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Authors: George Alec Effinger

Tags: #Ciencia Ficción

El beso del exilio (10 page)

BOOK: El beso del exilio
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Supongo que me quedé inconsciente, porque la siguiente vez que miré el reloj habían transcurrido dos horas. Me puse en pie, levanté a Papa y me lo cargué sobre el otro hombro. Luego caminé un poco más.

Seguí hasta que volví a derrumbarme. Pronto perdí toda noción del tiempo. El sol se alzó en el cielo, el sol se puso. Volvió a alzarse y a ponerse. No tenía ni idea de cuánto había conseguido caminar. Recordaba vagamente haberme sentado en la ladera de una gran duna, dar golpecitos en la mano de Friedlander Bey y llorar. Permanecí allí sentado un buen rato y luego creí oír una voz que decía mi nombre. Cogí a Papa y caminé tambaleante hacia la voz.

Esa vez no llegué muy lejos. Atravesé dos, quizás tres, grandes dunas y luego mis músculos me abandonaron. Yacía en el suelo con la cara medio apretada contra la arena roja y caliente. Podía ver la pierna de Papa con el rabillo del ojo. Estaba convencido de que no volvería a levantarse.

—Me refugio... —murmuré.

No tenía suficiente saliva para concluir. «Me refugio en el señor de los mundos», dije mentalmente.

Volví a perder el sentido. Cuando lo recuperé era de noche. Probablemente aún estaba vivo. Un hombre con rostro severo y enjuto, dominado por una gran nariz en gancho, estaba inclinado sobre mí. No sabía quién era, ni siquiera si realmente estaba allí. Me dijo algo, pero no entendí sus palabras. Me humedeció los labios con agua y yo intenté arrebatarle la bolsa de pellejo de cabra de las manos, pero mis manos no parecían funcionar. Me dijo algo más. Luego extendió los brazos y tocó mis implantes.

Me di cuenta horrorizado de lo que intentaba hacer.

—¡No! —grité con la voz rota—. ¡Por favor, por el amor de Alá, no!

Retiró la mano y me estudió unos segundos. Luego abrió una bolsa de cuero, sacó una anticuada jeringuilla desechable y un frasquito con cierto líquido, y me puso una inyección.

Lo que de verdad deseaba era un litro de agua limpia y fresca. Pero el pico de soneína tampoco estuvo mal.

5

Ahora tenía claros los acontecimientos que transcurrieron entre el secuestro y nuestro rescate a manos de los Bani Salim. Sin embargo, los días que siguieron probablemente se hayan perdido para siempre entre la bruma de la fiebre. El caíd Hassanein me sedó y luego me quitó los daddies. Al instante, mi mente y mi cuerpo se vieron asolados por un dolor devastador. Le estaba agradecido a Hassanein por haberme mantenido drogado con soneína hasta que empecé a recuperarme.

Noora estaba despierta y vigilante cuando me senté y me desperecé por la mañana. Tardé unos segundos en recordar dónde estaba. Las cortinas delantera y trasera de la tienda, hechas de pelo de cabra, estaban abiertas y corría una impetuosa y tibia brisa. Incliné la cabeza y recé.

—¡Oh, que este día sea propicio, concedednos no ver ningún mal!

—Que las bendiciones de Alá sean contigo, oh caíd —dijo Noora.

Se acercó más, con un cuenco de leche de camella y un plato de pan y hummus, una pasta hecha con garbanzos y aceite de oliva.

—Bismillah —murmuré, cortando un trozo de pan—. Que tengas un día agradable, Noora.

Empecé a engullir el desayuno.

—Es bueno observar que has recuperado el apetito. ¿Quieres más?

Tenía la boca absolutamente llena, de modo que me limité a asentir. Noora salió de la tienda para volver con una segunda ración. Aspiré una bocanada de aire e hice el experimento de mover las extremidades. Aún tenía los músculos muy inflamados, pero noté que pronto podría levantarme. Recordé lo que Hassanein me había dicho: muy pronto los Bani Salim deberían buscar nuevos pastos para sus animales. No me emocionaba la perspectiva de caminar unos trescientos kilómetros con ellos, de modo que había llegado el momento de aprender a montar en camello.

Noora regresó con otro plato de pan y hummus y yo lo ataqué con voracidad.

—El viejo caíd te visitará cuando termines de comer —dijo ella.

Me alegraba oír eso. Quería ver lo bien que había sobrevivido Friedlander Bey a nuestra odisea. Aunque ésta todavía no había concluido. Aún nos quedaba una gran distancia que recorrer, en condiciones igual de duras. La diferencia vital era que viajaríamos con los Bani Salim y ellos sabían dónde estaban todos los pozos.

—Papa y yo tenemos mucho de qué hablar.

—Debéis planear la venganza.

—¿Qué sabes tú de eso?

Ella sonrió. Me di cuenta de que ya no se sujetaba el pañuelo sobre el rostro.

—Me has hablado muchas veces sobre el emir, el caíd, el imán y el caíd Reda. La mayoría del tiempo, balbuceabas, pero entendí mucho de lo que decías y el viejo caíd me contó la misma historia.

Alcé las cejas y rebañé el último bocado de hummus con un pedazo de pan.

—¿Qué crees que debemos hacer?

Su expresión se tornó solemne.

—Los beduinos insisten en la venganza. Prácticamente constituye una parte esencial de nuestra religión. Si no regresas a tu ciudad y matas a quienes han tramado esto contra ti, los Bani Salim no serán tus amigos cuando regreses con nosotros.

Casi me eché a reír cuando la oí hablar de mi regreso al Rub al—Khali.

—¿Aunque el responsable sea un respetado imán? ¿Aunque sea amado por los fellahin de la ciudad? ¿Aunque sea famoso por su bondad y su generosidad?

—Entonces es un imán con dos caras —dijo Noora—. Para algunos quizás sea sabio en el culto a Alá y apreciado por sus hermanos en el Islam. Sin embargo os causó ese mal, de modo que su verdadera naturaleza es corrupta. Acepta las monedas de vuestro enemigo y sentencia injustamente a hombres inocentes a un destierro que supone una muerte segura. La segunda cara hace que la primera sea falsa y es una abominación a los ojos de Dios. Tu deber es reparar su traición con un castigo acorde a la tradición.

Me sorprendió su vehemencia. Me pregunté por qué ese asunto entre Papa y yo, por un lado, y el doctor Abd ar—Razzaq, por el otro, la alteraba tanto. Se percató de que la escrutaba, se sonrojó y se cubrió el rostro con el pañuelo de su cabeza.

—La tradición de los beduinos puede no ser legal en la ciudad —dije.

Sus ojos centellearon.

—¿Qué es la legalidad? Sólo existe el bien y el mal. Las mujeres beduinas cuentan a sus hijos una historia sobre un malvado imán en un pozo. Escucha. Tal vez hubo, o tal vez no, un imán malvado en Ash—Shám, a la que vosotros llamáis Damasco, cuando Ash—Shám era la única ciudad del mundo. Los beduinos no tienen necesidad de imanes, porque cada miembro de la tribu reza a Dios como un igual y no delega ante nadie. Los débiles de las ciudades necesitan un imán que les ayude, porque han olvidado lo que es tener que encontrar su propia agua y hacerse su propia comida, y dependen de otras personas para abastecerse de estas cosas. De modo que también dependen de un imán para que los guíe por el camino que conduce hasta Alá.

»Ahora —prosiguió Noora—, muchos de los habitantes de Ash—Shám siguen creyendo que el malvado imán era sabio y bueno, porque convencía a todo el que le oía rezar de que diera dinero a sus hermanos necesitados. El imán nunca daba dinero del suyo, porque era muy aficionado a él. Amaba tanto el dinero que vendió su influencia a uno de los ciudadanos más corruptos y ambiciosos de Ash—Shám.

»Cuando Alá se percató de que el corazón del imán se había vuelto negro, envió a uno de sus ángeles a la tierra. Las instrucciones del ángel eran llevar al imán al desierto y encarcelarlo para que nunca pudiera conducir a nadie de Ash—Shám por el mal camino. El ángel encontró al imán en su tesoro secreto, apilando montones de monedas de oro y plata, y lanzó un encantamiento sobre el imán que lo sumió en un profundo sueño.

»E1 ángel cogió al imán malvado, lo transportó en la palma de la mano y lo condujo al mismo corazón del Rub al—Khali. El imán no se enteraba de nada, porque aún estaba profundamente dormido. El ángel construyó un pozo muy hondo, donde sólo se encontraba el agua más amarga y asquerosa, y metió en él al imán. Luego el ángel lo despertó.

»"¡Yaa Alá! —gritó el malvado imán—. ¿Dónde estoy? ¿Cómo he llegado a este lugar?”

»"Es demasiado tarde para implorar a Dios, hijo de Adán" —dijo el ángel. Su voz severa resonaba como el trueno en el aire y las paredes del pozo retumbaban en torno al imán.

»"¡ Déjame salir —dijo el imán atemorizado—, y te prometo que cambiaré! ¡Ten piedad de mí!”

»El ángel negó con la cabeza y sus ojos lanzaron terribles haces de luz. Dijo: "No me corresponde a mí juzgarte ni tener compasión por ti. El Juez ya te ha condenado a este lugar. Reflexiona sobre tus actos y enmienda tu alma, pues aún tienes que encontrarte con Dios en el Último Día". Luego el ángel se fue y dejó al malvado imán solo.

»Llegó el día en que el sucesor del imán malvado, que se llamaba Salim y era el fundador de nuestra tribu, en uno de sus viajes llegó al pozo. Salim no conocía al malvado imán y era tan distinto a él como el sol de la luna. El joven era realmente bueno y generoso, y estimado por toda la gente de Ash—Shám, que le había nombrado imán en reconocimiento de sus virtudes.

»As Salim se inclinó para ver el pozo, le sorprendió descubrir que numerosas criaturas habían caído en él y el malvado imán las había atrapado. Los animales le suplicaron que los liberara del profundo pozo. Salim sintió tanta lástima por los animales que se desenrolló la keffiya y la metió en el oscuro agujero.

»El primer animal en subir por la escala de tela hasta la libertad fue un lagarto, al que los beduinos llaman Abu Qurush, o Padre de las Monedas. Porque la punta de la cola de este lagarto es plana y redonda. Abu Qurush estaba tan agradecido por el rescate que se arrancó un trozo de piel y se la ofreció a Salim diciendo: "Si alguna vez necesitas ayuda en una situación desesperada, quema este trozo de piel y yo acudiré". Empezó a correr sobre la arena cálida, pero se volvió hacia Salim para decirle: "¡Cuídate del hijo de Adán que está en el pozo! ¡Es un hombre malvado y debes dejarlo allí abajo!".

»La siguiente criatura que Salim sacó era una loba. La loba se alegró tanto como el lagarto. Se arrancó algunos pelos del bigote y se los dio a Salim diciendo: "Si alguna vez te encuentras en alguna situación tan apurada como esta de la que me has rescatado, quema esto y yo acudiré". La loba echó a correr, pero también le dijo: "Has de saber, hombre, que el hijo de Adán que está en el pozo es muy malo".

»Salim acabó de sacar a los demás animales y escuchó sus advertencias. Luego empezó a enrollarse la keffiya alrededor de la cabeza. Su compatriota, el malvado imán, le gritó con una voz que partía el corazón: "¿Cómo puedes salvar a todas estas criaturas y dejarme morir en este pozo de sombras? ¿Acaso no somos hermanos según las sagradas palabras del profeta, que las bendiciones de Alá y la paz sean con él?".

»Salim se debatía entre las advertencias de los animales y su naturaleza bondadosa. Pero resolvió que compartía un vínculo de humanidad con el prisionero invisible y una vez más bajó su keffiya al pozo. Tras liberar al imán malvado, reemprendió su viaje y al cabo de muchas semanas regresó a Ash—Sham.

—Es una historia magnífica, Noora —dije, bostezando—, pero parece que no acaba nunca y te recuerdo que tu tío me ha dicho que los Bani Salim necesitan llegar pronto al próximo pozo. Sin duda no deseas que vuestros camellos y cabras mueran de hambre mientras tú devanas este maravilloso cuento beduino ante mí.

Noora suspiró.

—Enseguida termino —dijo.

Me di cuenta de que a ella le encantaba contar historias. Quizás había sido descortés por mi parte interrumpirla, pues tenía la sensación de que intentaba establecer determinada comparación. Si tenía cierta sabiduría que impartir, podía hacerlo igual en cincuenta palabras que en quinientas.

Sabía que en la historia Salim era yo y el imán malvado debía ser el doctor Abd ar—Razzaq. Creí adivinar lo que iba a suceder.

—Entonces Salim se mete en líos por culpa del imán malvado y llama al lagarto y a la loba.

—En realidad —dijo ella, intentando alejarse de mí—, al principio Salim no se metió en ningún lío. Quemó la piel del lagarto y, antes de que el último soplo de humo gris se desvaneciera en el aire, Abu Qurush apareció ante él. «¿Qué deseas?», le preguntó el lagarto.

»"Me gustaría ser rico como un rey", dijo Salim.

»"La solución es sencilla. Debes hacer lo que yo te diga. Coge la cesta que tu criado utiliza para servir el pan y déjala esta noche a las puertas de la ciudad. Luego debes levantarte antes que el sol y llevártela otra vez a casa." Salim hizo lo que le había indicado, dejó la cesta vacía contra las paredes del palacio del rey y cuando volvió a la mañana siguiente estaba llena de oro.

—¿Es así como Salim se metió en líos? —pregunté.

Noora gesticuló en el aire.

—Espera, espera. De modo que durante unos días Salim se dio la gran vida. Comía los mejores manjares de la ciudad, se compró ropas nuevas, disfrutó de los placeres de Ash—Shám que no están prohibidos por Alá. Sin embargo, al cabo de un tiempo el rey notó que había desaparecido una parte de su tesoro. Estaba irritado y furioso, y promulgó un edicto: «El que hallare al ladrón del oro del rey obtendrá a su bella hija en matrimonio y la mitad de su reino».

»Ante tal recompensa, muchos hombres sabios e inteligentes fueron a examinar las bóvedas reales. Se quedaron asombrados y todos sin excepción dijeron al rey que ningún hombre podía haber penetrado en la cámara del tesoro y robado el oro. Por fin, el más listo de todos pidió que pusieran unas cuantas brazadas de hojas de palmera secas en el tesoro. El rey no hizo preguntas, pero hizo lo que le decía el hombre inteligente. Luego el ingenioso hombre prendió fuego a las hojas de palmera y sacó al rey y a sus cortesanos fuera del edificio. En pocos minutos todos pudieron ver una franja negra de humo salir de una fina brecha en la base de los muros del palacio. El hombre astuto se acercó y examinó el terreno, donde vio una ligeras huellas sobre el polvo. "¡Observad, majestad! —dijo—. El ladrón no era un hombre, sino un lagarto!”

»El rey, que tenía poca paciencia con los hombres inteligentes, pensó que estaba tratando de burlarse de él, de modo que ordenó que fuera arrestado y decapitado. Y ése fue el final de aquel hombre listo.

—¿Se supone que encierra una moraleja para mí? —pregunté.

Noora sonrió.

—No, la historia no ha acabado. El hombre listo no tenía ninguna importancia. Ni siquiera le he dado un nombre. En cualquier caso, corrió la voz de lo sucedido por toda la ciudad de Ash—Shám, hasta que llegó a los oídos del imán malvado. El imán malvado comprendió que la mano de la hija del rey y la mitad del reino podían ser suyos, porque había oído las palabras de Abu Qurush en el pozo. Corrió hasta la sala de audiencias del rey y gritó: «El ladrón es tu propio imán, Salim».

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