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Authors: Marco Polo

Tags: #Aventuras, Histórico

El libro de Marco Polo (9 page)

BOOK: El libro de Marco Polo
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CAPÍTULO 12
De cómo se custodia la persona del Gran Kan

El Gran Kan tiene en su corte XII mil jinetes mercenarios que se llaman quesatanos, es decir, «fieles caballeros del señor». A estos jinetes los mandan cuatro capitanes, cada uno de los cuales está al frente de tres mil hombres. Su misión estriba en custodiar la persona del Gran Kan de día y de noche, y reciben su salario de la corte del rey. Establecen su guardia de la siguiente manera: un capitán con sus tres mil hombres permanece durante tres días y tres noches en el interior del palacio para velar por el monarca, mientras los demás descansan; pasados los tres días hacen otros el relevo, tomando su puesto y manteniéndolo, y así sucesivamente lo custodian durante todo el año. Se monta esta guardia por honra de la majestad real, no porque el monarca tenga miedo a nadie.

CAPÍTULO 13
De la solemnidad de sus banquetes

El protocolo que se guarda en los banquetes del rey es el siguiente. Cuando el soberano por una fiesta u otra causa quiere celebrar un festín en la gran sala, la corte se sienta a la mesa así: en primer lugar, se pone la mesa del rey más elevada que las demás, de manera que el monarca, sentado en la parte septentrional del salón, mire al mediodía; a su izquierda, es decir, junto a él, se sienta la reina mayor, esto es, su primera mujer; a su derecha toman asiento sus hijos y sobrinos y los que descienden de estirpe imperial, pero sus mesas están puestas tan por debajo de la mesa real que sus cabezas sólo llegan a los pies del gran rey; los restantes barones y caballeros son colocados igualmente en mesas todavía más bajas. Según el mismo orden se acomodan a la izquierda las demás reinas y las esposas de los grandes barones; en efecto, el rango que tiene el príncipe o el barón lo poseen también sus mujeres. Todos los nobles que comen en la corte en las fiestas del rey llevan a sus esposas al banquete. Las mesas están dispuestas de suerte que el Gran Kan, desde su sitio, contemple a todos los comensales, pues en tales convites se congrega siempre una gran muchedumbre. Fuera de la sala del trono hay otras cámaras laterales, en las que comen en las fiestas del monarca a veces XL mil hombres, sin contar los que pertenecen a la corte del rey, pues, en estos festejos acuden a la corte muchos feudatarios de tierras y juglares sin cuento y también los que traen joyas y varias y diversas novedades. En mitad de la sala se pone un recipiente de oro lleno de vino o de alguna bebida exquisita, que tiene la capacidad de un tonel o dolium, a uno y otro lado del cual hay cuatro grandes picheles de oro purísimo, un poco más pequeños que aquel recipiente, en las cuales fluye el vino del recipiente mayor; de esos picheles se escancia el vino en unas jarras de oro que se ponen entre cada dos comensales en las mesas de los invitados al banquete real; cada una de ellas es de tal tamaño, que contiene vino para ocho o diez hombres. Todos beben en grandes copas provistas de pie y de asa de oro, que son todas de valor imponderable. Hay también otra cantidad de copas de oro y de plata tan infinita e inapreciable, todas ellas en la corte del rey, que cuantos lo ven quedan pasmados y el que no lo ha visto apenas puede dar crédito a quienes se lo cuentan. Los servidores que atienden al monarca mientras come son grandes barones; sin excepción llevan su boca tapada con un finísimo cendal de seda, para que el aliento del que le sirve no pueda rozar su comida o su bebida. Cuando el rey toma la copa o bebe, todos los que tienen instrumentos musicales, situados ante él, tocan cada uno el suyo y cuantos barones y criados sirven en el salón se hincan de rodillas. Excusado es referir los manjares que se llevan a la mesa, ya que cada cual puede imaginar por sí mismo que, a tenor de tan fastuosa corte, se prepara una comida opípara y exquisita. Al terminar el banquete se levantan todos los tañedores de laúd y entonan dulces melodías, y los juglares, los histriones y los nigromantes hacen grandes juegos y solaces en presencia del rey y los demás que comen en su corte.

CAPÍTULO 14
De la gran fiesta de cumpleaños del rey y sobre la magnificencia de vestimentos de los caballeros de su corte

Es costumbre de todos los tártaros celebrar solemnemente el día del nacimiento del rey. El cumpleaños del Gran Kan cae en el XXVIII del mes de setiembre, día en el que hace mayor fiesta que en cualquier otro del año, exceptuando la festividad de las calendas de febrero, que veneran como comienzo del año, pues febrero es entre ellos el primero de los meses del año. Así, pues, en la fiesta de su cumpleaños el rey Gran Kan se pone un indumento precioso de oro, que es de valor infinito. Tiene en su corte a barones y caballeros en número de XII mil, que se llaman «los fieles del rey más allegados». A todos estos los viste consigo siempre que celebra una fiesta, que son trece al año, y les da también en todas las fiestas susodichas cinturones de oro de gran valor y calzados de camocán recamados en plata de manera muy primorosa, de modo que cada uno de ellos, revestidos de este atuendo regio, semeja un gran rey. Aunque el ropaje del Kan sea el más rico, los trajes de los demás caballeros valen tanto, que muchos de ellos sobrepasan la estima de diez mil besantes de oro. Así, pues, da todos los años a sus barones y caballeros sin excepción vestidos preciosos adornados de oro, perlas y otras piedras preciosas además de los cinturones y los calzados susodichos por un total de CLVI mil. Las vestiduras de los caballeros son del mismo color que el ropaje del Gran Kan. En la fiesta del cumpleaños del Gran Kan todos los reyes, príncipes y barones sometidos a su señorío envían presentes a su soberano y cuantos quieren solicitar mercedes o cargos entregan sus peticiones a XII barones que se ocupan de este menester, por los cuales se da respuesta a todo. Es preciso también que todos los pueblos, sea cual fuere su religión, cristianos, judíos, sarracenos y los demás paganos invoquen a sus dioses con solemnes plegarias por la vida, la salud y la prosperidad del Gran Kan.

CAPÍTULO 15
De otra gran fiesta que se celebra en las calendas de febrero

En el día primero de febrero, es decir, en las calendas, a saber, el primero del año según el cómputo de los tártaros, el Gran Kan y todos los tártaros, dondequiera que estén, celebran una muy gran fiesta. El rey, los barones, los caballeros y el resto del pueblo, hombres y mujeres, se visten si pueden en esa fecha de blanco y llaman a la fiesta de aquel día «la fiesta blanca» y dicen que el vestido blanco trae buena ventura y que por ello van a tener buena suerte en aquel año. En este día todos los señores de las tierras y los gobernadores que tienen capitanías del rey le ofrecen presentes de oro y de plata, perlas, gemas, paños muy bellos de color blanco y caballos blancos muy hermosos; alguna vez se le han ofrecido al rey cien mil corceles. Igualmente en esa jornada se cruzan los demás tártaros regalos entre sí y hacen grandes regocijos unos con otros, para así vivir felices el resto del año. Con tal ocasión se traen a la corte todos los elefantes del rey, que alcanzan un número de cinco mil, y van revestidos de gualdrapas muy vistosas y de diversos colores, en las que están bordadas en paño historias de fieras y de aves. Cada elefante carga dos arcas enormes y espléndidas, que contienen las copas de oro y de plata del rey y otros muchos aparejos necesarios para la fiesta blanca; también son conducidos allí muchos camellos cubiertos de paños, que llevan multitud de enseres precisos para la fiesta. Todos los animales desfilan en presencia del monarca, pues contemplar este espectáculo causa maravilla y deleite. Al alba, es decir, en el día de la fiesta blanca, antes de estar puestas las mesas, todos los reyes, generales, barones, caballeros, médicos, astrólogos, capitanes y oficiales acuden a la sala del Gran Kan, y los que no tienen acomodo en ella a causa del gentío son instalados en las salas laterales, donde puedan ser muy bien vistos por su soberano que está sentado en su trono. Cada uno ocupa el lugar que le corresponde según el rango de su grado y oficio. Entonces se levanta uno en el medio que exclama a voz en cuello: «Inclinaos y adorad». Al oír este grito se levantan todos muy presto y se ponen de hinojos e inclinando la frente en tierra adoran al rey como a un dios; y hacen esto cuatro veces. Terminada la adoración se encaminan todos por orden al altar que está colocado en la sala, encima del cual se alza una tabla pintada de rojo que lleva escrito el nombre del Gran Kan; y toman un bellísimo incensario allí dispuesto, en el que hay inciensos bien olientes, y en honor del Gran Kan inciensan la tabla y vuelven a su sitio. Acabado este maldito sahumerio, cada uno en presencia del rey ofrece presentes, de los que se ha hablado antes. Después se preparan las mesas y se celebra un banquete de gran gala con gran alborozo. Tras el festín los juglares hacen grandes solaces. En semejantes fiestas se lleva ante el monarca un león domesticado, que yace manso a sus pies como un cachorro, ya que lo reconoce como señor.

CAPÍTULO 16
De los animales salvajes que en determinadas épocas del año envían los cazadores a la corte

Durante los tres meses que reside el Gran Kan en Cambalú, es decir, diciembre, enero y febrero, los cazadores de los lugares, por orden del rey, deben dedicarse a la caza en un compás de lx jornadas en torno a la provincia de Cathay, y presentar a sus amos todos los venados, esto es, ciervos, osos, cabras, jabalíes, gamos y otros tales animales; éstos están obligados, si viven a treinta jornadas o menos de la corte del rey, a enviar las piezas al Gran Kan limpias de entrañas en carretas o en barcos; si distan más de XXX jornadas de la corte, a mandar sólo los cueros curtidos que son menester para las armas.

CAPÍTULO 17
De los leones, leopardos, onzas y águilas acostumbradas a cazar con los hombres

Tiene el Gran Kan para su recreo muchos leopardos domesticados que están acostumbrados a cazar con hombres y despuntan en este tipo de cacería y apresan muchas alimañas. También tiene onzas enseñadas a cazar. Tiene asimismo leones excelentes y muy hermosos, mayores que los que hay en Babilonia, rayados en el pelaje de su piel con listas alargadas de diverso color, a saber, negro, blanco y rojo, que están también adiestrados a cazar con hombres y a capturar con los cazadores jabalíes, osos, ciervos, cabras, asnos y bueyes salvajes; cuando los cazadores del rey quieren llevar consigo a una montería leones, transportan dos de ellos en una carreta, cada uno de los cuales tiene por compañero un perrillo pequeño. Asimismo tiene el rey muchas águilas amaestradas, de tanta fortaleza que cazan fiebres, cabras, gamos y zorras; muchas de ellas son de tal audacia, que con gran ímpetu se abalanzan sobre los lobos, y éstos no pueden librarse de su ataque sin caer en sus garras.

CAPÍTULO 18
De la magnífica cacería del Gran Kan

Dos barones del Gran Kan que son hermanos, uno de los cuales se llama Bayan y el otro Mugan, dirigen la cacería del rey de la manera siguiente. Cada uno de ellos está al frente de diez mil hombres, que crían grandes perros que llamamos «mastines», por lo que se dicen en lengua tártara cimei, es decir, «encargados de perros grandes». Cuando el Gran Kan quiere recrearse con gran aparato en una cacería, los dos barones susodichos llevan consigo a XX mil cazadores con una jauría que suma un total de v mil perros. Una vez llegados a la campiña donde se va a celebrar la montería, el gran rey se coloca en el centro con sus barones; uno de los capitanes marcha a la derecha del soberano con sus x mil hombres, el otro con sus otros x mil a la izquierda. Los cazadores se distinguen todos entre sí porque diez mil van vestidos de rojo y los otros diez mil de color del cielo, que en romance decimos «celeste». Forman un haz larga, situándose uno junto a otro a lo largo del campo, y abarcan de uno a otro cabo un compás de tierra que mide casi una jornada; y cada uno va con sus perros. Cuando están desplegados en el lugar susodicho y avanzan ojeando, sueltan los canes que llevan contra las fieras salvajes, de las que hay allí grandísima abundancia. Por tanto, pocas bestias pueden escapar de sus manos debido al número de la jauría y a la diligencia de los cazadores. Resulta un espectáculo muy placentero de ver a los que gustan de semejantes monterías.

CAPÍTULO 19
De su cetrería

En el mes de marzo el Gran Kan, partiendo de la ciudad de Cambalú, avanza por la campiña hasta el mar Océano con sus halconeros. Se sigue tal protocolo en semejante cetrería. Salen con él halconeros en número de XX mil, llevando un sinfín de halcones peregrinos y sacres, muchos azores y alrededor de quinientos gerifaltes. Todos ellos se derraman acá y acullá por el campo, y cuando ven aves, que se crían allí en gran abundancia, sueltan los gerifaltes, azores y halcones para su captura; las piezas cobradas se llevan en su mayor parte al rey. A su vez, el monarca en persona va con ellos, sentado en un bellísimo pabellón muy bien construido de madera, que va armado con mucho artificio sobre cuatro elefantes; por fuera está recubierto de pieles de león, y por dentro se halla totalmente decorado y dorado; en él tiene para su recreo a algunos barones y XII gerifaltes escogidos; el pabellón está forrado de paños de oro y seda. Junto a los elefantes que cargan el pabellón cabalgan muchos barones y caballeros, que no se separan del rey y que, cuando ven pasar faisanes, grullas u otras especies, se lo indican a los halconeros que acompañan al monarca, los cuales a su vez lo notifican inmediatamente al rey. Este, haciendo abrir el pabellón, ordena soltar los gerifaltes que le place, y así, sentado en su sitial, contempla el juego de las aves. Tiene además consigo diez mil hombres que en esta cacería se esparcen de dos en dos por el campo, cuyo cometido es atender a los halcones, azores y gerifaltes en vuelo y, si fuere necesario, prestarles socorro; son llamados en lengua tártara restaor, es decir, «guardianes». Cada uno de ellos tiene su reclamo y capirote para poder llamar y sujetar las aves de presa; y no es menester que el que ha soltado el ave la siga, ya que éstos están atentos y cuidadosos a que las rapaces no sufran daño ni se pierdan; en efecto, los que se encuentran más cerca están obligados, si fuere preciso, a socorrerlas. Toda ave, sea de quien fuere, tiene una tablilla diminuta en sus patas con la marca de su dueño o del halconero, para que, una vez suelta, pueda ser devuelta a su amo. Cuando no se reconoce la señal, entonces se lleva a un barón que está a cargo de este menester, que se llama lingargue, esto es, «guardián de las cosas perdidas», el cual conserva fielmente las aves que le traen hasta que las reclame su propietario. Lo mismo se hace con los caballos. Por tanto, quien ha perdido un ave en esta cacería acude a este barón, así que no se puede extraviar allí nada. Mientras aquél tiene algo bajo su custodia, hace que se le preste cuidado exquisito. El que no restituye en el acto la cosa entregada a su dueño o al oficial susodicho es considerado como un ladrón. El guardián elige para colocarse el lugar más elevado y clava su estandarte en alto, para que lo encuentren con más facilidad los que quieren entregar o pedir una cosa hallada o perdida.

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