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Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

Cuento de muerte (7 page)

BOOK: Cuento de muerte
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—Jan… acabo de recibir tu mensaje. ¿Te encuentras bien? ¿Cómo está tu madre?

—Está bien. Bueno, ha sufrido un pequeño ataque cardíaco, pero ahora se encuentra estable.

—¿Estás en el hospital?

—No, estoy en casa… Quiero decir, en casa de mi madre. Pasaré aquí la noche y esperaré a mi hermano, que debería llegar mañana.

—¿Quieres que vaya para allí? Podría salir ahora mismo y llegar en dos o tres horas…

Fabel le aseguró que no era necesario, que él estaría bien y que su madre probablemente estaría de regreso en su casa en un par de días.

—No ha sido más que un disparo de advertencia —explicó.

Pero, después de colgar, Fabel se sintió de repente muy solo. Había comprado bocadillos abiertos ya cocidos pero se dio cuenta de que no podía enfrentarse a la idea de comer y los guardó en la nevera. Terminó el té y subió por la escalera hasta su antiguo dormitorio, bajo la amplia extensión de la empinada inclinación del techo. Arrojó el bolso y el abrigo en un rincón y se tumbó en la cama individual, pero sin encender la luz. Se quedó acostado en la oscuridad tratando de recordar la voz de su padre, muerto hacía ya largo tiempo, gritando desde la escalera para que Fabel y su hermano Lex se levantaran de la cama. Se dio cuenta de que sólo podía recordar la voz de su padre condensada en una sola palabra:
traanköppe
. Eso era lo que su padre gritaba por las mañanas: «dormilón» en frisón. Fabel suspiró en la oscuridad. Eso es lo que ocurría cuando uno llegaba a la mediana edad: las voces que en una época uno escuchaba to dos los días se desvanecían de la memoria hasta que sólo quedaban una o dos palabras.

Fabel levantó el móvil de la mesilla de noche y, sin encender la luz, buscó en la memoria del teléfono el número de la Cesa de Anna Wolff. Sonó varias veces y luego apareció el contestador. Decidió no dejar ningún mensaje y, siguiendo una corazonada, marcó el número directo de Anna en el Präsidium. I.1 voz generalmente animada de Anna estaba empequeñecida por el cansancio.


Chef
… No esperaba saber de ti… Tu madre…

—Se repondrá. Fue un infarto menor, o al menos eso dijeron. He pasado la mayor parte de la tarde en el hospital. Regresaré luego. ¿Has avanzado algo con la identidad de la chica?

—No,
chef
, lo lamento. No. He recibido los resultados de mi búsqueda con la BKA. No hay ninguna persona desaparecida que encaje con la descripción. He ampliado los parámetros de búsqueda: tal vez ella fuera de otra parte de Alemania, o de otro lado. Nunca se sabe, con tanto tráfico de mujeres de Europa del Este.

Fabel lanzó un gruñido. El tráfico de mujeres jóvenes desde Rusia, los Balcanes y otros lugares en los bordes orientales de la riqueza de Occidente se había convertido en un serio problema para Hamburgo. Atraídas por toda clase de promesas, desde contratos como modelos hasta empleos domésticos, estas mujeres y chicas se convertían en virtuales esclavas y en la mitad de los casos terminaban vendidas a redes de prostitución. El nacimiento de un nuevo siglo había traído aparejado el renacimiento de un viejo mal: la esclavitud.

—Sigue en ello, Anna —le dijo, aunque sabía que no era necesario, por la misma razón por la que había deducido que la encontraría en el Präsidium. Una vez que Anna se concentraba en una tarea, era incansable—. ¿Algo más?

—El Kommissar Klatt ha venido esta tarde. Le expliqué que tu madre estaba enferma y que habías tenido que marcharte. Le hice un recorrido por el Präsidium y se lo presenté a todos. Parecía bastante impresionado. Fuera de eso, nada. Oh, espera, Holger Brauner ha llamado. Ha dicho que había preparado los exámenes de ADN y que se los llevará a Möller al Institut für Rechtsmedizin mañana por la mañana.

—Gracias, Anna. Os llamaré mañana y os haré saber cuáles serán mis probables movimientos.

—Entonces te sugiero que hables con Werner cuando llames. Está preocupado por ti. Por tu madre.

—Lo haré. —Fabel colgó, interrumpiendo el contacto con su nuevo mundo, y volvió a hundirse en la oscuridad y el silencio del viejo.

Cuando Fabel regresó a la Kreiskrankenhaus Norden, el doctor con el que había hablado antes ya había terminado su turno, pero la enfermera jefe estaba allí. Era una mujer de mediana edad con una cara redondeada, franca y honesta. Sonrió cuando Fabel se acercó y le informó de las novedades sin que él tuviera que preguntarle nada.

—Tu madre se encuentra bien —dijo—. Se durmió esta tarde después de que te fueras y le hicimos otro electrocardiograma. En realidad no hay nada de qué preocuparse si se lo toma con calma.

—¿Hay probabilidades de que tenga otro ataque?

—Bueno, una vez que has sufrido el primero, las probabilidades del segundo son siempre más altas. Pero no, no necesariamente. Lo importante es que tu madre se levante y se mueva, y que mantenga un ritmo de actividad razonable en los próximos días. Yo diría que es posible que esté en condiciones de volver a su casa mañana por la tarde. O tal vez el día siguiente.

—Muchas gracias, enfermera —dijo Fabel, y se volvió hacia la habitación de su madre.

—No te acuerdas de mí, ¿verdad, Jan? —dijo la enfermera. El se dio la vuelta y vio que había algo tentativo y tímido en su sonrisa—. Soy Hilke. Hilke Tietjen.

Fabel necesitó uno o dos segundos para que ese nombre se registrara y destacara en medio de las pilas de otros que había en su memoria.

—Dios mío, Hilke. ¡Deben de haber pasado veinte años! ¿Cómo estás?

—En realidad casi veinticinco. Estoy bien, gracias. ¿Y tú? He oído que eras Kommissar de la policía de Hamburgo.

—Erster Hauptkommissar ahora —dijo Fabel con una sonrisa. Recorrió esa cara redondeada de mediana edad en busca de Vestigios de las facciones más jóvenes, más delgadas y más bonitas que él siempre había relacionado con el nombre Hilke Tietjen. Allí estaban, en la estructura del rostro, como huellas arqueológicas cubiertas por los años y el peso ganado—. ¿Sigues viviendo en Norddeich?

—No. Vivo aquí, en Norden. Ahora me llamo Hilke Freericks. ¿Recuerdas a Dirk Freericks, de la escuela?

—Claro —mintió Fabel—. ¿Tenéis niños?

—Cuatro —rio ella—. Todos varones. ¿Y tú?

—Una hija, Gabi. —Fabel se sintió irritado consigo mismo cuando se dio cuenta de que no quería admitir que estaba divorciado. Sonrió con incomodidad.

—Ha sido un placer volver a verte, Jan —dijo Hilke—. Debes de estar ansioso por ver a tu madre.

—Ha sido bueno verte a ti también —dijo Fabel. La observó alejarse por el pasillo del hospital. Una mujer pequeña, de caderas anchas y mediana edad llamada Hilke Freericks quien, veinticuatro años antes, había sido Hilke Tietjen, delgada, con una rara bonita pecosa rodeada de un brillante cabello rubio rojizo y que había compartido momentos urgentes y jadeantes con Fabel entre las dunas de la costa de Norddeich. Para Fabel, en esos descarnados cambios provocados por el paso de casi un cuarto de siglo había un contraste intolerablemente deprimente y triste. Y esa sensación le produjo la misma urgencia de antes de alejarse lo más posible de Norddeich y de Norden.

La madre de Fabel estaba sentada en la silla junto a su cama, mirando
Wetten, Dass
… en la televisión cuando él entró en la habitación. El aparato enmudeció y Thomas Gottschalk siguió sonriendo y charlando sin sonido. Ella sonrió ampliamente y apagó el televisor con el mando a distancia.

—Hola, hijo. Pareces cansado. —Su voz tenía una combinación casi cómica de acento británico y el duro dialecto frisón con que hablaba alemán con su hijo. Fabel se inclinó para besarle la mejilla. Ella le palmeó el brazo.

—Yo estoy bien,
mutti
. No es por mí por quien deberíamos preocuparnos. Pero parece que hay buenas noticias… La enfermera me ha dicho que tu electro salió normal y que podrías salir mañana por la tarde.

—¿Has hablado con Hilke Freericks? Salisteis juntos en alguna ocasión, según recuerdo.

Fabel se sentó en el borde de la cama.

—Aquello fue hace mucho tiempo,
mutti
. Apenas la reconocí. —Mientras hablaba, el recuerdo de Hilke, de su largo pelo dorado y rojizo y su piel traslúcida bajo el luminoso sol de un verano lejano chocó con la imagen de la mujer anticuada y de mediana edad con quien había charlado en el pasillo—. Ha cambiado. —Hizo una pausa—. ¿Yo también he cambiado tanto,
mutti
?

La madre de Fabel se echó a reír.

—No me lo preguntes a mí. Tú y Lex seguís siendo mis bebés. Pero yo no me preocuparía por ello. Todos cambiamos.

—Es sólo que cuando regreso aquí siempre espero que todo siga igual.

—Eso es porque este lugar es un concepto para ti, un sitio en tu pasado, más que una realidad. Vuelves aquí para reenfocar detalles de tus recuerdos. Yo hacía exactamente lo mismo cada vez que volvía a Escocia. Pero las cosas cambian, los lugares cambian. El mundo avanza. —Ella sonrió, estiró el brazo y pasó la mano suavemente por los pelos de la sien de Fabel, peinándolo con los dedos de la misma manera que lo hacía cuando él era un niño a punto de salir hacia la escuela—. ¿Cómo está Gabi? ¿Cuándo traerás a mí nieta para que me visite?

—Pronto, espero —dijo Fabel—. Le toca venir un fin de semana.

—¿Y cómo se encuentra su madre? —Desde la separación, la madre de Fabel no se había referido ni una sola vez a su ex esposa, Renate, por su nombre. Y, cuando hablaba, él podía oír el hielo cristalizándose en la voz de su madre.

—No lo sé,
mutti
. No hablo mucho con ella, pero cuando lo hago no es muy agradable. En cualquier caso, no hablemos de Renate; eso no hace más que enfadarte.

—¿Y qué hay de esa nueva novia que tienes? Bueno, ya no tan nueva. Hace bastante tiempo que salís… ¿Es algo serio?

—¿Qué… Susanne? —Fabel pareció desconcertado durante un momento. No era tanto la pregunta lo que lo había cogido con la guardia baja, sino el repentino descubrimiento de que no conocía la respuesta. Se encogió de hombros—. Nos llevamos bien. Muy bien.

—Yo me llevo muy bien con Herr Heermans, el charcutero, pero eso no significa que tengamos futuro juntos.

Fabel se echó a reír.

—No lo sé,
mutti
. Es sólo el principio. De todas formas, cuéntame qué te ha dicho el doctor sobre lo que debes hacer cuando salgas de aquí…

Fabel y su madre pasaron las dos horas siguientes charlando despreocupadamente. En ese lapso, él la examinó con más detalle de lo que lo había hecho en mucho tiempo. ¿Cuándo había envejecido tanto? ¿Cuándo se le había puesto blanco el pelo, y por qué él no se había dado cuenta? Pensó en lo que su madre había dicho respecto de que Norddeich era un concepto para él; se dio cuenta de que ella también era un concepto, una constante que él jamás había esperado que se alterara, que envejeciera. Que muriera…

Cuando Fabel regresó a la casa de su madre ya eran más de las diez y media. Cogió una cerveza Jever de la nevera y salió al fresco de la noche. Caminó hasta el final del jardín, atravesó la verja y la hilera de árboles. Luego trepó por la empinada orilla llena de pasto del terraplén y, cuando llegó a lo más alto, se sentó, con los codos sobre las rodillas, llevándose cada tanto a los labios la botella de cerveza frisona con aroma a hierbas. Era una noche fresca y clara y el inmenso cielo frisón estaba tachonado de estrellas. Las dunas se extendían delante de él y, a mitad del horizonte, alcanzó a ver las luces resplandecientes del ferry nocturno de Norderney. Esa era otra constante; ese sitio donde se había sentado, por encima de la tierra llana que tenía detrás y del mar plano que tenía delante. Se había sentado muchas veces en ese lugar, de niño, de joven y de hombre. Fabel respiró profundamente, tratando de alejar los pensamientos que lo acorralaban, pero éstos continuaron zumbando en su cabeza azarosa e implacablemente. La imagen de una Hilke Tietjen, desaparecida hacía ya mucho tiempo, en las dunas, chocaba con la imagen de la chica muerta en la playa de Blankenese; pensó en los cambios que se habían producido en su hogar en su ausencia y la forma en que la casa de Paula Ehlers se había congelado durante la suya. El ferry, el último de la noche, se acercó a la costa de Norddeich. Bebió otro sorbo de la Jever. Trató de recordar a Hilke Tietjen con el aspecto actual, pero se dio cuenta de que no podía hacerlo; la imagen de la Hilke adolescente era más fuerte. ¿Cómo podía alguien cambiar tanto? ¿Y acaso se equivocaba sobre la chica muerta? ¿Podría haber cambiado en un lapso tan breve?

—Me pareció que te encontraría aquí… —Fabel se sobresaltó ante el sonido de la voz. Se giró a medias y vio a su hermano Lex de pie detrás de él.

—¡Por Dios, Lex, casi me matas del susto!

Lex se echó a reír y le dio a Fabel un fuerte empujón con la rodilla.

—Pasas demasiado tiempo con criminales, Jannik —dijo Lex, usando el diminutivo frisón del nombre de pila de Fabel—. Parecería que siempre piensas que alguno de ellos te sorprenderá por detrás. Tienes que relajarte. —Se sentó junto a su hermano. Había traído dos botellas más de Jever de la nevera y golpeó una contra el pecho de Fabel.

—No te esperaba hasta mañana —le dijo Fabel a su hermano con una cálida sonrisa.

—Lo sé, pero le pedí a mi asistente que me cubriera. Entre Hanna y el resto del personal se las arreglarán bien hasta que yo vuelva.

Fabel asintió. Lex tenía un restaurante y hotel en la isla de Sylt, en Frisia del Norte, cerca de la frontera con Dinamarca.

—¿Cómo está
mutti
?

—Bien, Lex. En serio, bien. Es probable que salga mañana. Fue un ataque muy menor, según los médicos.

—Ya es demasiado tarde para visitarla esta noche. Iré mañana a primera hora.

Fabel miró a Lex. «Mayor en años pero más joven de corazón», era la frase con que solía describir a su hermano mayor. No se parecían en nada: Fabel era un típico alemán del norte, mientras que Lex parecía un retroceso a las raíces celtas de su madre. Era bastante más bajo que Fabel y tenía el pelo negro y tupido. Y había más diferencias además del aspecto. Fabel había envidiado muchas veces el buen humor, el estado de ánimo relajado y las incontenibles ganas de divertirse de su hermano mayor. Lex sonreía más rápidamente y más fácil que Fabel y su buen humor le había dejado marcas en el rostro, en especial alrededor de los ojos, que siempre parecían estar sonriendo.

—¿Cómo se encuentran Hanna y los niños? —preguntó Fabel.

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