Read El ciclo de Tschai Online

Authors: Jack Vance

El ciclo de Tschai (6 page)

BOOK: El ciclo de Tschai
4.54Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Reith consiguió finalmente controlar el caballo saltador y hacerlo regresar. Unos minutos más tarde el grupo partía hacia el nordeste, con los negros animales de largo cuello saltando y espumeando, los guerreros inclinados hacia adelante en sus sillas, las rodillas dobladas hacia arriba, los sombreros de piel negra azotando los lados de sus cabezas; Reith no pudo impedir el sentir un arcaico estremecimiento participando en aquella salvaje cabalgada.

Durante una hora los Hombres Emblema recorrieron la estepa, inclinándose sobre el cuello de sus monturas cuando cabalgaban al descubierto. La ininterrumpida sucesión de colinas se hacía cada vez más llana; delante se abría una enorme extensión manchada de sombras y colores apagados. La tropa hizo un alto en una colina mientras los guerreros señalaban aquí y allá. Traz Onmale dio órdenes. Reith acercó su montura y se tensó para escuchar.

—...el camino del sur hasta el vado. Aguardaremos en la Espesura del Tordo. Los Ilanth se dirigirán primero al vado; enviarán exploradores a los bosques de Zad y de la Colina Blanca. Entonces atacaremos el centro y nos apoderaremos de los carromatos de los tesoros. ¿Está todo claro? ¡Entonces, adelante hacia la Espesura del Tordo!

Los Emblemas se lanzaron colina abajo, hacia una lejana líneas de altos árboles y un grupo de aislados riscos que dominaban el río Ioba. Se ocultaron al abrigo de un profundo bosque.

Pasó el tiempo. Empezó a sonar un débil retumbar a lo lejos, y la caravana apareció. A varios cientos de metros delante de ella cabalgaban tres espléndidos guerreros de piel amarilla, llevando negros cascos coronados por cráneos humanos desprovistos de su mandíbula inferior. Sus monturas eran similares a los caballos saltadores, pero más grandes y de apariencia más blanda; llevaban armas portátiles y cortas espadas, con rifles de cañón corto cruzados sobre sus piernas.

A partir de entonces, desde el punto de vista de los Emblemas, todo empezó a ir mal. Los Ilanth no cruzaron el río, sino que aguardaron a la caravana mientras vigilaban. Los enormes carromatos a motor, con ruedas de casi dos metros, llegaron bamboleándose a la orilla del río, cargados hasta una altura sorprendente con fardos, cajas y en algunos casos jaulas en las que se apiñaban hombres y mujeres.

El jefe de la caravana era un hombre cauteloso. Antes de que los carromatos alcanzaran los riscos, estacionó los cañones montados sobre ruedas que los acompañaban para cubrir todas las posibles vías de aproximación, luego envió a los Ilanth a explorar la orilla opuesta.

En la Espesura del Tordo, los guerreros Emblema maldijeron y echaron humo.

—¡Riquezas, riquezas! ¡Todo tipo de mercancías! ¡Sesenta carromatos de primera! Pero es un suicidio intentar un ataque.

—Cierto. ¡Los lanzaarena nos derribarían como pájaros!

—¿Para eso hemos estado aguardando tres tediosos meses en las colinas de Walgram? ¿Tan mala es nuestra suerte?

—Los presagios eran malos; la noche pasada miré a la bendita Az; la vi golpear contra las nubes: una clara advertencia.

—¡Nada funciona bien, todos nuestros intentos son un completo fracaso! Nos hallamos bajo la influencia de Braz.

—De Braz... o de la labor del brujo de pelo negro que mató a Jad Piluna.

—¡Cierto! ¡Y ha venido para hacer fracasar la incursión, cuando siempre hemos tenido éxito!

Y las hoscas miradas empezaron a volverse hacia Reith, que intentaba pasar desapercibido.

Los jefes guerreros conferenciaron.

—No podemos intentar nada; sembraríamos el campo de guerreros muertos y ahogaríamos nuestros Emblemas en el río Ioba.

—Bien, entonces... ¿debemos seguirles y atacar por la noche?

—No. Están demasiado bien custodiados. El jefe es Baojian; ¡no corre riesgos! ¡Que Braz se lleve su alma!

—Así pues... ¡tres meses perdidos para nada!

—Mejor para nada que para el desastre. Volvamos al campamento. Las mujeres lo tienen todo empaquetado, así que podemos irnos al este, a Meraghan.

—¡Al este, más indigentes que cuando fuimos al oeste! ¡Qué maldita suerte!

—¡Los presagios, los presagios! ¡Todos están contra nosotros!

—Volvamos al campamento; aquí no tenemos nada que hacer.

Los guerreros dieron media vuelta y, sin echar una mirada atrás, lanzaron al galope a sus caballos saltadores a través de la estepa.

A primera hora de la tarde, tristes y amargados, llegaron de vuelta al campamento. Las mujeres, que lo tenían todo empaquetado, fueron maldecidas por su negligencia. ¿Por qué las ollas no estaban hirviendo? ¿Por que no había preparadas jarras de cerveza?

Las mujeres gruñeron y maldijeron a su vez, tan sólo para ser apaleadas. Entre todos, finalmente, descargaron de las carretas lo necesario para comer y beber.

Traz Onmale permanecía aparte y pensativo, mientras Reith era ostensiblemente ignorado. Los guerreros comieron copiosamente, sin dejar de gruñir, y luego, saciados y exhaustos, se tendieron al lado del fuego.

Az había salido ya, pero ahora la luna azul, Braz, surcaba el cielo en ángulo, dirigiéndose directamente hacia el curso de Az. Los magos fueron los primeros en observarlo, y se apresuraron a señalarlo con temerosa premonición.

Las lunas convergieron; parecía como si fueran a chocar. Los guerreros lanzaron guturales gritos de terror. Pero Braz pasó por delante del disco rosa, eclipsándolo completamente. El Mago Jefe lanzó un loco aullido al cielo:

—¡Que así sea! ¡Que así sea!

Traz Onmale se volvió y salió lentamente de las sombras. Reith estaba por casualidad allí.

—¿Qué es todo este tumulto? —preguntó.

—¿No lo has visto? Braz ha superado a Az. Mañana debo partir a Az para expiar nuestros errores. Sin duda tu también deberás ir. A Braz.

—¿Quieres decir por medio del fuego y la catapulta?

—Sí. Soy afortunado por haber llevado el Onmale durante todo el tiempo que lo he hecho. El portador que lo llevó antes que yo no tenía ni la mitad de mi edad cuando fue enviado a Az.

—¿Crees que ese ritual posee algún valor práctico? Traz Onmale dudó. Luego:

—Eso es lo que esperan; pedirán que me degollé en el fuego. Debo obedecer.

—Mejor que nos vayamos ahora —dijo Reith—. Dormirán como troncos. Cuando despierten estaremos muy lejos de aquí.

—¿Qué? ¿Nosotros dos? ¿Dónde iremos?

—No lo sé. ¿No hay por aquí ningún lugar donde la gente viva sin matarse?

—Quizá sí exista ese lugar. Pero no en la estepa de Aman.

—Si pudiéramos recuperar la lanzadera, y si dispusiera del tiempo necesario para repararla, podríamos abandonar Tschai y regresar a la Tierra.

—Imposible. Los Chasch se apoderaron de la nave. Está perdida para siempre para ti.

—Eso es lo que temo. De todos modos, será mejor que nos vayamos ahora antes de ser asesinados mañana.

Traz Onmale permanecía de pie, mirando fijamente a las lunas.

—Onmale me ordena que me quede. No puedo pervertir el Onmale. Nunca ha huido; siempre ha cumplido con su deber hasta la muerte.

—El deber no incluye el suicidio inútil —dijo Reith. Hizo un repentino movimiento, cogió el sombrero de Traz Onmale, arrancó el emblema. Traz emitió un quejido casi de dolor físico, luego miró fijamente a Reith.

—¿Qué haces? ¡Tocar el Onmale representa la muerte!

—Ya no eres Traz Onmale; ahora eres simplemente Traz.

El joven pareció encogerse, disminuir en estatura.

—Muy bien —dijo con voz marchita—. No me importa morir. —Miró al campamento a su alrededor—. Debemos irnos a pie. Si intentamos ensillar unos caballos saltadores, gritarán y harán rechinar sus cuernos. Espera aquí. Tomaré capas y un poco de comida. —Se alejó, dejando a Reith con el emblema del Onmale.

Lo miró a la luz de las lunas, y el emblema pareció devolverle la mirada, transmitiéndole órdenes imperativas. Reith cavó un agujero en el suelo, dejó caer el Onmale en él. Pareció estremecerse, lanzar un inaudible chillido de angustia; cubrió el resplandeciente emblema, sintiéndose atormentado y culpable, y cuando volvió a alzarse en pie sus manos temblaban y estaban húmedas, y el sudor descendía por su espalda.

Pasó el tiempo: ¿Una hora? ¿Dos horas? Reith fue incapaz de estimarlo. Desde su llegada a Tschai su sentido del tiempo se había vuelto errático.

Las lunas se deslizaron declinando en el cielo; la medianoche se acercó, pasó; los sonidos nocturnos se apoderaron de la estepa: el débil aullido en tono alto de las jaurías nocturnas, un gran y ahogado eructo. En el campamento, los fuegos se convirtieron en brasas; el murmullo de las voces cesó.

El joven apareció silencioso detrás de él.

—Estoy listo. Aquí está tu capa y un paquete con comida.

Reith se dio cuenta de que hablaba con una nueva voz, menos segura de sí misma, menos brusca. Su sombrero negro parecía extrañamente desnudo. Miró a las manos de Reith y brevemente en torno al cobertizo, pero no hizo ninguna pregunta relativa al Onmale.

Se deslizaron hacia el norte, treparon la colina para proseguir por su cresta.

—Seremos más visibles para las jaurías nocturnas —murmuró Traz—, pero los merodeadores se mantienen en las sombras de los pantanos.

—Si podemos alcanzar el bosque, y el árbol donde espero que siga colgando aún mi arnés, estaremos considerablemente más seguros. Luego... —Hizo una pausa. El futuro era una extensión vacía.

Ganaron la cresta de la colina y se detuvieron un momento para descansar. Las altas lunas arrojaban una luz pálida sobre la estepa, llenando los huecos de oscuridad. Desde no muy lejos al norte les llegó una serie de prolongados gemidos.

—Abajo —susurró Traz—. Tiéndete en el suelo. Las jaurías están corriendo por ahí.

Permanecieron tendidos sin moverse durante quince minutos. Los fantasmagóricos gritos sonaron de nuevo, hacia el este.

—Ven —dijo Traz—. Están trazando círculos en torno al campamento, con la esperanza de arrebatar algún niño.

Echaron a andar hacia el sur, subiendo y bajando, evitando los oscuros pantanos tanto como les era posible.

—La noche está ya muy avanzada —dijo Traz—. Cuando salga la luz los Emblemas nos rastrearán. Si alcanzamos el río podemos perderles. Si nos cogen los hombres de las marismas, nuestro destino será igual de malo, o peor.

Caminaron durante dos horas. El cielo oriental empezó a mostrar una amarillenta luz acuosa, estriada con nubes negras, y ante ellos se alzó el bosque. Traz miró hacia atrás, en la dirección de la que habían venido.

—El campamento va a alzarse. Las mujeres encenderán los fuegos. Pronto los magos irán en busca del Onmale. Es decir, en mi busca. Puesto que no me encontrarán, el campamento se convertirá en una confusión. Habrá maldiciones y gritos: mucha irritación. Los Emblemas correrán a sus caballos saltadores y se lanzarán al galope. —Una vez más, Traz observó el horizonte—. Pronto estarán aquí.

Siguieron andando, y alcanzaron el limite del bosque, oscuro y húmedo aún y sumido en las sombras de la noche. Traz dudó, mirando al interior del bosque, luego a la estepa.

—¿Está muy lejos el pantano? —preguntó Reith.

—No mucho. Un par de kilómetros quizá. Pero huelo a un berl.

Reith husmeó el aire y detectó un hedor ácido.

—Puede que sólo sea el rastro que ha dejado —dijo Traz con voz ronca—. Los Emblemas estarán aquí dentro de muy pocos minutos. Será mejor que intentemos alcanzar el río.

—¡Primero el arnés de eyección!

Traz se alzó ostensiblemente de hombros y se metió en el bosque. Reith se volvió para echar una última mirada por encima de su hombro. En el límite de su visión aparecieron unos presurosos puntos negros. No dudó en seguirle los talones a Traz, que avanzaba con grandes precauciones, deteniéndose para escuchar y olisquear el aire. En su fiebre de impaciencia, Reith le dio prisa. Traz aceleró el paso, y finalmente casi estaban corriendo sobre la alfombra de putrescentes hojas. Muy atrás, Reith creyó oír una sucesión de salvajes aullidos. Traz se detuvo en seco.

—Aquí está el árbol. —Señaló hacia arriba—. ¿Es eso lo que buscas?

—Sí —dijo Reith, con un alivio que brotaba de lo más profundo de su corazón—. Temía que pudiera haber desaparecido.

Traz trepó al árbol, bajó el asiento. Reith abrió el compartimiento, extrajo su pistola, la besó con alivio, se la metió en el cinturón.

—Apresúrate —dijo Traz ansiosamente—. Oigo a los Emblemas; no están muy lejos.

Reith tomó la mochila de la unidad de supervivencia, se la echó al hombro.

—Vámonos. Ahora nos seguirán a su propio riesgo.

Traz abrió camino rodeando el pantano, procurando ocultar las huellas de su paso, volviendo atrás, saltando por encima de una charca de negro barro de más de cinco metros de ancho con ayuda de una colgante rama, trepando a otro árbol y dejando que se curvara bajo su peso para llevarlo a veinte metros de distancia, al lado opuesto de unos densos matorrales. Reith siguió cada una de sus maniobras. Las voces de los guerreros Emblema eran ahora claramente audibles.

Traz y Reith alcanzaron el borde del río, una lenta corriente de aguas negroamarronadas. Traz encontró una especie de balsa natural formada por maderas flotantes, lianas, humus, todo ello aglutinado por cañas verdes. La empujó a la corriente. Luego él y Reith se ocultaron en un cercano grupo de cañas. Pasaron cinco minutos; aparecieron cuatro Hombres Emblema chapoteando en el lodo, siguiendo su rastro, luego otra docena, con las catapultas preparadas. Corrieron hasta la orilla del río, señalaron las marcas allá donde Traz había arrastrado la balsa, escrutaron la superficie del río. La masa de vegetación flotante había derivado casi doscientos metros corriente abajo y era arrastrada por un remolino hacia la orilla opuesta. Los Emblemas lanzaron gritos de furia, se dieron la vuelta y echaron
a
correr a toda velocidad por entre el lodo y los matorrales, siguiendo la orilla hacia la derivante balsa.

—Rápido —susurró Traz—. No vamos a mantenerlos engañados mucho tiempo. Volverán sobre sus pasos.

Traz y Reith echaron a correr de nuevo desandando el camino, cruzando el pantano y metiéndose una vez más en el bosque, con los gritos y llamadas llegándoles primero desde lejos, luego interrumpiéndose, luego aproximándose de nuevo en furiosa exultación.

—Han descubierto nuestro rastro otra vez —jadeó Traz—. Vendrán con caballos saltadores; nunca podremos... —Se interrumpió en seco, alzó una mano, y Reith se dio cuenta de nuevo del intenso hedor agridulce—. El berl —susurró Traz—. Por aquí... subamos a este árbol, aprisa.

BOOK: El ciclo de Tschai
4.54Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Fight for Me by Jessica Linden
Horse Care by Bonnie Bryant
Tale of Peter Rabbit by Potter, Beatrix
Code of Silence: Cosa Nostra #2 by Denton, Jasmine, Denton, Genna
Éire’s Captive Moon by Sandi Layne
Rekindle by Ashley Suzanne, Tiffany Fox, Melissa Gill
He Wanted the Moon by Mimi Baird, Eve Claxton
The Promised World by Lisa Tucker
The Triad of Finity by Kevin Emerson