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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

El mazo de Kharas (13 page)

BOOK: El mazo de Kharas
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—Gracias por aceptar tomar el mando de la gente, amigo mío —le dijo—. Sé que no ha sido una decisión fácil y tampoco lo será la tarea que te espera, me temo. ¿Sabes lo que hay que hacer si atacan el valle?

—Lo sé. —Riverwind tenía una expresión sombría, si bien agregó en voz queda—: Los dioses están con nosotros. Confiemos en que ese ataque no se produzca.

«Los dioses están más con Verrninaard que con nosotros
—pensó el semielfo con amargura—.
Lo trajeron de vuelta a la vida.»

Sin embargo, se limitó a asentir con la cabeza y, mientras estrechaba la mano a Riverwind, volvió a recordarle la ubicación del lugar en el que habían acordado reunirse, un poblado de enanos gullys al mismo pie de la montaña donde Flint decía que podría encontrarse la puerta a Thorbardin.

A regañadientes y sólo después de muchos esfuerzos para persuadirlo, el enano reveló la existencia de ese poblado. Se negó a decir cómo sabía que estaba allí, pero Tanis sospechaba que había sido allí donde el viejo enano había sido capturado por los gullys unos cuantos años atrás y lo habían tenido prisionero. Flint nunca había querido hablar de los detalles de aquella experiencia horrenda y traumática.

Riverwind señaló el mapa enrollado que llevaba metido debajo del cinturón. Lo había dibujado la noche anterior con las indicaciones de Flint y consultando uno de los mapas de Tasslehoff.

—Sé dónde está situado el poblado —dijo—. Se encuentra al otro lado de las monrañas y, por ahora, no hay forma de cruzar esa cordillera.

—Hay un paso —afirmó, impasible, Flint.

—No dejas de repetir eso, pero mi gente ha rastreado el área y no ha encontrado la menor señal de que lo haya.

—¿Tus exploradores son enanos? Cuando lo sean, vuelve y hablaremos —rezongó Flint. Colgados de un correaje a la espalda llevaba el hacha de guerra y el zapapico y se ajustó las armas hasta encontrar una postura más cómoda, tras lo cual dirigió una mirada ceñuda a Tanis—. Si vamos a marcharnos, más vale que nos pongamos en camino y nos dejemos de cháchara.

—Bien, pues, nos vamos. Iremos marcando el camino para que lo sigáis si tenéis que hacerlo. Espero que...

Enmudeció en mitad de la frase cuando un escalofrío de miedo le estrujó las entrañas. Se le puso piel de gallina y el vello de la nuca se le erizó. Las viejas comadres habrían dicho que alguien caminaba sobre su tumba. Goldmoon había empalidecido y la respiración de Riverwind, que tenía prietos los puños, era agitada. Flint sacó el hacha y buscó al enemigo, pero la sensación pasó sin que hubiese aparecido enemigo alguno.

—Dragones —dijo el enano, sombrío.

—Están ahí arriba —convino Goldmoon con un escalofrío, y se arrebujó en la capa—, observándonos.

Riverwind tenía la cabeza echada hacia atrás y escudriñaba el cielo. Tanis hizo otro tanto, pero ninguno de los dos consiguió divisar nada en el pálido azul del alba. Los dos hombres se miraron y comprendieron que ambos habían adivinado lo que pasaba.

—Tanto si los vemos como si no, están ahí arriba. Haz que la gente esté preparada, Riverwind. Si surgen problemas, no dispondréis de mucho tiempo para huir.

Tanis se entretuvo un poco más buscando alguna frase de esperanza o de consuelo. No se le ocurrió nada que decir. Recogió la mochila y el enano y él echaron a andar por la vereda que conducía pendiente abajo. El enano se detuvo un instante y se giró hacia atrás.

—¡Traed picos! —gritó.

—¡Picos! —repitió Riverwind, fruncido el entrecejo—. ¿Es que quiere que nos abramos camino al interior de la montaña a golpe de pico? Esto no me gusta. Empiezo a pensar que me equivoqué al tomar esta decisión. Nuestro pueblo debería haber partido sin otra compañía.

—Tus razones para tomar esta decisión eran acertadas, esposo. Ni siquiera los guerreros que-kiris se opusieron cuando les comunicaste tu decisión. Tienen suficiente sentido común para darse cuenta de que un grupo numeroso da más seguridad. No empieces a cuestionar tus decisiones. El jefe de tribu que mira hacia atrás mientras camina hacia adelante tropezará y caerá. Es lo que decía mi padre.

—¡Otra vez a vueltas con tu padre! —replicó Riverwind, furioso—. ¡No siempre tomó decisiones acertadas! Fue él quien ordenó a la gente que me lapidara ¿o es que te has olvidado de eso, Hija de Chieftain?

Echó a andar y dejó a Goldmoon, que no salía de su asombro, siguiéndolo con la mirada.

—No lo dijo en serio —la tranquilizó Laurana, que subía por la ladera y se paró a su lado—. Lo siento, no pude evitar oír lo que hablabais. Está preocupado, eso es todo. Carga con una gran responsabilidad.

—Lo sé. —Goldmoon suspiró con tristeza—. Y me temo que no soy precisamente una ayuda. Tiene razón. No tendría que compararlo cada dos por tres con mi padre. Mi intención era aconsejarlo, nada más. Mi padre era un hombre sabio y un buen jefe. Cometió un error, pero eso fue porque no entendía la situación. —Miró de nuevo a su esposo y suspiró otra vez.

»
Lo amo muchísimo y, sin embargo, parece que le hago más daño del que le haría a mi peor enemigo.

—El amor nos da un poder mayor para hacer daño que el que da el odio —susurró Laurana.

Dirigió la vista hacia Flint y Tanis, unas formas imprecisas en el plomizo amanecer que descendían hacia el valle.

—¿Viniste a decirle adiós a Tanis? —preguntó Goldmoon al observar que la mirada de la joven los seguía.

—Pensé que querría despedirse de mí —contestó Laurana—. Esperé, pero no vino. —Se encogió de hombros—. Por lo visto le da igual.

—No le da igual, Laurana —la contradijo Goldmoon—. He visto cómo te mira. Lo que pasa es que... —Vaciló.

—No puedo competir con el recuerdo de una rival —dijo la elfa con amargura—. Kitiara siempre será perfecta para él. Sus besos siempre sabrán más dulces. No está aquí y no puede decir o hacer mal algo. Así es imposible que yo gane.

Goldmoon estaba impresionada con el comentario de la elfa. Competir con un recuerdo. Eso era lo que ella le estaba obligando a hacer a Riverwind. No era extraño que se sintiera molesto. Fue en su busca para disculparse, cosa que, al estar recién casados, sabía que un tierno «lo siento» sería bien acogido.

Laurana se quedó allí, con la mirada prendida en Tanis.

* * *

—¡Hola, Tika! —Tas apartó la mampara y entró en la cueva; sólo entonces recordó que tendría que haber llamado antes—, ¿No has sentido un escalofrío por todo el cuerpo hace unos segundos? Yo sí. ¡Era un dragón! ¡Pensé que más valía que me viniera de prisa para protegerte! ¡Ay! —gritó al tropezar con un bulto en la oscuridad... ¿Tika? —El kender tanteó con la mano—. ¿Este bulto eres tú?

—Sí, soy yo. —A juzgar por el tono, no parecía muy contenta.

—¿Qué haces sentada a oscuras?

—Pensar.

—¿Pensar en qué?

—En que Caramon Majere es el tonto más grande que hay en el mundo. —Hubo una pausa y después la joven añadió:— Se ha marchado al Monte de la Calavera con su hermano, ¿verdad?

—Supongo que sí. Es lo que dijo Tanis.

—¡Mandé a Sturm a que hablara con Tanis para que no lo dejara marcharse! —Tika le asestó una mirada feroz—. ¿Por qué no se lo han impedido?

—Tanis cree que podría haber algo importante en el Monte de la Calavera. En cuanto a Sturm, no lo sé —explicó el kender mientras se sentaba al lado de Tika, en la oscuridad. Suspiró, anhelante—. El Monte de la Calavera. ¿No te parece un sitio absolutamente maravilloso con ese nombre?

—Me parece espantoso. Es una trampa —dijo Tika.

—¿Una trampa? ¡Ahora querría haber ido con ellos! ¡Me encantan las trampas! —Tas estaba desconsolado.

—No esa clase de trampas —aclaró la joven, desdeñosa—. Significa que Raistlin conduce a Caramon hacia una encerrona. He estado despierta toda la noche pensando en ello. Raistlin va debido a ese horrible hechicero antiguo, ese Fistandelano o como quiera que se llame. Caramon me contó todo sobre él y sobre ese maligno libro suyo, el mismo que sacó Raistlin a hurtadillas de Xak Tsaroth. El hechicero era un hombre malvado y ese sitio es un lugar siniestro. Raistlin lo sabe, pero no le importa. Va a conseguir que maten a Caramon.

—¡Un sitio siniestro que pertenece a un hechicero malvado y que está lleno de trampas! —Tas suspiró con anhelo—. Si no le hubiese hecho a Tanis la solemne promesa de quedarme para protegerte, Tika, me iría allí ahora mismo.

—¡Protegerme! —La joven estaba indignada—. No hace falta que me protejas. Nadie tiene que hacerlo. El que necesita protección es Caramon. Tiene menos sentido común que un chotacabras. Alguien debe advertirle sobre ese hermano suyo. Tanis no lo hará, así que supongo que me tocará a mí.

Tika apartó la manta que tenía echada sobre los hombros. La luz iba aumentado en la cueva de minuto en minuto y ahora el kender pudo ver que la joven estaba vestida para viajar, con pantalón y camisa de hombre y un chaleco que a Tas le resultaba muy parecido al que Flint había tenido una vez. Tas recordaba que el enano había protestado porque no lo encontraba. ¡De hecho, le había acusado a él de habérselo llevado!

La espada que Tika no sabía muy bien cómo utilizar estaba encima de la mesa, junto a su escudo; ése sí que sabía cómo usarlo, aunque no exactamente del modo para el que estaba pensado un escudo. Éste tenía una mella donde lo había golpeado contra la cabeza de un draconiano. Tas empezó a saltar con entusiasmo.

—¡Tanis me hizo prometerle solemnemente que te protegería, así que si tú vas al Monte de la Calavera, entonces tengo que ir contigo!

—No voy al Monte de la Calavera. Voy a encontrar a Caramon y a impedirle que vaya allí. Mi idea es hacer entrar en razón a ese cabeza de chorlito.

—Creo que sería más fácil enfrentarse a un hechicero malvado en el Monte de la Calavera que conseguir que Caramon tenga un poco de sentido común —opinó el kender.

—Seguramente tienes razón, pero he de intentarlo. —Tika cogió la espada para ceñírsela a la cintura—. ¿Hace mucho que se han ido?

—Antes de que amaneciera, pero Raistlin camina bastante despacio. Podremos alcanzarlos...

—¡Chitón! —advirtió la muchacha.

Alguien se acercaba a la mampara de la entrada. La luz del sol brillaba en el cabello rubio.

—¡Laurana! —gimió Tika en un susurro y se apresuró a dejar de nuevo la espada sobre la mesa—. ¡Ni una palabra, Tas! ¡Querrá impedírnoslo!

—¡Estás despierta! —dijo la elfa al entrar en la cueva. Se paró, sorprendida, al ver el atuendo de Tika—. ¿Por qué vas vestida así?

—Yo... eh... Voy a lavarme la ropa —contestó la joven humana—. Toda.

—¿Pensabas lavar también la espada? —inquirió Laurana con sorna.

Tika se ahorró tener que decir otra mentira, ya que la elfa siguió hablando.

—Estás de suerte. Tendrás compañía, porque Maritta ha decidido que hoy sea día de colada. Todas las mujeres van a lavar las prendas de vestir y la ropa de cama al arroyo. Tas, échanos una mano. Coge esas mantas...

Tas miró angustiado a Tika. La joven se encogió de hombros, impotente. No se le ocurría nada para salir airosa del atolladero.

El kender, que se tambaleaba bajo el peso de las mantas, iba hacia la boca de la cueva cuando Tika lo agarró.

—Nos escabulliremos cuando las mujeres vayan a comer —susurró—. ¡No me pierdas de vista! ¡Cuando haga una señal, ven corriendo!

—No te preocupes porque se retrase el viaje —musitó el kender—. Será fácil seguir el rastro de los enormes pies de Caramon, además de que Raistlin camina muy, muy despacio.

Tika fue en pos de Tas y de Laurana por el sendero que bajaba al arroyo. Sólo le quedaba esperar que el kender tuviera razón.

7

El plan de Dray-yan

La opinión de Grag sobre ese plan

Dray-yan estaba sentado a la gran mesa de obsidiana, en los aposentos del difunto lord Verminaard, y bebía lo que quedaba del aprovisionamiento de vino elfo de su señoría. El aurak tomó nota mental de ordenar al comandante responsable de la lucha contra los elfos que le enviara otro barril. Mientras sorbía el vino, Dray-yan repasó los acontecimientos de los últimos días y consideró en qué podrían afectar a sus planes futuros. El aurak estaba complacido por la forma en que se habían desarrollado algunas cosas y no tan satisfecho de cómo lo habían hecho otras.

Como era de esperar, los Dragones Rojos destacados en Pax Tharkas por su Oscura Majestad habían visto a través de la imagen ilusoria de Verminaard tras la que se ocultaba Dray-yan. Ofendidos por la idea de recibir órdenes de uno de los draconianos a los que los grandes reptiles llamaban despectivamente «yemas de huevo podridas», los dragones habían estado a punto de marcharse.

El comandante Grag había elevado preces a Takhisis y le había presentado los planes del aurak. La diosa había tenido a bien escucharlo y le gustaron las ideas de Dray-yan, por lo que ordenó a los Rojos que continuaran en Pax Tharkas y secundaran los planes del aurak, al menos de momento. Grag informó a Dray-yan que la reina sólo lo respaldaba porque no tenía otro comandante del que pudiera prescindir para que dirigiese el Ala Roja de sus ejércitos. El liderazgo de Dray-yan era temporal, pero, de tener éxito, quizá se convertiría en algo permanente.

Con la ayuda prestada a regañadientes de los Dragones Rojos, Grag pudo por fin reabrir el paso bloqueado por las piedras que habían caído al ponerse en funcionamiento el mecanismo de la gran cadena. Las tropas draconianas entraron en Pax Tharkas, aunque no en gran número. El Ala Roja del ejército tenía una dotación limitada. Había suficientes draconianos para atender las necesidades de la fortaleza, pero no tantos como para que trabajaran en las minas de hierro. Los comandantes del campo de batalla necesitaban desesperadamente armas y armaduras. El acero era un artículo más valioso que el oro. Dray-yan tenía que recuperar la mano de obra esclava o buscar nuevos horizontes. Decidió que haría las dos cosas.

Grag envió tropas en pos de los refugiados. En seguida encontraron el rastro y lo siguieron hasta un paso de montaña bloqueado por una avalancha, así como por las sucesivas nevadas.

Los Rojos informaron que despejar ese paso sería difícil en extremo. Lo que es más, dejaron claro a Dray-yan que despejar pasos era una tarea tediosa y poco lucrativa. En otras partes de Ansalon los dragones incendiaban ciudades y asaltaban pueblos, en vez de quitar piedras. Los Rojos no despejarían el paso y, si no se le ocurría algún tipo de trabajo interesante y aceptable para ellos, pensaban irse a otra parte.

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