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Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

Conjuro de dragones (41 page)

BOOK: Conjuro de dragones
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—¿Quieres a la Roja? —repitió la atronadora voz. Las palabras sonaban tan fuertes que hirieron sus oídos.

El caballero extendió las manos y agarró la Dragonlance. Giró en redondo al mismo tiempo que Malystryx se abatía sobre él, y, trepando torpemente por encima de los últimos restos del tesoro, corrió al frente acortando la distancia.

La lanza perforó la carne de Malys y penetró con fuerza en su pecho, y el dragón profirió un alarido desgarrador que sacudió el cielo. Dhamon intentó liberar la lanza, pero estaba demasiado hundida; el mango le escaldó las manos cuando la llameante sangre del dragón inundó el arma. Soltó la lanza y retrocedió, contemplando cómo la criatura se retorcía. La garra de Khellendros salió disparada contra la señora suprema, a la que asestó tal golpe que lanzó a la enorme hembra Roja por los aires, muy lejos de allí.

Malystryx salió volando de la meseta, con la Dragonlance clavada en el cuerpo y chorros de fuego brotando por sus fauces.

—¡Khellendros! —llamó Onysablet—. ¡Khellendros! —La Negra inclinó la cabeza respetuosa.

Beryl, la señora suprema Verde, gruñó, pero hizo lo mismo.

—¡Khellendros! —exclamó.

El grito fue recogido por Hollintress y Ciclón, y repetido por los dragones situados al pie de la montaña.

—¡Escuchadme! —tronó el Azul, y sus palabras sacudieron con violencia la montaña—. ¡Yo soy Khellendros, la Tormenta sobre Krynn! ¡Khellendros, el Señor del Portal! ¡Khellendros, aquel a quien Kitiara llamaba Skie!

El gigantesco Dragón Azul señaló en dirección a la formación de rocas que circundaba la meseta. El resplandor que emanaba de él se extendió hasta bañar las piedras, que absorbieron la luz y empezaron a retumbar con un fuerte zumbido que inundó el cielo.

En lo alto, donde Dragones Negros, Verdes y Azules y Plateados, Dorados, de Latón, de Cobre y de Bronce se enfrentaban, el zumbido también se escuchó; y las criaturas hicieron una pausa en su aéreo combate. Los Caballeros de Solamnia que montaban a los Plateados miraron hacia el suelo, forzando los ojos para intentar ver qué sucedía.

Khellendros absorbió los restos de energía mágica que quedaban en los tesoros y en Fisura; el huldre, tan débil que no podía mantenerse en pie, se desplomó al suelo.

Entonces la mente del Azul se proyectó hacia las piedras, solicitando acceso a El Gríseo. El megalito refulgió, el aire humeante situado entre las dos columnas gemelas de piedra chisporroteó, y luego se dividió. Por la abertura brillaron las estrellas. Estrellas y volutas grisáceas.

—Mi hogar —musitó el huldre. Intentó arrastrarse hasta el megalito, pero la garra de Ciclón lo mantuvo inmovilizado—. El Gríseo.

Las piedras zumbaron con más fuerza, en tanto que Palin y los otros se tapaban los oídos.

—¡Palin Majere! —gritó Khellendros—. Te concedo la vida y la de tus amigos en este día. Te doy mi palabra de que los dragones aquí reunidos no os harán daño. Ni tampoco los ejércitos de ahí abajo. Podéis marcharos. ¡Pero sólo hoy! —Su voz se apagó—. ¡Marchaos ahora! —continuó—. La próxima vez que nos encontremos, Palin Majere, no seré tan generoso.

Se dio impulso con las patas y dio un salto que sacudió la montaña e hizo caer de rodillas a Palin y a los otros.

El dragón voló hacia el megalito, a la vez que extendía una garra enorme en dirección a una hembra Azul, el recipiente elegido por Khellendros para contener a Kitiara. La hembra se echó hacia atrás instintivamente, y por un instante Tormenta vaciló en su vuelo. Mientras lo hacía, la superficie de El Gríseo pareció ondular y vibrar. Hilillos de neblina surgieron de su interior y envolvieron al Dragón Azul; acariciaron y abrazaron su gigantesco cuerpo, dando la impresión de que se lo llevaban hacia la oscura cúpula del firmamento.

—¡Kitiara —exclamó Khellendros—, finalmente voy a reunirme contigo!

La superficie del Portal se estremeció; mientras Palin la contemplaba con fijeza, le pareció ver durante un único y eterno instante un rostro moreno de una inmensa belleza desgarradora. Luego el cuerpo del Azul se alargó hasta extremos imposibles y penetró por entre las piedras. Un trueno resquebrajó las montañas, y a lo lejos, sin que nadie lo advirtiera, el Dragón de las Tinieblas desplegó las alas y se introdujo silenciosamente en una nube.

Khellendros había desaparecido.

—¡Kitiara! —susurró el viento.

Beryllinthranox se apartó del semiogro y señaló en dirección a la ladera de la montaña. Onysablet hizo lo mismo y empujó a Rig y a sus compañeros con la sinuosa cola.

—Marchaos —sisearon las señoras supremas.

Rig levantó del suelo a Veylona, en tanto que Goldmoon tomaba entre sus brazos el cadáver de Jaspe; el cetro descansaba sobre el pecho ensangrentado y cubierto de ampollas.

Fiona tomó la mano de la kender y la condujo hacia Palin y Usha, que habían iniciado el descenso de la montaña.

Feril se quedó junto a Dhamon, mirando al cielo. Por fin lo cogió de la mano y tiró de él hacia el borde de la meseta, y él la siguió en silencio, contemplando con incredulidad la espalda de Goldmoon.

El grupo pasó sin ser molestado junto a los dragones menores situados al pie de la montaña. En silencio, las filas de Caballeros de Takhisis se separaron para dejarlos pasar, al igual que hicieron las de goblins, hobgoblins, ogros, draconianos y bárbaros.

No se detuvieron hasta encontrarse bien lejos de aquellos ejércitos y hasta que el sol empezó a alzarse en un cielo sin nubes. Ulin, Alba, Gilthanas y Silvara los aguardaban. Todos demostraron sorpresa al ver a Goldmoon, y tristeza ante la visión de Jaspe. Sus miradas hablaban por sí mismas, aunque no cruzaron una sola palabra. Ya habría tiempo para palabras y lágrimas más adelante.

21

Muertes y comienzos

El semiogro tomó el transbordador para abandonar la isla de Schallsea poco después del entierro de Jaspe. Pensaba regresar a su casa, a visitar las tumbas de su esposa e hija, y a buscar a un lobo de pelaje rojo; estaba seguro de que no había muerto, y él y los otros sabían ahora que no era en absoluto un lobo.

Todavía quedaban dragones que combatir, y Groller dejó muy claro a Palin que regresaría al cabo de unos pocos meses. Necesitaba algo de tiempo para sí mismo, primero. Dedicó un gesto de despedida al marinero, cruzando los brazos frente al pecho y meneando la cabeza. Rig repitió el gesto, con los ojos inundados de lágrimas.

* * *

Palin y Usha regresaron a la Torre de Wayreth tras pasar varias horas reunidos con Goldmoon. Tenían cabos sueltos que atar, entre ellos determinar el alcance del daño provocado por el traidor Hechicero Oscuro. Había que hacer planes, y debían decidir cómo continuar la lucha contra los dragones.

* * *

Ampolla eligió quedarse con la sacerdotisa como su alumna más nueva. La kender había convencido a Veylona para que no se fuera, al menos por algún tiempo. Ampolla pensaba seguir los pasos de Jaspe, y ya lucía un Medallón de la Fe colgado al cuello, uno parecido al que llevaba Goldmoon; además, la kender se mostraba curiosamente seria y silenciosa, actitud que venía mostrando desde el entierro de Jaspe.

—Haré que te sientas orgulloso —musitó, mientras arrojaba un puñado de tierra a la sepultura del enano—. Y siempre te recordaré.

* * *

Ulin y Alba no regresaron a Schallsea. Partieron desde Khur, sin revelar a nadie su destino ni insinuar cuándo pensaban volver. El joven Majere no había hecho mención de su esposa e hijos a Usha, sólo de la magia que controlaría en el futuro.

Sin embargo, en realidad era a casa con su familia adonde Ulin se dirigía con su dorado compañero. Allí estudiarían juntos. El joven se regocijaba interiormente pensando en cómo reaccionarían sus hijos y esposa ante Alba.

* * *

Gilthanas se encontraba junto a la forma elfa de Silvara. Con los brazos entrelazados, se contemplaban mutuamente.

—¡Hay tanto que hacer! —dijo Silvara—. Todavía hay señores supremos, aunque Khellendros se haya ido. Los que sobrevivieron han comprendido ahora que los hombres no se dejarán dominar sin hacer nada. Lucharemos contra ellos.

Gilthanas se estremeció al recordar el frío de Ergoth del Sur, sabiendo que volvería a sentir aquel frío, pues era allí adonde habían decidido encaminar sus pasos ahora. Iban a reunir a los habitantes de la zona, a organizar a todos los caballeros solámnicos y a dirigir sus esfuerzos hacia la expulsión del Blanco del antiguo hogar de los kalanestis.

E iban a iniciar una vida juntos allí: elfo y dragón. Gilthanas juró que no iba a permitir que Silvara se le volviera a escapar.

* * *

Rig y Fiona también se abrazaban. Al contrario que Silvara, Fiona no regresaba a Ergoth del Sur. No había conseguido convencer a Rig para que se uniera a la orden; ni tampoco había conseguido él convencerla para que la abandonara. Así pues, la mujer había decidido llegar a un arreglo, aceptando tomarse un permiso durante un tiempo.

El marinero apartó un rizo rebelde del rostro de la joven y la besó. Ella no era Shaon. No quería usarla como sustituto de su primer amor; pero tenía que admitir que amaba a Fiona con la misma intensidad.

—Cásate conmigo —le pidió Rig, con sencillez.

—Lo pensaré —respondió ella, y sus ojos verdes brillaron traviesos.

—No lo pienses demasiado —replicó él—. Hay dragones contra los que luchar.

—¿Y lucharíamos mejor contra ellos si estuviéramos casados?

—Yo sé que sí lo haría —repuso él con una mueca.

—En ese caso acepto, Rig Mer-Krel.

La apretó contra sí con fuerza, como si temiera que ella pudiera huir de su lado y arruinar aquel momento de felicidad.

* * *

Dhamon estaba de pie en la playa de la isla de Schallsea, observando alejarse el transbordador en el que iba Groller mientras agitaba la mano a modo de despedida. Feril se colocó a su lado sin hacer ruido.

—Te amo —dijo la elfa. Él se volvió para mirarla, y ella se deslizó entre sus brazos y enterró el rostro en su cuello.

Dhamon cerró los ojos y la abrazó durante varios minutos, aspirando su dulce perfume.

—Pero no puedo quedarme —añadió la kalanesti, apartándose ligeramente—. Me voy a casa. Viajaré con Silvara y Gilthanas.

—Podría ir contigo —repuso él—. Goldmoon me ha perdonado, y yo...

—Necesito estar sola un tiempo —dijo ella, negando con la cabeza—. Necesito volver a encontrarme.

Él tragó saliva con fuerza, la miró a los ojos y sintió una opresión en el pecho.

—Feril, yo...

Ella posó un dedo sobre los labios del caballero.

—No digas nada, Dhamon, por favor. Sería muy fácil para ti convencerme de que me quede contigo. Y eso no es lo que yo necesito en estos momentos.

—Te echaré de menos, Ferilleeagh.

—Volveré a tu lado —prometió ella—. Cuando esté preparada. Todavía quedan dragones que combatir, y no pienso dejar que sigas con ello tú solo. Cuida de Rig y de Fiona. Palin ha prometido no quitaros los ojos de encima a vosotros tres, y enviarme a donde sea que estéis cuando las circunstancias lo requieran...

—... cuando estés preparada —terminó él.

Permanecieron uno junto al otro con la vista puesta en las relucientes aguas de Nuevo Mar.

* * *

A miles de kilómetros de allí, en dirección nordeste, se extendían las aguas de un mar distinto: el Mar Sangriento de Istar, que lamía las costas del reino de Malystryx.

Un rizo se formó sobre la cristalina superficie, luego otro y otro. Aparecieron algunas burbujas, pequeñas y escasas al principio, que aumentaron en número y tamaño, como si el mar fuera un cazo hirviendo.

Una testa de dragón salió a la superficie, roja y furiosa; los ojos centelleaban tenebrosos. Enseguida hizo su aparición una garra, una que sostenía una lanza. El arma estaba roja de sangre. La hembra se la había arrancado del pecho.

—Es la guerra —siseó Malystryx. La zarpa chisporroteaba, y una columna de vapor se elevaba de la quemadura producida por la lanza—. Y esto no es más que el principio.

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