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Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Historico

El ayudante del cirujano (7 page)

BOOK: El ayudante del cirujano
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—¿Quién es ese hombre tan guapo que está cerca de la ventana?

Miró hacia la ventana, pero cerca de ella sólo había dos guardiamarinas larguiruchos y con la cara llena de granos, y luego oyó que la voz decía:

—No, cerca de la orquesta.

Entonces pensó asombrado que probablemente se refería a él. Y su idea se confirmó cuando lady Harriet, en voz más baja pero todavía audible, dijo:

—Ese es el capitán Aubrey, querida, uno de nuestros mejores capitanes de navío. ¿Quieres que te lo presente?

—¡Oh, sí, por favor! Estaba a bordo de la
Shannon
, ¿verdad?

En ese momento pasó entre ellos un grupo de gente que trataba desesperadamente de alcanzar los sorbetes recién traídos, y Jack clavó la vista en la orquesta.
Era
un hombre guapo, pero no se había dado cuenta de ello ni nadie se lo había dicho nunca, y estaba encantado de haberse enterado y de saber que alguien le encontraba atractivo. Era guapo, sí, pero para alguien que no apreciara demasiado la esbeltez y la juventud, que considerara atractivo a un hombre ancho de espaldas y de piel muy blanca, ojos azules y pelo rubio, y que no diera importancia a que tuviera en la cara la cicatriz de una herida causada por un alfanje, que se extendía desde la oreja derecha hasta la mejilla, y la de una herida causada por un puntiagudo trozo de madera, que descendía desde la otra oreja hasta la mandíbula y continuaba a lo largo de ésta. Evidentemente, la señorita Smith era alguien así, pues cuando él se volvió y fueron presentados, la mirada de ella expresaba tanta admiración que incluso el hombre más vanidoso se hubiera sentido satisfecho. Jack tenía predisposición a juzgarla con benevolencia, y la miró del mismo modo y mostró una gran deferencia hacia ella, pero realmente vio a una mujer joven, hermosa, alegre e impetuosa, como a él le gustaban, y sobre todo se fijó en su pecho.

Inmediatamente Jack le pidió que bailara con él la pieza que tocaban, y luego la siguiente. Y en mitad de la segunda pieza, ella preguntó:

—¿No le parece que éste es un baile estupendo?

—El mejor baile al que he asistido —respondió él con convicción.

La atmósfera ya no le resultaba asfixiante, el ruido ya no le parecía la conversación insulsa de un grupo de tontos sino la de personas sensatas y agradables que celebraban alegremente una victoria… ¡y qué victoria! Ahora recordaba con viveza la gloria que había alcanzado. La orquesta le parecía muy buena, y su forma de interpretar el minué, excelente. Además, su compañera bailaba muy bien, y a él le encantaba tener como compañera de baile a una mujer tan ágil y alegre como ella. Sí, el baile era estupendo. Aquella noche la alegría de ambos se nubló sólo por unos momentos, cuando la señorita Smith, señalando a Diana y a Stephen, preguntó:

—¿Quién es esa mujer que lleva el vestido azul y esos magníficos diamantes?

—Es Diana Villiers, la prima de mi esposa.

—¿Y quién es ese hombre tan bajito que baila con ella? Parece muy raro… Han bailado juntos varias veces. ¿De qué es el uniforme que lleva? No lo conozco.

—Esa es la chaqueta del uniforme de cirujano naval… Debe de haber olvidado los calzones reglamentarios. Es el doctor Maturin y va a casarse con ella.

—¡Pero no es posible que una mujer tan bella y elegante se arroje en brazos de un simple cirujano! —protestó ella.

Con tono convincente, pero no exento de amabilidad, dijo:

—Ninguna mujer que esté en brazos de Stephen Maturin se ha arrojado a ellos. Hemos navegado juntos durante años y somos amigos íntimos. Tengo un gran concepto de él.

En el momento en que terminó de hablar, tenían que ir hasta el final de la fila con las manos cogidas, y ella le apretó fuertemente la mano. Y cuando llegaron al lugar que les correspondía, ella dijo:

—Seguro que tiene usted razón. Seguro que hay mucho más en él de lo que podemos ver. Y los cirujanos navales deben de ser mejores que los de tierra. Lo que ocurre es que ella es tan bella y elegante que… No sabe usted cuánto admiro la belleza en una mujer.

Jack dijo enseguida que él también admiraba la belleza en una mujer y que estaba muy contento porque su compañera de baile era el mejor ejemplo de esa belleza en toda la sala. La señorita Smith no se ruborizó ni bajó la cabeza, sino que exclamó:

—¡Por Dios, capitán Aubrey!

Sin embargo, cuando él volvió a tomarla de la mano para darle una vuelta, ella cogió la suya sin mostrar reprobación.

Cuando él la llevó a la mesa para cenar, ya sabía muchas cosas sobre ella. Se había criado en Rutland y su padre tenía una jauría. Le encantaba la caza del zorro, pero lamentaba que muchos de los cazadores fueran unos libertinos. Había estado prometida, pero rompió su compromiso al enterarse de que su novio tenía un considerable número de hijos naturales. Y había pasado varias temporadas en Londres, en casa de una tía que vivía en la plaza Hannover. Por lo que dijo, Jack calculó que tendría unos treinta años, lo cual le sorprendió. Ahora vivía con su hermano Henry y llevaba la casa. Aunque su hermano era miembro del Ejército, por ser corto de vista le habían dado un puesto como ayudante del comisario, un puesto ignominioso, y ahora se encontraba en Kingston ocupándose del suministro de pertrechos. Ella pensaba que ni siquiera los soldados que combatían estaban mucho mejor, pues sólo marchaban en una dirección y luego en dirección contraria sin conseguir casi nada, y que no podían compararse con los miembros de la Armada. Nunca se había emocionado tanto como el día que había visto la
Shannon
entrar al puerto con la
Chesapeake
. Había sentido una gran admiración por la Armada y había gritado. Y Jack, al ver su cara enrojecida y oír su tono vehemente, le creyó.

Mientras cenaban, ella le rogó que le contara la batalla con todo detalle, y él se la contó con mucho gusto. Había sido una batalla bastante sencilla porque sólo se enfrentaron dos barcos y duró quince minutos. Ella seguía su relato con gran atención, y a él le parecía que tenía mucho sentido común y una facilidad de comprensión infrecuente.

—¡Qué alegría debe de haber sentido al ver que arriaban la bandera! ¡Y qué orgulloso de su victoria! Estoy segura de que a mí me habría saltado el corazón dentro del pecho —dijo juntando las manos y apoyándoselas en el pecho, que cedió bajo su presión.

—Estaba muy contento —dijo—. Pero la victoria no fue mía, ¿sabe?, sino de Philip Broke.

—Pero, ¿no estaban los dos al mando de la fragata? Son capitanes los dos.

—¡Oh, no! Yo era simplemente un pasajero, una persona sin importancia.

—Creo que es usted demasiado modesto. Estoy segura de que pasó al abordaje sable en mano.

—Bueno, me arriesgué a pasar a la otra cubierta y luché allí durante unos minutos, pero la victoria fue de Broke y sólo de Broke. Brindemos por él.

Llenaron sus copas hasta el borde, y al brindis se unieron los otros comensales, que eran
chaquetas rojas
, pero tenían buena voluntad. Uno de ellos ya le había deseado tantas veces al capitán Broke una pronta recuperación que pocos minutos después de este brindis sus compañeros se lo llevaron, dejándolos solos en la mesa. La señorita Smith volvió a hablar de la Armada. Dijo que no sabía casi nada de ella, desgraciadamente, porque siempre había vivido lejos del mar, pero que adoraba al pobre Nelson y que había llevado luto durante varios meses después de la batalla de Trafalgar. Se preguntaba si el capitán Aubrey compartía su admiración y si había conocido a ese gran hombre.

—Sí, la comparto. Y le conocí —dijo sonriente y la miró con benevolencia, pues el camino más corto para llegar a su corazón era expresar amor por la Armada y admiración por Nelson—. Tuve el honor de cenar con él cuando era un simple teniente. La primera vez solamente me dijo: «¿Le importaría pasarme la sal?», pero lo dijo con gran amabilidad. La segunda vez dijo: «No importan las tácticas, lo que importa es atacar con decisión».

—¡Era un hombre admirable! —exclamó entusiasmada—. «No importan las tácticas, lo que importa es atacar con decisión.» Eso es exactamente lo que yo pienso. Esa es la única forma de actuar de alguien con empuje. ¡Comprendo tan bien a lady Hamilton!

Y después de una pausa, durante la cual comieron langosta fría, inquirió:

—Pero, ¿por qué iba de pasajero en la
Shannon
?

—Esa es una larga historia —respondió Jack.

—No será demasiado larga para mí —dijo la señorita Smith.

—¿Un poco más de vino? —preguntó Jack, cogiendo la botella.

—Ya no más, gracias. Para serle franca, la cabeza me da vueltas. Aunque probablemente sea por el baile o la música o por estar encerrada o por estar sentada junto a un héroe. Nunca antes me había sentado junto a un héroe. Cuando acabe de comerse la langosta, tal vez podamos dar un paseo al aire libre.

Jack aseguró que ya había acabado de comer y que solamente estaba jugando con la comida, y añadió que él tampoco podía soportar estar encerrado allí.

—Entonces salgamos por esa puerta de cristal. Me alegro de irme porque así puedo escapar del odioso coronel Aldington, con quien estaba medio comprometida para bailar la próxima pieza.

En el jardín, ella se colgó de su brazo y dijo:

—Se disponía usted a contarme por qué iba de pasajero en la
Shannon
. Por favor, empiece desde el principio.

—Para empezar desde el principio tendré que hablarle del
Leopard
, el viejo
Leopard
, un navío de cincuenta cañones distribuidos en dos cubiertas. Cuando terminaron de reconstruirlo, me dieron el mando y me ordenaron ir a Botany Bay y luego seguir hasta las Indias Orientales. Hubiera sido un viaje sencillo, pero tuvimos mala suerte. Se declaró una epidemia cuando estábamos en la zona de calmas ecuatoriales; después un navío holandés de setenta y cuatro cañones nos persiguió, obligándonos a desviarnos al sureste de El Cabo y a penetrar en una zona de altas latitudes, donde, rodeados de una espesa niebla, chocamos con una montaña de hielo y se nos rompió el timón. Estábamos medio hundidos y tuvimos que seguir avanzando hacia el sureste para intentar llegar a alguna de las islas cercanas, pero no estábamos seguros de poder conseguirlo porque los marineros estaban bombeando agua día y noche. Pero lo conseguimos, y para no hacer el relato demasiado detallado, sólo le diré que reparamos el
Leopard
, le pusimos un timón nuevo y fuimos a Nueva Holanda y después atravesamos el estrecho Endeavour y nos reunimos con el almirante Drury en las inmediaciones de Java.

—Java! Está en las Indias Orientales, ¿verdad? ¡Qué romántico! ¡Especias y gente paseando en palanquines! Y apuesto a que también hay elefantes. ¡Cuánto ha viajado usted! ¡Cuántos lugares del mundo ha visto! ¿Las mujeres de Java son tan hermosas como dicen?

—Había algunas mujeres hermosas, por supuesto, pero ninguna podía compararse con las de Halifax. Al almirante le causó gran satisfacción saber lo que le había ocurrido al navío holandés de setenta y cuatro cañones…

—¿Por qué? ¿Qué le ocurrió?

—Lo hundimos. En esa zona, cuando una embarcación tiene el viento en popa, un cañonazo acertado puede hacer maravillas. Estoy hablando de la zona de los 40° de latitud, ya sabe, donde los vientos son muy fuertes. En cuanto le derribamos el palo trinquete, viró a barlovento y se hundió. Pero al almirante no le causó satisfacción el estado en que se encontraba el
Leopard
. No tenía cañones, porque los habíamos tirado por la borda, y tenía las cuadernas tan deterioradas a causa del hielo que no podría soportar el peso ni de uno solo, así que ya no servía para nada excepto para usar como transporte. Pero eso no me preocupaba, pues me habían asignado otro barco, una fragata llamada
Acasta
. Entonces él me ordenó volver a Inglaterra en
La Flèche
, y el viaje fue estupendo…

La señorita Smith dio un grito y se refugió en sus brazos. Un sapo cruzaba despacio el sendero y su piel brillaba a la luz que salía por las ventanas.

—¡Ah, casi lo toco! —gritó ella.

Jack ayudó a cruzar al sapo con el pie, aunque con cierta dificultad porque ella le rodeaba con sus brazos. Cuando el sapo hubo pasado, ella dijo que los reptiles y las arañas le producían una gran repugnancia y no podía soportarlos. Después se rió de tal manera que Jack habría pensado que eso era una muestra de superficialidad si ella hubiera sido una mujer estúpida, y sugirió que buscaran un asiento entre los árboles. Sin embargo, no había ni un asiento vacío entre los laureles, ya que la alegría de la victoria, el vino, la buena comida y quizá también el calor de la sala de baile habían hecho pensar lo mismo a muchos otros invitados; tampoco lo había en el invernadero, y retrocedieron justo a tiempo de cometer una grave indiscreción. Tuvieron que contentarse con un banco cercano al reloj de sol, y desde allí, entre el calor de aquella noche de verano y el olor de las plantas y las flores que exhalan su perfume de noche, Jack observó la Osa Menor y, sobre todo, los guardianes del polo para saber qué tiempo iba a hacer, y al ver que de vez en cuando quedaban casi ocultos por los bancos de niebla que la brisa traía desde el mar, dijo:

—Creo que caerá un chubasco muy pronto.

Pero ella no prestó atención a su observación y dijo:

—Estaba usted diciendo que el viaje había sido estupendo.

—Sí. Avanzábamos al menos doscientas millas desde el mediodía de un día hasta el del día siguiente, y navegábamos sin dificultad hasta que doblamos El Cabo y cruzamos el trópico. Pero entonces un maldito…, un horrible suceso ocurrió: se declaró un incendio, el fuego se extendió hasta la línea de flotación y la fragata explotó.

—¡Oh, capitán Aubrey!

—Entonces nuestros botes se separaron en la oscuridad, y puesto que no llevábamos provisiones, lo pasamos muy mal hasta que fuimos recogidos por la
Java
en las inmediaciones de Brasil. Sin embargo, nuestros problemas no habían terminado, pues algunos días después la
Java
se encontró con el barco norteamericano
Constitution
, y como usted recordará, los norteamericanos la destruyeron.

—¡Lo recuerdo muy bien! Todos lloraron al oír la noticia. Pero decían que eso no era justo porque la
Constitution
no era realmente una fragata o tenía más cañones o algo así.

—Sin duda alguna, es una fragata, una potente fragata, y ganó la batalla en buena lid, se lo aseguro. En cualesquiera circunstancias hubiera sido un hueso duro de roer, y en esa ocasión utilizó sus cañones mejor que nosotros y nos capturó.

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