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Authors: Katherine Neville

El ocho (90 page)

BOOK: El ocho
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Nim se apeó con semblante serio, rodeó el coche para abrirme la portezuela y me ofreció la mano para ayudarme a bajar.

—Yo mismo caí una docena de veces —dijo Nim— y resbalé en el lodo y las rocas. Cuando mi padre me vio llegar solo, se asustó. Le conté lo que había ocurrido, lo que había dicho Minnie sobre las piezas. Mi padre empezó a llorar. Se sentó, con la cara enterrada en las manos, y sollozó como una criatura. Le pregunté qué sucedería si regresábamos para intentar rescatarlos, y qué pasaría si otras personas se apoderaban de las piezas. Alzó el rostro hacia mí y, mientras la lluvia borraba las lágrimas de sus mejillas, dijo: «Juré a tu madre que nunca permitiría que eso sucediera, aunque nos costara la vida a todos…».

—Así pues, ¿os fuisteis sin esperar a Minnie y Alexander? —pregunté.

Solarin bajó del Morgan con la bolsa de las piezas en la mano.

—No fue nada fácil —respondió Nim con tristeza—. Esperamos durante horas, mucho más de lo que Minnie había dicho. Mi padre se paseaba por cubierta. Yo trepé por el mástil una docena de veces tratando de verlos entre la lluvia. Al final llegamos a la conclusión de que no acudirían. Supusimos que los habían capturado… Cuando mi padre levó anclas, le rogué que aguardara un poco más. Entonces me dijo claramente por primera vez que había estado esperando ese momento… planeándolo incluso. No salíamos simplemente al mar: íbamos a América. Desde el día en que se casó con mi madre, tal vez incluso antes, sabía lo del juego. Sabía que podía llegar un día… o más bien que llegaría un día… en que aparecería Minnie y se exigiría un sacrificio terrible a mi familia. Ese día había llegado y en unas pocas horas la mitad de la familia había desaparecido. Sin embargo, había jurado a mi madre que, aun incluso antes que a sus hijos, salvaría las piezas

—¡Dios mío! —dije, mirando a ambos mientras permanecíamos en el sendero. Solarin caminó hacia la fuente cantarina y hundió los dedos en el agua—. Me sorprende que hayáis aceptado participar en un juego como este… que destruyó a vuestra familia en una sola noche.

Nos acercamos a Solarin, que contemplaba la fuente en silencio, y Nim me rodeó el cuello con un brazo. Solarin lanzó una mirada a su mano, que descansaba sobre mi hombro.

—Tú también te has prestado a participar —dijo—, y eso que Minnie no es tu abuela. Supongo que fue Slava quien te introdujo en el juego.

Ni su cara ni su voz me permitían descubrir qué pasaba por su cabeza, pero no era difícil de adivinar. Evité su mirada. Nim me apretó el hombro.

—Mea culpa —admitió sonriendo.

—¿Y qué hicisteis Minnie y tú cuando visteis que el barco ya no estaba? —pregunté a Solarin—. ¿Cómo sobrevivisteis?

Él estaba arrancando los pétalos de una dalia y arrojándolos a la fuente.

—Me llevó al bosque y me ocultó allí hasta que pasó la tormenta —explicó, absorto en sus pensamientos—. Durante tres días recorrimos lentamente la costa en dirección a Georgia, como un par de campesinos de camino al mercado. Cuando estábamos lo bastante lejos de casa para sentirnos seguros, nos sentamos a hablar de la situación. «Eres lo bastante mayor para comprender lo que voy a decirte», dijo ella, «pero no lo suficiente para ayudarme en la misión que tengo por delante. Algún día lo serás… entonces te mandaré llamar y te diré lo que debes hacer. Ahora he de volver para tratar de salvar a tu madre. Si te llevo conmigo, serás un estorbo… entorpecerás mis esfuerzos.» —Solarin nos miró con expresión ausente—. Lo comprendí —agregó.

—¿Minnie volvió para rescatar a tu madre de la policía soviética? —pregunté.

—Tú hiciste lo mismo por tu amiga Lily, ¿no? —contestó.

—Minnie dejó a Sascha en un orfanato —intervino Nim, que me estrechó con el brazo mientras miraba a su hermano—. Papá murió poco después de que llegáramos a Estados Unidos, de modo que me quedé solo aquí, igual que el pequeño Sascha en Rusia. Aunque nunca estuve seguro, de alguna manera siempre supe que Solarin, el niño prodigio del ajedrez que salía en los periódicos, era mi hermano. Para entonces ya me llamaba Nim* porque así me ganaba la vida, birlando cuanto podía. Fue Mordecai, a quien conocí una noche en el Club de Ajedrez de Manhattan, quien descubrió mi verdadera identidad.

—¿Y qué fue de vuestra madre? —pregunté.

—Minnie llegó demasiado tarde para salvarla —respondió Solarin muy serio, dándose la vuelta—. Ella misma logró escapar de Rusia a duras penas. Poco después recibí en el orfanato una carta suya… bueno, no una carta, sino un recorte de prensa… de Pravda, creo. Aunque no llevaba fecha ni remitente, y a pesar de que lo habían enviado desde Rusia, supe quién lo había mandado. El artículo explicaba que el famoso maestro Mordecai Rad iniciaría una gira por Rusia para hablar de la situación del ajedrez, ofrecer exhibiciones y buscar críos con talento para un libro que estaba escribiendo sobre los niños prodigio en el ajedrez. Casualmente, uno de los lugares que visitaría era mi orfanato. Minnie estaba tratando de ponerse en contacto conmigo.

—Y el resto es historia —dijo Nim, que seguía rodeándome con su brazo. Pasó el otro en torno a los hombros de Solarin y nos llevó al interior de la casa.

Atravesamos las grandes habitaciones soleadas, llenas de tiestos con flores y muebles lustrosos que resplandecían con el sol del atardecer. En la enorme cocina, la luz entraba oblicuamente por las ventanas y bañaba las baldosas de pizarra del suelo. Los sofás de cretona floreada eran más alegres de lo que recordaba.

Nim nos soltó. Luego apoyó las manos en mis hombros y me miró con afecto.

—Me has traído el mejor de los regalos —dijo—. Que Sascha esté aquí es un milagro, pero el mayor de los milagros es que estés viva. Nunca me habría perdonado si te hubiera sucedido algo.

Volvió a abrazarme y después fue hacia la despensa.

Solarin, que había dejado caer la bolsa con las piezas, estaba junto a las ventanas, contemplando el mar al otro lado del jardín. Los barcos se movían como palomas en el agua. Fui a su lado.

—Es una casa muy bonita —afirmó. Observaba cómo el agua de la fuente descendía un escalón tras otro hasta caer en el estanque turquesa. Tras una pausa agregó—: Mi hermano está enamorado de ti.

Sentí que el estómago se me encogía, como un puño que se cerrara de pronto.

—No seas tonto —dije.

—Hay que hablar de eso.

Se volvió hacia mí y sentí que, como siempre, la mirada de sus ojos verdes me hacía desfallecer. Tendió una mano para acariciar mi cabello, pero en ese momento Nim regresó de la despensa con una botella de champán y tres copas. Se acercó y las puso sobre la mesilla que había junto a las ventanas.

—Tenemos tanto de qué hablar… tanto que recordar —dijo a Solarin mientras descorchaba la botella—. Me parece mentira que estés aquí. Creo que nunca más te dejaré ir…

—Tal vez tengas que hacerlo —repuso Solarin, que me cogió de la mano para llevarme a un sofá. Nos sentamos mientras Nim servía el champán—. Ahora que Minnie ha abandonado el juego, alguien tiene que volver a Rusia para conseguir el tablero…

—¿Ha abandonado el juego? —preguntó Nim, que se quedó inmóvil con la botella levantada—. ¿Cómo? No es posible.

—Tenemos una nueva Reina Negra —dijo Solarin sonriendo y mirándolo con atención—. Al parecer la elegiste tú.

Nim se volvió hacia mí y de pronto comprendió.

—¡Maldita sea! —exclamó sirviendo el champán—. O sea, que ha desaparecido sin dejar rastro y hemos de ocuparnos nosotros solos de los cabos sueltos.

—No exactamente. —Solarin sacó un sobre que llevaba escondido bajo la camisa—. Me dio esto. Va dirigido a Catherine. Tenía que entregárselo cuando llegáramos. No lo he abierto, pero supongo que contiene información valiosa.

Me lo entregó y, cuando me disponía a abrirlo, me sobresaltó un ruido penetrante, que tardé un momento en identificar. ¡Era el timbre de un teléfono!

—¡Creí que no tenías teléfono! —Me volví con expresión acusadora hacia Nim, que había dejado la botella y corría hacia la zona donde estaban los fogones y armarios.

—No tengo —repuso con voz tensa. Sacó una llave del bolsillo y abrió una alacena, de donde extrajo algo que se parecía mucho a un teléfono y que además sonaba—. Pertenece a otros… Podría decirse que es una especie de teléfono rojo.

Atendió la llamada. Solarin y yo nos habíamos puesto en pie.

—¡Mordecai! —susurré, y eché a correr hacia Nim—. Lily debe de estar allí con él.

Nim me miró con gesto serio y me pasó el auricular.

—Alguien quiere hablar contigo —susurró, y lanzó una mirada extraña a Solarin.

—¡Mordecai, soy Cat! ¿Está Lily ahí? —dije.

—¡Querida! —exclamó la voz que siempre me obligaba a apartar un poco el auricular: la de Harry Rad—. ¡Tengo entendido que tu estancia entre los árabes ha sido un éxito! Hemos de quedar para charlar. Ahora, querida, lamento tener que decirte que ha ocurrido algo. Estoy con Mordecai, en su casa. Me telefoneó para decirme que Lily había llamado y venía hacia aquí desde la estación Central. De modo que, como es natural, vine a toda prisa… pero Lily no ha llegado.

Estaba estupefacta.

—¡Creía que tú y Mordecai no os hablabais! —exclamé.

—Querida, eso es meshugge —dijo Harry para aplacarme—. Por supuesto que hablo con Mordecai. Es mi padre. Estoy hablando con él en este mismo momento, o al menos él está escuchándome.

—Blanche dijo…

—Ah, eso es otra cosa —explicó Harry—. Perdóname por lo que voy a decir, pero mi esposa y mi cuñado no son personas muy agradables. He temido por Mordecai desde que me casé con Blanche Regine, si entiendes lo que quiero decir. Soy yo quien no lo deja venir a casa…

Blanche Regine. ¿Blanche Regine? ¡Por supuesto! ¡Qué idiota había sido! ¿Cómo no me había dado cuenta antes? Blanche y Lily… Lily y Blanche… ambos nombres evocan el color blanco, ¿no? Blanche había puesto a su hija el nombre de Lily, azucena, con la esperanza de que siguiera sus pasos. Blanche Regine, la Reina Blanca.

La cabeza me daba vueltas mientras Solarin y Nim me miraban en silencio. Por supuesto, era Harry… había sido Harry desde el principio. Harry, a quien Nim me había enviado como cliente; que había fomentado mi amistad con su familia; que sabía tan bien como Nim que yo era una experta en informática; que me había invitado a conocer a la pitonisa; que había insistido en que fuera aquella víspera de Año Nuevo, no otra noche cualquiera.

Y la noche en que me invitó a cenar en su casa, con tantos platos y entremeses, a fin de mantenerme allí el tiempo necesario para que Solarin entrara en mi apartamento y dejara la nota. También fue él quien, durante aquella cena, comentó de pasada a su doncella, Valérie, que yo me iba a Argel; Valérie, hija de Thérèse, la telefonista que trabajaba en Argel para el padre de Kamel, y cuyo hermanito, Wahad, vivía en la casbah y protegía a la Reina Negra.

Era a Harry a quien había traicionado Saul trabajando para Blanche y Llewellyn. Y tal vez también fuera Harry quien arrojó el cuerpo del chófer al East River para que pareciera un simple atraco, quizá no solo con la intención de engañar a la policía, sino también a su mujer y su cuñado.

Y había sido Harry, no Mordecai, quien envió a Lily a Argel. ¡En cuanto se enteró de que su hija había asistido al torneo de ajedrez, supo que ella estaba en peligro, amenazada no solo por Hermanold, que probablemente no fuera más que un peón, sino sobre todo por su madre y su tío!

Por último, era Harry quien se había casado con Blanche, la Reina Blanca, de la misma manera que Talleyrand, a instancias de Mireille, se casó con la mujer de la India. ¡Pero Talleyrand era solo un alfil!

—¡Harry —dije, asombrada—, tú eres el Rey Negro!

—Cariño —dijo, con tono apaciguador. Me parecía ver su flácida cara de San Bernardo y sus ojos tristones—. Perdona por haberte tenido a oscuras, pero ahora comprendes la situación. Si Lily no está contigo…

—Luego te llamo —le interrumpí—. Tengo que colgar.

Me volví y cogí del brazo a Nim, que estaba junto a mí con expresión de temor.

—Llama a tu ordenador —dije—. Creo que sé adónde ha ido. Dijo que, si algo salía mal, dejaría un mensaje. Espero que no haya cometido ninguna temeridad.

Nim marcó el número y apretó el botón del módem cuando consiguió la conexión. Descolgué el auricular e instantes después oí la voz de Lily, reproducida digitalmente, que nos proporcionaba la moderna tecnología: «Estoy en el patio de las palmeras del Plaza». Tal vez fuera mi imaginación, pero me pareció que la reproducción binaria temblaba como una voz real. «He ido a mi casa para coger las llaves del coche que guardamos en aquel secreter del salón, pero, Dios mío…» La voz se quebró. Me pareció sentir cómo el pánico recorría la línea. «¿Te acuerdas de ese espantoso escritorio lacado de Llewellyn, con tiradores de bronce? ¡No son tiradores de bronce… son las piezas! Seis… incrustadas en él. Las bases sobresalen como tiradores, pero la parte superior de las piezas está metida en paneles falsos dentro de los cajones. Siempre se atascan, pero jamás pensé… Así que usé una plegadera para abrir uno y después cogí un martillo de la cocina y rompí el panel. Saqué dos piezas. Entonces oí que alguien entraba en el apartamento, conque salí por detrás y cogí el ascensor del servicio. Dios mío, tienes que venir ahora mismo. No puedo volver sola allí…»

Colgó. Esperé por si había otro mensaje, pero no había ninguno, así que dejé el auricular en el teléfono.

—Tenemos que irnos —dije a Nim y a Solarin, que me miraban con ansiedad—. Os explicaré todo por el camino.

—¿Y qué hay de Harry? —preguntó Nim mientras me guardaba en el bolsillo la carta de Minnie, que todavía no había leído, y corría a coger las piezas.

—Lo llamaré y quedaré con él en el Plaza —respondí—. Ve a poner en marcha el coche. Lily ha encontrado otro escondite de piezas.

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