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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

El cerebro supremo de Marte (9 page)

BOOK: El cerebro supremo de Marte
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Debajo de mí se extendía un macizo rocoso irregular, elevado a unos cuatro metros sobre el nivel del terreno circundante. Su extensión sería de unas cuarenta hectáreas. Sobre este macizo se asentaban las edificaciones del laboratorio, rodeadas por una muralla altísima. La torre que nos servía de atalaya estaba situada aproximadamente en el centro del macizo. Al otro lado de las murallas había una zona de tierra rocosa, en la que crecía un bosque raquítico de árboles de gran tamaño, entre los que se veían mechones de selva, y más allá se extendía algo que parecía un pantano cenagoso, por el que serpenteaban hilos de agua que unían pequeñas lagunas, la mayor de las cuales no llegaba a medir una hectárea. Este paisaje se prolongaba hasta el horizonte, interrumpido a trechos por alguna que otra isla como la que nos albergaba; a corta distancia se dibujaba la silueta de una gran ciudad, cuyas torres, cúpulas y minaretes brillaban a los rayos del sol como si tuvieran incrustadas piedras preciosas.

Aquello era Toonol, y los grandes pantanos toonolianos, que se extendían al Este y al Oeste en una longitud de 3.500 kilómetros terrestres, con anchura de 500 en algunas comarcas. Esta región es poco conocida en el resto de Barsoom, pues sirve de guarida a animales salvajes; no tiene sitios de aterrizaje para los aeroplanos, y es dominio de Fundal por el Oeste y de Toonol por el Este, ambos reinos inhospitalarios, que no se prestan al intercambio con el mundo exterior, y cuya inaccesibilidad les permite conservar su independencia y aislamiento salvajes.

Al volver la vista a la isla que habitábamos, vi cómo de una de las selvas cercanas a las murallas se destacaba una forma gigante, seguida al poco tiempo de otras dos. Ras Thavas vió que me habían llamado la atención.

—Ahí tienes tres de las muchas razones que nos aconsejan no salir del recinto amurallado.

Eran los grandes monos blancos de Barsoom, animales tan salvajes que hasta el feroz león barsoomiano,
el banth,
tiene buen cuidado de no ponerse en su camino.

—Cumplen dos misiones —continuó Ras Thavas—. Desaniman a quienes aprovecharían la noche para venir aquí desde Toonol, donde tengo muchos enemigos, e impiden la deserción de mis esclavos y auxiliares.

—Entonces, ¿cómo llegan tus clientes? ¿Cómo te aprovisionas?

Ras Thavas se volvió y señaló a la parte más alta del techo irregular del edificio, que se proyectaba debajo de nosotros formando una especie de anaquel.

—Ahí tengo tres pequeñas aeronaves. Una de ellas hace un viaje diario a Toonol.

No atreviéndome a despertar sospechas, dominé mi ansiedad por saber algo más de aquellas naves, que me parecieron indispensables para realizar la fuga de la isla. Mientras descendíamos, mostré interés por la construcción de la torre, que daba la evidencia de ser mucho más vieja que los edificios colindantes.

—Esta torre fue construida hará unos veintitrés mil años, por uno de mis antecesores a quien el Jeddak de Toonol expulsó de la ciudad. Aquí reunió a una porción de secuaces, que dominaron los pantanos y se defendieron con éxito durante cientos de años. Aunque hace mucho tiempo que mi familia fue autorizada para volver a Toonol, prefirió quedarse aquí y, en el transcurso de las generaciones, fueron adicionando los diversos edificios que has visto alrededor de la torre, cada uno de cuyos pisos comunica con el correspondiente pabellón, desde el techo hasta el último subterráneo.

También me agradó mucho esta información por las facilidades que con ella adquiría mi proyecto, y con este propósito animé a Ras Thavas para que me diera mas detalles de la construcción de la torre, su relación con los otros edificios y, sobre todo, el acceso a ella desde los subterráneos. Continuamos nuestro paseo por el jardín y era ya casi de noche cuando volvimos a las habitaciones de Ras Thavas, que se hallaba considerablemente fatigado.

—Creo que esta noche voy a dormir de un tirón —me dijo al despedirnos.

—Lo mismo creo, Ras Thavas —contesté.

CAPÍTULO VII

La Fuga

Las actividades del laboratorio cesaban por completo a las tres horas de servida la cena y, como era mucha la labor que había que realizar antes del alba no quise esperar más y, en consecuencia, apenas se retiraron a dormir los ocupantes del edificio, donde tenía que desarrollar mi trabajo, abandoné mis habitaciones y me dirigí al laboratorio donde reposaban los cuerpos de Gor Hajus, el asesino de Toonol, y 378-J-493.81 1-P. En pocos minutos les transporté a la mesa adyacente y les amarré sólidamente, previendo la contingencia de que uno de ellos, o ambos, se negaran a aceptar mi proposición, en cuyo caso les volvería al estado de inconsciencia. Hice las incisiones, adapté los tubos y puse en marcha los motores. 378-J-493.811-P, a quien en lo sucesivo llamaré por su propio nombre, Dar Tarus, fue el primero que abrió los ojos; pero no había recobrado por completo el conocimiento cuando Gor Hajus empezó a mostrar señales de vida.

Esperé hasta que ambos estuvieron bien despiertos. Dar Tarus me miró, reconociéndome, y su rostro se contorsionó en una terrible expresión de odio. Gor Hajus estaba completamente aturdido: lo último que recordaba era la escena en la cámara de la muerte, en el momento en que el verdugo le había atravesado el corazón con su espada. Yo fuí el primero que rompió el silencio.

—Ante todo voy a deciros donde estáis, si es que no lo sabéis.

—Yo lo sé muy bien —gruñó Dar Tarus.

—¡Ah! —exclamó Gor Hajus, que había estado examinando con la mirada la habitación—. Yo creo que lo he adivinado. ¿Qué toonoliano desconocerá el nombre de Ras Thavas? ¿De modo que compró mi cadáver? ¿Acabo de llegar?

—Hace seis años que estás aquí, y así permanecerás eternamente, a menos que los tres lleguemos a un acuerdo rápido; como ves, Dar Tarus, también a ti te afecta.

—¡Seis años! —murmuró Gor Hajus—. Bien, amigo; veamos ese convenio. Si se trata de matar a Ras Thavas, no cuentes conmigo: me ha salvado de la muerte definitiva. Pero proponme asesinar a cualquier otro, por ejemplo a Vobis Kan, Jeddak de Toonol; proporcióname una espada y le mataré con tal de salvar la vida.

—No se trata de quitársela a nadie, a menos que se oponga a la realización de mi deseo. Escuchad. Ras Thavas tenía aquí a una duhorina hermosísima, cuyo cuerpo vendió a Xaxa, Jeddara de Fundal, transplantando el cerebro de la muchacha al cuerpo horrible de la Jeddara. Me proponía rescatar el cuerpo vendido, injertarle su propio cerebro y devolver la muchacha a Duhor.

—Tu empresa es muy peligrosa —dijo Gor Hajus—, pero veo que eres un hombre decidido, y puedes contar conmigo, porque me proporcionarás libertad y lucha. Todo lo que te pido es una oportunidad de matar a Vobis Kan.

—Te prometo la vida, pero con la condición de que me servirás fielmente y no tendrás iniciativas propias hasta que se haya realizado mi proyecto.

—Eso quiere decir que te serviré toda la vida, pues lo que intentas es de imposible realización. Sin embargo, la perspectiva me parece preferible a yacer en estas losas, en espera de que Ras Thavas quiera sacarme los intestinos. Soy tuyo. Deja que me levante para que me asiente en un buen par de piernas.

—¿Y tu? —pregunté volviéndome a Dar Tarus, después de liberar a Gor Hajus.

Por primera vez noté que la horrible expresión de su rostro había sido substituida por otra de ansiedad.

—Quítame estas ataduras —gritó— y te seguiré hasta los confines de Barsoom, si es que tu proyecto te lleva hasta allí. Pero no: te llevaré hasta Fundal y la cámara de la perversa Xaxa, donde, gracias sean dadas a mis antepasados, tendré la oportunidad de vengar el mal que esa odiosa criatura me hizo. Para auxiliarte en tu misión no podías haber elegido un hombre mejor que Dar Tarus, antiguo soldado de la guardia de la Jeddara, quién me mató para que uno de sus nobles corrompidos pudiera conquistar con mi cuerpo a la muchacha que yo amaba.

Un momento después, los dos hombres estaban a mi lado y sin perder más tiempo les conduje a los subterráneos, hablándoles de la extraña criatura que había escogido como tercer auxiliar en mi empresa. Gor Hajus opinó que el mono llamaría mucho la atención, pero Dar Tarus creía que sería un auxiliar precioso en muchas circunstancias, ya que lo más probable sería que tuviéramos que pasar algún tiempo en las islas de los pantanos, infestadas de aquellos animales, sin contar con, que una vez en Funda], podríamos utilizarle para empresas difíciles sin llamar mucho la atención, y a que allí no era raro ver animales de aquella especie, sujetos a la esclavitud y utilizados en la construcción de edificios.

Al llegar a la bóveda donde yacía el mono, y donde yo tenía oculto el cuerpo inerte de Valla Dia, hice revivir al gran antropoide, descubriendo con inmensa satisfacción que aún predominaba la mitad humana de su cerebro. En cuatro palabras le expliqué mi proyecto, y obtuve de él la promesa cordial de apoyarme con todas sus fuerzas, comprometiéndome a mi vez a restaurar su cerebro cuando el éxito hubiera coronado nuestra empresa.

Para salir de la isla, que ahora era lo más urgente, yo tenía esbozados dos planes. Uno de ellos consistía en robar una aeronave de Ras Thavas y encaminarnos directamente a Fundal; el otro, en escondernos a bordo de él, con la esperanza de poder dominar a la tripulación y apoderarnos de la nave después de salir de la isla, o llegar escondidos hasta Toonol. Dar Tarus prefería el primer plan; el mono, a quien ya dábamos el nombre de Hovas Du, el ser humano cuyo cerebro compartía, se inclinaba por la primera alternativa del segundo plan, y Gor Hajus por la segunda.

Dar Tarus fundaba su opinión en que, siendo Funda] nuestro principal objetivo, cuanto antes llegáramos mejor sería. Hovan Du decía que apoderándonos del buque en pleno vuelo ganaríamos tiempo, ya que no se le echaría de menos hasta mucho después, mientras que cogiéndole en el laboratorio su ausencia se notaría a las pocas horas. Gor Hajus pensaba que sería mejor llegar subrepticiamente hasta Toonol, donde él tendría oportunidad de encontrar armas y un nave aérea para llegar a Fundal. Insistió en que sin armas no podríamos llegar hasta esta ciudad, pues en el momento en que Ras Thavas descubriera mi desaparición, y se enterara de que igualmente habían desaparecido Dar Tarus y Gor Hajus, se apresurarían a avisar a Vobis Kan, Jeddak de Toonol, el cual enviaría en persecución del asesino los mejores naves de su escuadra.

Encontré muy razonables los argumentos de Gor Hajus, sobre todo al recordar que Ras Thavas me había dicho que sus tres naves eran de marcha lenta, por lo que, si robábamos uno de ellos, nuestra libertad sería de muy corta duración.

Discutiendo el asunto, nos encaminamos por los subterráneos hasta encontrar el acceso a la torre. En silencio subimos por el pasadizo y salimos por la puerta de la plataforma de aterrizaje. Las dos lunas descendían hacia el horizonte, y la escena estaba tan alumbrada como durante el día. Si había alguien por allí era seguro que nos descubrirían. Corrimos hacia el hangar y, cuando llegamos a él, respiré más a gusto que bajo las dos brillantes lunas que nos inundaron de luz al pasar por la plataforma.

Las aeronaves tenían un aspecto bastante raro: eran bajas y chatas, con la proa y la popa redondeadas y los puentes cubiertos: todas sus líneas proclamaban que eran transportes construidos para cualquier cosa menos para volar con rapidez. Una de ellas era mucho más pequeña que las otras dos, y otra estaba, evidentemente, en reparación. Penetré en la tercera, que examiné con minuciosidad. Gor Hajus me acompañó, señalándome varios sitios donde podríamos escondernos con pocas probabilidades de que nos descubrieran, a menos que sospecharan nuestra intención de escondernos a bordo, lo cual constituiría un verdadero peligro; tanto que, ya me había decidido por arriesgarlo todo apoderándonos de la nave más pequeña que, según Gor Hajus, era la más rápida de las tres, cuando Dar Tarus trepó por la borda y se acercó rápidamente a nosotros.

—Hay alguien por ahí —me dijo.

—¿Donde? —pregunté.

—Ven.

Me condujo a la parte posterior del hangar, que estaba al mismo nivel que el muro del edificio inmediato, y por una de las ventanas me señaló el jardín interior, donde con gran consternación vi a Ras Thavas, que paseaba lentamente. Por un instante me quedé aterrorizado, pues sabía que ninguna nave podía abandonar la plataforma sin ser visto mientras hubiera alguien en el jardín, sobre todo si se trataba de Ras Thavas; pero, de pronto se me ocurrió un gran idea, que comuniqué a mis tres compañeros. En el acto me comprendieron, y en seguida sacamos del hangar al pequeño volador y le colocamos apuntando al Este. Luego Gor Hajus entró en él, manejó los diversos registros según habíamos convenido, abrió la válvula y se deslizó de nuevo a la plataforma. Los cuatro corrimos a la ventana y vimos al navío aéreo moviéndose suave y graciosamente sobre el jardín. Ras Thavas debió percibir en seguida el débil zumbido del motor porque, cuando llegamos a la ventana, estaba ya mirando hacia arriba. En el acto lanzó un grito. Yo me separé del marco para que no me viera, y le grité:

—Adiós, Ras Thavas. Soy yo, Vad Varo, que voy a emprender un viaje para ver cómo es este mundo extraño. Ya volveré. Hasta entonces, que te guarden los espíritus de tus antepasados.

Había leído esta frase en uno de los libros de Ras Thavas y la empleaba muy a menudo, muy orgulloso de ella.

—Vuelve inmediatamente —me contestó a voces—, o te encontrarás con los espíritus de tus antepasados antes de que transcurra un día.

No contesté porque la nave estaba ya muy alejado de la ventana y tuve miedo de que Ras Thavas descubriera que no le hablaba desde él. Sin entretenernos más tiempo nos escondimos a bordo del vehículo sin averiar, y entonces empezó un período de espera largo e insoportable.

Había perdido ya la esperanza de zarpar antes de que amaneciera, cuando oí voces en el hangar, seguidas de ruidos de pasos en el puente de la nave. Un momento después sonaron órdenes y casi inmediatamente el buque se encontró flotando en el vacío.

Estábamos apelotonados en un pequeño departamento construido entre los tanques de flotación de estribor. Era un lugar oscuro y mal ventilado, con signos que demostraban su cualidad de almacén. No nos atrevíamos a hablar por miedo a llamar la atención y nos movíamos lo menos posible. Estábamos incomodísimos pero, como la distancia hasta Toonol no era muy grande, esperábamos que nuestra situación cambiara pronto, por lo menos si Toonol era realmente el destino de la nave; no tardamos en comprobar esta hipótesis, pues al poco tiempo oímos una llamada, los motores se pararon y el buque se detuvo.

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