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Authors: Antonio Cabanas

El ladrón de tumbas (60 page)

BOOK: El ladrón de tumbas
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—Sombrío es el cuadro que me pintas.

—No más de lo que era un siglo atrás. Como te dije, mi padre sabe tratar bien con ellos, no interfiere en sus asuntos y a cambio Amón le bendice por doquier. Al fin y al cabo, el país necesita de su figura para que el equilibrio que otorgaron los dioses primigenios a la Tierra Negra, no se rompa.

Nemenhat movió la cabeza testimoniando que lo entendía.

—Nunca pensé que fuera tan complicado para el faraón mantener su poder.

—Pues ya ves que sí, y la nube de burócratas, de la que te hablaba antes, no le ayuda en absoluto. En fin, Nemenhat —dijo el príncipe estirando sus brazos y sonriéndole—, espero que mi hermano mayor viva por muchos años para ahorrarme el sacrificio de subir al trono. Te aseguro que no tengo el más mínimo interés.

Hubo un momento de silencio mientras el príncipe se servía más bebida.

—¿Te apetecería que nos divirtiéramos esta noche? —preguntó de repente a Nemenhat—. Si quieres te puedo proporcionar una mujer.

Nemenhat le miró y vio cómo al príncipe le brillaban los ojos de concupiscencia.

—Me haces un gran honor, mi príncipe, pero no tengo el corazón para tales ánimos. Sólo ardo en deseos de saber de los míos, de mi esposa… No hay noche que pase que no piense en ella.

—¿La amas?

—No pensé que pudiera amarla tanto.

—¿Y ella a ti?

—Estoy seguro que sí.

—Eres afortunado entonces, aun dentro de tu infortunio. ¿Cómo se llama tu esposa? ¿Es hermosa?

—Se llama Nubet, y nunca vi mujer más hermosa que ella.

—Nubet… Magnífico nombre. Seguro que es tan hermosa como dices. Bueno, amigo mío —continuó dándole unas palmadas en el hombro—, no hay duda de que despiertas todas mis simpatías, nunca había conocido a un saqueador de tumbas, y en el fondo te aseguro que me divierte el que despojaras a todos esos egoístas de cuanto acapararon en vida.

—Pero es un pecado que va contra las creencias más profundas de nuestro pueblo.

—Sin duda, el peor si me apuras. Mas qué quieres, siento debilidad por los pecadores —replicó haciendo un gesto cómico.

El príncipe se levantó y volvió a estirarse emitiendo un placentero gruñido.

—Te dejo; creo que yo no renunciaré a un poco de diversión esta noche. Descansa y no pienses en lo que no puedes remediar. Te prometo que intentaré averiguar cuanto pueda del asunto.

En las siguientes jornadas el ejército forzó la marcha cuanto pudo, avanzando más de lo ordinario. Atrás quedaron las desoladas tierras del Sinaí para adentrarse en las más prósperas de Canaán. Los exploradores se adelantaron para reconocer el terreno e intentar localizar a un enemigo que se sabía próximo. Los veteranos, que intuían la inminencia del combate, hacían correr todo tipo de rumores, totalmente inventados, que intimidaban a los más bisoños y contagiaban de un cierto nerviosismo a los demás. Ya en la noche, los shemesu, soldados correo a caballo, llegaban al cuartel general del faraón con las últimas informaciones, partiendo poco después con nuevas órdenes a sus destinos. Dichos soldados eran los únicos que montaban a caballo en el ejército egipcio, pues éstos no utilizaban la caballería como arma; sólo los escuadrones de carros lo hacían.

A Ramsés no le quedaba demasiado tiempo, pues sabía de la cercanía de la flota enemiga a las costas de Egipto. Debía encontrar a las tropas invasoras cuanto antes si quería tener tiempo suficiente para dirigirse a la desembocadura del Nilo, y organizar la defensa contra los buques que le amenazaban por mar. Por eso se encontraba algo nervioso y más irascible de lo normal. De nada habría servido el esfuerzo al que había sometido a su ejército, si no regresaba a tiempo al Delta.

—Mi padre está absolutamente insoportable —protestó Parahirenemef mientras se acomodaba sobre unos almohadones—. Cree que al enemigo se le ha tragado la tierra y se siente agobiado; y cuando el faraón se agobia te aseguro que es mejor no andar cerca.

—Pues los soldados parecen convencidos de que estamos muy próximos.

—Cierto, pero ellos desconocen que para ganar esta guerra habrá que librar dos batallas. El faraón lo tiene todo calculado y desgraciadamente no puede variar sus planes.

Nemenhat asintió en silencio.

—Bah —continuó el príncipe—, siempre ocurre lo mismo. Cuando menos lo esperemos, un heraldo aparecerá por la puerta de la tienda aprestándome a acudir al consejo urgentemente para prepararnos para la batalla.

—¿Cómo se librará?

—Eso mi padre lo decidirá. Es un gran estratega, te lo aseguro. En cuanto las avanzadillas les localicen, el faraón acudirá a espiar al adversario. Situará nuestro ejército de manera adecuada y combatirá donde más le convenga.

—¿Y él participa en la lucha?

—¿Que si participa? En ocasiones nos hace sumamente difícil el poder seguirle y protegerle. Lucha como una fiera, no en vano es el «Toro poderoso grande en victorias»
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, aunque quizás esta vez se reserve, pues el destino de nuestro pueblo depende en gran medida de él. Debe conservar la vida para poder continuar la lucha en nuestro territorio.

Nemenhat volvió a mover la cabeza indicando que lo entendía.

—Olvidaba que para ti será tu primera batalla. En cuanto lance mis caballos al galope, los nervios se te pasarán.

—No creo estar nervioso por ello —dijo Nemenhat mostrando su natural calma—. Luchar no me causa temor.

—Desde luego —contestó el príncipe con una carcajada—. Ellos serán los que deban cuidarse de tu arco. Ya sé que son otros los temores que te consumen.

Nemenhat le miró, cambiando de inmediato su expresión. Luego, hubo unos instantes de silencio en los que ambos mantuvieron la mirada expectantes.

—¿Recuerdas la conversación que mantuvimos hace días? Yo te prometí intentar averiguar algo con respecto a tu familia —dijo Parahirenemef levantándose para escanciar vino en dos copas.

—Lo recuerdo —contestó Nemenhat, sintiendo cómo se le formaba un nudo en el estómago.

—Toma —dijo el príncipe ofreciéndole una copa.

—Sabes que no suelo beber —replicó Nemenhat mientras la cogía.

—Hoy beberemos juntos —prosiguió Parahirenemef desviando su mirada—. Quiero que comprendas —continuó- que nos hallamos lejos de Egipto y nada sé de lo que ahora pueda ocurrir, aunque esté enterado de lo que pasó.

Nemenhat le miró entre angustiado y suplicante, mientras hacía esfuerzos por no derramar el contenido de su copa.

Parahirenemef bebió un largo trago antes de continuar.

—Siento tener que comunicártelo, pero tu padre ha muerto.

Nemenhat sintió cómo un sudor frío le recorría de la cabeza a los pies. Su semblante se puso lívido y quedó convertido en una estatua, sin atisbo alguno de vida en su mirada.

El príncipe se acercó a él y le cogió las manos entre las suyas acercándole después la copa a los labios.

—No todas son malas noticias, también sé que tu esposa se encuentra bien. Bebe un poco, te ayudará.

Pero Nemenhat parecía petrificado, y sólo la pertinaz insistencia del príncipe le obligó a pestañear y a abrir la boca mecánicamente para dar un sorbo.

—Lamento ser yo el que te dé tan mala noticia, amigo mío; ojalá todo hubiera ocurrido de otro modo, pero… habéis sido víctimas de una conjura.

Nemenhat levantó sus ojos hacia el príncipe muy despacio, como intentando asimilar sus palabras.

—Ankh tejió una red tan tupida a vuestro alrededor, que era poco menos que imposible que escaparais.

Nemenhat le observó abrumado; luego se llevó las manos a la cabeza en un vano intento de estrujársela para entender algo.

—Como comprenderás, hay algunos detalles en esta trama que se me escapan.

—Una conjura —murmuró Nemenhat mientras mantenía su mirada perdida—. Advertí a mi padre que tuviera cuidado —continuó lamentándose—, pero…

—Vuestra única opción hubiera sido abandonar Egipto —cortó el príncipe—. De nada vale ahora arrepentirse si nunca lo considerasteis.

Nemenhat bajó de nuevo sus ojos mientras se mesaba los cabellos.

—¿Quieres decir que Ankh no estaba solo en esto? —preguntó al poco volviendo a levantar su vista.

—Para llevar a cabo su plan, necesitaba algunos cómplices —respondió Parahirenemef cruzando los brazos.

—¿Les conoces?

Parahirenemef afirmó con la cabeza.

—¿Has oído hablar de Seher-Tawy?

—No, nunca.

El príncipe esbozó una extraña sonrisa.

—Es uno de los tipos más siniestros de Menfis. El juez Seher-Tawy siente debilidad por cercenar orejas; ten por seguro que has tenido suerte al conservar las tuyas.

Nemenhat se llevó las manos a ellas en un acto reflejo.

—Él es una muestra palpable de cómo alguien sin escrúpulos puede escalar puestos en la Administración hoy en día. Su trato es desagradable, y sólo el mirarle a la cara me repele. Deberías ver su cara Nemenhat, es como una máscara, siempre inexpresiva. Ese hombre parece no tener emociones. Además carece de moral y la dignidad no es para él más que una palabra sin significado. ¡Figúrate que utilizó a su esposa para conseguir ascender en la judicatura!

Nemenhat le observaba perplejo.

—Sí, la dama Nitocris, una mujer hermosísima que ha sido amante de los más poderosos dignatarios de Menfis. Seher-Tawy la animaba a acostarse con todo aquel que pudiera ayudarle a subir un nuevo peldaño, y como ella resultó muy bien dispuesta, el juez llegó a estar muy bien establecido.

Parahirenemef apuró de un trago su copa y se levantó a servirse otra.

—Es un individuo muy cruel, lo que a veces ocurre entre los cornudos, aunque también abunden los tontos —pareció reflexionar mientras se escanciaba el vino—. Él ha sido el brazo ejecutor en este drama —continuó volviendo a beber—. Ambiciona ser nombrado parte del «Alto Tribunal de Justicia del Bajo Egipto», y si Ankh accede a la jefatura de los dominios del templo de Ptah, recomendará con seguridad su nombramiento. No olvides que el Gran Jefe de los Artesanos tiene un considerable poder en el Bajo Egipto.

—¿Crees que Ankh lo conseguirá?

—No me extrañaría; a juzgar por todo cuanto ha ocurrido, Seher-Tawy parece estar convencido de ello. Ignoro cuáles son todos sus valedores, aunque creo conocer a alguno.

Nemenhat le atendía apesadumbrado.

—El primero que se me ocurre es Irsw, el hombre más rico de Menfis. Son íntimos amigos, y el gordo Irsw siempre saca tajada de todo. Por lo pronto se ha apropiado del negocio de tu amigo el fenicio.

A Nemenhat se le demudó el rostro.

—Canallas… —dijo apretando los dientes.

—Esa palabra les va muy bien. Como te decía, Irsw es riquísimo, y la riqueza y el poder suelen formar inseparables lazos. Irsw podría conseguir a Ankh lo que desea.

—Malditos sean —juró Nemenhat con rabia—, Hiram es un hombre bueno. Te aseguro príncipe que él es inocente de todo.

—Eso ahora de nada vale. Ellos han resuelto este asunto a su conveniencia.

Nemenhat volvió a mover la cabeza entre sus manos desesperadamente.

—No es posible tanta crueldad —dijo al fin con pesar—, puede que haya algún equívoco…

Parahirenemef le sonrió amargamente.

—No hay equivocación posible, la información es fidedigna. Mis cauces son seguros. No te quepa duda que las calles de Menfis tienen ojos. ¿Comprendes ahora el que no tuvierais escapatoria?

La imagen de Shepsenuré le llegó repentinamente vívida desde su memoria, y Nemenhat apenas pudo sofocar un sollozo.

—Entonces, ¿por qué no han acabado conmigo?

—Ankh no puede ir sembrando Menfis de cadáveres. Todo este proceso ha sido muy irregular; ellos de sobra lo saben. En primer lugar, es el visir el que, en última instancia, debiera haber juzgado las pruebas y emitido la sentencia oportuna. Pero como bien puedes comprender, ello no podía suceder so pena de verse imputados. Tu padre no podía llegar vivo ante el gran tribunal.

—Por eso le mataron…

—Le debieron matar durante el interrogatorio, una vez firmada su declaración.

—Pero mi padre no sabía leer, ni mucho menos escribir.

—Eso no era problema, alguien firmaría por él.

Nemenhat notó como la sangre se agolpaba en su cabeza, mientras que por las venas de sus sienes parecían galopar todos los escuadrones del ejército del dios.

—A ti no podían matarte también; así que lo mejor era hacerte desaparecer. La guerra que se avecinaba les vino como anillo al dedo; te enrolaron como leva entre otros criminales con orden de que te mandaran a luchar a primera línea.

—Pero, no lo entiendo. ¿Y si regreso al acabar la guerra?

—Creo que no has comprendido bien —dijo el príncipe mientras acariciaba su copa—. No puedes volver; es el final que han pensado para ti.

—Pero siempre existe una posibilidad de salir con vida, a no ser que…

Parahirenemef le miró asintiendo.

—Es fácil armar un brazo dispuesto a matarte, o incluso varios. En el tumulto que se origina en la lucha cuerpo a cuerpo, cualquiera puede hundirte una espada por la espalda.

Nemenhat se incorporó ansioso hacia el príncipe.

—Entonces soy hombre muerto.

—Desde luego sería imposible saber quién de entre los veinte mil soldados de mi padre es el elegido para matarte. En cualquier caso esperarán hasta el final, por si el enemigo les ahorra el trabajo.

El joven volvió a recostarse en su asiento e intentó serenarse.

—Mientras estés conmigo nada tienes que temer —dijo Parahirenemef tranquilizador—. Seguro que Ankh nunca contempló esta posibilidad.

—Es una trama diabólica —musitó Nemenhat casi para sí.

—Propia sin duda de una mente tan retorcida como la de Ankh. Pero como te dije antes, ellos no son la ley en Egipto. El plan fue trazado a espaldas de ella, al controlar los cauces que evitarían la intervención del visir; se creen seguros de poder manejarlo todo. Sin ir más lejos, la apropiación del negocio de Hiram por parte de Irsw es una irregularidad más. Si el fenicio hubiera sido declarado culpable y el Estado hubiera embargado sus bienes, sólo mi padre, el faraón, o el visir en su nombre hubieran podido disponer de ellos otorgándolos si ese hubiera sido su deseo, o cerrando la empresa para siempre.

—Entonces es una apropiación ilegal —intervino Nemenhat.

—Totalmente. Ignoro el procedimiento empleado por Irsw, pero no debemos olvidar que el sirio es el centro de una enorme red de influencias; todo el mundo en Menfis le debe favores. De seguro habrá movido los hilos oportunos para satisfacer sus intereses.

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