El beso de la mujer araña (18 page)

BOOK: El beso de la mujer araña
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—«…vos me entenderías»…

—Perdón, Molina, ¿cómo era que le dije que no le voy a mandar la carta? Leeme por favor.

—«Pero te voy a escribir esta carta, aunque no te la mande».

—Agrégale por favor, «… Pero sí te la voy a mandar».

—«Pero sí te la voy a mandar.» Seguí. Estábamos en «Si pu- dierámos hablar vos me entenderías».

—… porque en este momento no podría presentarme ante mis compañeros y hablarles, me daría vergüenza ser tan débil… Marta, siento que tengo derecho a vivir algo más, y a que alguien me eche un poco de… miel… sobre las heridas…

—Ya… seguí.

—… adentro estoy todo llagado, y solamente vos me vas a comprender… porque vos también fuiste criada en tu casa limpia y cómoda para gozar de la vida, y yo como vos no me conformo a ser un mártir, Marta, me da rabia ser mártir, no soy un buen mártir, y en este momento pienso si no me equivoqué en todo… Me torturaron, y no confesé nada… claro que me ayudaba que yo nunca supe los nombres verdaderos de mis compañeros, y les dije los nombres de batalla, porque con eso no podían avanzar nada, pero adentro mío tengo otro torturador… y desde hace días no me da tregua… Es que estoy pidiendo justicia, mirá qué absurdo lo que te voy a decir, estoy pidiendo que haya una justicia, que intervenga la providencia… porque yo no me merezco podrirme para siempre en esta celda, o ya sé, ahora veo más claro, Marta… tengo miedo porque estoy enfermo… y tengo miedo… miedo terrible de morirme… y que todo quede ahí, que mi vida se haya reducido a este poquito, porque pienso que no me lo merezco, que siempre actué con generosidad, que nunca exploté a nadie… y que luché, desde que tuve un poco de discernimiento… contra la explotación de mis semejantes… Y yo, que siempre putié contra las religiones, porque confunden a la gente y no dejan que se luche por la igualdad… estoy sediento de que haya una justicia… divina. Estoy pidiendo que haya un Dios… con mayúscula escribilo, Molina, por favor…

—Sí, seguí.

—¿Cómo iba?

—«Estoy pidiendo que haya un Dios».

—… un Dios que me vea, y me ayude, porque quiero salir algún día a la calle, y que sea pronto, y no morirme. Y a veces me pasa por la cabeza que nunca, nunca más voy a tocar a una mujer, y no me puedo conformar… y cuando pienso en las mujeres… no te veo en la imaginación más que a vos, y casi sería un alivio creer que en este momento, de aquí a que te termine esta carta, vos vas a pensar en mí… y te vas a pasar la manó por tu cuerpo que tan bien recuerdo…

—Esperá, no vayas tan rápido.

—…por tu cuerpo que tan bien recuerdo, y vas a pensar que es mi mano… y qué consuelo tan grande sería… mi amor, que pudiera ocurrir eso… porque sería como tocarte yo mismo, porque algo de mí te quedó adentro tuyo, ¿verdad?, como a mí también me quedó dentro de la nariz tu perfumito… y debajo de la yema de los dedos tengo también la sensación de que tengo tu piel… como memorizada, ¿me entendés? Aunque no es cuestión de entender… es cuestión de creerlo, y a veces estoy convencido de que me llevé algo tuyo… y que no lo perdí, y a veces no, siento que no estoy en esta celda más que yo solo…

—Sí…, «… que yo solo…», seguí.

—… y que nada deja huella, y que la suerte de haber sido tan feliz junto a vos, de haber pasado esas noches, y tardes, y mañanas de puro goce, ahora no me sirve para nada, al contrario, todo eso se vuelve contra mí… porque te extraño como un loco, y lo único que siento es la tortura de mi soledad, y en la nariz tengo nada más que el olor asqueroso de la celda, y de mí mismo… que no me puedo bañar porque estoy enfermo, debilitadísimo, y el agua fría me podría dar una pulmonía, y debajo de la yema de los dedos lo que siento es el frío del miedo a la muerte, en los huesos ya siento ese frío… Qué terrible es perder la esperanza, y eso es lo que me ha pasado… el torturador que tengo adentro me dice que ya se acabó todo, que esta agonía es mi última experiencia sobre la tierra… y hablo como un cristiano, como si después viniera otra vida, que no la hay, ¿verdad que no?…

—Perdoname que te interrumpa…

—¿Qué pasa?

—Cuando termines de dictarme recordame que te quiero decir una cosa.

—¿Qué cosa?

—Bueno, que se podría hacer una cosa…

—¿Qué? Hablá.

—Porque si te bañás en la ducha helada te morís, con lo débil que estás.

—Pero ¿qué se puede hacer?, ¡hablá de una vez, carajo!

—Que yo te podría ayudar a limpiarte. Mirá, en la cacerola calentamos agua, y hay dos toallas, a una la enjabonamos y te la pasás vos por delante y te la paso yo por la espalda, y con la otra toalla húmeda te quitás el jabón.

—¿Y así no me picaría más el cuerpo?

—Claro, vamos de a pedacitos, así no tomás frío, primero el cuello y las orejas, después debajo de los brazos, los brazos, el pecho, después la espalda, y así todo.

—¿De veras me ayudarías?

—Pero claro, hombre.

—¿Y cuándo?

—Ahora mismo si querés pongo a calentar el agua.

—¿Y después podría dormir tranquilo, sin picor?

—Tranquilo, y sin picor. En un rato se calienta el agua.

—Pero el kerosén es tuyo, y se gasta.

—No importa, terminamos la carta mientras.

—Dámela.

—¿Para qué la querés?

—Dámela te digo, Molina.

—Tomá.

—…

—¿Qué hacés?

—Esto.

—¿Por qué la rompés?

—No hablemos más del asunto.

—Como quieras.

—Está mal dejarse llevar por la desesperación…

—Pero está bien desahogarse. Vos me lo decías a mí.

—Pero a mí me hace mal. Yo tengo que aguantarme…

—…

—Escuchame, vos sos muy bueno conmigo, de veras te lo agradezco de corazón. Y algún día que pueda te demostraré mi agradecimiento, te lo aseguro. … ¿Tanta agua vas a gastar?

—Si, se necesita. … Y no seas sonso, no hay nada que agradecer.

—Cuánta agua…

—…

—Molina…

—¿Uhm?

—Mirá las sombras que echa el calentador.

—Sí, yo siempre las miro, ¿vos nunca las mirás?

—No, no me había dado cuenta.

—Sí, yo me entretengo mucho mirando las sombras mientras está el calentador prendido.

X

—Buen día…

—¡Buen día!

—¿Qué hora es?

—Las diez y diez. Vos sabés, a mi mamá, pobre, yo le digo a veces las diez y diez, porque camina con los pies para afuera.

—No te puedo creer, que sea esa hora ya.

—Sí, Valentín, cuando abrieron para entrar el mate cocido te diste vuelta en la cama y te seguiste durmiendo.

—¿Qué decías de tu vieja?

—Mirá que estás dormido. Nada, ¿dormiste bien entonces?

—Sí, me siento bastante mejor.

—¿No tenés mareo?

—No… Y dormí como un tronco. Así sentado en la cama, te juro que no siento nada, nada de mareo.

—Genial… ¿Por qué no probás a caminar, a ver qué pasa?

—No, porque te vas a reír.

—¿De qué?

—Me pasa una cosa.

—¿Qué?

—Algo que le pasa a un hombre sano, nada más. Cuando se despierta a la mañana y tiene exceso de energías.

—¿Se te paró?, qué genial…

—Mirá para otro lado, que me da no sé qué…

—De acuerdo, cierro los ojos.

—Es gracias a tu comida, si no nunca me hubiese repuesto.

—¿Y?, ¿te mareás?

—No… nada, las piernas las tengo flojas, pero mareo nada.

—Qué genial…

—Ya podés mirar. Me quedo un rato más acostado.

—Te caliento el agua para un té.

—No, calentame el mate cocido y listo.

—Estás loco, ya lo tiré cuando fui al baño, si te querés componer tenés que tomar cosas buenas.

—No, mirá, me da vergüenza gastarte el té, y todo lo demás. Esto no puede seguir así, ahora ya estoy bien.

—Vos calíate.

—No, de veras…

—De veras nada, ahora mi mamá me empieza a traer cosas de nuevo, así que no hay problema.

—Pero yo me siento en falta.

—Hay que saber recibir, también, ¿verdad? No hay que tener tantas vueltas tampoco.

—Bueno, gracias.

—Vos si querés aprovechá para ir al baño que mientras yo te hago el té. Pero quedate en la cama, que yo pido puerta. Así no tomás frío.

—Gracias.

—Y cuando vuelvas si querés te sigo la de los zombis, ¿no tenés ganas de saber cómo sigue?

—Sí, pero mejor trato de estudiar un poco, a ver si puedo retomar la lectura, ya que estoy bien.

—¿Te parece?, ¿no será mucho esforzarte?

—Vamos a ver.

—Mirá que sos fanático.

....................................................

—¿Por qué bufás?

—No hay caso, me bailan las letras, Molina.

—Yo te dije.

—Y bueno, con probar no se pierde nada.

—¿Estás mareado?

—No, es al leer no más, que no puedo fijar la vista.

—¿Sabés qué?, es un poco de debilidad de la mañana, por no desayunarte más que con ese té, la culpa la tenés por no querer comer del jamón y el pan que hay.

—¿Te parece?

—Seguro, después de almorzar vas a ver que te dormís un ra- tito de siesta y podés estudiar después.

—Tengo una pereza, no te imaginás. Me dan ganas de tirarme a la cama otra vez.

—No, pero dicen que hay que tratar de fortalecerse estando parado o por lo menos sentado, porque la cama debilita.

—Seguime la película, sé bueno.

—¿Sabés qué?… ya voy poniendo a hervir las papas, que tardan dos años.

—¿Qué vas a hacer?

—Tenemos jamón, y abro la latita de aceite de oliva, y nos comemos papas hervidas, con un chorrito de aceite de oliva y sal, y el jamón: más sano imposible.

—La película iba en que la negra le iba a contar a la protagonista toda la historia de la zombi, la muerta viva.

—¿No es cierto que te gusta? confesá.

—Sí, es divertida.

—Uy, qué tipo, es más que divertida, es regia… Decí la verdad.

—Vamos, contá.

—Bueno, esperá que esto no enciende, ahí está… Bueno, ya. ¿Cómo era? Sí, la negra la lleva de vuelta a la casa a la chica y le va contando toda la historia. Resulta que el muchacho era bastante feliz con su primera mujer, pero estaba siempre atormentado porque tenía un secreto inconfesable, y es que cuando chico había sido testigo de un crimen horrible. Resulta que el padre era un hombre sin escrúpulos, perro como pocos, que había llegado a esa isla a enriquecerse y trataba muy mal a los peones de las plantaciones. Y los peones estaban planeando una rebelión, y el padre se puso de acuerdo con el brujo del lugar, que tenía sus altares y sus cosas en la plantación más lejos de todas, y una noche el brujo los llamó a todos los cabecillas de los peones rebeldes para según él darles la bendición. Pero era una emboscada, ahí los masacraron, las flechas tenían la punta impregnada de un veneno preparado por el brujo. Y de ahí los llevaron a esconderlos en la selva, porque algunas horas después esos muertos abrían los ojos, eran muertos vivos. Y el brujo les ordenó ponerse de pie, y los muertos poco a poco se fueron levantando, todos con los ojos muy abiertos, y vos viste como tienen los ojos los negros, bien grandotes como huevos fritos, pero éstos tenían la mirada ida, los ojos casi sin la pupila, todo blanco casi, y el brujo les ordenó agarrar los machetes y ponerse en fila y caminar hasta el bananal, y ahí una vez llegados les dio la orden de trabajar, cortar cachos de banana toda la noche, y los pobres muertos vivos le obedecieron y cortaron toda la noche, y el padre del muchacho estaba satisfechísimo y les hicieron unos ranchitos, como unas cabañas de pedazos de caña seca para que durante el día los pudieran esconder a los muertos vivos, ahí todos echados en el piso como una pila de basura, y cada noche les daban la orden de salir a trabajar, a cortar cachos, y así el padre del muchacho fue acumulando su fortuna. Y el muchacho había estado presente durante todo eso pero era muy chico todavía. Hasta que se hizo grande y se casó con una chica rubia alta que había conocido en la universidad, en Estados Unidos, y la trajo a la isla, lo mismo que pocos años después iba a hacer con la chica, la otra con que se casa, la morocha, la chica. Bueno, pero con la primera esposa al principio es feliz, y cuando muere el viejo el muchacho siente que tiene que terminar con el brujo, y lo llama a la casa principal, pero él mientras tanto se va allá a las plantaciones últimas, donde están los zombis, y en ausencia del brujo, y ayudado por la gente que le es fiel, va y rodea las chozas de los zombis, y les clava estacas a las puertas, y les echa nafta y les prende fuego con todos los zombis adentro, los reduce a todos a cenizas y. así pone fin al tormento de esos pobres negros muertos vivos. Pero a todo esto, el brujo, que está en la casa grande esperándolo, con la esposa primera del muchacho, recibe el mensaje de lo que está pasando, se lo cuentan con los tam-tam de la selva, que es como un sistema de telégrafo, entonces el brujo le dice a la mujer que va a interceptarlo en el camino al muchacho y matarlo, entonces la pobre rubia alta se desespera, le promete cualquier cosa, dinero, sus joyas, con tal de que se vaya de ahí y lo deje tranquilo al muchacho. Entonces el brujo le dice que hay algo por lo que él le perdonaría la vida al muchacho, y la mira de arriba abajo, como desnudándola. Y le muestra una daga envenenada, y la pone sobre la mesa, y le dice que si ella lo denuncia a él, al brujo, con esa daga lo va a matar al muchacho. Y en eso llega el muchacho y por la ventana los ve juntos y ella ya medio desvestida, y la primera esposa entonces le dice al muchacho que lo abandona y que se va con el brujo, y el muchacho se ciega de furia, ve la daga y se la clava a la mujer, en un arrebato de locura. Entonces el brujo le dice que nadie lo ha visto, que solamente él es el testigo, y que si promete dejarlo seguir con sus ritos y sus brujerías mentirá a la policía y dirá que vieron los dos cómo alguien mataba a la mujer, un energúmeno de la selva, cualquiera, que quiso entrar a robar. Bueno, ésta es la historia que la negra buena le cuenta a la chica, que queda totalmente aterrada, pero claro, por lo menos se salvó de que la mataran ahí en la casa abandonada entre los dos zombis, el negro gigante y la rubia desgreñada, te quiero decir,
las enfermeras del turno del día, bromas y sonrisas con pacientes buenos que obedecen todo y comen y duermen pero si se sanan se van para siempre

—corteza cerebral de perro, asno, caballo, de mono, de hombre primitivo, de chica de barrio que entra al cine por no ir a la iglesia
Y así fue que la primera esposa se volvió zombi.

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