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Authors: Esther y Jerry Hicks

Tags: #Autoayuda, Cuento

El libro de Sara (5 page)

BOOK: El libro de Sara
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Durante los siguientes días, Sara se decía a menudo: «Tengo que preguntar a Salomón lo que opina sobre esto». Solía llevar siempre un pequeño cuaderno en el bolsillo, en el que tomaba nota de los temas que quería comentar con él.

A Sara le parecía que no tenía tiempo suficiente para hablar con Salomón de todas las cosas que le quería decir. El breve espacio de tiempo entre la salida de la escuela y la hora en que debía regresar a casa, para hacer sus tareas antes de que su madre regresara del trabajo, consistía en poco más de treinta minutos.

«No es justo —pensó Sara. Me paso el día con esos aburridos maestros, que no son ni una décima parte tan inteligentes como Salomón, y una escasa media hora con el maestro más inteligente que jamás he tenido. Hummm, un maestro… Tengo un maestro que es un búho». Al pensar en ello, Sara soltó una carcajada.

—Tengo que preguntar a Salomón qué opina de eso.

Capítulo ocho

—¿Eres un maestro, Salomón?

—Desde luego, Sara.

—Pero no hablas de las cosas sobre las que los verdaderos maestros, disculpa, los otros maestros, hablan. Me refiero a que hablas sobre cosas que me interesan. Unas cosas muy interesantes.

—En realidad, Sara, sólo hablo sobre las cosas de las que tú hablas. Sólo te ofrezco información que puede serte útil cuando me haces una pregunta. Todas las respuestas que se ofrecen sin que nadie haya hecho una pregunta al respecto son una pérdida de tiempo. Ni el alumno ni el maestro se divierten con ellas.

Sara pensó en lo que acababa de decide Salomón, y reparó en que a menos que ella le preguntara algo concreto, el búho apenas decía nada.

—Espera un momento, Salomón. Recuerdo que me dijiste algo sin que yo te preguntara nada.

—¿Qué dije, Sara?

—Dijiste: «¿Has olvidado que no puedes ahogarte?». Fue lo primero que me dijiste, Salomón. Yo no te dije una palabra. Estaba tumbada sobre el hielo, pero no te hice ninguna pregunta.

—Eso indica que Salomón no es el único aquí que habla sin mover los labios.

—¿A qué te refieres?

—Formulaste una pregunta, Sara, aunque no con palabras. Las preguntas no sólo pueden formularse con palabras.

—Eso es muy raro, Salomón. ¿Cómo puedes formular una pregunta sin palabras?

—Pensando la pregunta. Muchos seres y criaturas se comunican a través del pensamiento. Lo cierto es que se comunican con más frecuencia de ese modo que con palabras. Las personas son las únicas que utilizan palabras. Pero incluso ellas se comunican en muchos casos a través del pensamiento en lugar de hacerlo con palabras. Piensa en ello. Como ves, Sara, soy un maestro viejo y requetesabio que hace muchíííísimo tiempo comprobó que ofrecer a un alumno una información que éste no ha solicitado es una pérdida de tiempo.

Sara se rió del exagerado énfasis que Salomón dio a las palabras «requetesabio» y «muchíííísimo». Me encanta este búho loco, pensó.

—Tú también me encantas, Sara, respondió Salomón.

Sara se sonrojó; había olvidado que Salomón podía oír sus pensamientos. De pronto, sin decir más, Salomón alzó el vuelo agitando sus potentes alas y desapareció de la vista de Sara.

Capítulo nueve

—Me gustaría volar como tú, Salomón.

—¿Por qué, Sara? ¿Por qué te gustaría volar?

—Es aburrido caminar siempre. Vas muy despacio. Tardas mucho en ir de un sitio a otro y apenas ves nada. Sólo ves las cosas que están en el suelo. Cosas aburridas.

—No has respondido a mi pregunta, Sara.

—Sí que la he respondido, Salomón. Quiero volar porque…

—Porque no te gusta caminar, porque te parece aburrido. En realidad, Sara, no me has dicho por qué quieres volar. Me has dicho por qué no quieres no volar.

—¿Acaso no es lo mismo?

—Claro que no, Sara. Hay una gran diferencia. Inténtalo de nuevo.

Un tanto sorprendida por el empeño de Salomón en buscarle tres pies al gato, Sara empezó de nuevo.

—Muy bien. Quiero volar porque andar por el suelo no es divertido y porque tardas mucho en ir de un sitio a otro.

—¡Ay, Sara! ¿Ves como sigues hablando de lo que no deseas y el motivo de que no lo desees? Vuelve a intentarlo.

—De acuerdo. Quiero volar porque… No lo entiendo, Salomón. ¿Qué quieres que diga?

—Quiero que me digas lo que deseas, Sara.

—¡QUIERO VOLAR! —gritó Sara, enojada por la incapacidad de Salomón de comprenderla.

—Bien, Sara. Ahora dime por qué quieres volar. ¿Qué imaginas que significa volar? ¿Cómo te sentirías? Explícamelo para que lo comprenda, Sara. Descríbeme lo que se siente al volar. No quiero que me digas lo que sientes ahí abajo, en tierra, ni lo que significa no volar. Quiero que me digas lo que se siente al volar. Sara cerró los ojos, captando lo que quería decir Salomón, y respondió:

—Volar es sentirse libre, Salomón. Es como flotar, pero más rápido.

—¿Y qué verías si volaras?

—Vería todo el pueblo a mis pies. Vería la calle Mayor, los coches circulando y las personas caminando. Vería el río. Vería mi escuela.

—¿Qué se siente al volar, Sara? Descríbeme la sensación.

Sara se detuvo con los ojos cerrados, fingiendo que volaba sobre su pueblo.

—¡Sería divertidísimo, Salomón! Volar debe de ser muy divertido. Surcaría el aire a la velocidad del viento. Me sentiría libre. ¡Me sentiría de fábula! —prosiguió Sara, absorta en la visión que imaginaba.

De pronto, experimentando la misma sensación de poder que había intuido en las alas de Salomón cuando le veía alzar el vuelo desde la cerca día tras día, la niña sintió un potente impulso que la elevó por el aire a una velocidad que la dejó sin aliento.

Durante unos momentos tuvo la sensación de que su cuerpo pesaba una tonelada, e inmediatamente después como si fuera ingrávido. Y luego se puso a volar.

—¡Mírame, Salomón! —exclamó Sara entusiasmada— ¡estoy volando!

Salomón volaba junto a ella y ambos surcaron el aire sobre el pueblo de Sara. El pueblo en el que había nacido. El pueblo que conocía palmo a palmo. ¡El pueblo que en esos momentos descubría desde una perspectiva que jamás había imaginado!

—¡Qué bien! ¡Esto es genial, Salomón! ¡Me encanta volar!

Salomón sonrió de gozo ante el extraordinario entusiasmo que demostraba Sara.

—¿Adónde vamos, Salomón?

—Puedes ir adonde desees.

—¡Esto es supergenial! —gritó Sara, observando su pequeño y apacible pueblo. Jamás le había parecido tan hermoso.

La niña había contemplado su pueblo desde el aire en cierta ocasión, cuando su tío la había llevado a ella y a su familia a dar un paseo en su avioneta. Pero apenas había visto nada. Las ventanas de la avioneta estaban muy altas y cada vez que se había puesto de rodillas para acercar la cara a la ventana y mirar por ella, su padre le había obligado a sentarse y abrocharse el cinturón de seguridad. De modo que Sara no se había divertido mucho aquel día. Pero esto es muy distinto… Lo veía todo. Las calles y los edificios de su pueblo.

Veía los pequeños comercios dispuestos a lo largo de la calle Mayor:
Hoyt's Store
, la tienda de ultramarinos,
Pete's Drugstore
, donde vendían comestibles, periódicos y medicamentos, la oficina de Correos… Veía su hermoso río serpenteando a través del pueblo.

Unos cuantos coches circulaban por las calles, y un puñado de personas se desplazaban de un lado a otro…

—¡Ay, Salomón! —exclamó Sara estupefacta— ¡esto es lo mejor que me ha pasado en la vida! Vayamos a mi escuela. Te enseñaré dónde me pasó lo de… —La voz de la niña se disipó mientras se dirigía volando hacia su escuela.

—¡Qué aspecto tan distinto tiene la escuela desde el aire! —comentó Sara, asombrada de lo enorme que parecía. Daba la impresión que el tejado se prolongaba hasta el infinito— ¡qué bien! —exclamó— ¿podemos bajar para acercamos, o tenemos que volar tan alto?

—Puedes ir adonde desees, Sara.

Tras emitir otro grito de gozo, Sara descendió para sobrevolar el patio de recreo y pasar lentamente frente a la ventana de su clase.

—¡Esto es genial! ¡Mira, Salomón! ¡Puedo ver mi pupitre, y ahí está el señor Jorgensen!

Sara y Salomón volaron de un extremo del pueblo hasta el otro, efectuando a veces un vuelo rasante para elevarse de nuevo por el aire hasta casi tocar las nubes.

—¡Mira, Salomón, ahí están Jason y Billy! ¡Eh, Jason, mira cómo vuelo! —gritó Sara. Pero Jason no la oyó—. ¡Eh, Jason! —gritó de nuevo Sara más fuerte— ¡mírame! ¡estoy volando!

—Jason no puede oírte, Sara.

—¿Por qué? Yo le oigo a él.

—Es demasiado pronto para él. No ha empezado a formular preguntas. Pero ya lo hará. A su debido tiempo.

Entonces Sara comprendió, con mayor claridad, por qué Jason y Billy no habían visto aún a Salomón.

—A ti tampoco pueden verte, ¿verdad Salomón?

Sara se alegraba de que Jason y Billy no pudieran ver a Salomón. Si pudieran verlo, serían un estorbo, pensó. Sara no recordaba haber disfrutado tanto en su vida. Volaba tan alto que los coches que circulaban por la calle Mayor parecían hormiguitas. Luego, sin el menor esfuerzo, descendió en picado hasta casi rozar el suelo, chillando de gozo y asombrada de la velocidad con la que surcaba el aire. Se deslizó sobre el río con la cara tan próxima a la superficie del agua que percibió el dulce olor a musgo, pasó por debajo del puente de la calle Mayor y salió por el otro lado. Salomón volaba junto a ella, como si ambos hubieran practicado este vuelo centenares de veces. Volaron durante horas, hasta que, con el mismo poderoso impulso que la había elevado por el aire, Sara descendió para regresar a su cuerpo y a tierra.

La niña estaba tan excitada que apenas podía recobrar el resuello. Había sido la experiencia más fabulosa de su vida.

—¡Ha sido increíble, Salomón! —gritó Sara. Tenía la sensación de que había volado durante horas.

—¿Qué hora es? —preguntó mirando de pronto su reloj, convencida de que iba a tener problemas por volver tarde a su casa, pero el reloj indicaba que sólo habían transcurrido unos segundos.

—Tu vida es muy rara, Salomón. Nada es lo que parece.

—¿A qué te refieres, Sara?

—Pues que hemos volado por todo el pueblo sin que haya pasado el tiempo. ¿No te parece raro? Y el hecho de que yo pueda verte, y hablar contigo, mientras que Jason y Billy no pueden verte ni hablar contigo. ¿Eso tampoco te parece raro?

—Si ellos lo desearan con la suficiente fuerza, podrían verme y hablar conmigo, o si yo lo deseara con la suficiente fuerza, podría influir en sus deseos.

—¿Qué quieres decir?

—Fue el entusiasmo de Jason y Billy por algo que en realidad no habían visto lo que te condujo a mi bosquecillo. Ellos fueron un eslabón muy importante en la cadena de sucesos que desemboco en nuestro encuentro.

—Supongo que tienes razón —respondió Sara, negándose a reconocer que su hermano había sido el artífice de esta extraordinaria experiencia. Prefería pensar que era un chinchoso y no el elemento clave de esta maravillosa aventura que ella había vivido. Eso requería un esfuerzo de imaginación que Sara no estaba dispuesta a hacer.

—Bien, Sara, explícame lo que has aprendido hoy, dijo Salomón sonriendo.

—¿Que puedo volar por todo el pueblo sin que pase el tiempo? —contestó Sara con tono inquisitivo, preguntándose si eso era lo que Salomón deseaba oír— ¿que Jason y Billy no pueden oírme ni verme cuando vuelo, porque son demasiado jóvenes o no están preparados? ¿que ahí arriba, cuando vuelas, no sientes frío?

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