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Authors: Brian Keene

El alzamiento (37 page)

BOOK: El alzamiento
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—Adelante, Schow —gimió Baker—. Serás el primero al que coma cuando vuelva.

Ob se incorporó tras ellos, con un lado de la cara cubierto de carne y sangre. Su cerebro, aún intacto, palpitaba en el interior de su destrozada cabeza.

Agarró a Schow desde atrás, cerrando los dedos en torno a su garganta, y tiró de él. Los dientes que le quedaban en la mandíbula inferior se hundieron en la espalda y cuello de su víctima y apretó con fuerza.

Baker cogió la pistola, pero Schow la sujetaba con fuerza. Retorciéndose en el abrazo de la criatura, apuntó hacia atrás y apretó el gatillo, vaciando el cargador en el pecho y abdomen del zombi. Ob apretó aún más y Schow empezó a patear y sacudirse.

Una ráfaga de ametralladora hizo un barrido por el suelo y Baker se dio la vuelta: el vehículo de mando de Schow se dirigía hacia ellos. González conducía y McFarland estaba sentado en el asiento del artillero, disparando la ametralladora en su dirección.

Algo pesado le alcanzó en el estómago y Baker intentó respirar, pero no pudo. Sintió calor por todo el abdomen, pero tenía demasiado miedo de mirar.

Se desplomó sobre un costado y la siguiente ráfaga alcanzó a Schow y a Ob. McFarland se carcajeaba como un demente mientras las balas atravesaban carne y hueso.

Baker sintió algo húmedo recorriéndole las piernas, pero no quería mirar. Se sentía débil y seguía sin poder respirar. Cogió el lanzacohetes, lo sostuvo a duras penas y lo apuntó hacia el vehículo.

Schow había quedado reducido a pulpa, y la cabeza de Ob había desaparecido casi por completo: sólo quedaba la barbilla y un ojo que parecía seguir observando.

Baker sintió que las fuerzas le abandonaban y supo que era cuestión de segundos. Pudo oler la sangre y vio cómo ésta se extendía a su alrededor como un charco carmesí. Reunió el valor para echar un vistazo a la herida y vio que su estómago había sido reemplazado por algo parecido a una hamburguesa cruda.

—Oh, Dios...

Eructó un hilo de sangre.

González y McFarland se dirigieron hacia él sin parar de reír.

—Siento lo que he hecho y estoy listo para afrontar las consecuencias.

Dispararon al mismo tiempo y lo último que vio Baker antes de que la preciosa flor naranja floreciese fue la expresión de incredulidad en los rostros de González y McFarland.

El estómago dejó de dolerle y Baker cerró los ojos. Sintió con placer el calor de la explosión sobre su piel.

Algo le gritaba desde muy lejos. Un segundo después, supo qué era.

* * *

Una bandada negra y densa de cornejas sobrevolaba la zona. Jim contempló la escena con incredulidad, protegido por las copas de los árboles. Quiso apartar la mirada pero no pudo, así que observó la escena con mórbida fascinación y todo lujo de detalles gracias a unos prismáticos que habían pertenecido a un zombi al que había matado.

Las fuerzas de Schow habían sido diezmadas. Las carcasas carbonizadas de los tanques y los vehículos todavía humeaban, con sus pasajeros fundiéndose en su interior. Había zombis esparcidos por todo el paisaje, inmóviles y con toda clase de heridas en la cabeza. Docenas más se revolvían en el barro con los apéndices amputados o el cuerpo partido por la mitad, pero aún móviles. Una horda de ellos deambulaba por la hierba, alimentándose de los caídos.

Jim tembló al comprobar que muchas de las criaturas que participaban en la masacre habían sido hombres de Schow y, lo que era aún peor, civiles: liberados de su reclusión pero, una vez muertos, prisioneros de algo mucho peor.

No todos los humanos estaban siendo asesinados. Varias docenas habían sido agrupados, desarmados y conducidos al interior del complejo. Jim sólo podía imaginar qué les depararían las criaturas. ¿Los usarían como comida? ¿Ganado? ¿O quizá algo incluso más siniestro?

Sintió un gran peso en los hombros. Martin no aparecía por ninguna parte, y Jim sólo esperaba que el anciano no hubiese sufrido. Ya no podía hacer nada.

Baker se dirigió hacia los cautivos y se puso a hablar al grupo de zombis que los vigilaban. Su carne estaba ennegrecida en varios puntos y su abdomen exhibía una cavidad vacía.

Jim se quitó los prismáticos, cogió todas las armas y municiones que pudo y dio media vuelta.

Martin estaba muerto. Baker era un zombi.

Ya nada se interponía entre Danny y él.

* * *

Ob echó un vistazo a su reino a través de los ojos de Baker y vio que todo iba bien. Impartió unas órdenes referentes a los cautivos y atravesó el campo de batalla, dando la bienvenida a los recién llegados y uniéndose al festín. No tenía estómago, pero no le importaba. Le gustaba su nuevo cuerpo.

Baker gritó desde un lugar lejano.

La risa de Ob ahogó aquel sonido en el interior de su cabeza hasta que los gritos se disiparon por completo.

Capítulo 23

Jim caminaba por uno de los lados de la carretera, pegado al borde para poder esconderse en la arboleda en caso de necesidad. Por lo que había podido comprobar, la mayor parte de los no muertos —humanos o no— estaban concentrados en torno a Havenbrook, así que su intención era recorrer toda la distancia posible mientras se mantenían ocupados en aquel lugar.

Acomodó el M-16, ajustando el peso en las manos. Tenía otro idéntico en la espalda, sujeto con unas correas que le tiraban de la piel al caminar, y una pistola en la funda del costado. Intentó ignorar el dolor acumulado en sus músculos, pero sus pies llenos de ampollas le ardían y la herida abierta del hombro manaba sangre y pus. Sentía el calor de la infección en la parte superior del brazo y la carne que rodeaba el balazo estaba roja e inflamada.

Nunca se había sentido tan cansado, pero siguió avanzando hacia el norte, levantando pequeñas nubes de polvo con cada paso. A su alrededor reinaba el silencio, como si la naturaleza estuviese conteniendo la respiración. Los maizales no murmuraban con el zumbido de los insectos o el coro de los pájaros. Las casas habían pasado a ser montones de piedra silenciosos y lúgubres. Los ecos del desenlace de la terrible batalla se volvían más tenues con cada paso que daba hasta desaparecer por completo.

Jim se quitó el sudor de los ojos y escuchó el silencio, perdiéndose en la extraña belleza del momento. Le habría gustado tener más vocabulario para poder definir lo que sentía. Inmediatamente después se preguntó si Martin hubiese apreciado aquella quietud y concluyó que sí.

El recuerdo del anciano le hizo esbozar una sonrisa y empezó a hacer un repaso mental de su viaje: Carrie y el bebé, Martin, Delmas y Jason Clendenan y los supervivientes que había encontrado por el camino, Schow y sus hombres, Haringa, Baker... todos ellos desfilaron ante él hasta conducirlo al presente. A la carretera. La última carretera. Si encontraba un coche, alcanzaría su destino en una hora. Si no, y al ritmo al que iba, estaría ahí antes del anochecer.

Se llevó la mano a uno de sus bolsillos y sintió la carta que le había escrito a Danny después de que Jason matase a su padre y se suicidase. Saber que la carta estaba a salvo le proporcionó una extraña sensación de seguridad. Las cosas aún podían salir bien.

Mientras cavilaba, su cuerpo empezó a rebelarse. El dolor de los pies empezó a extenderse por las piernas, provocándole espasmos que amenazaban con hacerle caer de bruces. Jim se negó a detenerse y sólo hizo una pausa para beber los últimos tragos de agua tibia que quedaban en su botella. Después de beber tiró la botella con el resto de la basura esparcida a lo largo de la carretera y siguió caminando.

No oyó el motor hasta que lo tuvo prácticamente encima. Jim oyó el ronroneo del Humvee a sus espaldas y se dio la vuelta tan bruscamente que se torció el tobillo. Cayó al suelo y se quedó tumbado mientras el vehículo se acercaba hacia él.

—¡No! ¡Ahora no me vais a parar! —Levantó el M-16 y apuntó al Humvee.

—¡Jim! ¿Eres tú? ¡Gracias a Dios!

Martin asomaba por la ventanilla del copiloto, levantando las manos hacia el cielo en señal de triunfo y agradecimiento.

—¿Martin? —exclamó Jim. Pese al cansancio y el dolor en el tobillo, se puso en pie y corrió hacia el anciano—. ¡Martin! ¡Pensaba que estabas muerto!

Juntaron sus manos con un palmetazo. Ambos estaban llorando.

—Parece que el Señor todavía quiere que te ayude, Jim.

Rieron, Martin se bajó del vehículo y se abrazaron.

—Venga, vamos a buscar al chaval.

—Amén, amigo mío. Amén.

Jim se metió en el Humvee y una mujer, negra, hermosa pero cansada esbozó una rápida sonrisa tras el volante. Jim asintió, confundido.

—Ésta es Frankie —la presentó Martin—. Ha tenido el detalle de recogerme.

—Y una mierda, recogerte. Te salvé el culo y lo sabes.

—Sí, efectivamente —rió Martin—, y te lo agradezco. ¡Tendrías que haberlo visto, Jim! Un grupo de zombis me tenía rodeado y Frankie fue a por ellos y los atropelló a todos.

—Gracias por cuidar de él.

—No pasa nada.

Se pusieron en marcha y Frankie centró su atención en la carretera. Jim la estudió, preguntándose quién sería y cuál sería su historia antes de que todo empezase. Era evidente que había llevado una vida dura, se notaba en las líneas de su rostro e incluso en el aire que la envolvía. Jim nunca había creído en las auras, pero Frankie tenía una. Era muy hermosa pese a sus rasgos duros y Jim tenía la sensación de que se volvería aún más guapa con el tiempo.

—Bueno, ¿adónde vamos? ¿Tenéis algo en mente?

—Bloomington, Nueva Jersey —contestó Jim—. Está a una hora de aquí.

—¿Bloomington? —Preguntó Frankie por encima del hombro—. Es una ciudad dormitorio, ¿no? Estará hasta arriba de no muertos. Olvídalo.

—Entonces tendrás que dejarnos aquí —repuso Jim—, porque es a donde nos dirigimos.

Frankie miró a Martin con incredulidad, pero el predicador asintió.

—Tenemos motivos para creer que el hijo de Jim está vivo en Bloomington, que es donde tenemos que ir.

Frankie silbó.

—Jesús. ¿Y cómo sabéis que está vivo?

—En el sur —empezó Jim— todavía hay energía en algunas zonas. Mi teléfono móvil funcionó hasta hace días y mi hijo, Danny, me llamó. Su padrastro se había convertido en uno de ellos y Danny y mi ex mujer estaban escondidos en el ático de su casa.

Frankie negó con la cabeza.

—También había energía en algunos barrios de Baltimore, pero aun así... quiero decir, piénsalo. ¿Cómo sabes que sigue vivo?

—Fe —respondió Martin por él—. Tenemos fe. Hemos llegado tan lejos gracias a Dios.

Jim permaneció en silencio unos minutos y luego volvió a hablar.

—A estas alturas no puedo estar seguro de que siga vivo, Frankie. Quiero que lo esté, rezo por ello y lo siento en lo más profundo de mi ser. Pero tengo que asegurarme. Si no, me volveré loco.

—Me parece bien, pero, ¿puedo preguntarte algo? ¿Has pensado qué harás si llegamos ahí y resulta que Danny es uno de ellos?

Jim miró por la ventana.

—No lo sé.

Frankie no respondió. Cambió de marcha y condujo en silencio.

En cada salida que cruzaban había varios monumentos a la civilización: casas y edificios de apartamentos, iglesias, sinagogas y mezquitas, centros comerciales y tiendas. Los arcos dorados de un restaurante de comida rápida colgaban torcidos. Una bolera había sido reducida a cenizas. Una tienda de mascotas se había convertido en un comedero para los zombis, mientras que un supermercado había sido saqueado hasta quedar vacío. Vieron el cartel de un motel que aseguraba tener habitaciones libres y televisión por cable, y una sala de cine que ofrecía treinta carteles en blanco.

Frankie se revolvió.

—¿Qué pasará con todo esto?

Martin negó con la cabeza.

—No lo sé.

—Todo ha terminado, ¿verdad? Aunque ahora no sean suficientes, pronto lo serán. Empezarán a cazarnos, a encontrar a los supervivientes. O quizá esperen a que estemos todos muertos.

—Yo no estoy listo para morir —dijo Jim desde el asiento trasero—. Y algo me dice que tú tampoco lo estás.

Siguieron avanzando.

Martin empezó a tararear
Rock of ages
mientras Jim daba rítmicos golpecitos en sus armas. Frankie permaneció en silencio, perdida en sus pensamientos sobre Aimee y su propio bebé.

«Mi bebé...»

¿Qué clase de vida habría tenido si no fuese una yonqui y una puta? Obviamente, no habría durado mucho en este nuevo mundo, pero quizá habrían podido pasar algo de tiempo juntos, aunque fuese un día. En vez de eso, le fue arrancado de su lado y murió antes de poder experimentar qué era la vida, ni siquiera por un segundo.

Era culpa suya. Había fracasado como madre, como había fracasado en todo lo demás a lo largo de su miserable vida hasta que dejó el caballo y renació.

Se convenció a sí misma de que jamás volvería a fracasar.

Unos veinte minutos después, pasaron ante el cartel de la carretera de Garden State.

—Puedes dejarnos en la entrada —suspiró Jim—. Agradecemos tu ayuda.

—¡Y una mierda! —Exclamó Frankie—. Os voy a llevar hasta el final.

—No tienes por qué hacerlo —dijo Jim—. Tú misma lo has dicho, va a ser peligroso.

—Quiero ayudarte —insistió Frankie—. Necesito ayudarte. Por mí y por mi hijo.

Giró la cabeza hacia él y sus miradas se encontraron.

Le temblaba la voz.

—Perdí a mi hijo, así que quiero ayudarte a encontrar al tuyo.

Jim tragó saliva y asintió.

—Entonces métete por esta entrada.

Cogió su pistola y se la dio a Martin.

—Habremos llegado en un santiamén.

Tomaron la entrada y Frankie aceleró, dirigiéndose a toda velocidad hacia el peaje.

—¿Alguien tiene suelto? —bromeó Martin.

Frankie revolucionó el motor y señaló hacia adelante.

—¡Mirad!

Ante ellos, los zombis habían formado una barricada colocando barreras de cemento ante la mayoría de entradas del peaje. En las demás, las criaturas estaban unidas codo con codo hasta formar un muro de carne.

—Nos habrán visto venir desde el puente.

Jim subió a la torreta mientras Frankie aceleraba hacia la amalgama de zombis.

—¡Jim! —Le advirtió—, ¡la ametralladora no tiene munición!

Su respuesta se perdió en la ráfaga del M-16, que reventó varias cabezas e hizo que muchos zombis se desplomasen. Martin asomó por la ventanilla y apuntó con cuidado. Apretó el gatillo de la pistola dos veces, gritó y volvió al interior.

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