Read Drácula Online

Authors: Bram Stoker

Tags: #Clásico, Fantástico, Terror

Drácula (33 page)

BOOK: Drácula
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—Pero, doctor, usted me alaba demasiado, y no me conoce.

—¡No la conozco…! Yo, que ya soy un viejo, y toda mi vida he estudiado a hombres y mujeres; yo, que he hecho del cerebro y de todo lo que con él se relaciona y de todo lo que surge de él, mi especialidad. Y he leído su diario, que usted tan bondadosamente ha escrito para mí, y que respira en cada línea veracidad. Yo, que he leído su carta tan dulce para la pobre Lucy contándole de su casamiento y confiándole sus cuitas. ¡Cómo no la voy a conocer! ¡Oh! señora Mina, las buenas mujeres dicen toda su vida, y día a día, hora por hora y minuto a minuto, muchas cosas que los ángeles pueden leer; y nosotros los hombres que deseamos saber tenemos dentro algo de ojos de ángel. Su marido es de muy noble índole, y usted también es noble, pues confía, y la confianza no puede existir donde hay almas mezquinas. Y su marido, dígame, ¿está bien? ¿Ya cesó la fiebre, y está fuerte y contento?

Aquí vi yo una oportunidad para consultarlo acerca de Jonathan, por lo que dije:

—Ya casi se había alentado, pero se ha puesto muy inquieto por la muerte del señor Hawkins.

El médico me interrumpió:

—¡Oh, sí! Ya lo sé. Leí sus últimas dos cartas.

Yo continué:

—Supongo que esto lo puso nervioso, pues cuando estuvimos el jueves en la ciudad sufrió una especie de impresión.

—¡Un susto, y después de la fiebre cerebral tan cercana! Eso no es bueno. ¿Qué clase de susto fue?

—Pensó que vio a alguien que le recordaba cosas terribles; acontecimientos que le causaron la fiebre cerebral.

Y al decir aquello toda la historia pareció sobrecogerme repentinamente. La lástima por Jonathan, el horror que había experimentado, todo el aterrador misterio de su diario, y el temor que me había estado rondando desde entonces, todo se me representó en tumulto. Supongo que yo estaba histérica, pues caí de rodillas y levanté mis dos manos hacia él, implorándole que curara a mi marido y lo dejara sano otra vez.

Él me tomó de las manos y me levantó, y me hizo sentarme en el sofá, sentándose él a mi lado; me sujetó las manos en las suyas, y me dijo con una indecible ternura:

—Mi vida es yerma y solitaria, y tan llena de trabajo que no he tenido mucho tiempo para la amistad, pero desde que he sido llamado aquí por mi amigo John Seward he llegado a conocer a tanta gente buena, y he visto tanta nobleza que siento más que nunca, y esto ha ido creciendo al avanzar mis años, la soledad de mi vida. Créame, entonces, que yo vengo aquí lleno de respeto por usted, y usted me ha dado esperanza… Esperanza, no de lo que yo estoy buscando, sino de que todavía quedan mujeres buenas para hacer la vida feliz… Mujeres buenas, cuyas vidas y cuyas verdades pueden ser buenas lecciones para los hombres del mañana. Estoy muy contento de poderle ser útil a usted, pues si su marido sufre, sufre dentro de los dominios de mis estudios y experiencias. Le prometo a usted que haré con gusto todo lo que pueda por él; todo lo que pueda por hacer su vida más fuerte, y que también la vida de usted sea feliz. Ahora debe usted comer. Está usted agotada y tal vez emocionada. A su esposo no le gustará verla pálida; y lo que no le gusta de la que ama, no es bueno para él. Por lo tanto, por amor a él debe usted comer y sonreír. Ya me lo ha dicho usted todo acerca de Lucy, así es que ahora no hablaremos sobre ello, pues puede molestarla. Me quedaré esta noche en Exéter, pues quiero pensar mucho sobre lo que usted me dijo, y cuando haya pensado le haré a usted preguntas, si me lo permite. Y luego, también me contará usted los problemas de su esposo tanto como pueda, pero todavía no. Ahora debe comer; después hablaremos largo y tendido.

Después de la comida, cuando ya habíamos regresado a la sala, me dijo:

—Y ahora, cuénteme acerca de él.

En el momento en que iba a comenzar a hablarle a este gran hombre, empecé a sentir miedo de que creyese que yo era una tontuela y Jonathan un loco (siendo su diario tan extraordinariamente extraño), y por un momento dudé cómo proseguir. Pero él fue muy dulce y amable, y me había prometido tratar de ayudarme, por lo que tuve confianza en él, y le dije:

—Doctor van Helsing, lo que yo tengo que decirle a usted es muy raro, pero usted no debe reírse de mí ni de mi marido. Desde ayer he estado en una especie de fiebre de incertidumbre; debe tener usted paciencia conmigo, y no creer que soy tonta por haber creído algunas cosas muy raras.

Él me volvió a tranquilizar con sus maneras y sus palabras cuando dijo:

—¡Oh, mi querida amiga!, si usted supiera qué raro es el asunto por el cual yo estoy aquí, entonces sería usted la que reiría. He aprendido a no pensar mal de las creencias de cualquiera, por más extrañas que sean. He tratado de mantener una mente abierta; y no son las cosas ordinarias de la vida las que pueden cerrarla, sino las cosas extrañas; las cosas extraordinarias, las cosas que lo hacen dudar a uno si son locura o realidad.

—¡Gracias, gracias, mil veces gracias! Me ha quitado usted un peso de la mente. Si usted me lo permite, yo le daré un papel para que lo lea. Es largo, pero lo he mecanografiado. En él está descrito mi problema y el de Jonathan. Es una copia del diario que llevó mientras estuvo fuera del país y de todo lo que sucedió. No me atrevo a decir nada de él. Usted debe leerlo por su cuenta y juzgar. Y después de que lo haya visto, tal vez sea usted tan amable de decirme lo que piensa acerca de él.

—Lo prometo —me dijo, al tiempo que yo le entregaba los papeles—; en la misma mañana, tan pronto como pueda, vendré a verla a usted y a su marido, si me lo permite.

—Jonathan estará aquí a las once y media, y usted debe venir a comer con nosotros y verlo a él entonces; podría usted tomar el tren rápido de las 3:34, que lo dejará en Paddington antes de las ocho.

Se quedó sorprendido sobre mi conocimiento del horario de trenes, pero no sabe que he aprendido de memoria todos los trenes que salen y llegan a Exéter, de manera que pueda ayudarle a Jonathan en caso de que él tenga prisa.

Así es que tomó los papeles consigo y se fue, y yo estoy sentada pensando…

Pensando no sé qué.

Carta (manuscrita) de van Helsing a la señora Harker

25 de septiembre, 6 de la tarde.

Querida señora Mina:

He leído el maravilloso diario de su marido. Usted puede dormir sin duda. ¡Extraño y terrible como es, es verdad! Yo podría apostar mi vida a ello. Puede ser peor para otros; pero para usted y él no hay amenaza. Él es un tipo muy noble; y permítame decirle, por la experiencia de hombres, que uno que hiciera como hizo él bajando por la pared y entrando por ese cuarto (¡ay!, y entrando por segunda vez), no es alguien que pueda ser perjudicado permanentemente por una impresión. Su cerebro y su corazón están muy bien; esto lo juro, antes de siquiera haberlo visto; por lo tanto, tranquilícese.

Tendré muchas preguntas que hacerle sobre otras cosas. Estoy muy contento de poder llegar hoy a verlos, pues de golpe he aprendido tantas cosas que otra vez estoy deslumbrado… Deslumbrado más que nunca, y debo pensar.

Su fiel servidor,

A
BRAHAM VAN
H
ELSING

Carta de la señora Harker al doctor van Helsing

25 de septiembre, 6:30 p. m
.

Mi querido doctor van Helsing:

Mil gracias por su amable carta, que me ha quitado un gran peso de la mente. Y sin embargo, a decir verdad, qué cosas más terribles hay en el mundo, y qué cosas más horrorosas si ese hombre, ese monstruo, está realmente en Londres. Temo pensarlo. En estos momentos, mientras escribía, he recibido una llamada de Jonathan, diciéndome que sale de Launceston con el tren de las 6:25 hoy por la noche, y que estará aquí a las 10:18 para que yo no tenga miedo por la noche. Entonces, ¿podría usted en vez, de venir a comer con nosotros mañana, pasar a desayunarse a las ocho de la mañana si no es muy temprano para usted? Si tiene prisa, puede irse con el tren de las 10:30, que lo dejará en Paddington a las 2:35. No me conteste ésta, pues en caso de que no tenga noticias de usted sabré que vendrá a desayunarse con nosotros.

Quedo de usted, su fiel y agradecida amiga,

M
INA
H
ARKER

Del diario de Jonathan Harker

26 de septiembre.
Yo creí que nunca volvería a escribir en este diario, pero ha llegado la hora. Cuando llegué a casa anoche, Mina ya había preparado la cena, y cuando terminamos de cenar me refirió la visita de van Helsing y de que le había entregado a él copias mecanográficas de los dos diarios, y de que había estado muy preocupada por mí. Me mostró que en la carta del doctor se aseguraba que todo lo que yo había escrito era verdad. Me parece que eso ha hecho un nuevo hombre de mí. Lo que verdaderamente me atormentaba era la duda acerca de la realidad de todo el asunto.

Me sentía impotente, en la oscuridad, y desconfiado. Pero ahora, ahora que sé, no le tengo miedo ni siquiera al conde. Ha logrado, a pesar de todo, realizar sus designios de llegar a Londres, y seguramente fue a él a quien vi. Ha rejuvenecido, pero, ¿cómo? Van Helsing es el hombre que puede desenmascararlo y perseguirlo si es como Mina me lo ha descrito. Estuvimos despiertos hasta muy tarde y hablamos sobre todo esto. Mina se está vistiendo y yo iré dentro de unos minutos al hotel, a buscar al doctor.

Creo que se asombró de verme. Cuando entré en la habitación en que se encontraba y me presenté, me tomó por un hombro, volvió mi cabeza hacia la luz, y dijo, después de un detenido escrutinio:

—Pero la señora Mina me dijo que usted estaba enfermo y bajo una fuerte impresión.

Fue muy divertido oír que este anciano de rostro fuerte y amable llamara a mi esposa «señora Mina». Sonreí, y le dije:

—Estaba
enfermo, y tuve una fuerte impresión: pero usted ya me curó.

—¿Y cómo?

—Mediante su carta a Mina, anoche. Yo sentía incertidumbre, y entonces todo tomaba un halo de sobrenaturalidad, y yo no sabía en qué confiar; ni siquiera en la evidencia de mis sentidos. No sabiendo en qué confiar, no sabía tampoco qué hacer; y entonces sólo podía mantenerme trabajando en lo que hasta aquí había sido la rutina de mi vida. La rutina cesó de serme útil, y yo desconfié de mí mismo. Doctor, usted no sabe lo que es dudar de todo; incluso de uno mismo. No, usted no lo sabe, usted no podría saberlo con esas cejas que tiene.

Pareció complacido, y rió mientras dijo:

—¡Así es que usted es un fisonomista! Cada hora que pasa aprendo algo más aquí.

Voy a desayunarme con ustedes con mucho gusto, y, ¡oh, señor!, usted permitirá una alabanza de un viejo como yo, pero usted tiene una mujer que es una bendición.

Yo escucharía alabanzas de él para Mina durante un día entero, por lo que simplemente hice un movimiento con la cabeza y guardé silencio.

—Ella es una de las mujeres de Dios, confeccionadas por sus propias manos para mostrarnos a los hombres y a otras mujeres que existe un cielo en donde podemos entrar, y que su luz puede estar aquí en la tierra. Tan veraz, tan dulce, tan noble, tan desinteresada, y eso, permítame decirle a usted, es mucho en esta edad tan escéptica y egoísta. Y usted, señor, he leído todas las cartas para la pobre señorita Lucy, y algunas de ellas hablan de usted, de tal manera que por medio del conocimiento de otros lo conozco a usted desde hace algunos días; pero he conocido su verdadera personalidad desde anoche. Me dará usted su mano, ¿verdad que sí? Y seamos amigos para toda la vida.

Nos estrechamos las manos, y él se comportó tan serio y tan amable que por un momento me sentí sofocado.

—Y ahora —dijo él—, ¿podría pedirle un poco de ayuda más? Tengo que llevar a cabo una gran tarea, y al principio debo saber algo más. En eso me puede ayudar usted. ¿Puede usted decirme qué pasó antes de irse usted a Transilvania? Más tarde puede ser que le pida más ayuda, de diferente índole; pero de momento con esto bastará.

—Mire, un momento, señor —le dije—, ¿lo que usted tiene que hacer está relacionado con el conde?

—Lo está —me dijo solemnemente.

—Entonces estoy con usted en cuerpo y alma. Como va a partir en el tren de las 10: 30 no tendrá usted tiempo para leerlos, pero le traeré el rollo de papeles. Puede llevárselos y leerlos en el tren durante el viaje.

Después del desayuno lo acompañé a la estación. Cuando nos estábamos despidiendo, dijo:

—Tal vez vendrá usted a la ciudad cuando yo lo llame, y traiga también a la señora Mina.

—Ambos llegaremos cuando usted nos lo pida.

Yo le había comprado los periódicos de la mañana y los periódicos de Londres de la noche anterior, mientras hablábamos por la ventanilla del coche, esperando que el tren partiera; él comenzó a hojearlos. Sus ojos parecieron repentinamente captar algo en uno de ellos:
La Gaceta de Westminster
; yo lo reconocí por el color, y se puso bastante pálido. Leyó algo intensamente murmurando para sí mismo: «
¡Mein Gott! ¡Mein Gott!
¡Tan pronto! ¡Tan pronto!». No creo que se acordase de mí en esos momentos. En esos mismos instantes sonó el silbato y el tren arrancó. Esto pareció volverlo en sí, y se inclinó por la ventanilla agitando su mano y gritando: «Recuerdos a la señora Mina; escribiré tan pronto como me sea posible».

Del diario del doctor Seward

26 de septiembre.
Verdaderamente no hay cosa que sea definitiva. No ha pasado una semana desde que dije «Finis», y aquí estoy comenzando de nuevo, o más bien, continuando mi antiguo registro. Hasta esta tarde no tenía ningún motivo para pensar en lo que estoy haciendo. Renfield se había vuelto, contra todos los pronósticos, tan cuerdo como siempre. Ya estaba muy adelantado en su negocio de las moscas, y había comenzado en la línea de las arañas; de tal manera que no me había causado ninguna molestia. Recibí una carta de Arthur escrita el domingo, y por el contenido de ella me parece que lo está soportando muy bien. Quincey Morris está con él y eso le ayuda mucho, Pues él mismo es una burbujeante fuente de buen humor. Quincey también me escribió una línea, y por él sé que Arthur está recobrando algo de su antigua animación; por lo que respecta a ellos, pues, mi mente está tranquila. En cuanto a mí mismo, me estaba acomodando en el trabajo con el entusiasmo que solía tener por él, por lo que bien pude haber dicho que la herida causada por la desaparición de la pobre Lucy había comenzado a cicatrizar. Sin embargo, todo se ha vuelto a abrir nuevamente; y cómo irá a terminar, es cosa que sólo Dios sabe. Tengo la vaga impresión de que van Helsing también cree que sabe algo, pero no deja entrever más que lo suficiente para estimular la curiosidad. Ayer fue a Exéter, y se quedó allí por la noche. Regresó hoy, y casi saltó a mi cuarto como a las cinco y media poniendo en mis manos la Gaceta de Westminster de anoche.

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