al que habían secuestrado para realizar estudios culturales cinco años antes. Había optado por permanecer entre ellos antes que someterse a una limpieza de memoria, siempre y cuando le proporcionasen jóvenes terrícolas en edad de merecer, aquella sustancia peligrosa y altamente adictiva llamada «fumeque» y alguna que otra comida para llevar. Varias actrices punteras de Hollywood y modelos internacionales, así como chicas de la página tres del
Sun
y mujeres que frecuentaban el club nocturno Buster Brown’s de Edimburgo, declararon que habían sido secuestradas de noche por alienígenas, pero nadie había atado cabos ni se había tomado sus quejas en serio. Todas habían dicho que una de las criaturas tenía aspecto humano. En fin, así era Devlin, pensó el Anciano de Conducta Conforme y Apropiada: un salido de mucho cuidado.

Mientras se ciñó a los viajes oficiales, Mikey había estado bien. Era un tío legal y convincente, y les gustaba tenerle entre ellos. No obstante, reflexionó Gezra, el terrícola se había juntado con una cuadrilla de jóvenes rebeldes que le llevaban a casa de excursión ilícita. No eran malos en realidad, pero sí estúpidos. En cuanto alcanzasen la edad de procrear, abandonarían ese comportamiento. Pero, por ahora, el terrícola estaba con ellos. A Gezra le preocupaba que Mikey tratase de ponerles en contacto con sus antiguos amigos de la Tierra, cosa que estaba prohibida sin una limpieza de memoria previa. ¡Pero ahí estaría el imperativo que Tazak y Mikey necesitaban para reponer sus existencias de la droga «fumeque»! Ahora Gezra se marcharía y, para evitar que le detectaran, viajaría utilizando medios tecnológicos en lugar de recurrir a la Voluntad. Con dedos esqueléticos y temblorosos, introdujo las coordenadas.

24

Jimmy y Semo no habían conseguido pillarle a Alec otra cosa que unas cápsulas de temazepam y algo de hachís y cuando abandonaban la ciudad en coche rumbo a casa estaban bastante desilusionados.

25

Y toda la gente que se había congregado en los campos próximos a las viejas excavaciones mineras, que se extendían hasta más allá de donde alcanzaba la vista, estaba oyendo música, la dulce música que inundaba la atmósfera. Mientras el cielo iba oscureciendo, el imponente espectáculo de la nave espacial que se aproximaba a la Tierra intensificaba los subidones de emoción. Era como una gigantesca concha marina de color blanco que estuviera compuesta por otras conchas más pequeñas, y que se mantenía inmóvil en el aire, silenciosamente, a una veintena de metros por encima del emplazamiento.

Algunos, sin ser religiosos, se santiguaron; otros, que lo eran, renunciaron enseguida a todo aquello en lo que les habían enseñado a creer.

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