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Authors: Laura Gallego García

Tags: #Narrativa, #Juvenil

Donde los árboles cantan (17 page)

BOOK: Donde los árboles cantan
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—Yo sí creo tu historia —prosiguió Garrid—. Creo que Harak es invencible. ¿Ves a ese de ahí? —añadió señalando con el mentón a un soldado hosco y ceñudo que afilaba su cuchillo un poco más allá—. Era mi compañero en la batalla contra los bárbaros. Es fuerte, ya lo puedes imaginar. Llevaba un hacha de guerra y tuvo ocasión de lanzarla contra Harak cuando lo dejó atrás. Yo lo vi, Viana: se le clavó en la espalda a ese maldito bárbaro y él siguió cabalgando como si nada. Y ya sabes que los bárbaros no usan armaduras. Harak, en realidad, ni siquiera se protegía con ningún tipo de jubón. Se lanzó a la batalla a pecho descubierto y todo el mundo pensó que estaba loco o que era muy arrogante. Bien… el hacha de mi amigo se le hincó justo aquí, y de tal forma que debería haberle roto la columna.

—Pero eso es imposible —murmuro Viana, pálida.

—Imposible o no, es lo que sucedió. Yo mismo lo vi. Y encontraras a varias personas en este lugar que podrían contarte historias semejantes. Pero Lobo jamás lo admitirá.

—¿Por qué no?

Garrid cambió de posición, mientras buscaba las palabras adecuadas para continuar.

—Bueno —dijo por fin—. ¿Ves a toda esta gente que se ha reunido aquí? ¿Qué dirías que somos?

—Los soldados supervivientes de la guerra —respondió Viana—. Eso es lo que Lobo me ha dicho.

—Para él somos más que eso: somos el germen de un nuevo ejército que combatirá y derrotará a los bárbaros.

Viana volvió a echar una mirada al campamento y no pudo reprimir una sonrisa.

—Ya sé lo que parece —dijo Garrid sin sentirse ofendido—. Y te aseguro que la mayoría de nosotros no volvería a enfrentarse a los bárbaros por nada del mundo. Pero Lobo no se da por vencido y, por otro lado, poco a poco va llegando más gente y pronto podremos organizar ataques más audaces.

Viana lo comprendió de pronto:

—¡Vosotros sois los «rebeldes» de los que todo el mundo habla!

Garrid sonrió.

—Eso intentamos —respondió con cierta modestia—. Hasta el momento hemos emboscado a algunos bárbaros en el camino, hemos asaltado algún puesto de guardia… Nada importante, en realidad. Ni siquiera les hemos hecho cosquillas. Pero quizá, con el tiempo, seremos lo bastante fuertes como para plantarles cara de verdad. O, al menos, eso espera Lobo.

—Entiendo —asintió Viana—. Y no puede mantenerse muy alta la moral de su gente si circula por ahí la historia de que a Harak no se le puede matar.

—Ya lo has captado —dijo Garrid—. Pero no te preocupes por Lobo. Terminará por aceptar la realidad y asumir que hemos perdido. Hoy la idea le ha entrado un poquito más en la mollera —añadió alegremente.

La joven no hizo más comentarios al respecto aquella noche. Pero no dejó de pensar en el asunto.

En los días siguientes se fue adaptando al que sería su nuevo hogar. Le cedieron un espacio en la choza más grande, donde dormían las mujeres viudas o solteras con los huérfanos más pequeños, y aunque era un alojamiento aún más incómodo que el que había compartido con Lobo durante los mese anteriores, Viana agradeció el contacto con otras personas. Se hizo muy amiga de Alda; ahora que ya no eran señora y criada, la confianza entre ambas creció. Viana le llevaba a menudo conejos o perdices para el puchero, y ella se lo agradecía enseñándole a preparar algunos de sus sabrosos guisos. Pero, en realidad, Viana no estaba tan interesada en la comida de Alda como en su compañía. Echaba de menos a Dorea, y también pensaba mucho en Airic. Le habló a Lobo del muchacho y de cómo lo había dejado atrás dos veces, y su mentor no hizo ningún comentario. Sin embargo, una mañana salió temprano y, cuando regresó, días más tarde, lo hizo acompañado por un nutrido grupo de personas.

Los habitantes del campamento los recibieron con curiosidad. Pronto descubrieron que se trata de gente de Campoespino que había decidido abandonar sus hogares para escapar de la opresión de los bárbaros. Había hombre, mujeres y niños: algunos eran campesinos, y otros, artesanos. Con gran alegría, Viana distinguió a Airic y su familia, y corrió a saludarlos. A la madre del muchacho se le llenaron los ojos de lágrimas cuando la reconoció, y quiso besarle las manos; pero ella no se lo permitió.

—No me debes nada, buena mujer —le dijo con dulzura—. Os puse a ti y a tu familia en un grave peligro.

—Nos ofrecisteis comida cuando estábamos hambrientos, mi señora, y eso nunca lo olvidaré —replicó ella.

Pero Viana no estaba de acuerdo.

—Tan solo os utilicé para desafiar a mi esposo. Pero ahora que estáis aquí, podré ofreceros algo más que una pierna de cerdo asado: sé cazar, y puedo conseguir comida en el bosque y cocinarla yo misma. Y si no sale buena — bromeó—, siempre podéis acudir a Lobo o a Alda, que guisan mucho mejor que yo.

La madre de Airic se quedó mirándola, un tanto desconcertada por la familiaridad con la que Viana los trataba.

Ella buscó con la mirada a Lobo para darle las gracias por haber puesto a salvo a aquella familia y lo encontró hablando con una mujer de mediana edad a la que ella conocía muy bien.

Sintió que se quedaba sin aire por un instante.

—¡Dorea! —logró gritar finalmente, emocionada.

Corrió hacia ella y casi la asfixió con su abrazo. Ella rio, feliz de verla.

—¡Niña! ¡Mi niña! —murmuró mientras lágrimas de alegría surcaban sus mejillas.

Las dos permanecieron así un instante, abrazadas y llorando como tontas, hasta que finalmente Dorea se separó de ella para contemplarla con profundo afecto.

—Qué distinta estáis, mi señora —susurró—. Ya sois toda una mujer… aunque vistáis ropas de hombre —añadió con tono de reproche.

—Ya no soy tu señora —dijo Viana—. Hace mucho que dejé de ser una dama. Ahora soy solo una muchacha.

Pero Dorea negó con la cabeza, sonriendo con ternura mientras volvía a estrecharla contra su pecho.

—Para mí, Viana, vos siempre seréis una dama.

Capítulo VII

Que trata del destino de Rocagrís, de lo que le sucedió a Viana en la cabaña del bosque y de la decisión que tomó aquella noche.

Más tarde, mientras cenaban en torno a la hoguera, Lobo les habló de lo que se comentaba por el pueblo.

—Después de lo sucedido en la Fiesta del Florecimiento —dijo—, todo el mundo está buscando a Viana. Harak considera que lo ha insultado gravemente y ha pedido su cabeza. Y ofrece mucho por ella — paseó la vista por los presentes, como si tratara de adivinar si alguno de ellos sería capaz de traicionarla—. Peor aún: muchos testigos vieron cómo el rey sobrevivía a un flechazo en el pecho, por lo que los rumores sobre su presunta inmortalidad han cobrado fuerza. Y eso lo favorece. Si la gente piensa que no se le puede matar, nadie osará alzarse contra él.

Parecía que Garrid tenía algo que decir al respecto, pero Lobo le lanzó una mirada tan terrible que el soldado volvió a cerrar la boca sin pronunciar palabra.

—Bien —prosiguió Lobo—, las cosas van a ponerse difíciles en el dominio, especialmente ahora que ha cambiado de manos.

—¿Qué ha cambiado de manos? —repitió Viana, alzando bruscamente la cabeza—. ¿Qué quieres decir?

Lobo dejó escapar una risa seca.

—Evidentemente, Harak piensa que Hundad no está haciendo bien su trabajo —respondió—. No ha sido capaz de echarte el guante y encima ha permitido que lo ataques delante de todo el mundo. Así que ha entregado Torrespino a otra persona.

—¿Y qué hay de Rocagrís, la casa de mi familia? —preguntó Viana—. ¿Quién vive allí ahora?

En tiempos de Holdar, el castillo del duque Corven había quedado algo olvidado. Viana llevaba ya tiempo deseando regresar, al menos para verlo de nuevo, pero temía lo que iba a encontrarse. Quizá, abandonado, Rocagrís se había convertido en un nido de cuervos. O tal vez en un antro lleno de bárbaros.

—Es curioso que lo menciones —respondió Lobo—, porque me consta que el nuevo señor del dominio quería instalarse en el antigua castillo de tu padre, pero Harak no se lo ha permitido. No hasta que cumpla la misión que le ha encomendado.

—¿Y cuál es? —quiso saber Viana.

—Capturarte, naturalmente. Viva o muerta. Y, como sabe que te escondes aquí, en el bosque, le resultará más práctico emplazarse en la base más cercana. Cuando cumpla su cometido, su rey le entregará todo lo que era tuyo.

Viana bufó con desdén.

—Que intente atraparme si puede. Ya tengo experiencia en tratar con bárbaros.

—No es un bárbaro. Harak ha concedió el dominio de tu padre a uno de los caballeros renegados. Creo que le conoces: se llama Robian de Castelmar.

A Viana le dio un vuelco el corazón justo antes de empezar a latir totalmente desbocado. Lobo advirtió su palidez.

—Vamos, Viana, no me digas que aún sientes algo por esa rata traidora. Supéralo de una vez, ¿quieres?

—No siento nada por él —replicó ella con fiereza; pero le había temblado la voz levemente al hablar—. Lo odio; me dejó plantada y me entregó a los bárbaros, y me niego a creer que encima tenga la desfachatez de pretender darme caza para quedarse con la hacienda de mi familia.

Lobo se encogió de hombros.

—Míralo por este lado: si se hubiese casado contigo, esas tierras serían suyas de todos modos.

—Pero la cuestión es que no se casó conmigo, de modo que no tiene derecho a ellas —discutió Viana, cada vez más enfadada—. Vamos, ¿a qué nadie más le parece absurdo todo esto?

Miró a su alrededor, pero solo halló rostros desconcertados. Con un bufido, se levantó de golpe y se fue al otro extremo del campamento a rumiar su indignación.

Nadie la siguió. Quizá porque, en el fondo, entendían que detrás de sus modos airados se ocultaba una profunda pena.

Hacía ya mucho tiempo que había dejado de entender las acciones y decisiones de Robian. Con gran esfuerzo había llegado a perdonarle su traición, suponiendo que lo había hecho porque se sentía obligado a conservar las tierras de su familia. Pero aquello… no tenía sentido. ¿La entregaría a Harak solo para poder quedarse con Rocagrís y el resto de sus propiedades?

Quizá se había visto forzado a ello. O tal vez solo estaba fingiendo, ganándose la confianza del rey bárbaro para…

Sacudió la cabeza. Había decidido meses atrás que no volvería a intentar justificar a Robian ni seguir viéndole como un héroe que espiaba al enemigo para asestarle un golpe mortal cuando menos lo esperaba. Sin embargo, si pudiera…

—Ni se te ocurra —dijo de pronto la voz de Lobo, sobresaltándola.

—¿De qué me estás hablando?

—Se lo que está pasando por tu cabecita, Viana. Y no vas a ir a verlo. Te amarraré a un árbol, si es necesario, para evitar que cometas tamaña estupidez.

Viana enrojeció a su pesar.

—No tenía intención de hacerlo —protestó.

—Mentirosa.

—Mira, Robian me abandonó en manos de Harak y los suyos y no movió un dedo por ayudarme. ¿Por qué querría volver a verlo?

—Para pedirle explicaciones, por ejemplo. Cosa muy comprensible, por otra parte. Pero resulta que no sois simplemente una pareja de novios que ha roto, Viana. Tú eres una proscrita y a él le han encomendado la tarea de capturarte.

—Ya lo sé —se enfurruñó ella—. Pero ¿por qué Harak lo ha elegido precisamente a él? Los bárbaros, que yo sepa, no son tan retorcidos.

—Bueno puede que piense que eres responsabilidad de Robian, ya que estabais prometidos —opinó Lobo—. Y, dado que tu padre y tu esposo han muerto, alguien tiene que ocuparse de ti y de atarte corto. Aunque tampoco descarto que, en efecto, Harak tenga un corazón taimado y haya escogido a Robian solo para hacerte daño.

Viana no respondió. Seguía molesta.

—Por ese motivo —prosiguió Lobo—. No debes permitir que este te afecte. Y no cometas la locura de acudir a su encuentro o dejarte ver por el pueblo estos días. Ya no tienes ningún motivo para ir allí, así que hazme caso por una vez.

Viana respiró hondo, pero no respondió.

Aquella noche soñó con Robian, después de mucho tiempo sin hacerlo, y al día siguiente se levantó melancólica y meditabunda. Cuando salió a cazar con Lobo, colocó mal una trampa y falló un flechazo dirigido a un venado, por lo que se ganó una reprimenda que apenas escuchó. Más tarde se detuvo junto al arroyo para beber, como solía hacer a menudo, y se miró en un remanso cristalino. También por primera vez en muchos meses echó de menos su aspecto anterior y su vida como doncella. Recordó los sueños de su infancia y primera adolescencia y cerró los ojos, imaginando como habría sido su futuro con Robian si los bárbaros no hubiesen invadido Nortia. Su parte sensata le decía que era buena cosa que hubiese descubierto cómo era en realidad su prometido antes de casarse con él, pero en el fondo de su corazón se resistía a hacerse a la idea. Era Robian. Robian. Habían crecido juntos, se habían jurado amor eterno cuando eran apenas unos niños. Debía de haber una explicación.

No obstante, era muy consciente de que Lobo tenía razón. No podía volver a dejarse ver por el pueblo, ahora no.

En los días siguientes se esforzó por concentrarse en lo que necesitaban de ella sus nuevos compañeros. Iba a cazar y ayudaba a Aida con la cocina, e incluso empezó a tomar lecciones de esgrima con Garrid, pese a que Lobo opinaba que no le haría falta, y que era mucho mejor que entrenase con el arco. Pero Viana, en realidad, no lo hacía porque tuviese un especial interés en aprender otra disciplina, sino porque necesitaba mantenerse ocupada.

Sin embargo, y sin apenas darse cuenta, sus excursiones por el bosque la llevaban cada vez más lejos, hasta que una mañana se topó con la cabaña que Lobo y ella habían abandonado tan precipitadamente varias semanas atrás.

Dudó un momento antes de acercarse, pero el lugar parecía desierto, de modo que no vio motivos para no hacerlo. Se aproximó lentamente, casi como si temiera que la choza fuera a desvanecerse en el aire, igual que había sucedido con sus sueños infantiles. Pero parecía sólida y muy real, de modo que, antes de que quisiera darse cuenta, se encontró empujando la puerta para entrar.

Ahogó una exclamación de sorpresa al ver que las cosas no estaban como las habían dejado. Todo en el interior de la cabaña se hallaba revuelto y desordenado, como si hubiese pasado por allí un ejército de camino a la batalla. Viana comprendió entonces que los bárbaros habían llegada hasta allí buscándola, y que Lobo había hecho muy bien obligándola a abandonar el lugar después del atentado fallido contra Harak. Acarició con suavidad la repisa de la chimenea, que ya había acumulado una ligera capa de polvo. Se encontraba a gusto en el campamento, pero añoraba el tiempo que había pasado allí con Lobo. De la misma forma, comprendió que echaba de menos su vida en el castillo de su padre. Y a su padre, naturalmente. Y a Belicia.

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