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Authors: Guy Gavriel Kay

Tags: #Aventuras, Fantástico

El Árbol del Verano (6 page)

BOOK: El Árbol del Verano
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—Déjalo, Kell. —Era la primera vez que hablaba el tercero del grupo; en la habitación, Loren y Matt intercambiaron una mirada—. Hay un guardia allí delante —continuó en voz clara y serena—. Yo me las arreglaré con él. Espera un minuto y entras; luego llévate a Tegid a un lugar seguro, a la última habitación a la izquierda. No dejes que se mueva de ahí o, por el río de sangre de Lisen, que de verdad seré desheredado.

Matt dio unos pasos hacia el vestíbulo.

—¡Dios mío! ¡Príncipe! —levantó su puñal a modo de saludo y un reflejo azul brilló en el aire—. Aquí no hay ahora ningún guardia. Ha ido a buscar a tu padre. Manto de Plata acaba de llegar con cuatro personas que han cruzado con él. Más vale que lleves a Tegid a un lugar seguro lo más aprisa posible.

—¿Sören? Bienvenido a casa —dijo el príncipe avanzando hacia él—. Kell, llévatelo enseguida.

—¿Enseguida? —protestó Tegid—. El gran Tegid sólo va donde él quiere. No se digna esconderse de esbirros y vasallos, sino que les hace frente con la espada desenvainada de Rhoden y la poderosa armadura de su ira. Él…

—Tegid —lo interrumpió el príncipe con amabilidad extrema—, muévete, y rápido, o tendré que arrojarte por la ventana y dar con tus huesos en el patio. Deprisa.

Se hizo un silencio.

—A sus órdenes, mi señor —fue la respuesta, sorprendentemente dócil.

Y, mientras atravesaban la puerta de entrada, Kim vislumbró a un hombre gordísimo junto a otro, bastante robusto, que parecía pequeño a su lado, antes de que apareciera en el umbral una tercera persona iluminada por las antorchas de la pared del corredor.

Diarmuid, recordó al momento; lo llaman Diarmuid. El hijo menor. Y se sorprendió a sí misma examinándolo con detenimiento.

Toda su vida, Diarmuid dan Ailell había estado comportándose así con la gente.

Apoyándose con una mano en el muro, se reclinó con aire displicente en la puerta y correspondió a la reverencia de Loren mientras echaba una rápida ojeada a todos. Kim, al cabo de un momento, pudo definir alguna de sus cualidades: un elegante porte, pómulos altos en un rostro afilado, boca ancha y expresiva que en aquel momento reflejaba una cierta diversión, las manos enjoyadas y los ojos…, los ojos azules del heredero del Soberano Reino tenían una mirada cínica y burlona. Era difícil calcular su edad, pero Kim calculó que debía de tener más o menos su misma edad.

—Gracias, Manto de Plata —dijo—. Un oportuno regreso y un oportuno consejo.

—Es una locura desafiar a vuestro padre por causa de Tegid —empezó a decir Loren—

. Es un asunto demasiado poco importante.

Diarmuid rió.

—¿Otra vez con consejos? ¿Ya empezamos? La travesía no te ha hecho cambiar, Loren. Tengo mis razones, tengo mis razones —murmuró, de forma vaga.

—Lo dudo —replicó el mago—. Sólo tu espíritu rebelde y el vino de la Fortaleza del Sur.

—Ambas son buenas razones —respondió Diarmuid esbozando una sonrisa. Y

enseguida en otro tono añadió—: ¿A quién has traído para el desfile de mañana en honor de Metran?

Loren, al parecer acostumbrado a esto, hizo las presentaciones con tono solemne.

Presentó primero a Kevin, que hizo una cortés reverencia. Luego a Paul, que aguantó la mirada del príncipe. Kim se limitó a hacer una inclinación de cabeza. Y Jennifer…

—¡Qué perita en dulce! —exclamó Diarmuid, el hijo de Ailell—. Manto de Plata, me has traído una perita que dice «cómeme». —Avanzó hacia ella; las joyas de sus muñecas y de su cuello reflejaron la luz de las antorchas. Tomó la mano de Jennifer con solemnidad, hizo una profunda reverencia y la besó.

Jennifer, que ni por carácter ni por educación estaba habituada a soportar de buen grado este tipo de tratamiento, permitió que él sostuviera su mano mientras se enderezaba.

—¿Siempre es usted tan grosero? —preguntó. Y ni sus verdes ojos ni su voz expresaban en modo alguno simpatía.

Su reacción sorprendió al príncipe, pero sólo por un instante.

—Casi siempre —respondió con afabilidad—. Tengo algunas otras buenas cualidades además, aunque no recuerdo nunca cuáles se supone que tengo que tener. Apuesto —

continuó con un leve cambio de humor— a que Loren está sacudiendo la cabeza con disgusto a mis espaldas. —Lo cual era por cierto así—. Bueno —añadió, volviéndose a mirar al ceñudo mago—, supongo que ahora debo pedir disculpas, ¿no?

Sonrió ante el severo asentimiento de Loren; luego se volvió de nuevo hacia Jennifer.

—Lo siento, preciosa. He bebido y he cabalgado mucho esta tarde. Eres extraordinariamente hermosa y seguro que has tenido que aguantar antes inconvenientes aún peores. Perdóname.

Sus maneras eran muy agradables, y Jennifer, un tanto confundida, sólo acertó a hacer un gesto de asentimiento, lo cual provocó en él otra sutil sonrisa de burla. Ella entonces enrojeció, orra vez enfadada.

Loren intervino con tono agrio.

—Te estás comportando mal, Diarmuid, y lo sabes de sobra.

—Ya es suficiente —dijo el príncipe con brusquedad—. No me atosigues, Loren. —Los dos intercambiaron una mirada tensa.

Sin embargo, cuando Diarmuid habló de nuevo, su voz tenía un tono suave.

—Me he disculpado ya, Loren, sé benévolo conmigo.

Tras un momento, el mago asintió.

—Está bien —dijo—. Además no tenemos tiempo para desperdiciar en discusiones.

Necesito tu ayuda en dos cuestiones. Un svart nos atacó en el mundo de donde he traído a esta gente. Nos siguió a Matt y a mí y llevaba una piedra vellin.

—¿Y la otra cuestión? —Diarmuid se mostraba repentinamente atento, pese a estar borracho.

—Una quinta persona hizo la travesía con nosotros. La hemos perdido. Está en Fionavar, pero no sé dónde. Necesito encontrarla y no me gustaría que Gorlaes tuviera conocimiento de su existencia.

—Desde luego. Pero, ¿cómo sabes que está aquí?

—Kimberly era nuestro eslabón; ella dice que lo retuvo.

Diarmuid volvió hacia Kim una apreciativa mirada. Ella echó hacia atrás sus cabellos y aguantó su mirada con una expresión bastante hostil. Volviéndose sin dar muestra de reacción alguna, el príncipe se acercó a la ventana y se asomó en silencio. La luna menguante había ascendido en el cielo, más grande de lo normal, pero Jennifer, que también la contemplaba, no parecía darse cuenta.

—Por cierto, no ha llovido desde que te marchaste —dijo Diarmuid—. Tenemos además otras cosas de las que hablar. Matt —continuó en tono animado—, Kell está en la última habitación a la izquierda. Asegúrate de que Tegid está bien dormido y luego dale las órdenes pertinentes, junto con la descripción del quinto personaje. Dile a Kell que hablaré con él más tarde.

Sin decir palabra, Matt abandonó la habitación.

—¿No ha llovido? —preguntó Loren con suavidad.

—No.

—¿Y las cosechas?

Diarmuid levantó una ceja y no se molestó en contestar. El rostro de Loren expresaba fatiga y preocupación.

—¿Y el rey? —preguntó casi con desgana.

Diarmuid dudó antes de contestar.

—Pues no demasiado bien. A veces delira. La noche pasada, al parecer, estaba hablando con mi madre durante la cena en el Gran Salón. Impresionante, en verdad, teniendo en cuenta que ella hace cinco años que murió.

Loren sacudió la cabeza.

—Hace algún tiempo que viene comportándose así, pero jamás lo había hecho en público. ¿Hay alguna noticia…, hay alguna noticia de tu hermano?

—Ninguna.

La respuesta esta vez había sido rápida. Y luego se hizo un largo silencio. «Su nombre no puede ser pronunciado», recordó Kevin mirando con curiosidad al príncipe.

—Hubo una reunión —continuó Diarmuid— hace siete noches, durante la luna llena.

Una reunión secreta. Invocaron a la diosa bajo la advocación de Dana, y corrió sangre.

—¡No! —El mago hizo un gesto violento—. Esto está yendo demasiado lejos. ¿Quién la convocó?

La ancha boca de Diarmuid se torció un tanto.

—Ella, desde luego —dijo.

—Jaelle?

—Jaelle.

Loren comenzó a dar zancadas por la habitación.

—Nos causará problemas; lo sé.

—Desde luego que lo hará. Es lo que pretende. Y mi padre es demasiado viejo para hacerle frente. ¿Te figuras ahora a Ailell en el Árbol del Verano? —Algo nuevo se apreciaba en su voz: una profunda y fulgurante amargura.

—Nunca me lo figuré, Diarmuid —el tono de voz del mago se había vuelto suave de repente. Detuvo su nervioso deambular ante el príncipe—. Y cualquiera de los poderes que residen en el Árbol está fuera de mi competencia. Y también de la de Jaelle, aunque ella pretenda negarlo. Sabes mi opinión acerca de este asunto: la magia de la sangre toma más de lo que da.

—Entonces sentémonos —gruñó Diarmuid—, sentémonos tranquilamente mientras los trigales se agostan en las praderas de Brennin. ¡Hermoso destino para una pretendida casa real!

—Mi señor principe —la elección del tratamiento era cuidadosa y admonitoria—, no estamos en una estación normal y no necesitas recordármelo. Algo desconocido está sucediendo y ni siquiera las invocaciones a media noche de Jaelle volverán las cosas a su sitio, mientras no sepamos lo que se oculta detrás de todo esto.

Diarmuid se dejó caer en una de las sillas, con la mirada perdida en el tapiz que colgaba de la pared de enfrente. Las antorchas del muro casi se habían apagado y en la habitación se entrelazaban las luces y las sombras. Apoyada en el alféizar de la ventana, Jennifer pensaba que casi podía ver cómo se cernía la tensión en la oscuridad. «¿Qué estoy haciendo aquí?», pensó, y no sería la última vez que se lo preguntaría. Un movimiento en el lado opuesto de la habitación atrajo su atención; se volvió y vio que Paul la estaba mirando y le dirigía una leve pero animadora sonrisa. «Tampoco lo entiendo a él», pensó con cierta desesperanza.

Diarmuid se había puesto de nuevo en pie: parecía incapaz de estar quieto durante mucho tiempo.

—Loren —dijo—, sabes que el rey no vendrá esta noche…

—Debe hacerlo. No permitiré que Gorlaes…

—Alguien se acerca —dijo de repente Paul, que había ocupado el puesto de Matt junto a la puerta—. Son cinco hombres; tres de ellos llevan espadas.

—¡Diarmuid!

—Lo sé; no quieres que me vean. No me alejaré mucho.

Se oyó el frufrú de la seda y unos cabellos rubios brillaron a la luz de la luna, al tiempo que el heredero del trono de Brennin saltaba por la ventana y alcanzaba casi con desgano un saliente del muro exterior. «¡Dios mío!», pensó Kevin.

Y eso fue lo único que tuvo tiempo de hacer. Vart, el guardia malhumorado, reapareció en la puerta. Una leve sonrisa cruzó por su rostro cuando vio que Matt no estaba en la habitación.

—Mi señor el canciller —anunció.

Kevin no estaba muy seguro de lo que esperaba ver, pero en cualquier caso no correspondía a lo que vio. Gorlaes, el canciller, era un hombre de mediana edad, corpulento, ancho de espaldas, con barba color castaño. Sonrió animadamente enseñando unos dientes sanos mientras avanzaba con aire majestuoso.

—¡Bienvenido, Manto de Plata! ¡Plateado y bien tejido, por cierto! Como siempre, has vuelto en un abrir y cerrar de ojos —concluyó con una risa. Pero Kevin vio que Loren se mantenía serio.

Otro hombre había entrado con un guardia armado junto a él; era cargado de espaldas y muy viejo. ¿El rey?, se preguntó por un momento Kevin. Pero no lo era.

—Buenas noches, Metran —dijo Loren al recién llegado de los cabellos blancos—.

¿Cómo estás?

—Bien, muy, muy, muy bien —respondió Metran con voz jadeante; luego tosió—. Aquí no hay suficiente luz —dijo en tono quejumbroso. Levantó temblorosamente un brazo y de repente las seis antorchas del muro resplandecieron iluminando la habitación.

«¿Por qué», pensó Kim, «Loren no hizo esto antes?»

—Así está mejor, mucho mejor —continuó Metran mientras caminaba arrastrando los pies hasta dejarse caer en una silla. Su sirviente se colocó a su lado. El otro soldado, según observó Kim, se había quedado en la puerta con Vart. Paul se había retirado a la ventana junto a Jennifer.

—¿Dónde está el rey? —preguntó Loren—. Envié a Vart para que le advirtiera de mi llegada.

—Y lo ha hecho —repuso Gorlaes con voz calma.

Vart, en la puerta, disimuló una risita.

—Ailell me ha encargado que te salude en su nombre; a ti —hizo una pausa mirando en torno— y a tus cuatro compañeros.

—¿Cuatro? ¿Sólo cuatro? —lo interrumpió Metran con voz apenas audible a causa de la tos.

Gorlaes le dirigió una rápida mirada y continuó hablando:

—… Y a tus cuatro compañeros. He sido requerido, en mi calidad de canciller, para que me haga cargo de ellos esta noche. El rey ha tenido un día muy ajetreado y preferiría recibirlos mañana con todos los honores. Es muy tarde, de modo que estoy seguro de que lo comprenderéis —su sonrisa era atenta, casi humilde—. Ahora, si eres tan amable de presentarme a vuestros visitantes, haré que mis hombres les enseñen sus aposentos. Y

tú, amigo mío, podrás gozar de un gratifícador y merecido descanso.

—Gracias, Gorlaes —dijo Loren con una sonrisa, aunque su voz tenía un dejo cortante como el filo de una espada—. Sin embargo, y en vista de las circunstancias, me considero responsable del bienestar de los que han hecho conmigo la travesía. Me encargaré de todo hasta que hayan sido recibidos por el rey.

—Manto de Plata, ¿acaso estás insinuando que alguien puede atenderlos mejor que el canciller del reino?

En su voz, pensó Kevin con todos sus músculos en involuntaria tensión, se podía percibir el mismo tono cortante. Y, en efecto, aunque los dos hombres no habían hecho el más mínimo movimiento, a Kevin le pareció que dos espadas habían sido desenvainadas a la luz de las antorchas.

—En modo alguno —dijo el mago—. Simplemente es un asunto que incumbe a mi honor.

—Estás cansado, amigo mío. Deja que yo me encargue de un asunto tan pesado.

—No resulta pesado atender a los amigos.

—Loren, insisto…

—No.

Se hizo un tenso silencio.

—¿Te das cuenta —dijo Gorlaes con una voz que era casi un susurro— de que no me dejas ninguna alternativa? —El tono de voz subió—. Debo obedecer las órdenes del rey.

Vart, Lagoth…

Los dos soldados que estaban junto a la puerta se adelantaron.

Pero cayeron al suelo cuan largos eran, con las espadas a medio desenvainar.

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