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Authors: Esther y Jerry Hicks

Tags: #Autoayuda, Cuento

El libro de Sara (11 page)

BOOK: El libro de Sara
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—¿Existe algún truco para mantenerme conectada al grifo, Salomón?

—Quizá requiera un poco de práctica, al principio. Pero al cabo de un tiempo conseguirás dominarlo. Durante los próximos días, piensa en algo, y luego presta atención a cómo te sientes. Observarás que cuando sientas aprecio, satisfacción, cuando felicites a alguien o veas aspectos positivos en una persona u objeto, te sentirás maravillosamente, lo cual significa que estás conectada al grifo. Pero cuando censures, critiques o culpes a alguien por algo, no te sentirás bien. Y eso significa que estás desconectada, al menos durante el rato que te sientes mal. Diviértete con esto, Sara.

Tras esas palabras, Salomón desapareció. Sara echó a andar hacia su casa sintiéndose eufórica. Había disfrutado mucho con el juego del aprecio que le había propuesto Salomón, pero la idea de apreciar a alguien o algo con el propósito de conectarse a ese maravilloso grifo le parecía aún más excitante. Le daba más motivos para apreciar lo que le rodeaba.

Sara dobló la esquina y enfiló el último tramo del trayecto hacia su casa cuando vio a la vieja tía Zoie avanzando lentamente por el camino empedrado de su casa. Sara no la había visto en todo el invierno y le sorprendió verla fuera. Como la tía Zoie no la había visto, Sara se abstuvo de saludarla, pues no quería sobresaltarla ni entablar con ella la larga conversación que se temía. La tía Zoie caminaba muy despacio, y a lo largo de los años Sara había aprendido a ahorrarse el mal rato de ver a la tía Zoie tratando de hallar las palabras con que expresar sus pensamientos. Parecía como si su mente trabajara más deprisa que sus labios y se hiciera un lío con los pensamientos que bullían en su cabeza. El hecho de que Sara tratara de ayudarla, apuntando alguna que otra palabra, sólo servía para irritar aún más a la tía Zoie. De modo que Sara decidió evitar encontrarse con ella. Pero tampoco era la solución ideal. Le entristeció ver cómo la pobre anciana subía torpemente los escalones de la entrada. Se sujetaba a la barandilla con todas sus fuerzas, avanzando pasito a paso, salvando lentamente los cuatro o cinco escalones del porche de su casa.

«Espero no acabar como ella cuando sea vieja», pensó Sara. Entonces recordó su última charla con Salomón. ¡El grifo! ¡La rociaré con el grifo! Primero, me conectaré al grifo y luego la rociaré con mi aprecio. Pero no lograba experimentar ese sentimiento. «Bueno, volveré a intentarlo». Sara se sentía frustrada.

—Esto es importante, Salomón —rogó a su amigo el búho—. La tía Zoie también necesita que la rocíe con mi aprecio.

Pero no obtuvo respuesta de Salomón.

—¿Dónde te has metido, Salomón? —gritó Sara, sin darse cuenta de que la tía Zoie había reparado en su presencia y la observaba desde el porche.

—¿Con quién hablas? —preguntó la anciana a Sara.

Sara se sobresaltó.

—Con nadie —respondió turbada, echando a andar apresuradamente por el camino.

Al pasar frente al jardín de la tía Zoie, Sara observó que estaba hecho un lodazal, esperando que su dueña lo plantara de nuevo en primavera. Roja de vergüenza y furiosa, Sara se fue a su casa.

Capítulo veinte

—¿Dónde estabas ayer, Salomón? —preguntó Sara con tono quejumbroso al encontrarse con el búho, que estaba posado sobre la verja. Necesitaba que me ayudaras a conectarme al grifo para ayudar a la tía Zoie a sentirse mejor.

—¿No sabes por qué tenías problemas para conectarte al grifo, Sara?

—No. ¿Por qué no pude conectarme? Deseaba hacerlo.

—¿Por qué?

—Te aseguro que quería ayudar a la tía Zoie. Es muy vieja y se confunde con facilidad. Su vida no debe de ser muy divertida.

—¿De modo que querías conectarte al grifo para rociar a la tía Zoie con aprecio, para solucionar sus problemas, para que se sintiera feliz?

—Sí. ¿Me ayudarás, Salomón?

—Verás, Sara, me gustaría ayudarte, pero me temo que es imposible.

—¿Por qué? ¿A qué te refieres? La tía Zoie es una anciana muy amable. Creo que te caería bien. Estoy segura de que nunca ha hecho nada malo…

—Estoy convencido de ello, Sara. La tía Zoie es una mujer maravillosa. El motivo de que no podamos ayudarla, en las presentes circunstancias, no tiene nada que ver con ella. Es por ti, Sara.

—¿Por mí? ¿Qué he hecho? ¡Sólo trato de ayudarla!

—Sí, Sara, eso es lo que deseas. Pero pretendes hacerlo de una forma que no funciona. Recuerda, Sara, tu tarea consiste en conectarte al grifo.

—Ya lo sé, Salomón. Por esto te necesito. Para que me ayudes a conectarme.

—Yo no puedo ayudarte, Sara. Tienes que encontrar ese punto donde sientes lo que deseas.

—No te entiendo, Salomón.

—Recuerda, Sara, que no puedes formar parte de la cadena de dolor y conectarte al grifo del bienestar al mismo tiempo. Una cosa u otra. Cuando observas una condición indeseable que hace que te sientas mal, ese sentimiento te indica que estás desconectada. Y cuando no estás conectada al flujo natural del bienestar, no tienes nada que dar a los demás.

—¡Jopé, Salomón, esto es horrible! Cuando veo a alguien que necesita ayuda, el mero hecho de ver que necesita ayuda me hace vibrar de un modo que me impide ayudarles. ¡Qué horror! ¡Así no podré ayudar nunca a nadie!

—Debes tener presente que lo más importante es permanecer conectada al grifo del bienestar. Por tanto, tienes que mantener tus pensamientos en una situación que haga que te sientas bien. Dicho de otro modo, tienes que estar más pendiente de permanecer conectada al grifo del bienestar que de las circunstancias. Ésa es la clave.

—Piensa en lo que ocurrió ayer, Sara. Cuéntame lo que sucedió con la tía Zoie.

—De acuerdo. Cuando regresaba a casa después de clase, vi a la tía Zoie avanzando lentamente por la acera frente a su casa. Está muy achacosa y casi no puede andar, Salomón. Camina apoyada en un viejo bastón de madera.

—¿Y qué ocurrió?

—Nada, la observé pensando en lo triste que era que estuviera tan achacosa y le costara caminar…

—¿Y entonces qué pasó?

—No pasó nada, Salomón…

—¿Cómo te sentías en esos momentos, Sara?

—Muy mal. Sentí lástima de la tía Zoie. Apenas podía subir los escalones del porche de su casa. Temí acabar como ella cuando sea vieja.

—Eso es lo más importante de todo el asunto, Sara. Cuando notes que te sientes mal, comprenderás que estás contemplando una circunstancia que te desconecta del grifo. Lo cierto es que te conectas de forma natural al grifo del bienestar, Sara. No tienes que esforzarte en conectarte a él. Pero es importante que prestes atención a tus sentimientos, para saber si estás conectada o desconectada. En eso consisten las emociones negativas.

—¿Qué debo hacer para permanecer conectada al grifo, Salomón?

—Según he observado, cuando tu máxima prioridad es permanecer conectada, es más fácil hallar unos pensamientos que te permitan conectarte. Pero hasta que no comprenden que eso es lo más importante, en general las personas no hacen sino dar palos de ciego.

—Te propondré unas reflexiones, o frases, y mientras las escuchas presta atención a cómo te sientes, para comprobar si mi frase hace que estés conectada o desconectada del grifo.

—Muy bien.


Fíjate en esa pobre anciana. Apenas puede caminar
.

—Eso hace que me sienta mal, Salomón.


No sé qué será de la tía Zoie. Apenas puede subir la escalera. ¿Qué hará cuando su salud se deteriore?

—Eso hace que me desconecte, Salomón. Está clarísimo.


Me pregunto dónde estarán sus ingratos hijos. ¿Por qué no vienen a cuidar de ella?

—Yo también me lo pregunto, Salomón. Tienes razón. Eso también me desconecta.


La tía Zoie es una anciana fuerte y valerosa. Creo que le gusta su independencia
.

—Hummm. Ese pensamiento hace que me sienta mejor.


Aunque alguien se ofreciera a cuidar de ella, probablemente se negaría
.

—Sí. Ese pensamiento también hace que me sienta mejor. Seguramente tienes razón, Salomón. Cada vez que trato de ayudada se enfada conmigo. —Sara recordó lo mucho que irritaba a la tía Zoie el que ella tratara de ayudada a completar una frase.


Es una maravillosa anciana, ha vivido una vida larga y satisfactoria. Nada indica que se siente desgraciada
.

—Eso hace que me sienta bien.


Es posible que viva tal como desea
.

—Eso también hace que me sienta bien.


Seguro que podría contarme un montón de historias interesantes sobre las cosas que ha visto. Iré a visitarla de vez en cuando para comprobarlo
.

—Eso hace que me sienta muy bien, Salomón. Creo que a la tía Zoie le gustaría que fuera a verla.

—Como ves, Sara, puedes analizar una cuestión, en este caso la cuestión de la tía Zoie, y concentrarte en distintas circunstancias. Según cómo te sientas sabrás si la circunstancia es favorable o no.

Sara se sentía mucho mejor.

—Creo que empiezo a entenderlo, Salomón.

—Yo también lo creo, Sara. Ahora que deseas comprenderlo conscientemente, confío en que tengas muchas oportunidades para comprobarlo. Diviértete con esto, Sara.

Capítulo veintiuno

Las cosas mejoraban a pasos agigantados. Cada día ofrecía muchas más cosas buenas que malas. «Me alegro de haber encontrado a Salomón; o de que Salomón me haya encontrado a mí —pensó Sara a su regreso de la escuela un día en que no había ocurrido ningún incidente negativo—; mi vida ha mejorado mucho».

Sara se detuvo sobre el puente de la calle Mayor para apoyarse en la barandilla y contemplar el caudaloso río, sonriendo satisfecha. Se sentía feliz. Aquel día todo iba como la seda en el mundo de Sara. Al oír unos gritos infantiles, Sara alzó la cabeza y vio a Jason y a Billy corriendo como jamás les había visto correr. Cuando pasaron frente a ella como una exhalación, Sara dedujo que no habían reparado en su presencia. Pasaron corriendo a toda velocidad frente a
Hoyt's Store
, sujetándose sus gorras. Corrían de una forma tan cómica, que Sara se echó a reír. Tenían un aspecto ridículo, corriendo a una velocidad tan impresionante que tenían que sujetarse las gorras para no perderlas. «Esos dos siempre tratan de romper la barrera del sonido —pensó Sara sonriendo—, pero notó que ya no la irritaban como antes». En realidad Jason y Billy no habían cambiado, pero ya no conseguían enfurecerla. Al menos, no tanto como antes.

Sara saludó con la mano al señor Matson, que como de costumbre tenía la cabeza debajo del capó del coche de un cliente, tras lo cual siguió caminando hacia el bosquecillo de Salomón.

—¡Qué día tan espléndido! —exclamó Sara en voz alta, alzando la vista para contemplar el hermoso cielo azul de la tarde y aspirar el aire puro primaveral. Sara solía sentirse más animada cuando se fundía la última nieve del invierno y empezaban a asomar la hierba y las flores de la primavera. El invierno era muy largo en ese lugar, pero no era la desaparición del invierno lo que animaba a Sara, sino el hecho de que terminaran las clases. Los tres meses de libertad que se avecinaban eran motivo más que suficiente para que Sara se alegrara. Pero sabía que su alegría no tenía que ver con el hecho de que estuviera a punto de terminar el curso, sino con el descubrimiento de su válvula. Había aprendido a mantenerla abierta en cualquier circunstancia. «Me encanta sentirme libre —pensó Sara—. Me encanta sentirme bien. Me encanta no temer nada…».

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