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Authors: Alejandro Riveiro

Tags: #Ciencia ficción

Ecos de un futuro distante: Rebelión (31 page)

BOOK: Ecos de un futuro distante: Rebelión
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—Y te chantajearon intentando cambiar tu vida por trabajar con ellos —susurró su hija.

—Pero entonces, ¿y nosotras? —preguntó Alha.

—Tu eres la emperatriz de Ilstram, cariño —le dijo su marido dulcemente.—. Pero Nahia si que me resulta una incógnita.

—Lo es para mí misma —dijo en voz alta.—. Yo no he destacado en ningún área científica como mi padre, ni soy gobernante de ningún imperio. ¿Por qué iban a quererme a mí?

—Estáis buscando respuesta a demasiadas preguntas a la vez —les interrumpió el grodiano.—. Lo importante no es el por qué, es el quién, y eso ya lo tenéis. La pregunta ahora es, ¿dónde estamos? Y lo más importante, ¿a dónde vamos desde aquí?

Hans activo las cartas de navegación de la nave. Rápidamente aparecieron centenares de mapas galácticos ante sus ojos. Todos llenos de indicaciones sobre planetas y estrellas, pero sólo en uno de ellos, pudieron por fin localizar su nave.

—Estamos en la parte exterior del sistema de Baron, en la galaxia de Fenos…

—Cerca de uno de los bordes del universo conocido —añadió Khanam.—. Pero entonces, ¿cuánto tiempo ha pasado desde que nos atraparon en Kharnassos? La distancia a recorrer hasta aquí es enorme, varios meses, como poco, si no más. Nuestro imperio se encuentra prácticamente en el extremo opuesto del universo…

—Si esto es cierto, han pasado cuatro meses… —dijo Nahia— si nos fiamos de la fecha del diario de a bordo y nos la creemos.

—¿Cuatro meses? No, ha tenido que ser más, respondió Khanam. Probablemente cuatro meses es el tiempo que necesitaría una nave de transporte como aquella en la que nos encerraron para traernos aquí. Una de las naves más rápidas conocidas necesitaría del orden de dos o tres meses. Pero es poco margen de tiempo para poder instalarnos aquí.

—¿Qué me dices del salto cuántico? —preguntó Hans.

—¿La tecnología que robaron? No estaba lo suficientemente desarrollada, los grodianos la tenían muy avanzada, pero estaban lejos todavía de poder hacer saltar naves por el espacio.

—Pero tú lo viste en Ghadea. Aquellas naves realmente saltaban en el espacio.

—Todo esto me suena… —dijo Alha.—. Eso del salto cuántico lo he oído en alguna otra parte…

El grupo guardó silencio durante unos minutos. Tanarum les observaba silencioso. No se había formado una opinión todavía sobre aquel extravagante grupo, pero una cosa era evidente: estaba ante una mente claramente privilegiada como la de Khanam, un hombre tremendamente inseguro como Hans, y dos mujeres que, aunque eran de filosofías y caracteres distintos, demostraban una personalidad muy fuerte y sólida. Conocía muy poco a los humanos, pero no le costaba entender que estaba delante de una amalgama de ellos muy particular:

—Alha —dijo Nahia— ¿no será lo que te dijo tu padre cuando estuvimos en Kharnassos?

—¿Tú también lo recuerdas? ¿Lo de mi hermano Aruán?

—Sí… creo que sí, tu padre mencionó algo de que habíais tenido noticias de tu hermano. Que había tenido éxito con su investigación de salto cuántico… Pero que no sabían dónde estaba.

El científico guardó silencio…

—Tendría que ser alguien realmente brillante el que consiguiese hacer funcionar una tecnología que ni los mismos grodianos habían conseguido pulir por completo todavía.

—Te aseguro que mi hermano encajaría en esa descripción —le respondió Alha— desde pequeño Aruán siempre fue diferente. Muy inteligente. Terminó sintiendo un profundo odio hacia mis padres, hacia mi, y los científicos de Antaria que le rechazaron cuando intentó unirse a la base lunar siendo apenas un niño…

—Mezcla talento y genio con un carácter rebelde, un imperio que necesite desesperadamente científicos brillantes, con una tecnología robada que no han conseguido desarrollar, y el resultado es… —dijo el científico.

—El Imperio Tarshtan —respondió Hans.—. Creo que después de todo, Khanam, por fin le hemos puesto rostro a nuestro enemigo.

—¿Y ahora qué hacemos? ¿No hay ningún planeta cercano al que podamos ir para volver a Ilstram? —preguntó Nahia.

—El planeta de Ilstram más cercano está a varias semanas de viaje, y se trata de una colonia menor. No conseguiríamos un gran avance de ir allí…

—Sé que esto os resultará extraño. Pero estamos relativamente cerca de Naarad, la capital del Imperio Grodey. A una semana, más o menos. Teniendo con nosotros a un emperador humano. Estoy seguro de que mi gente haría una excepción para dejarnos aterrizar…

—Los tuyos nunca colaborarían con extraterrestres. —Respondió el emperador.

—¿Tienes una idea mejor? Ni siquiera sabéis cómo están las cosas en vuestro imperio. Has dicho que habéis estado al menos cuatro meses inconscientes. ¿De verdad creéis que en todo este tiempo no habrá pasado absolutamente nada? Si tuviera que apostar, optaría por decir que si hacía falta quitarse de en medio al emperador durante tantos meses, y a ti te ofrecían trabajar con ellos o morir, quien quiera que esté liderando este ataque, está jugando a lo grande. No es un secuestro, ni siquiera un intento de asesinato. Es algo mucho mayor… —sentenció Tanarum.

—Quizá tenga razón —añadió Alha.—. Si vamos a Ilstram seguramente los tarshtanos estén esperándonos para capturarnos de nuevo. No llegaríamos a ninguna parte. Pero, a lo mejor, en su imperio tenemos una posibilidad, por pequeña que sea, de acercarnos a Antaria con garantías de poder regresar. Ni siquiera sabemos a qué nos enfrentamos todavía, querido —le dijo a su marido.

—¿Estáis todos de acuerdo? —preguntó Hans.

El grupo respondió al unísono:

—Pues entonces iremos a Naraad. Sólo espero que de verdad encontremos apoyo allí, Tanarum.

El emperador miró al grupo y pudo ver el cansancio en sus rostros, incluso en el del pequeño grodiano que les acompañaba, pese a las evidentes diferencias morfológicas entre ambas especies:

—Deberíais descansar. Nos espera un viaje largo, y quién sabe cuándo volveremos a disfrutar de esta paz.

—¿Estamos a salvo ahora?

—Estas naves no tienen sistema de localización, no fueron pensadas para la navegación estándar —respondió Khanam.—. Así que a todos los efectos, somos prácticamente invisibles a los ojos de nuestros enemigos. De todos modos, no conozco ningún planeta cercano desde el que pudieran enviar ayuda. Creo que estaremos bien.

Siguiendo el consejo del emperador, sus compañeros se retiraron a descansar durante varias horas. Después, le relevó Nahia en el control de la nave, si bien el sistema de navegación automático se encargaba del control y rumbo del transporte.

Los días transcurrían increíblemente lentos, apenas había nada que hacer en la superficie de aquella minúscula nave, y todavía les quedaba por delante una larga travesía por el espacio. Tal y como el científico había indicado, en ningún momento se encontraron con ninguna señal de persecución por parte de los tarshtanos. Al comienzo de lo que, según el calendario humano, era la octava jornada de travesía, por fin se acercaron a las inmediaciones de Naarad. Nahia y Alha estaban juntas mirando por la minúscula ventana de una de las compuertas, viendo aquella esfera de tonos rojizos y verdosos.

—Mi padre me ha dicho que eso es Naarad. La capital del Imperio Grodey… nuestra próxima parada.

—Es precioso —dijo Alha.—. Nunca había visto un planeta así.

—Aunque es el penúltimo del sistema, como la estrella a la que orbita es tan grande y potente, recibe mucho calor y tiene unas temperaturas más elevadas que las de Ghadea o Kharnassos. Tiene una gran masa de agua, y aunque hace varios cientos de años apenas tenía vida vegetal, sus habitantes han ido repoblando los alrededores de la megalópolis, que se llama igual que el planeta. El tono rojizo viene de los fuertes vientos que predominan en el hemisferio sur y que elevan a la atmósfera grandes cantidades de polvo terrestre, dándole a su cielo un aspecto de estar en un constante atardecer, incluso en las horas de más luz.

—Me sigue pareciendo fascinante —dijo la Emperatriz.

—Es todavía más fascinante cuando se puede contemplar la ciudad desde dentro —les interrumpió Tanarum— pero son pocos los seres ajenos a los grodianos que han tenido el honor de ver algo así. Vosotras estaréis entre los primeros alienígenas en varias decenas de años en visitar la capital de nuestro Imperio sin fines comerciales o bélicos…

—¿Crees que encontraremos ayuda allí abajo? —le preguntó Nahia.

—Espero que sí. Todo dependerá de vuestro amigo, el Emperador.

Se alejó solemnemente de las dos bellas mujeres. Antes de cruzar el umbral de la puerta hacia el puente de mando, se giró momentáneamente:

—Ah, casi se me olvida. No os dejéis impresionar por la gente de la ciudad. Pueden parecer un poco locos, pero son inofensivos.

Las dos chicas le miraron extrañadas durante unos segundos, y reanudaron su contemplación del planeta. Según Hans, estarían en tierra en poco más de una hora, siempre y cuando consiguiesen permiso para entrar en la atmósfera. De no ser así, las cosas se podían complicar sobremanera, puesto que el combustible de la nave comenzaba ya a escasear pese a haber utilizado el mínimo necesario para escapar de la fuerza de atracción de algunos de los planetas gaseosos más grandes con los que se habían cruzado en su travesía.

En realidad, la única garantía que tenían de que aquello fuese a funcionar era la creencia de un fugitivo grodiano de que serían capaces de entrar en la capital de su mundo si Hans hacía uso de su poder político. Además, aprovechando ese mismo poder político del humano, Tanarum pediría inmunidad por haber ayudado a un emperador que estaba en una situación muy peligrosa.

La nave recibió instrucciones específicas sobre dónde debía aterrizar. Ya dentro de la atmósfera del planeta, las dos mujeres seguían contemplando el paisaje que se abría ante sus ojos; no podían dejar de admirar la ciudad que se extendía hasta donde su vista alcanzaba. Sus construcciones eran muy diferentes de las de los planetas de Ilstram. Eran generalmente circulares y de una altura bastante reducida. Pero lo que más llamó la atención a las dos chicas no fue la forma de aquellos edificios, si no la enorme cantidad de máquinas, de todos los tipos, que podían ver en lo largo y ancho de la ciudad.

Una vez en tierra, el grupo descendió del transporte, liderado por Hans, con Alha unos pasos por detrás, y justo detrás de ellos Khanam, cuyo brazo sujetaba su hija Nahia. Tanarum cerraba el grupo.

A ellos se acercó un diminuto ser rojo, muy parecido al fugitivo, pero con un aspecto totalmente diferente. Por todo su cuerpo había numerosos implantes cibernéticos, incluyendo una especie de monóculo que parecían utilizar para identificar a otros seres:

—Nuestros sistemas no os reconocen, humanos. —Dijo aquel diminuto ser.—. Identificaros o abandonad este planeta.

—Soy el emperador Brandhal, de Ilstram; esta es mi mujer, emperatriz de Ilstram; ellos son Khanam, científico del reino, y Nahia su hija. El de detrás es…

—Nogg Tanarum, fugitivo del Imperio Grodey desde hace cuatro meses y medio. —Respondió aquella diminuta figura que les había salido al paso—. Será entregado a las autoridades de la ciudad cuando haya finalizado nuestra reunión. ¿Por qué está un emperador humano de visita en Naarad?

—No estamos de visita, nos hemos visto obligados a venir aquí. Nuestro grupo fue capturado en una de nuestras colonias en Ilstram y hemos conseguido escapar de la cárcel en la que estábamos presos gracias a la ayuda de Tanarum. Venimos buscando ayuda para regresar a nuestro reino. —Prosiguió Hans—. Nuestras intenciones aquí son completamente pacíficas y sólo deseamos encontrar un medio de transporte más adecuado para poder llegar a nuestro hogar.

—Ningún alienígena puede abandonar el imperio Grodey sin el permiso de El Magnánimo. Él deberá juzgar qué hacer con vosotros.

—¿El Magnánimo? —preguntó Nahia.

—Nuestro gobernante —respondió Tanarum desde detrás.—. Él decide y evalúa todo lo que sucede en este imperio. También se apoya en otros como él para decidir cosas como los castigos a los ciudadanos que infringimos la ley de nuestro mundo.

—¿Otros como él? ¿No son grodianos como vosotros? —preguntó Alha.

—Son máquinas —respondió Hans.—. El Imperio Grodey es una tecnocracia. Su tecnología es tan avanzada y confían tanto en sus creaciones que han dejado que rijan sus vidas desde hace muchos años.

—¿Su emperador es una máquina?

—Más bien una multitud enorme de máquinas. Pero sí, no es un ser orgánico, si es a lo que te refieres —les confirmó Khanam.

—¿No es una locura? —preguntó Nahia.

—¿A qué te refieres? —le preguntó su padre.

—No sé, creo que yo no sería capaz de dejar que mi vida la rigiesen unas máquinas. Me gusta más pensar que yo soy dueña de mis decisiones, y que un ser inteligente y vivo, como yo, es el que toma las mejores decisiones posibles para los nuestros. Una máquina no deja de ser… probabilidades y números, ¿no?

—Nuestra tecnología —le respondió el centinela grodiano que les había salido al paso— es muy superior a la que encontraría en sus especies, señorita. Después de ver a El Magnánimo, independientemente de su voluntad, podrán visitar la ciudad. No serán encerrados porque no se les considera enemigos de nuestro mundo. Le aconsejaría que diese un paseo por nuestras calles. Hace muchos años que no tenemos visitantes de otros lugares del Universo. Los únicos que se relacionan con nosotros lo hacen comercialmente y no entran en ningún planeta de nuestro Imperio.

Aquel diminuto ser miró al grupo, y les hizo un gesto señalando un enorme edificio, diferente a los demás, que podían ver en el horizonte:

—Aquél es el palacio de El Magnánimo, les está esperando. Diríjanse allí de inmediato para ser evaluados. —Y girándose a Tanarum—. Respecto a ti, serás encarcelado de nuevo por los delitos que cometiste, y se te llevará ante la justicia de nuevo.

—Si se me permite —dijo Hans— este ciudadano del Imperio Grodey ha demostrado ser un gran aliado. No sólo nos reanimó a los cuatro, también nos ayudó a escapar y fue él mismo el que sugirió este destino a pesar de saber que se podía enfrentar a la justicia grodiana. Entiendo que no tengo ningún tipo de poder aquí, pero estaría muy agradecido a vuestros gobernantes y vuestra gente si su buen hacer con nosotros pudiese ser considerado un atenuante.

El diminuto fugitivo le miró pausadamente:

—¿Me aceptarías como consejero en tu Imperio? —le preguntó.

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