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Authors: Douglas Niles

Tags: #Fantasía, #Aventuras, #Juvenil

El pozo de las tinieblas (23 page)

BOOK: El pozo de las tinieblas
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Una larga flecha silbó junto a la oreja del príncipe. Keren había disparado ahora, pero, por desgracia, el proyectil dio en la pared y rebotó, inofensivo, en el pa sillo.

En pocos pasos, Finellen llegó hasta los firbolg. En vez de detenerse para luchar, se encogió en una bola y rodó entre las piernas de una de aquellas criaturas. En cuanto hubo pasado, se irguió con una rapidez extraordinaría y golpeó hacia arriba con la daga. Su víctima aulló de dolor y se volvió, tratando de aplastar con su cachiporra a la enana.

Los firbolg bramaron al unísono, con el ruido de un trueno, y se empujaron entre ellos en su afán de atacar. Uno se separó de los otros y acometió a Tristán, que vio vividamente la rabia en su semblante y olió su cálido y fétido aliento.

Tristán saltó a un lado, esquivando la pesada cachiporra, y lanzó una estocada con su nueva espada. La hoja hirió en el pecho al firbolg que avanzaba.

Y, al echarse éste atrás, se oyó como un chisporroteo de carne. Tristán miró con horror la herida que acababa de infligir. La piel del firbolg ardía alrededor del corte y la criatura se tambaleó hacia atrás, chillando. El gigante cayó pesadamente al suelo, pataleó unas cuantas veces y quedó inmóvil.

Por un momento, los otros dos firbolg y los compañeros se quedaron como paralizados por la impresión. Entonces un firbolg vociferó y Finellen se lanzó de nuevo al ataque. Al instante se reanudó la furiosa lucha.

Daryth y Robyn se adelantaron para ayudar a Tristán, cuando el firbolg de la enorme espada se lanzó contra el príncipe. Esquivando el ataque, Tristán levantó su nueva espada y las dos hojas chocaron con gran estruendo . La fuerza del golpe hizo que el príncipe saliese despedido contra la pared y se deslizase despacio al suelo, pero sin soltar la espada de sus doloridas manos.

Mientras tanto, la espada del firbolg se había roto en mil pedazos.

Todavía aturdido, el príncipe rodó hacia un lado, justo a tiempo de evitar un golpe de la cachiporra del último firbolg, que rompió las baldosas del suelo. El príncipe sostenía aún la extraña espada, casi como si ésta no quisiera desprenderse de su mano. El furioso ataque pareció sacudir el mismo suelo, pero el príncipe se libró de él por un palmo. Vio que Finellen se encogía y rodaba de nuevo, cortando esta vez un tendón de detrás de la rodilla del firbolg con la pequeña daga, antes de llegar al lado de Tristán. La víctima de la enana aulló de dolor al doblársele la pierna y desplomarse en el suelo.

—¡Eh, feo! —gritó, distrayendo por unos instantes al firbolg que había estado a punto de aplastar al príncipe.

Tristán se puso en pie y se colocó al lado de la enana. Ahora yacían dos firbolg en el suelo, pero el otro monstruo arrojó la rota espada y agarró una de las cachiporras. Avanzó con cautela, resuelto ahora a tomar la lucha en serio.

Ninguno de ellos oyó el repiqueteo de los cascos, pero, de pronto, el firbolg que atacaba boqueó y se dobló hacia adelante. Un gran cuerno de marfil sobresalió de su pecho entre un chorro de sangre, y sólo entonces vieron al soberbio unicornio que se desprendía del mortalmente herido firbolg.

Durante unos momentos, los compañeros contemplaron al unicornio. El gran animal devolvió impasible sus miradas. Sus flancos blancos como la nieve estaban salpicados de sangre, pero no parecía estar herido.

—Gracias, viejo —dijo Robyn, en voz baja.

La mirada del unicornio se suavizó, y el animal sacudió la orgullosa cabeza. Con un breve relincho, se volvió y miró en la dirección por la que había venido!

—Sigámoslo —gritó Robyn.

—Esperad —dijo Keren, en un murmullo apremiante. Sus ojos se fijaron en el príncipe—. Tristán, ¿de dónde has sacado esa espada?

—La encontré, en la misma cámara donde hállamos tu arco.

—Por favor, déjame verla.

Tristán le tendió el arma al bardo, quien estudió rápidamente la inscripción de la hoja. Cuando levantó la cabeza para mirar al príncipe, Tristán advirtió una nueva emoción en sus ojos. Podía ser de respeto, o incluso de espanto.

—¿Has podido leer la inscripción? —preguntó.

—Mi príncipe —dijo el bardo, empleando por primera vez este título honorífico al dirigirse a Tristán, ¡Has encontrado la Espada de Cymrych Hugh!

Robyn lanzó una exclamación y, con los ojos muy abiertos, miró alternativamente al príncipe y a la espada. Tristán, pasmado, sólo podía pensar en el arma poderosa que tenía en la mano. Matadora de firbolg y terror de todos los enemigos de los ffolk, la Espada de Cymrych Hugh era por cierto el arma más fabulosa en la historia de su pueblo. Tristán recordaba todavía la larga balada sobre el héroe, que Keren había recitado en las exequias de Arlen.

—¿Qué pasa? —preguntó Daryth—. ¿Quién era Kimrick Hue? Recordad que yo no soy de por aquí.

—Cymrych Hugh fue el primero de los Altos Reyes, el hombre que unió todas las islas Moonshaes bajo un sola autoridad firme y prudente —le explicó Tristán, recordando sus lecciones básicas de historia—. Nunca han estado los ffolk tan unidos como entonces. Recuerdo fabulas sobre su muerte en manos de algún animal de pesadilla. Al mismo tiempo, su espada se perdió.

—Se dijo —añadió Keren— que la espada sería encontrada, y que el que la poseyera podría desafiar a la bestia que mató a su dueño.

Tristán miró el arma en manos de Keren y pensó en la proeza del bardo en la lucha. Se sintió asustado y débil en comparación con él.

—Guárdala —dijo—. Tú puedes hacerlo...

—La espada debe ser llevada por el que la encontró —dijo el bardo, sacudiendo la cabeza—. Además, eres más capaz de empuñarla de lo que tú mismo crees.

Tristán quería discutir, pero el arma parecía invitarlo a tomarla en sus manos.

—No lo sé —replicó, pero alargó una mano hacia la sencilla empuñadura de cuero y tomó la espada.

Mientras seguían andando por el largo pasillo, Tristán vio que los otros lo miraban y observaban también, cada tanto, la espada. Esperaba que no estuviesen tan confusos y sorprendidos como él. ¿Por qué había decretado el destino que fuese
él
quien la encontrase? ¿Y qué iba a hacer con ella, ahora que la tenía?

Tristán prestaba poca atención a lo que los rodeaba, mientras el pequeño grupo avanzaba con cautela, pasando por delante de varias puertas de madera, pero sin encontrar ningún pasillo lateral. De pronto, dijo Finellen:

—¡Esperad un momento!

Se volvió a mirar dos grandes puertas de roble. Entonces vieron que una de ellas estaba entornada.

—Huelo a aire fresco. Echemos un vistazo.

Antes de que nadie pudiese oponerse, empujó la puerta con la punta de la daga, y aquélla se abrió hacia adentro. Vieron ante ellos una espaciosa habitación, sin duda la cámara más grande del edificio de los firbolg.

En el centro, con una altura de unas doce varas, se alzaba una masa negra y maciza, como una pequeña montaña. La luz del sol entraba en la estancia a través de las grietas de un par de puertas macizas de madera en el fondo de la cámara. Advirtieron que no ardía allí ninguna antorcha.

Lanzando un súbito alarido, un firbolg saltó desde la oscuridad hacia la puerta. Otro salió del mismo sector, llevando una enorme hacha en sus brazos levantados. Por lo visto, los habían sorprendido en su trabajo.

El unicornio se echó atrás y aplastó el cráneo de uno de ellos con los cascos delanteros, mientras Tristán saltaba sobre el otro y le lanzaba una rápida estocada. De nuevo silbó la hoja en la carne del firbolg, que cayó aullando y murió.

Temiendo que hubiese más enemigos, avanzaron con precaución dentro de la cámara.

—Mirad, podemos atrancar estas puertas durante un rato —exclamó el príncipe.

Cerraron aprisa la puerta. Su fuerza combinada pudo levantar a duras penas la barra transversal, pero al fin la dejaron caer en su sitio detrás de la doble puerta.

—Esto entretendrá a cualquiera, incluso a los firbolg —dijo Tristán, con satisfacción.

Se volvieron en grupo en dirección a las puertas a través de las cuales entraban los rayos de sol. Al pasar junto a la masa negra del centro de la habitación, Tristán la estudió con curiosidad. Pero fue Pawldo quien adivinó primero su naturaleza.

—¡Mi príncipe! —gritó, mostrando lo que parecía ser una piedra negra—. ¡No es más que carbón!

Tristán pensó que el descubrimiento era interesante, pero de escaso valor práctico, y prosiguió su camino hacia las puertas del otro lado de la cámara. En cambio, Keren se detuvo al instante y pareció sumirse en honda reflexión.

—¡Cierto! —exclamó por fin el bardo, chascando los dedos—. ¡Rápido! ¡Ayudadme a transportar esos bancos de madera! Y aquellos útiles de allí; que alguien agarre los que tienen el mango de madera. ¡Deprisa! ¡No hay tiempo que perder!

—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó Tristán, volviéndose.

—¡Podemos destruir esta fortaleza!

Tristán comprendió enseguida el plan de Keren. Tropezó con unas tablas sueltas en un rincón de la habitación y las arrojó contra el gran montón de carbón. Bancos y herramientas y varias antorchas apagadas que encontraron en las paredes sirvieron para aumentar el volumen de aquel montón.

Mientras trabajaban, oyeron un fuerte golpe contra la puerta. Una y otra vez, aquel ruido resonó en la cámara, y Tristán creyó que oía el chasquido de un gozne, mientras el travesano de la puerta amenazaba poco a poco con ceder. El gran unicornio se apoyó con todas sus fuerzas en aquélla, sosteniéndola contra la presión de los firbolg.

Pero ahora el montón estaba ya dispuesto. Daryth, Tristán y Pawldo llevaban unos pedernales; se arrodillaron y proyectaron chispas sobre las astillas que habían cortado de las gruesas tablas. La puerta crujió ruidosamente, casi abriéndose, cuando empezaban a arder las astillas. Pronto, lenguas de llamas lamieron las tablas que habían sido untadas con aceite, al parecer para conservarlas. Ahora permitía acelerar su destrucción.

Mientras tanto, Robyn, Keren y Finellen corrieron a la doble puerta que conducía al exterior y aunaron sus fuerzas para levantar la enorme tranca.

Detras de ellos las tres hogueras ya empezaban a arder y crepitar. Caían chispas sobre el carbón, pero todos sabían que se necesitaría mucho calor para encender el carbón. La puerta crujía de un modo alarmante, pero la gran tranca seguía resistiendo.

—Salgamos de aquí —gritó el príncipe, mientras asfixiantes nubes de humo empezaban a llenar la cámara.

El fuego parecía peligrosamente fuera de control. Tosiendo, los compañeros se dirigieron a la puerta de salida. Brotaban lágrimas de sus ojos, irritados por el humo. Las nubes se hacían más y más espesas. El gran unicornio encabezaba la marcha, y Tristán comprendió que los firbolg no tardarían en derribar las puertas.

Keren abrió las pesadas hojas y todos salieron a la luz del sol y al aire fresco. Una humareda negra brotó a través de la puerta, pero pasó por encima de sus cabezas y se dispersó en la brisa.

—¡Lo hemos conseguido! —gritó Robyn.

—No tan deprisa, querida —gruñó Finellen, señalando hacia adelante.

Entre el bosque y el templo, plantados justo frente a ellos, había una veintena de firbolg. Estaban colocados en formación de combate, y la mantuvieron míentras iniciaban el avance.

El humo seguía brotando de la puerta a su espalda y las paredes grises de la fortaleza se extendían a ambos lados. Estaban atrapados.

El enemigo estaba ahora muy cerca.

Las frescas y grises aguas del mar de Moonshae ondularon alrededor del gran cuerpo del Leviatdn mientras este avanzaba con resolución.

El agua estaba tan contaminada que ofendía los sentidos de la poderosa criatura, hija de la Madre Tierra. El Leviatán había matado muchas veces, pero nunca había buscado a sus víctimas con tanta determinación.

Emergió del estrecho y su forma serpentina se deslizó entre las grandes olas del resguardado mar. Un cielo gris amenazaba en lo alto y muchas débiles ráfagas de
niebla y de lluvia se extendían a lo largo del horizonte

Se volvió ligeramente al sentir que su presa estaba en alguna parte a la izquierda. Pronto aparecieron muchas formas largas y estrechas, que surcaban la superficié del mar como pequeñas chinches de agua. La contaminación del agua se hizo tan fuerte que la poderosa criatura se atragantó con su propia bilis y su furor se multiplicó.

Abrió las grandes mandíbulas antes de asomar su cabeza a la superficie y se impulsó fuera del agua con ayuda de su poderosa cola, provocando una rociada de espuma. Se elevó mas y más y, entonces, cerró las terribles mandíbulas.

Sintió el sabor de la madera y de la sangre. Trozos astillados de la estrecha forma saltaron a ambos lados pero el grueso quedó dentro de aquella terrible boca. La criatura volvió a caer sobre la superficie y después se hundió, llevando la informe masa de madera y de hombres a una tumba permanente. Por último abrió las fauces, dejando que los restos flotasen libremente.

Volviendo a la superficie, empezó a elevarse de nuevo. Todavía había mucho por matar.

10 La huida

Los monstruos se desplegaron en línea y avanzaron para el combate. Esgrimían una serie de armas mortíferas: espadas, cachiporras claveteadas y largas hachas de guerra. Pero la más eficaz era su propio tamaño y la inexorabilidad de su marcha contra Tristán y sus compañeros.

El fuego rugía detrás de ellos, vomitando humo por la doble puerta.

—¿Alguna idea? —preguntó el príncipe, sin mucho entusiasmo.

—Yo no tengo ninguna —respondió Daryth, mirando con el entrecejo fruncido a los monstruos.

Era evidente que este último grupo de firbolg había sido apostado allí para vigilar la salida de la fortaleza. Parecían no ser tan estúpidos o indisciplinados como los otros. Un firbolg como un toro, de alta y abultada frente y con una horrible cicatriz roja en la mejilla, llevaba el mando y dirigía el ataque.

Keren lanzó una flecha con su poderoso arco, que fue a clavarse en el muslo de uno de los firbolg, haciéndolo caer al suelo. La segunda flecha del bardo quedó fuertemente clavada en el hombro del jefe firbolg, pero la criatura no prestó ninguna atención a la herida. Pawldo disparó también, pero sus flechas parecían poco más que alfileres para los corpulentos atacantes.

Robyn estaba detrás del soberbio unicornio, extrañamente tranquila. Tristán vio que Finellen acariciaba su daga y empezaba a avanzar. Sin embargo, sus probilidades de triunfar en la lucha parecían muy escasas hasta que, de pronto, algo resplandeció en el campo delante de ellos.

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