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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras, Fantástico

Desde el abismo del tiempo (12 page)

BOOK: Desde el abismo del tiempo
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Durante tres días descansaron aquí antes de intentar explorar las inmediaciones. Al cuarto, Bradley declaró que iba a escalar los macizos rocosos para ver qué había más allá. Le dijo a la muchacha que permaneciera oculta, pero ella se negó a quedarse sola, diciendo que fuera cual fuese su destino, pretendía compartirlo, así que Bradley se vio obligado a permitirle que lo acompañara. Se abrieron paso a través de los bosques en la cima del promontorio, dirigiéndose hacia el norte, y había recorrido una corta distancia cuando el bosque terminó y ante ellos vieron las aguas del mar interior y tenuemente, en la distancia, la ansiada costa.

La playa se encontraba a unos doscientos metros del pie de la colina donde se encontraban, no había ningún árbol ni ninguna otra forma de refugio entre ellos y el agua hasta donde podían ver arriba y abajo de la costa. Entre otros planes Bradley había pensado en construir una balsa cubierta con la que pudieran llegar a tierra, pero semejante embarcación tendría que ser de un peso considerable, y habría que construirla en el agua, ya que no podían esperar moverla ni siquiera una corta distancia.

—Si este bosque estuviera tan solo al borde del agua… -suspiró.

—Pero no lo está -le recordó la muchacha-. Aprovechemos lo que tenemos. Hemos escapado de la muerte al menos por algún tiempo. Tenemos comida y agua y paz, y nos tenemos el uno al otro. ¿Qué más podríamos tener en tierra?

—¡Pero pensé que querías volver a tu país! -exclamó él.

Ella clavó la mirada en el suelo y casi se dio la vuelta.

—Sí, pero soy feliz aquí. Podría ser un poco más feliz.

Bradley reflexionó en silencio.

«¡Tenemos comida y agua y paz, y nos tenemos el uno al otro!», se repitió.

Se volvió y miró a la muchacha, y fue como si en los días que habían estado juntos esta fuera la primera vez que la veía realmente. Las circunstancias que los habían unido, los peligros que habían atravesado, todas las extrañas y horribles situaciones que habían formado el trasfondo de su concepción de ella habían tenido su efecto: ella no había sido más que la compañera de una aventura; su confianza en sí misma, su resistencia, su lealtad, habían sido únicamente lo que un hombre podría esperar de otro, y vio que había asumido inconscientemente hacia ella la misma actitud que podría haber asumido hacia un hombre. Sin embargo, había habido una diferencia: Bradley recordó ahora la extraña sensación de júbilo que lo asaltaba en las ocasiones en que la muchacha le había apretado la mano, y la tristeza que había seguido a su declaración de amor a An-Tak.

Dio un paso hacia ella. Una feroz ansia por agarrarla y aplastarla entre sus brazos lo inundó, y entonces en la pantalla de sus recuerdos apareció la imagen de una mansión entre amplios jardines y viejos árboles y un anciano orgulloso con pobladas cejas, un anciano que mantenía la cabeza muy alta, y Bradley sacudió la cabeza y se volvió de nuevo.

Regresaron a su pequeña pradera, y los días fueron y vinieron, y el hombre fabricó una lanza y un arco y flechas y cazó con ellos para poder tener carne, e hizo anzuelos con huesos de peces y capturó peces con maravillosas moscas de su propia invención; y la muchacha recogió frutos y cocinó la carne y los peces e hizo lechos de ramas y hierbas blandas. Curtió las pieles de los animales que él mataba y las ablandó a base de golpes. Hizo sandalias para ella y para el hombre y dio forma a una piel al estilo de las que llevaban los guerreros de su tribu y se la entregó al hombre para que la llevara, pues sus ropas estaban hechas jirones.

Ella era siempre igual: dulce y amable y servicial, pero siempre había en sus modales y su expresión un rastro de tristeza, y a menudo se sentaba y miraba al hombre cuando él no se daba cuenta, el entrecejo arrugado como si intentara sondearlo y comprenderlo. En la cara del acantilado Bradley abrió una cueva en el granito podrido que componía la colina, fabricando un refugio contra las lluvias. Traía madera para la hoguera que usaban sólo a medio día (un momento en que era poco probable que los wieroos estuvieran volando tan lejos de su ciudad), y luego aprendió a cubrirla con tierra de manera que las ascuas aguantaran hasta el mediodía siguiente sin desprender humo.

Siempre planeaba llegar a tierra firme, y no pasaba un solo día que no subiera a lo alto de la colina y contemplara la oscura y lejana línea que para él significaba una libertad comparativa y la posibilidad de reunirse con sus camaradas. La muchacha siempre lo acompañaba, se colocaba a su lado y contemplaba la severa expresión de su rostro con un deje de tristeza en el suyo.

—No eres feliz -dijo una vez.

—Debería estar allí con mis hombres -respondió él-. No sé qué puede haberles sucedido.

—Quiero que seas feliz -dijo ella sencillamente-, pero me sentiría muy sola si te fueras y me dejaras aquí.

Él le colocó la mano en el hombro.

—No haría eso, pequeña -dijo amablemente-. Si no puedes venir conmigo, no me iré. Si uno de los dos tiene que irse solo, serás tú.

La cara de ella se iluminó con una maravillosa sonrisa.

—Entonces no nos separaremos -dijo-, pues nunca te dejaré mientras los dos vivamos.

Él la miró a la cara un momento, y entonces preguntó:

—¿Quién era An-Tak?

—Mi hermano -respondió ella-. ¿Por qué?

Y entonces, aún menos que antes, pudo él contárselo. Fue entonces cuando hizo algo que nunca había hecho antes: la rodeó con los brazos e, inclinándose, la besó en la frente.

—Hasta que encuentres a An-Tak -dijo-, yo seré tu hermano.

Ella se apartó.

—Ya tengo un hermano -dijo-, y no quiero otro.

Capítulo V

L
os días se convirtieron en semanas, y las semanas se convirtieron en meses, y los meses se sucedieron unos a otros en una lenta procesión de días calurosos y húmedos y noches cálidas y húmedas Los fugitivos nunca vieron a un solo wieroo durante el día, aunque a menudo oían de noche el horrible batir de alas gigantescas sobre ellos.

Cada día era igual que el anterior. Bradley nadaba durante unos minutos en la fría laguna cada mañana temprano, y después de un tiempo la muchacha lo probó y le gustó. En la parte central era lo bastante profunda como para poder nadar, y así le enseñó a nadar: ella fue probablemente la primera humana en todas las largas eras de Caspak en hacerlo. Y luego, mientras ella preparaba el desayuno, el hombre se afeitaba: esto no dejaba de hacerlo nunca. Al principio fue una fuente de asombro para la muchacha, pues los hombres galu son lampiños.

Cuando necesitaban carne, él cazaba, y de lo contrario se entretenía mejorando su refugio, haciendo armas nuevas y mejores, perfeccionando su conocimiento del lenguaje de la muchacha y enseñándola a hablar y escribir en inglés: cualquier cosa que los mantuviera a ambos ocupados. Seguía pensando en nuevos planes para escapar, pero cada vez con menos entusiasmo, ya que cada nueva idea presentaba algún obstáculo insuperable.

Y entonces un día, como un rayo caído del cielo, sucedió algo que acabó con la paz y seguridad de su santuario para siempre. Bradley estaba saliendo del agua después de su chapuzón matutino cuando desde lo alto llegó el sonido de alas batiendo. Al alzar rápidamente la cabeza el hombre vio un wieroo de túnica blanca volando lentamente sobre él. No pudo dudar que había sido descubierto porque la criatura incluso redujo su altura para asegurarse de que había visto a un hombre. Entonces se elevó rápidamente y se alejó camino de la ciudad.

Durante dos días Bradley y la muchacha vivieron en un constante estado de aprensión, esperando el momento en que los cazadores vinieran a por ellos; pero no sucedió nada hasta después del amanecer del tercer día, cuando el sonido de las alas les anunció que los wieroos se acercaban. Juntos se dirigieron a la linde del bosque y vieron en el cielo a cinco criaturas de túnica roja que descendían trazando espirales cada vez más bajas hacia el pequeño anfiteatro. No intentaban ocultar que llegaban, seguros de su habilidad para superar a estos dos fugitivos, y con enorme confianza en sí mismos aterrizaron en el claro, a unos pocos metros del hombre y la muchacha.

Siguiendo un plan que ya habían discutido, Bradley y la chica se retiraron lentamente hacia los bosques. Los wieroos avanzaron, llamándolos para que se rindieran; pero ellos no replicaron. Avanzaron más y más hacia el pequeño bosque, permitiendo que se acercaran cada vez más; entonces Bradley dio la vuelta hacia el claro, evidentemente para gran placer de los wieroos, que ahora los seguían más confiados, esperando el momento en que dejaran atrás los árboles y pudieran usar sus alas. Se habían desplegado en formación semicircular ahora, con la evidente intención de impedir que los dos regresaran al bosque. Cada wieroo avanzaba con su hoja curva en la mano, sus horribles rostros vacíos de toda expresión.

Fue entonces cuando Bradley abrió fuego con su pistola: tres disparos, apuntados con cuidadosa deliberación, pues hacía mucho tiempo que no usaba el arma, y no podía permitirse malgastar munición fallando. Ante cada disparo cayó un wieroo; y los dos restantes intentaron escapar volando, gritando y chillando a la manera de su especie. Cuando un wieroo corre, sus alas se despliegan casi sin que lo pretenda, ya que desde tiempo inmemorial siempre las han usado para equilibrarse y acelerar su velocidad de manera que al descubierto parecen rozar la superficie del suelo cuando intentan correr. Pero aquí en el bosque, entre los árboles, el despliegue de las alas les jugó a la contra: los retrasó y los detuvo y los arrojó al suelo, y Bradley se alzó sobre ellos amenazándolos con una muerte instantánea si no se rendían, prometiéndoles la libertad si se plegaban a sus exigencias.

—Como habéis visto -exclamó-, puedo mataros desde lejos cuando quiera. No podéis escapar de mí. Vuestra única esperanza se basa en la obediencia. ¡Rápido, u os mataré!

Los wieroos se detuvieron y se volvieron hacia él.

—¿Qué quieres de nosotros? -preguntó uno.

—Soltad vuestras armas -ordenó Bradley. Después de un momento de vacilación, obedecieron.

—¡Ahora acercaos!

Un gran plan (el único plan) se había formado súbitamente en su mente.

Los wieroos se acercaron y se detuvieron siguiendo sus órdenes. Bradley se volvió hacia la muchacha.

—Hay cuerda en el refugio -dijo-. ¡Tráela!

Ella así lo hizo, y entonces él le indicó que atara un extremo al tobillo de uno de los wieroos y el extremo opuesto al segundo. Las criaturas dieron muestras de sentir gran temor, pero no se atrevieron a intentar impedir la acción.

—Ahora salid al claro -dijo Bradley-, y recordad que estoy detrás y que dispararé al primero que intente escapar: eso detendrá al otro hasta que pueda matarlo también.

Los hizo detenerse cuando llegaron al claro.

—La muchacha subirá a la espalda del que va delante -anunció el inglés-. Yo montaré al otro. Ella lleva una hoja afilada, y yo llevo este arma que sabéis que mata fácilmente en la distancia. Si desobedecéis en lo más mínimo las instrucciones que voy a daros, moriréis los dos. Si tenemos que morir con vosotros, no nos importará. Si obedecéis, os prometo que os liberaré sin haceros daño.

«Nos llevaréis al oeste, y nos depositaréis en la orilla de la tierra firme… eso es todo. Ese es el precio de vuestras vidas. ¿Estáis de acuerdo?

A regañadientes, los wieroos aceptaron. Bradley examinó los nudos que ataban la cuerda a sus tobillos, y tras considerar que eran seguros indicó a la muchacha que montara a la espalda del primer wieroo, mientras que él lo hacía en el otro. Entonces dio la señal para que los dos se elevaran juntos. Con un fuerte batir de sus poderosas alas, las criaturas saltaron al aire, trazaron un círculo antes de superar las copas de los árboles de la colina y luego se dirigieron al oeste sobre las aguas del mar.

En ninguna parte pudo ver Bradley rastro de los otros wieroos, ni de las otras amenazas que había temido pudieran frustrar sus planes de huida: los enormes reptiles alados que tan numerosos son sobre las zonas del sur de Caspak y que a menudo se ven, aunque en menor número, más al norte.

La tierra firme se acercaba más y más: una amplia pradera que se extendía al pie de una altiplanicie que se extendía ante ellos. Los puntitos que veían se convirtieron en manadas de ciervos y antílopes y bos; un enorme rinoceronte lanudo chapoteaba en un charco de barro a la derecha, y más allá, un poderoso mamut comía las hojas tiernas de un alto árbol. Los rugidos y gritos y gruñidos de los gigantescos carnívoros llegaban levemente a sus oídos. Ah, esto era Caspak. Pese a todos sus peligros y su salvajismo primigenio causó en la garganta del inglés una sensación de plenitud, como la de alguien que ve y oye los sonidos y vistas familiares de su casa después de una larga ausencia.

Entonces los wieroos se posaron en el césped cuajado de flores que crecía casi al borde del agua, los fugitivos desmontaron de sus espaldas, y Bradley le dijo a las criaturas de túnica roja que eran libres para marcharse.

Cuando les cortó las cuerdas de los tobillos, se alzaron emitiendo aquel chillido increíble que siempre provocaba un escalofrío en el inglés, y con sus poderosas alas se marcharon volando hacia la temible Oo-oh.

Cuando las criaturas se marcharon, la muchacha se volvió hacia Bradley.

—¿Por qué has hecho que nos traigan aquí? -preguntó-. Ahora estamos lejos de mi país. Puede que nunca vivamos para alcanzarlo, ya que estamos entre enemigos que, aunque no de manera tan horrible, nos matarán igual que lo harían los wieroos si nos capturaran, y tenemos por delante muchas jornadas de marcha a través de tierras llenas de bestias salvajes.

—Por dos razones -replicó Bradley-. Me dijiste que hay dos ciudades wieroo en el extremo oriental de la isla. Haber pasado cerca de cualquiera de ellas podría haber atraído a cientos de criaturas de quienes no habríamos podido escapar. Además, mis amigos deben de estar cerca de este lugar: no podemos estar a más de dos jornadas de marcha del fuerte del que te he hablado. Es mi deber regresar con ellos. Si siguen viviendo, encontrarán un medio de devolverte a tu pueblo.

—¿Y tú? -preguntó la muchacha.

—Escapé de Oo-oh -respondió Bradley-. He conseguido lo imposible una vez, y lo conseguiré de nuevo: escaparé de Caspak.

No la estaba mirando a la cara mientras le respondía, y por eso no vio la sombra de tristeza que cruzó su semblante. Cuando volvió a alzar los ojos, ella sonreía.

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