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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El camino de los reyes (91 page)

BOOK: El camino de los reyes
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—No —respondió Jasnah—. Si te diera las respuestas, no sería mejor que los devotarios, prescribiendo creencias.

—No son malvados, Jasnah.

—Excepto cuando intentan dominar el mundo.

Shallan frunció los labios en una fina línea. La Guerra de la Pérdida había destruido la Hierocracia, aplastando el vorinismo de los devotarios. Fue el resultado inevitable de una religión intentando gobernar. Los devotarios tenían que enseñar moral, no imponerla. La imposición era cosa de los ojos claros.

—Dices que no puedes darme respuestas, ¿pero no puedo pedir consejo de alguien sabio? ¿Alguien que lo haya experimentado antes? ¿Por qué escribir nuestras filosofías, extraer nuestras conclusiones, sino para influir en los demás? Tú misma me has dicho que la información no vale nada a menos que la usemos para hacer juicios.

Jasnah sonrió, sumergió las manos y lavó el jabón. Shallan captó un brillo victorioso en su mirada. No estaba necesariamente defendiendo ideas porque creyera en ellas: solo quería presionar a Shallan. Era irritante. ¿Cómo iba a saber ella lo que Jasnah pensaba realmente si adoptaba puntos de vista conflictivos en esto?

—Actúas como si hubiera una respuesta —dijo Jasnah, indicándole que cogiera una toalla mientras salía del estanque—. Una única respuesta eternamente perfecta.

Shallan obedeció con rapidez y trajo una toalla grande y mullida.

—¿No trata de esto la filosofía? ¿De encontrar las respuestas? ¿De buscar la verdad, el auténtico significado de las cosas?

Mientras se secaba, Jasnah la miró alzando una ceja.

—¿Qué? —preguntó Shallan, súbitamente cohibida.

—Creo que es hora de hacer un ejercicio de campo. Fuera del Palaneo.

—¿Ahora? ¡Es tan tarde!

—Te dije que la filosofía era un arte a mano —dijo Jasnah, envolviéndose en la toalla. Extendió luego la mano y sacó la animista de su bolsa. Deslizó las cadenas entre sus dedos, asegurando las gemas al dorso de su mano—. Te lo demostraré. Vamos, ayúdame a vestirme.

De niña, Shallan disfrutaba de los atardeceres en que podía salir a los jardines. Cuando la manta de oscuridad se posaba sobre los terrenos, parecían un lugar completamente distinto. En aquellas sombras, había podido imaginar que los rocapullos, cortezapizarras y árboles eran una fauna extraña. Los restos de cremlinos que salían de las grietas se convertían en las huellas de gente misteriosa de tierras lejanas. Comerciantes de Shinovar de grandes ojos, un jinete de conchagrande de Kadrix o un marino de botestrecho del Lagopuro.

No imaginaba lo mismo caminando de noche por Kharbranth. Imaginar seres oscuros en la noche fue una vez un juego intrigante, pero aquí era probable que fueran reales. En vez de convertirse en un lugar misterioso e intrigante de noche, Kharbranth le parecía igual que siempre…, solo que mucho más peligroso.

Jasnah ignoró las llamadas de los porteadores de palanquines y rickshaws. Caminaba despacio, con su hermoso vestido violeta y dorado, seguida por Shallan, que iba vestida de seda azul. Jasnah no se había arreglado el pelo después de su baño, y lo llevaba suelto, en cascada sobre los hombros, casi escandaloso en su libertad.

Recorrieron la Ralinsa, la avenida principal que bajaba por la falda de la pendiente y conectaba el Cónclave con el puerto. A pesar de lo tarde que era, estaba abarrotada, y muchos de los hombres que caminaban por ahí parecían llevar la noche consigo. Eran broncos, de rostros sombríos. Todavía resonaban gritos por la ciudad, pero también estos traían la noche consigo, medida por lo rudo de sus palabras y lo desabrido de su tono. La empinada colina que formaba la ciudad estaba tan poblada de edificios como siempre, pero estos parecían retirarse dentro de la noche. Ennegrecidos, como piedras calcinadas. Restos huecos.

Las campanas seguían sonando. En la oscuridad, cada tañido era un grito diminuto. Hacían que el viento fuera un ser vivo más presente que causaba una cacofonía tintineante cada vez que pasaba. Se alzó una brisa, y una avalancha de sonidos recorrió la Ralinsa. Shallan casi se agachó al oírlos.

—Brillante, ¿no deberíamos pedir un palanquín?

—Un palanquín podría inhibir la lección.

—Podré aprender la lección durante el día, si no te importa.

Jasnah se detuvo y miró hacia una calle lateral más oscura.

—¿Qué te parece esa calle, Shallan?

—No me parece especialmente atractiva.

—Y, sin embargo, es la ruta más directa desde la Ralinsa al distrito de los teatros.

—¿Es ahí adónde vamos?

—No «vamos» a ninguna parte —dijo Jasnah, echando a andar hacia la calleja—. Estamos actuando, reflexionando y aprendiendo.

Shallan la siguió, nerviosa. La noche las engulló: solo la luz ocasional de las tabernas y tiendas ofrecía iluminación. Jasnah llevaba su guante negro sin dedos sobre su animista, ocultando la luz de sus gemas.

Shallan tuvo que frenar el paso. Sus pies calzados con zapatillas podían sentir todas las irregularidades del suelo, cada guijarro y cada grieta. Miró nerviosa alrededor cuando pasaron ante un grupo de obreros congregados en la puerta de una taberna. Eran ojos oscuros, naturalmente. De noche, esa distinción parecía más profunda.

—¿Brillante? —preguntó con tono apagado.

—Cuando somos jóvenes, queremos respuestas simples. No hay tal vez mayor indicación de la juventud que el deseo de que todo sea como debería ser. Como ha sido siempre.

Shallan frunció el ceño, todavía observando por encima del hombro a los tipos de la taberna.

—Cuanto mayores nos hacemos, más nos cuestionamos —dijo Jasnah—. Empezamos a preguntar por qué. Y sin embargo, seguimos queriendo que las respuestas sean simples. Asumimos que la gente que nos rodea (los adultos, los líderes) tiene esas respuestas. Lo que nos dan, a menudo nos satisface.

—Yo nunca quedé satisfecha —dijo Shallan en voz baja—. Quería más.

—Eras madura. Lo que describes nos sucede a la mayoría. De hecho, me parece que la edad, la sabiduría y el asombro son sinónimos. Cuanto mayores nos hacemos, más probable es que rechacemos las respuestas sencillas. A menos que alguien se interponga en nuestro camino y exija ser aceptado por la fuerza —los ojos de Jasnah se estrecharon—. Te preguntas por qué rechazo a los devotarios.

—Así es.

—Parece que la mayoría trata de impedir que haya preguntas.

Jasnah se detuvo. Entonces retiró brevemente su guante, usando la luz para mostrar la calle que las rodeaba. Las gemas de su mano, más grandes que broams, ardían como antorchas, rojas, blancas y grises.

—¿Es aconsejable mostrar así tus riquezas, brillante? —dijo Shallan, hablando en voz baja y mirando alrededor.

—No. Desde luego que no. Sobre todo aquí. Verás, esa calle se ha ganado cierta mala reputación últimamente. En tres noches distintas, los dos últimos meses, los asistentes al teatro que eligieron esta ruta hasta el camino principal fueron asaltados. En cada caso, fueron asesinados.

Shallan notó que palidecía.

—La guardia de la ciudad no ha hecho nada —dijo Jasnah—. Taravangian les ha enviado varias claras reprimendas, pero el capitán de la guardia es primo de un ojos claros muy influyente, y Taravangian no es un rey demasiado poderoso. Algunos sospechan que hay algo más en todo esto, que los hampones pueden estar sobornando a la guardia. La trama en este momento es irrelevante, ya que como puedes ver no hay ningún miembro guardando el lugar, a pesar de su reputación.

Jasnah volvió a ponerse el guante y la calle se sumergió de nuevo en la oscuridad. Shallan parpadeó mientras sus ojos se aclimataban.

—¿Hasta qué punto crees que hemos hecho una tontería al venir aquí, dos mujeres desprotegidas con caros vestidos y con riquezas?

—Una tontería muy grande. Jasnah, ¿podemos irnos? Sea cual sea la lección que tienes en mente no merece la pena.

Jasnah frunció los labios y luego miró hacia un callejón estrecho y más oscuro que se desviaba del camino por el que habían venido. Ahora que se había vuelto a poner el guante, todo estaba casi completamente negro.

—Te encuentras en un lugar interesante en tu vida, Shallan —dijo Jasnah, flexionando la mano—. Eres lo bastante mayor para inquietarte, preguntar, rechazar lo que se te presenta simplemente porque sí. Pero también te aferras al idealismo de la juventud. Consideras que tiene que haber una Verdad única que lo defina todo…, y piensas que, cuando la encuentres, todo lo que una vez te confundió tendrá de pronto sentido.

—Yo…

Shallan quiso discutir, pero las palabras de su maestra eran certeras. Las cosas terribles que había hecho, aquella otra cosa terrible que tenía planeado hacer, la acosaban. ¿Era posible hacer algo horrible para conseguir algo maravilloso?

Jasnah se internó en el estrecho callejón.

—¡Jasnah! ¿Adónde vas?

—Esto es filosofía en acción, niña. Ven conmigo.

Shallan vaciló en la bocacalle, el corazón desbocado, los pensamientos confusos. El viento soplaba y las campanas sonaban, como gotas de lluvia congeladas que se estrellaran contra las piedras. En un momento de decisión, corrió tras Jasnah, prefiriendo la compañía, incluso en la oscuridad, a estar sola. El brillo embozado de la animista apenas era suficiente para iluminar su camino, y Shallan siguió la sombra de Jasnah.

Ruido desde atrás. Shallan se volvió con un sobresalto para ver varias formas oscuras que entraban en el callejón.

—Oh, Padre Tormenta —susurró. ¿Por qué? ¿Por qué estaba Jasnah haciendo esto?

Temblando, agarró el vestido de Jasnah con su mano libre. Otras sombras se movían ante ellas al otro lado del callejón. Se acercaron, gruñendo, salpicando agua de los sucios y apestosos charcos. Agua helada que había empapado las zapatillas de Shallan.

Jasnah se detuvo. La frágil luz de su animista embozada se reflejó en las manos de sus acosadores. Espadas o cuchillos.

Estos hombres pretendían asesinarlas. No se robaba a mujeres como Shallan y Jasnah, mujeres con conexiones poderosas, y se las dejaba vivas para que testificaran. Este tipo de hombres no eran los bandidos generosos de las historias románticas. Vivían cada día sabiendo que si los capturaban los ahorcarían.

Paralizada por el miedo, Shallan ni siquiera pudo gritar.

«¡Padre Tormenta, Padre Tormenta, Padre Tormenta!»

—Y ahora —dijo Jasnah, con voz dura y sombría—, la lección.

Se quitó el guante.

La súbita luz fue casi cegadora. Shallan alzó una mano para protegerse y retrocedió hacia la pared del callejón. Cuatro hombres las rodeaban. No los de la entrada de la taberna, sino otros. Hombres que no había advertido que las vigilaban. Pudo ver los cuchillos ahora, y también el ansia asesina de sus ojos.

Dejó por fin escapar un grito.

Los hombres gruñeron ante el resplandor, pero avanzaron. Un hombre de pecho fornido y barba oscura se acercó a Jasnah, alzando su arma. Ella extendió tranquilamente la mano, los dedos desplegados, y la presionó contra su pecho mientras blandía un cuchillo. El aliento de Shallan se detuvo en su garganta.

La mano de Jasnah se hundió en la piel del hombre, que se detuvo. Un segundo más tarde, ardió.

No…, se convirtió en fuego. Transformado en llamas en un abrir y cerrar de ojos. Alzándose alrededor de la mano de Jasnah, formaban el contorno de un hombre con la cabeza echada hacia atrás y la boca abierta. Durante un instante, el fulgor de la muerte del hombre fue más fuerte que el brillo de las gemas de Jasnah.

El grito de Shallan se apagó. La figura en llamas era extrañamente hermosa. Desapareció en un momento, el fuego se disipó en el aire nocturno, dejando una imagen residual anaranjada en los ojos de Shallan.

Los otros tres hombres maldijeron, dispersándose, chocando unos con otros. Uno cayó. Jasnah se volvió casualmente, rozándole el hombro con los dedos mientras se ponía de rodillas. Se volvió cristal, una figura de cuarzo puro y sin mácula, y sus ropas se transformaron con él. El diamante de la animista de Jasnah se oscureció, pero todavía quedaba suficiente luz tormentosa para enviar un arco iris de chispas a través del cadáver transformado.

Los otros dos hombres huyeron en direcciones opuestas. Jasnah inspiró profundamente, cerró los ojos y alzó la mano por encima de su cabeza. Shallan se llevó la mano segura al pecho, aturdida, confusa. Aterrorizada.

La luz tormentosa brotó de la mano de Jasnah como si fueran dos rayos gemelos simétricos. Golpearon a cada uno de los ladrones y estallaron, convirtiéndolos en humo. Las ropas vacías cayeron al suelo. Con un brusco chasquido, el cristal de cuarzo ahumado de la animista de Jasnah se quebró, su luz se desvaneció, dejándola solo con el diamante y el rubí.

Los restos de los dos ladrones se alzaron en el aire, hilillos de vapor grasiento. Jasnah abrió los ojos, extrañamente tranquila. Volvió a ponerse el guante, usando la mano libre para sujetarlo contra su estómago y deslizar los dedos dentro. Luego volvió tranquilamente por donde habían venido. Dejó al cadáver de cristal arrodillado con la mano alzada. Detenido para siempre.

Shallan se separó de la pared y corrió detrás de Jasnah, asqueada y sorprendida. Los fervorosos tenían prohibido usar sus animistas con las personas. Rara vez las usaban ante los demás. ¿Y cómo había abatido Jasnah a dos hombres desde lejos? Según todo lo que Shallan había leído (lo poco que había que leer), la animación requería contacto físico.

Demasiado abrumada para exigir respuestas, guardó silencio (la mano libre en la sien, tratando de controlar su temblor y su respiración entrecortada) mientras Jasnah llamaba a un palanquín. Uno llegó poco después, y las dos mujeres subieron.

Los porteadores las llevaron hacia la Ralinsa, sus pisadas sacudían a las dos mujeres, que estaban sentadas una frente a otra. Como quien no quiere la cosa, Jasnah sacó el cuarzo opaco de su animista, y se lo guardó en el bolsillo. Podía venderlo a un joyero, quien podía cortar gemas más pequeñas de los trozos recuperados.

—Ha sido horrible —dijo por fin Shallan, la mano segura contra su pecho—. Ha sido una de las experiencias más espantosas que he vivido. Has matado a cuatro hombres.

—Cuatro hombres que planeaban golpearnos, robarnos, matarnos y posiblemente violarnos.

—¡Los tentaste a que vinieran a por nosotras!

—¿Los obligué a cometer algún crimen?

—Mostraste tus gemas.

—¿No puede una mujer caminar con sus posesiones por las calles de una ciudad?

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