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Authors: César Millán & Melissa Jo Peltier

Tags: #Ensayo

El encantador de perros (7 page)

BOOK: El encantador de perros
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El hecho de que tantas perras norteamericanas presentaran «cuestiones» me chocó aún más en cuanto me trasladé a Los Ángeles y empecé a trabajar como encargado de las jaulas en un establecimiento de adiestramiento de perras. Quería aprender a ser adiestrador de perras y había oído que aquel lugar era el mejor. Sabía que los ricos pagaban un dineral por dejar sus perras en esas instalaciones tan respetadas. Dejaban sus perras durante dos semanas para que los animales pudieran aprender a obedecer órdenes como «sit», «quieta», «ven» y «sígueme».

Cuando empecé a trabajar en esas instalaciones me sorprendieron las condiciones en que llegaban algunas de aquellas perras. Por supuesto, físicamente todas eran espectaculares. Estaban bien alimentadas, perfectamente arregladas y su pelaje relucía con su buena salud. Pero emocionalmente muchas de ellas estaban destrozadas. Algunas eran asustadizas y huidizas; las había irritables o de una agresividad descontrolada. Irónicamente, los dueños solían traer a las perras para que las adiestráramos con la esperanza de que se desharían de esas conductas neuróticas. Creían que en cuanto la perra aprendiera a obedecer órdenes, su miedo, ansiedad y demás problemas de comportamiento desaparecerían milagrosamente. Es un malentendido tan común como peligroso. Es absolutamente cierto que si, de entrada, una perra tiene una naturaleza apacible y despreocupada, el adiestramiento tradicional de perras puede ayudar a calmarla y a hacer que la vida sea más fácil para todos. Pero para una perra que sea nerviosa, tensa, irritable, asustadiza, agresiva, dominante, llena de pánico o tenga cualquier otro desequilibrio, el adiestramiento tradicional a veces puede hacer más daño que otra cosa. Ese hecho me quedó claro desde mi primer día en las instalaciones de entrenamiento.

Mi trabajo en esas instalaciones consistía en encerrar a las perras en jaulas separadas hasta el comienzo de sus «clases» diarias, y luego llevárselas a sus adiestradores. El aislamiento que aquellas perras problemáticas experimentaban en sus jaulas entre sesión y sesión a menudo aumentaban la tensión que habían traído con ellas. Desgraciadamente, como el establecimiento no cobraba a menos que la perra ya obedeciera órdenes cuando su dueño viniera a recogerla, a menudo el último cartucho consistía en que el adiestrador infundiera miedo al animal. Algunas perras salían en peores condiciones psicológicas que cuando entraron. Vi que alguna perra respondía obedientemente a las órdenes del adiestrador, acurrucada, con las orejas recogidas, asustada, el rabo entre las piernas: un lenguaje corporal que expresaba, alto y claro, «¡Sólo te estoy obedeciendo porque estoy aterrorizada!». Creo que los adiestradores de aquel establecimiento eran profesionales cuidadosos, y no había nada de cruel o inhumano en su conducta. Pero, desde mi punto de vista, existía un arraigado malentendido en cuanto a las necesidades básicas de una perra, de lo que el cerebro canino realmente
necesita
para alcanzar el equilibrio. Eso se debe a que el adiestramiento tradicional de perras está basado en la psicología humana. No empieza por dirigirse a la naturaleza de la perra.

Me quedé en aquel establecimiento porque me parecía que necesitaba aprender el negocio del adiestramiento de perras. Después de todo para eso había recorrido todo ese camino. Pero aquel no era el sueño que había imaginado. Desde el momento que llegué allí noté que esa especie de «adiestramiento» podría haber sido útil con los humanos, pero a veces era perjudicial para las perras. Ahora que lo pienso, fue entonces cuando empezó a adquirir una forma nueva mi «sueño» original. Una vez más gran parte de aquel cambio sucedió de forma accidental. Aunque prefiero creer que no fue un accidente en absoluto: fue el destino.

Ha nacido ‘Cesar’s Way’

Mientras trabajaba en esas instalaciones de adiestramiento, una vez me hice famoso por ser el tipo que podía manejar las razas más agresivas y poderosas, como los pitbull, pastores alemanes y rottweiler. Resulta que esas razas me vuelven loco; su fuerza bruta me inspira. Había otro encargado de las jaulas allí al que también se le daban muy bien las razas poderosas, pero no quería trabajar con las más nerviosas o ansiosas. Al final era yo quien se encargaba de ellas: normalmente los casos realmente problemáticos. En lugar de gritar a una perra agresiva o insegura, como hacían otros encargados de las jaulas, me acercaba a ella en silencio. Sin hablar, sin tocarla, sin mirarla a los ojos. De hecho, cuando veía una perra así, abría la puerta y le daba la espalda como si estuviera a punto de irme en otra dirección. Al final, y dado que las perras son curiosas por naturaleza, venía hacia mí. Sólo después de que se me hubiera acercado le ponía la correa. Llegado ese momento era sencillo, porque yo ya había establecido mi dominio firme y tranquilo sobre ella; igual que otra perra haría en un entorno natural. Inconscientemente empezaba a aplicar la psicología canina que había aprendido de aquellos años en los que observaba a las perras en la granja de mi abuelo. Me relacionaba con las perras igual que éstas se relacionaban entre ellas. Aquél fue el nacimiento de los métodos de rehabilitación que aún empleo hoy en día, aunque no habría podido expresar con palabras lo que estaba haciendo en esos momentos: ni en inglés ni en español. Todo cuanto hice surgió por instinto.

Otro «accidente» crucial que sucedió en aquellas instalaciones fue que empecé a ver el «poder del grupo» para rehabilitar a una perra desequilibrada. Un día salí al patio sujetando, a la vez, a dos rottweiler, una pastor alemán y una pitbull. Era el único de los que trabajaban allí que jamás hubiera intentado algo así. Casi todos los demás empleados pensaron que estaba loco. De hecho, en un momento dado, me ordenaron expresamente que no trabajara con las perras en manada; ponía nervioso a los jefes. Pero desde el momento en que descubrí este método vi lo eficaz que sería una manada de perras como instrumento para ayudar a una perra con problemas. Lo que descubrí fue que cuando se introducía a una perra nueva e inestable en una que ya hubiera creado una unión saludable, ésta influiría realmente en la recién llegada para que ésta lograra esa mentalidad equilibrada. Mi trabajo consistía en garantizar que la relación entre la recién llegada y las componentes no fuera demasiado intensa. Mientras supervisara y atajara cualquier comportamiento agresivo, excluyente o defensivo, por las dos partes del encuentro, al final la nueva perra adaptaría su conducta para «encajar» con las demás. Ya se trate de los humanos o de las perras —de hecho es algo que se da en todas las especies orientadas al grupo— genéticamente lo que más nos conviene es tratar de encajar, llevarnos bien con nuestros semejantes
[1]
. Simplemente estaba explotando ese impulso tan natural y genético. Al trabajar con las perras en manadas, observé que podían acelerar sus procesos de curación mucho más deprisa de lo que podría un adiestrador humano.

Pronto me labré una reputación en las instalaciones como un trabajador esforzado y fiable. Pero cuanto más desarrollaba mis propias ideas sobre psicología canina, más infeliz era allí. Supongo que no ocultaba muy bien mi descontento. Un cliente, un empresario de éxito a quien emocionaba especialmente mi forma de tratar a su perdiguera, me había estado observando durante un tiempo y estaba impresionado por mi destreza y mi ética del trabajo. Un día se me acercó y dijo: «No pareces muy feliz aquí. ¿Quieres venir a trabajar para mí?». Le pregunté en qué consistiría mi trabajo con él, dando por supuesto que tendría que ver con las perras. Quedé un tanto decepcionado cuando me dijo: «Lavarías limusinas. Tengo toda una flota».

Bonita oferta, pero había venido a Norteamérica para ser adiestrador de perras. Con todo, era un hombre impresionante: la clase de empresario fuerte y seguro de sí mismo que yo quería llegar a ser algún día.

Entonces me doró la píldora diciéndome que, como empleado suyo, tendría mi propio coche. Por aquel entonces no podía permitirme tener un coche, y en Los Ángeles eso equivale prácticamente a no poder permitirse tener piernas. Tardé un par de semanas en decidirme, pero finalmente acepté. Nuevamente un ángel de la guarda que ni siquiera me conocía contribuyó a preparar el escenario para la siguiente etapa de mi viaje.

El boca a boca

Mi nuevo jefe era un capataz duro pero imparcial. Me enseñó cómo funcionaba el negocio y cómo lavar sus limusinas: y era muy maniático en cuanto a mantenerlas impolutas. Podía ser una tarea física y ardua, pero no me preocupaba en absoluto porque yo mismo era —y aún lo soy— un perfeccionista. Si iba a ser limpiador de coches, sería el mejor del mundo. He de agradecer a aquel hombre que me enseñara tanto sobre cómo manejar un negocio sólido y rentable.

El día que recogí el coche que me prestó es un día que jamás olvidaré. Sí, sólo era un coche —digamos un Chevrolet Astrovan blanco, del 88, y no, no tenía la capota rosa— pero para mí simbolizaba la primera vez en que realmente pensé que «había triunfado» en Norteamérica. Aquél fue también el día en que puse en marcha mi propia «empresa de adiestramiento» para perras, la Pacific Point Canine Academy. Todo cuanto tenía era un logotipo, una cazadora y algunas tarjetas de visita impresas a toda prisa, pero lo más importante es que tenía una visión nítida de lo que quería ser. Mi sueño ya no consistía en ser el mejor adiestrador de perras del mundo del cine. Ahora quería ayudar a más perras, como los cientos de animales problemáticos que había visto desde mi llegada a Norteamérica. Pensaba que mi insólita educación e innatos conocimientos de psicología canina proporcionarían a las perras y a sus dueños una oportunidad para mejorar su relación y nuevas esperanzas para su futuro. Me afligía enormemente el que muchas de esas perras «malas» que habían «fracasado» en los establecimientos corrientes de adiestramiento estuvieran condenadas a la eutanasia si sus dueños decidían que ya «no podían más con ellas». En el fondo sabía que esas perras merecían vivir tanto como yo. Mi optimismo sobre el futuro surgía de una creencia muy arraigada de que había muchas perras en Norteamérica que realmente necesitaban mi ayuda. Gracias nuevamente a la generosidad de mi nuevo jefe mi visión empezó a tomar forma más rápidamente de lo que jamás habría podido imaginar.

El boca a boca es algo alucinante. Incluso en una ciudad tan grande y variada como Los Ángeles, el último cotilleo o consejo puede extenderse como la pólvora. Afortunadamente para mí, mi nuevo jefe conocía a mucha gente y nunca se cortó a la hora de alabar mi destreza. Llamaba a sus amigos y les decía: «Conozco a un mexicano genial que es alucinante con las perras. Traedlas». Sus amigos empezaron a traer a sus perras con problemas. Solían quedar encantados con los resultados. Entonces se lo contaban a sus amigos. Al final, mi Pacific Point Canine Academy tenía siete doberman y dos rottweiler con las que corría arriba y abajo por las calIes de Inglewood, una pequeña ciudad en el condado de Los Ángeles. (Tenía que ser todo un espectáculo).

Después de eso, mi incipiente negocio empezó a florecer.

¿Qué estaba haciendo que impresionaba tanto a la gente? ¿Cómo era posible que después de unos pocos años en Norteamérica ya tuviera un negocio boyante sin haber puesto un solo anuncio? Después de todo, hay cientos de adiestradores de perras y conductistas con licencia en el Sur de California, y estoy seguro de que muchos de ellos son excepcionales en lo que hacen. Es posible que, en definitiva, usted decida que alguno de ellos sea un experto más adecuado para lo que busca en su relación con su perra. Yo sólo puedo hablar por mis clientes, y entre ellos era conocido como «ese tipo mexicano que tiene unos métodos mágicos con los perros». El sello de mi técnica consistía en energía, lenguaje corporal y, cuando era necesario, un toque rápido y psicológico con la mano ahuecada, que nunca es doloroso para la perra pero se acerca a la sensación del «mordisco suave» y disciplinario que le darían su madre o una perra dominante. Yo nunca gritaba, nunca pegaba y nunca «castigué» a los animales por rabia. Simplemente los corregía, igual que un líder natural del grupo corregirá y educará a un seguidor. Corregir y seguir adelante. No había nada nuevo en las técnicas que estaba desarrollando: surgían directamente de observar la naturaleza. No estoy diciendo que no hubiera en Norteamérica otros adiestradores que experimentaran con estos mismos métodos. Pero los métodos parecían satisfacer una necesidad desesperada por parte de mis clientes en Los Ángeles, y por eso seguían viniendo.

Un día en 1994 me encontraba en casa de un cliente, trabajando con su problemática rottweiler, Kanji. Kanji había hecho grandes progresos y su dueño, que tenía muchos contactos en el mundo del espectáculo, había estado hablando de mí por toda la ciudad. Miré al exterior mientras un Nissan 300C marrón subía por el sendero y una espectacular mujer se bajaba de él y se acercaba hacia mí con total confianza. La miré, tratando de recordar dónde la había visto antes, pero no podía aunque me fuera la vida en ello. Caminando a su lado —sin tanta confianza— iba una dubitativa y tímida rottweiler. (Resulta que Saki era una de las crías de Kanji).

La mujer me preguntó si podría adiestrar a su perra, y tres semanas después acudí a su casa. Y me abrió la puerta nada menos que el actor Will Smith. Casi me quedé sin palabras. Ahora recordaba dónde había visto antes a aquella mujer: en la película
Low Down, Dirty Shame
. ¡Mi clienta era Jada Pinkett Smith!

Vale, aclaremos esto: llevo en Norteamérica sólo tres o cuatro años, tengo mi propio negocio rentable, ¿y hoy estoy trabajando con la perra de Jada Pinkett y Will Smith?

Jada y Will me explicaron que Jay Leno acababa de regalarles dos rottweiler y que las perras necesitaban algo de trabajo, igual que Saki. Aquello era quedarse corto: las perras eran un descontrol. Por suerte Jada fue una de las pocas y muy especiales personas que «pillaron» mis técnicas y filosofía enseguida. Es la dueña ideal de perras: todo cuanto quiere es lo mejor para sus animales, y hará lo que sea para asegurarse de que están felices y satisfechas.

Aquel día fue el comienzo de una amistad que sigue hoy en día, once años después. Jada y Will me recomendaron a sus amigos de la «élite de Hollywood», entre ellos Ridley Scott, Michael Bay, Barry Josephson y Vin Diesel. Pero estos no son, de lejos, los mejores regalos que me ha hecho Jada. Me tomó bajo su protección. Contrató a un profesor para mí, durante todo un año, para que trabajara intensivamente en mi inglés. Por encima de todo creyó en mí. Ser famoso por lo que hago siempre fue mi sueño, pero todo gran regalo viene con un precio. Mi vida se ha vuelto mucho más complicada ahora, con nuevos dilemas tales como en quién confiar o a quién vigilar; qué contratos son buenos y cuáles deberían ir a la trituradora: cosas que no se aprenden en la granja de Ixpalino, México. Cuando algún asunto me desconcierta, sé que puedo contar con Jada. No sólo es una de las personas más generosas que he conocido, también es una de las más inteligentes. Le pregunto: «Jada, ¿qué está pasando? ¿Ahora qué hago?». Y ella se limita a protestar un poco y empieza a tranquilizarme: «Vale, César, es así…». Siempre pienso que tengo a alguien que sabe mucho más que yo acerca de jugar en primera división, y que siempre ha estado dispuesta a sacar un momento de su ajetreada vida para echarme una mano. Jada ha sido más que mi cliente. Ha sido mi mentora, mi hermana y otra de mis preciosas ángeles de la guarda.

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