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Authors: Antonio Cabanas

El ladrón de tumbas (46 page)

BOOK: El ladrón de tumbas
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—Las que más —contestó el sirio casi atropellándose.

El escriba levantó entonces una mano, en lo que era un claro gesto conciliador.

—Bien, en ese caso, cuando solucionemos un pequeño problema, prometo conseguirte una como ella.

Fue ahora Irsw quien bebió de su copa recuperando su natural expresión ladina.

—¿Tienes un problema, Ankh?

—Yo diría que ambos lo tenemos.

—Uhm, y no hay duda que me necesitas para solucionarlo, ¿no es así?

—Es lo apropiado, pues ambos estamos comprometidos en él.

El sirio no pareció comprender sus palabras.

—Explícate.

—Con seguridad recordarás a aquel ladrón de tumbas que trabajó para nosotros —dijo Ankh bajando la voz.

—Perfectamente; se llamaba Shep… Shepse…

—Shepsenuré.

—Eso, Shepsenuré. Menudo negocio hicimos; yo gané una fortuna con aquella tumba.

—Sin lugar a dudas nos reportó buenos beneficios, pero ahora puede ser un problema.

—¿Qué quieres decir?

—Verás Irsw; han llegado a mis manos, por casualidad, un par de piezas de aquella tumba. Mis agentes las encontraron en una inmunda taberna del puerto; parece ser que un capitán de un barco chipriota, absolutamente borracho, pagó con ellas al sorprendido tabernero. ¡Imagínate qué atrocidad, pagar a la chusma con semejante tesoro!

El sirio le miró sin inmutarse.

—¡Pero no te das cuenta! —exclamó el escriba—. Hay piezas de esa tumba circulando por la ciudad. Si cualquiera de ellas cae en otras manos que no sean las de un ignorante tabernero, podemos llegar a tener problemas.

Irsw se acarició la cara un instante.

—Pensé que ese asunto lo habías solucionado ya hacía tiempo —dijo con tranquilidad—. Hace ya mucho de eso.

—Precisamente. Nunca hubiera podido producirnos ninguna incomodidad si no fuera porque la situación ha cambiado.

El sirio movió una de sus cejas con un signo interrogante.

—Sí, ha cambiado. No son tan estúpidos como pensé y han sabido progresar sin levantar sospechas.

—¿Han sabido? Creí que tratábamos con un solo ladrón.

Ankh le miró intentando decirle cuanta paciencia podría tener, y se pasó ambas manos por su cabeza totalmente tonsurada antes de continuar.

—El tal Shepsenuré tiene un hijo que acostumbraba acompañarle en sus particulares expediciones. Ya era así en la época en que le conocí en Ijtawy y continuó siéndolo hasta poco después de que nuestro hombre encontrara la tumba para nosotros. Después se dedicaron a esconder su parte en algún lugar de Saqqara sin que volvieran a actuar juntos. De hecho, Shepsenuré no ha vuelto a ser visto por ninguna de las necrópolis cercanas. Se ha dedicado exclusivamente a su oficio de carpintero, en el que ha adquirido una cierta reputación entre sus paisanos. Ha sido sumamente discreto, por lo que creí preferible no interferir en su vida; por lo menos… hasta ahora. Sin embargo, su hijo no ha parado de hacer ruido en todos estos años. Nemenhat, que así se llama, ha sido visto recorriendo las necrópolis como si fuera la reencarnación de Upuaut. Te sorprendería saber que ha entrado en la mayor parte de las mastabas de los nobles de la V y VI dinastía, que rodean el complejo de Djoser. Dentro de ellas ya no queda nada, a lo sumo los restos del sarcófago y sin embargo, a veces permanecía tardes enteras.

—Eso es tener afición, sin duda —interrumpió Irsw con una carcajada.

—No contento con eso —prosiguió Ankh haciendo caso omiso del comentario— llegó a entrar en la pirámide de Unas.

—¿En serio?

—Sí. Figúrate; esa pirámide fue saqueada a los pocos años de que se enterrara en ella al faraón. Bueno, como la mayoría —pareció reflexionar el escriba con una sonrisa.

—No permanecieron mucho tiempo intactas, ¿eh? —dijo el sirio con socarronería.

—¿No pensarás que somos los primeros a los que se nos ha ocurrido violar una tumba? Muchas fueron saqueadas por los mismos que las construyeron; no hemos inventado nada, Irsw.

El sirio volvió a reír mientras asentía con la cabeza.

—Como te decía, penetró en la última morada de Unas donde permaneció varias horas. No comprendo qué pudo hacer allí durante tanto tiempo; la última vez que la visité, sólo se hallaba en ella el sarcófago del rey y parte de su esqueleto.

—Ya te dije que el muchacho debe tener una afición desmedida por los monumentos funerarios —volvió Irsw a decir jocosamente.

—Sólo así podríamos explicárnoslo, ¿verdad?

Ahora Ankh lanzó una astuta risita.

—Anda cortejando a una joven, muy hermosa según parece; y ¿adivina dónde fueron a pasar un día de excursión?

El sirio hizo una grotesca mueca con su boca que indicaba su desconocimiento.

—¡A Gizah! —exclamó Ankh haciendo un aspaviento—. ¡A la necrópolis de Gizah; y pasaron parte de la tarde a la sombra de la Esfinge!

—Lo de este muchacho es patológico —explotó Irsw riendo con estridencia—. ¡Ir a Gizah con una muchacha a pasar el día! Inaudito. ¿Y dices que es muy hermosa la joven?

—Sí, pero créeme… a ti no te seduciría; tiene algún kilo de más para tu gusto.

—Ah…

—Pero no te lleves a engaño, pues no debemos subestimarle. El joven parece listo; se las arregló, no sé cómo, para entrar a trabajar en la empresa de un conocido tuyo, Hiram.

El sirio cambió súbitamente de expresión al oír aquel nombre.

—Ese fenicio es como las moscas en verano, un verdadero incordio. Aunque su volumen de negocio no pueda compararse con el mío, anda siempre picando aquí y allí, bajando los precios un poquito más que los demás. Ese hombre es un fastidio; pero tiene buenos contactos.

—Según tengo entendido, te hace la competencia con la madera —comentó Ankh malicioso.

—¡De ninguna manera! —exclamó el sirio airado—. Se limita a abastecer lo que yo le dejo. Son pequeñas partidas, que en nada me perjudican. Su verdadero negocio es el cobre.

Ankh sonrió y sirvió delicadamente un poco más de aquel vino a su invitado.

—Pues como te decía —prosiguió el escriba—, Nemenhat trabaja para él y según tengo entendido con la máxima eficiencia. En estos últimos años, el joven se las ha arreglado para salir de su analfabetismo, llegando a controlar incluso la contabilidad de la compañía. En el puerto todo el mundo le conoce y, según parece, tiene buena reputación. Al parecer, últimamente ha olvidado sus antiguas aficiones… en parte.

—¿A qué te refieres? —preguntó Irsw bebiéndose la copa de un trago.

Ankh le miró fijamente.

—¿No te das cuenta? El joven ha estado colocando durante todo este tiempo la parte de su botín en todas las transacciones que ha podido. Seguramente, todo ha debido ir a parar a los países con los que su compañía comercia. Para ellos ese tesoro es ahora un incordio, pues no lo necesitan. Dentro de muy poco, Nemenhat será un hombre tan rico, que se cuidará mucho de comprometerse con algo así.

—Entonces no veo por qué debemos preocuparnos.

Ankh se levantó de su asiento como impulsado por un resorte.

—¡A veces eres capaz de exasperarme, Irsw! —exclamó el escriba furioso—. Tú deberías saber mejor que nadie que las joyas van y vienen. Hoy están allí, mañana aquí. Con el gran número de piezas sacadas de la tumba que debe haber moviéndose por el mercado, es seguro que tarde o temprano, algunas reaparezcan por Menfis. Ya te dije antes que hemos tenido suerte dando con ellas, pero esto no siempre ocurrirá. Es mucho lo que nos jugamos, Irsw. Si logro alcanzar la máxima jerarquía dentro del templo, te aseguro que obtendrás la exclusiva de sus negocios. Ya hemos hablado de ello y espero contar con tu influencia para conseguirlo. No podemos pasar el resto de nuestra vida esperando que algún día aparezca un objeto que pueda comprometernos. Incluso ellos mismos pueden llegar a hacerlo en un momento dado. Debemos resolver este asunto de una vez para siempre.

—Bien, eliminarlos no es difícil…

—Te olvidas de una cosa —interrumpió el escriba—. Su parte del botín se halla escondido en algún lugar, cubierto por las arenas de Saqqara; estoy seguro. Pero sólo ellos saben donde se encuentra. No podemos renunciar a él, pues es posible que todavía tenga un valor incalculable.

—Ya, comprendo; y ¿qué piensas hacer?

—De momento, mi amistad con la más alta autoridad aduanera, me ha permitido que ésta se encuentre interesada en investigar posibles irregularidades en la compañía de Hiram. El otro día mandaron una brigada a inspeccionar sus almacenes y los libros de la empresa. Según parece todo estaba en regla, lo cual me alegró mucho.

—¿Te alegró mucho? —intervino Irsw desconcertado.

—Por supuesto. Ello significa que sus operaciones se realizan con arreglo a la ley y esto les hará pensar que la fiscalización de que han sido objeto es por otros motivos. Motivos que ellos pueden sospechar. Por si acaso, los inspectores les harán un par de visitas más para que no les queden dudas sobre el trasfondo del asunto. Te aseguro que no volverán a poner en movimiento ninguna de las piezas robadas, por el momento.

—Desde luego eres diabólico, Ankh. Urdes tus planes con la astucia del chacal —dijo el sirio riendo de nuevo—. Pero dime, ¿cómo harás para encontrar el tesoro que ocultan?

Ankh esbozó ahora la más maligna de sus sonrisas.

—Shepsenuré nos llevará hasta él. Conozco a la persona idónea para conseguirlo.

Seneb se encontraba entusiasmado ante tanta alegría. Por fin su hija, su amada Nubet, tenía novio y por si fuera poco el afortunado era nada menos que Nemenhat. ¡Gloria a Atum dios creador de la humanidad! Ni en sus más íntimos anhelos hubiera pensado en algo semejante. Poder casar a su hija con el joven, colmaba sus máximas expectativas. ¡Cuánta alegría!

—Los dioses me han escuchado —manifestó exultante señalando con el índice a Shepsenuré como si fuera el culpable de que ello no se hubiera producido con anterioridad—. No sé cómo te resistes a creer en ellos. Mira lo que la fe es capaz de lograr, ¿qué mayor prueba quieres?

Shepsenuré se reía ante la actitud de su amigo, que para algunos bien pudiera parecer grotesca y que él comprendía.

Él también se encontraba feliz por la noticia pues, aunque no había tratado demasiado a Nubet, conocía sus virtudes por boca de su padre, que no hacía más que propagarlas a todo aquel que estuviera dispuesto a escucharlas.

Tan respetuoso como era en cuanto a las elecciones de su hijo, consideró que era éste quien debía decidir en un asunto tan importante; independientemente de su opinión.

—Quizá nuestra sangre se una para la posteridad. ¿Has pensado en eso? —preguntó Seneb entrecerrando un poco los ojos.

—Si he de serte sincero, no. Aunque créeme cuando te digo que no desearía unión mejor.

—En ocasiones parece que tienes agua del divino Nilo en lugar de sangre. Imagínate, tener nietos y verlos crecer educándoles como corresponde en nuestras reglas ancestrales. ¿Porque supongo que no pretenderás que sean tan desarraigados como tú?

—Tengamos la fiesta en paz, Seneb. Todavía no tenemos nietos y ni tan siquiera boda, y tú ya estás pensando en su educación. Seguro que también habrás previsto a qué se dedicarán.

—Por supuesto que sí.

—Eres increíble —continuó Shepsenuré, ahora algo malhumorado—. No se te ha ocurrido pensar que sean sus padres quienes decidan lo que sea apropiado.

—¿Estás loco? Ellos poco saben de la vida para tomar una decisión así y…

Aquellas palabras sí hacían perder la compostura a Shepsenuré, que además no disimulaba su disgusto y se enzarzaba en una interminable discusión de la que más tarde se arrepentía. Los futuros consuegros acababan despidiéndose algo acalorados y jurándose que no se saldrían con la suya.

Cierto día, a la caída de la tarde, Shepsenuré recibió una visita bien distinta. Cuando abrió la puerta de su casa y se encontró con Ankh, no pudo disimular un gesto de sorpresa.

—Imploro humildemente el favor de tu perdón ante esta inesperada visita —dijo enseguida el escriba a modo de disculpa.

Con el más serio de los semblantes Shepsenuré le franqueó el paso, invitándole a pasar con un ademán.

—Espero no interrumpirte en tus quehaceres —continuó Ankh mientras se acomodaba en una de las sillas que Shepsenuré le ofrecía—. Pero prometo no robarte mucho de tu tiempo; conozco perfectamente su valor.

Shepsenuré no dijo nada y le sirvió una copa del vino de Buto que él estaba bebiendo.

—Veo que te has establecido bien —dijo el escriba mientras daba un pequeño sorbo—. Yo diría que incluso has engordado un poco, de lo cual me alegro
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—Sigues sin perder tu facilidad de palabra para la lisonja —contestó al punto Shepsenuré.

Ankh rió con suavidad.

—Qué quieres —dijo abriendo un poco los brazos—, debe de ser producto de los malos hábitos adquiridos durante el ya lejano aprendizaje de mi juventud.

—No pensé que la lisonja fuera materia que se enseñara en las Casas de la Vida.

—Y muy valiosa, por cierto. Te asombrarías de la cantidad de disciplinas que puedes llegar a aprender en esos lugares —cortó ahora Ankh cáustico.

—Uhm, no creo que me sorprendiera tanto —contestó Shepsenuré bebiendo un buen trago.

—Bien, no me ha traído aquí ningún deseo de polemizar contigo, ni siquiera el de pedirte algo determinado.

Shepsenuré le miró con toda la incredulidad de que fue capaz.

—Te hablo en serio, sólo me mueve el talante amistoso en mi visita. Atrás quedaron los tiempos en los que hacíamos negocios juntos. Ambos nos enriquecimos con ellos y espero que quede como una parte de nuestro pasado.

—Perdona que no te crea —dijo ahora Shepsenuré torciendo un poco el gesto.

Ankh se encogió de hombros.

—Cuánto hace que no nos veíamos, ¿cinco, seis años? La vida no sólo ha cambiado para ti; también la mía ha tomado nuevos derroteros. Ahora me encuentro prácticamente apartado de toda actividad pública y sólo me dedico a mi cometido dentro del clero de Ptah.

—¿Has sentido la repentina llamada del dios? —preguntó Shepsenuré burlón.

—No te rías y créeme cuando te digo que soy un hombre nuevo. Me siento feliz como nunca al haber roto con todas las ligaduras que me oprimían. Debo decirte que cuanto hemos oído respecto a que la verdadera felicidad reside en la paz del espíritu, es cierto.

Shepsenuré le observó unos instantes en silencio mientras volvía a beber. Encontraba al escriba mucho más delgado que en el pasado, hecho que acentuaba sus angulosas facciones aunque, eso sí, no había perdido ni un ápice de su calculadora mirada.

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