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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantasia

Con la Hierba de Almohada (34 page)

BOOK: Con la Hierba de Almohada
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—En ese caso, ¿habrías accedido a hacer lo que te pedía? ¿Habríamos regresado con él a Inuyama?

—No lo habría hecho aunque el mismísimo Arai en persona me lo pidiera -replicó la joven-. Siempre haré que los hombres tengan que esperarme.

—¿Quieres saber otra impresión que tuve? -le preguntó Hana a su hermana mayor.

—¿De qué se trata?

—Al señor Akita le dabas miedo, hermana.

—Tus ojos son sagaces -reconoció Kaede, soltando una carcajada.

—No quiero ir de viaje -exclamó Ai-. No quiero abandonar esta casa nunca.

Apenada, Kaede miró a su hermana.

—Algún día tendrás que casarte. Tal vez tengas que ir a Inuyama el año próximo y permanecer allí algún tiempo.

—¿Yo también tendré que hacer lo mismo?

—Tal vez -respondió la joven-. Muchos hombres querrán casarse con vosotras.

"Para lograr una alianza conm¡go", pensó Kaede, entristecida por verse obligada a utilizar a sus hermanas de semejante forma.

—Yo viajaré a Inuyama con la condición de que Shizuka nos acompañe -sentenció Hana.

Kaede sonrió y abrazó a su hermana de nuevo. No tenía sentido decirle que Shizuka correría gran peligro en Inuyama mientras Arai estuviera allí.

—Ve a decir a Shizuka que acuda a verme. Ayame, encárgate de comprobar qué comida podemos ofrecer a los hombres esta noche.

—Me alegro de que les pidieses que inicien el regreso por la mañana -exclamó Ayame-. No creo que pudiéramos darlos de comer otra noche más. Están demasiado acostumbrados a comer bien -hizo un gesto de negación con la cabeza-. Aunque debo decir, señora Kaede, que tu padre habría censurado tu conducta.

—¡Eso ya lo sé! -rugió ésta al instante-. ¡Y si quieres seguir en esta casa, nunca vuelvas a hablarme de esa manera!

Ayame se quedó estupefacta ante el tono de su señora.

—Señora Shirakawa -se disculpó con voz apagada, antes de caer de rodillas y arrastrarse hacia atrás hasta abandonar la sala.

Shizuka llegó al poco rato con una linterna, pues estaba oscureciendo. En ese momento, Kaede pidió a sus hermanas que fueran a cambiarse de ropa.

—¿Cuánto lograste oír? -preguntó, cuando sus hermanas se hubieron marchado.

—Lo suficiente. Kondo me ha contado lo que el señor Akia dijo al regresar al pabellón de invitados. Por lo visto p¡ensa que en esta casa habita un extraño poder sobrenatural. Tú misma le aterrorizaste. Dijo que eras como la araña de otoño, dorada y mortal, y que tejes una red de belleza para cautivar a los hombres.

—Muy poético -señaló Kaede.

—Sí, ¡eso mismo pensó Kondo!

Kaede pudo imaginar la mirada sarcástica de éste. Un día, se prometió a sí misma, él la miraría sin el menor rastro de ironía y llegaría a respetarla. Todos lo harían, todos aquellos hombres que se jactaban de ser tan poderosos...

—Y a mi rehén, Sonoda Mitsuru, ¿también le doy miedo?

—¡Tu rehén! -se rió Shizuka-. ¿Cómo osaste sugerir tal cosa?

—¿Acaso he actuado mal?

—No, todo lo contrario. Tu decisión les hizo creer que eres mucho más poderosa de lo que habían pensado en un primer momento. El joven se siente muy inquieto ante la perspectiva de permanecer aquí. ¿Dónde piensas alojarle?

—Shoji puede llevársele a su casa y cuidar de él. Desje luego, no quiero que permanezca aquí -Kaede hizo una pausa, y después continuó con un ligero tono de amargura-: Será mejor tratado de lo que yo fui. Pero ¿cómo te afectará esto a ti, Shizuka? Confío en que esta situación no te ponga en peligro.

—Arai tiene que saber que todavía estoy a tu lado -replicó ésta-. No veo peligro alguno en ese joven. Ahora su tío, el señor Akita, tendrá mucho cuidado de no disgustarte. Tu posición de fuerza me protege, nos protege a todos nosotros. Lo más probable es que Arai esperara encontrarte afligida y desesperada por conseguir su ayuda. Y, sin embargo, escuchará una historia muy diferente. Ya te lo dije, todo saldrá bien.

—¿Y qué va a pasar ahora?

—Supongo que vendrá algún enviado de Maruyama antes de que comience el invierno, en respuesta a los emisarios enviados por Kondo.

Kaede albergaba esa esperanza, y a menudo sus recuerdos volvían al último encuentro con su pariente y las promesas que ambas se habían hecho. El padre de Kaede le había advertido que tendría que luchar por esa herencia, pero ella apenas sabía quiénes serían sus adversarios o cómo prepararse para la batalla. ¿Quién podría enseñarle? ¿Quién dirigiría un ejército en su nombre?

Al día siguiente, la señora Shirakawa se despidió de Akita y de sus hombres, aliviada porque su estancia hubiera sido tan breve. Después dio la bienvenida al sobrino del guerrero, hizo llamar a Shoji y le entregó al joven. Kaede era consciente del efecto que producía en el muchacho, que no lograba apartar sus ojos de su figura y temblaba en su presencia, pero a ella no le interesaba en absoluto; tan sólo lo valoraba como rehén.

—Mantenle ocupado -le pidió a Shoji-. Trátale adecuadamente y con respeto, pero no permitas que averigüe demasiadas cosas sobre nuestros asuntos.

* * *

Durante las siguientes semanas empezaron a llegar hombres a la casa, pues había corrido el rumor de que Kaede estaba buscando guerreros. Llegaban solos, de dos en dos y a veces de tres en tres, pero nunca en grupos numerosos. Eran guerreros cuyos señores habían muerto o habían sido despojados de sus propiedades, soldados que, tras años de guerras, se habían quedado sin amo. Con ayuda de Kondo, los sometió a algunas pruebas -no quería contratar a delincuentes o a inútiles-; pero no podían permitirse rechazar a muchos, pues en su mayoría eran luchadores experimentados que formarían el grueso de su ejército cuando llegase la primavera.

De todas formas, la joven se desanimaba ante la idea de no poder alimentarlos y tener que prescindir de algunos durante los largos meses de invierno.

Unos días antes del solsticio, Kondo trajo la noticia que Kaede había estado esperando.

—El señor Sugita, de Maruyama, ha llegado con varios de sus hombres.

La joven los recibió con enorme placer. Ellos veneraban la memoria de su señora y estaban acostumbrados a tener una mujer al mando. Kaede se alegró especialmente de volver a ver a Sugita, a quien recordaba de su viaje a Tsuwano. Él las había dejado allí y había regresado a casa, para asegurarse de que el dominio no fuera atacado y sustituir a la señora Maruyama durante su ausencia. Embargado por el dolor tras la muerte de su señora, Sugita estaba decidido a que se cumpliese la voluntad de ésta. Como hombre práctico que era, había traído consigo arroz y otras provisiones.

—No quiero aumentar tus cargas -dijo.

—No son tan pesadas como para no poder dar de comer a los viejos amigos -mintió ella.

—Todos vamos a sufrir este invierno -replicó él con desaliento-. Por culpa de las tormentas, la muerte de Iida y las campañas de Arai, las cosechas son mucho más escasas de lo que debieran.

Kaede le invitó a comer con ella y dejó al resto de los hombres a cargo de Shoji y de Kondo. Hablaron brevemente sobre los acontecimientos de Inuyama, y después conversaron largo y tendido sobre la herencia de Maruyama. Sugita trataba a Kaede con respeto pero con una afectuosa familiaridad, como si fueran parientes cercanos. Ella se sentía a gusto en su presencia, pues aunque él no se veía amenazado por la joven, tomaba en serio sus opiniones.

Una vez que hubieron terminado de comer y la mesa ya se había retirado, Sugita habló:

—La voluntad de mi señora era que su dominio pasase a tus manos. Cuando recibí tu mensaje diciendo que tenías la intención de reclamar tu herencia me llevé una inmensa alegría. He venido sin demora para comunicarte que te ayudaré, muchos de nosotros lo haremos. Deberíamos empezar a preparar los planes antes de la primavera.

—Ésa es mi intención, y necesitaré toda la ayuda que pueda conseguir -replicó Kaede-. No tengo ni idea de cómo actuar. ¿Podré tomar las tierras así, sin más? ¿A quién pertenecen ahora?

—Te pertenecen a ti -respondió él-. Eres la heredera más próxima, y el expreso deseo de nuestra señora era que el dominio pasara a tu propiedad; pero hay otras personas que lo reclaman, principalmente la hijastra de la señora Maruyama, quien está casada con un primo del señor Iida con el que Arai no ha conseguido acabar, pues dispone de un gran ejército. Sus tropas están formadas por guerreros Tohan, que huyeron del castillo de los Noguchi cuando éste cayó, y por miembros renegados del clan Seishuu que no quieren someterse a Arai. Van a pasar el invierno en el oeste, pero marcharán hacia Maruyama en primavera. Debemos actuar con rapidez y osadía, pues de lo contrario estallará la guerra y el dominio resultaría muy dañado.

—Le aseguré a la señora Naomi que impediría que tal desgracia ocurriese -afirmó Kaede-, pero en realidad ignoraba lo que estaba prometiendo y cómo lograrlo.

—Son muchos los que desean ayudarte -aseguró él, inclinándose hacia delante, para susurrar-: He sido enviado por nuestro consejo de ancianos para pedirte que regreses con nosotros lo antes posible. Bajo el mando de la señora Naomi el dominio prosperó. La población disponía de alimentos suficientes e incluso los más pobres podían alimentar a sus hijos, manteníamos relaciones comerciales con el continente, extraíamos plata y cobre de las minas, y establecimos gran cantidad de pequeños negocios. La alianza entre el señor Arai, el señor Otori Shigeru y el clan Maruyama habría ampliado esta prosperidad hasta el País Medio. Queremos salvar !o que se pueda de aquel acuerdo.

—Tengo la intención de visitar al señor Arai en primavera -le informó Kaede-. Entonces formalizaré nuestra alianza.

—Si es así, una de tus condiciones debe ser que Arai te preste su apoyo cuando reclames Maruyama; sólo él tiene el poder suficiente para obligar a la hijastra de la señora Naomi y a su marido a que se retiren sin entrar en combate. Y en caso de que estallara la guerra, únicamente el ejército de Arai podría derrotarlos. Tienes que actuar con rapidez. En cuanto las carreteras vuelvan a ser transitables, debes viajar a Inuyama y después acudir a nosotros... con el apoyo de Arai.

Sugita observó a Kaede, esbozó una sonrisa, y añadió:

—Perdóname, no pretendo darte órdenes; pero confío en que sigas mis consejos.

—Lo haré -prometió ella-. Es justo lo que pensaba hacer, pero con tu apoyo me has dado ánimos.

La conversación se centró en la cantidad de hombres que Sugita lograría reunir, y éste juró que no entregaría el dominio a nadie más que a Kaede. También le comunicó que partiría al día siguiente, ya que deseaba estar de regreso en Maruyama antes del Año Nuevo. Entonces, de forma accidental, Sugita comentó:

—Es una lástima que Otori Takeo haya muerto. Si te hubieras casado con él, su nombre y su relación con los Otori te habrían procurado aún más poder.

Por un momento pareció que el corazón de la joven había dejado de latir y que, desprendiéndose del pecho, se le había desplomado sobre el estómago.

—No había tenido noticia de su muerte -balbució ella, intentando que la voz no se le quebrase.

—Es lo que la gente comenta. Sin embargo, no tengo más información al respecto, aunque parece la explicación lógica dada su desaparición. También puede que se trate de habladurías.

—Tal vez -convino Kaede, mientras en silencio pensaba: "O puede que su cadáver repose en el campo, o en la montaña, y yo nunca lo sabré"-. Estoy un poco cansada, señor. Perdóname -añadió.

—Señora Shirakawa -Sugita hizo una reverencia y se puso en pie-, estaremos en contacto siempre que las condiciones del tiempo lo permitan. Esperaremos tu llegada a Maruyama en primavera; las fuerzas del clan apoyarán tu reclamación. Si se produce algún cambio, te haré llegar un mensaje.

Kaede prometió hacer lo propio, mientras su impaciencia iba en aumento. Una vez que Sugita hubo abandonado la estancia y la joven estuvo convencida de que ya se encontraba en el pabellón de invitados, hizo llamar a Shizuka. Mientras esperaba su llegada, recorrió la sala sin cesar, de un lado a otro. Cuando llegó la doncella, Kaede la agarró con ambas manos.

—¿Me estás ocultando algo?

—¿Señora? -Shizuka, desconcertada, se quedó mirándola-. ¿A qué te refieres? ¿Qué ha ocurrido?

—Según Sugita, la gente dice que Takeo ha muerto.

—Sólo son rumores.

—¿Acaso sabías algo?

—Sí, pero creo que no es cierto. Si estuviera muerto, nos habríamos enterado. ¡Qué pálida estás! Siéntate. No debes fatigarte en exceso, es importante que no caigas enferma otra vez. Prepararé las camas.

Shizuka condujo a Kaede desde la sala principal hasta la habitación en la que dormían, y la joven señora se desplomó en el lecho. El corazón todavía le golpeaba con fuerza en su interior.

—Tengo miedo de que muera antes de que podamos vernos por última vez.

Shizuka se arrodilló junto a ella, le desató el fajín y la ayudó a quitarse las lujosas ropas que vestía.

—Voy a darte un masaje en la cabeza. Incorpórate, y no te muevas.

Pero la joven movía constantemente la cabeza de un lado a otro, se agarraba el cabello, apretaba los puños y los volvía a abrir. Las manos de Shizuka no le proporcionaban ningún alivio, tan sólo le traían a la memoria aquella insoportable tarde en Inuyama y los acontecimientos que ocurrieron a continuación. El cuerpo le temblaba de forma incontrolable.

—Tienes que averiguar lo que ha pasado, Shizuka. Tengo que enterarme. Envía un mensaje a tu tío Kenji. Que sea Kondo quien lo lleve. Debe partir de inmediato.

—Yo creía que habías empezado a olvidarte de Takeo -murmuró la doncella, mientras sus manos friccionaban el cráneo de su señora.

—No puedo olvidarme de él. Lo he intentado, pero en cuanto oigo su nombre todo vuelve a ser igual. ¿Recuerdas el día que le conocí en Tsuwano? Me enamoré de él en ese instante. Caí en cama con fiebre. Fue, todavía es, como un encantamiento, una enfermedad de la que jamás lograré recuperarme. Dijiste que ambos lo superaríamos; pero nunca lo haremos.

Bajo los dedos de Shizuka, la frente de Kaede ardía. Alarmada, la muchacha preguntó:

—¿Quieres que envíe a buscar a Ishida?

—El deseo me atormenta -exclamó Kaede con un hilo de voz-. El doctor Ishida no puede hacer nada por mí.

—Es fácil aliviar el deseo -replicó Shizuka pacientemente.

—Pero yo sólo lo siento por él. Nada ni nadie puede aliviarlo. Sé que debo intentar vivir sin Takeo. Tengo deberes para con mi familia que debo cumplir; pero si él ha muerto, debes decírmelo.

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