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Authors: Mario Escobar Golderos

Tags: #Aventuras, Histórico, #Aventuras, Histórico, Intriga

El secreto de los Assassini (20 page)

BOOK: El secreto de los Assassini
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Nikos miró malhumorado a su amigo. Llevaba un día entero sin comer ni dormir intentando descifrar la inscripción, pensó que lo menos que podía hacer esa gente era escuchar con atención sus explicaciones.

—La colección más amplia de tablillas en lineal A que hemos encontrado proviene del palacio minoico de Hagia Triada, muy cerca de Faistos, al sur de la isla de Creta. Pero se han encontrado tablillas diseminadas por el resto de la isla, por lo que podemos concluir que este sistema de escritura era general en Creta con fines mercantiles. Un idioma comercial.

—¿Una forma de apuntar mercancías? —preguntó Alicia.

—Podríamos denominarlo así, por eso me extrañó que la inscripción estuviera en un objeto sagrado. Eso nos decía que la escritura lineal A también se desarrolló en otro tipo de contextos. La segunda cosa que me sorprendió es que lo encontraran en Egipto. Se han hallado algunas inscripciones en Grecia continental y en zonas más alejadas de Europa y Asia Menor, por lo que podemos concluir que la escritura lineal A fue el sistema de escritura de la civilización minoica de Creta y sus posesiones en ultramar. No simplemente una forma de hacer listas de mercancías.

—¿Qué importancia tiene todo eso? —preguntó Lincoln.

—Tiene mucha importancia, para descifrar un texto, debemos saber antes de qué trata. No es igual una inscripción en la que se pone una lista de mercancías, que una tabla con leyes o ritos religiosos —contestó Nikos, animado al ver el interés creciente del grupo.

—Y, ¿qué ha concluido? —preguntó Hércules.

—Debido al soporte y a las primeras palabras que descifré me di cuenta enseguida de que era un texto ritual o sagrado. La relación entre la lineal A y la lineal B es muy cercana. Muchos de los signos son identificables con los equivalentes en lineal B, aunque algunos son desconocidos para este último, y hay signos en lineal B que no tienen un claro antepasado en lineal A. Los ideogramas también son muy similares y eso nos ayuda a hacernos una idea del significado de las tablillas en lineal A. Además, el sistema numérico es el mismo, aunque menos arreglado formalmente. La lineal A es más primitiva, menos cuidada.

—Más tosca —apuntó Garstang.

—Sí, eso. Bueno, iré al grano. El único caso que se conocía como este era el de las estatuillas encontradas en el sur de Fenicia y en Ugarit. Uno de ellos es una inscripción grabada en un ídolo femenino de barro que porta la doble hacha entre los pechos. Procede de monte Morrone, en el lado italiano del mar Adriático, y se calcula que es de 1800 a 1600 antes de Cristo. Comparé las dos inscripciones y tenían símbolos parecidos. La inscripción va de izquierda a derecha y se trata de una ofrenda del adorador a la diosa del mar Ya-mu. La intencionalidad de la ofrenda hecha por un marino es aplacar a la diosa, para que lo cuide en su viaje. El texto que me dieron también tenía forma de advocación, pero en este caso era al dios Amón. Un dios egipcio, pero no debemos de olvidar que la cultura cretense tuvo muchos contactos con la egipcia, algunos han afirmado que, en realidad, no se trata más que de una rama más de esta. Las siguientes palabras no fueron tan sencillas: inmortal, vida, carne, sacrificio...

—¿Cuál es la traducción exacta? —preguntó, impaciente, Hércules.

Nikos lo miró de reojo, leyó la hoja y se dispuso a pronunciar el texto, y lo hubiera hecho de no ser por las balas que comenzaron a silbar a su alrededor, que les obligaron a agacharse y correr hacia el Partenón para ponerse a cubierto.

50

Acrópolis de Atenas, 16 de enero de 1915

Cuando se pusieron a cubierto pudieron observar los tres puntos desde donde les disparaban. No podían saber de cuántos hombres se trataba, pero el número no podía ser menor de tres y, por la continuidad de fuego, parecían media docena de tiradores.

Hércules y sus amigos no respondieron al fuego. Tan solo llevaban tres pistolas con unas dieciocho balas en total y, desde aquella distancia, les hubiera sido imposible acertar en el blanco.

—¿Qué vamos a hacer, Hércules? —preguntó Lincoln empuñando su pistola.

—No lo sé. Ellos son más, están mejor armados y no tenemos ninguna oportunidad. Lo mejor será que negociemos y nos rindamos.

—Pero si nos rendimos ¿quién nos garantiza que después no acaban con nosotros de todas formas? —preguntó Lincoln, mientras las balas seguían silbando sobre su cabeza.

—Al-Mundhir querrá probar el rubí sobre alguien. Yamile es su candidata perfecta. Puede devolverle la vida, aunque luego termine con ella y con todos nosotros —dijo Hércules—. Por lo menos ganaremos algo de tiempo.

Lincoln levantó un pañuelo blanco y los disparos se detuvieron por completo. Hércules se puso en pie y gritó:

—¡Nos rendimos con la condición de que utilice el ritual con Yamile y nos deje marchar en paz!

Un silencio total invadió la explanada. Un hombre con bigote y vestido de occidental se levantó. Al principio no lo reconocieron. Al-Mundhir no llevaba sus ropas árabes ni su larga barba.

—¡Si se rinden, no les haremos nada!

—¿Usará el ritual con Yamile? —preguntó Hércules.

Un nuevo silencio y después la voz seca del árabe.

—¡Estoy de acuerdo! Suelten las armas.

Alicia y Lincoln miraron a Hércules, este les hizo un gesto afirmativo y lanzó su arma a tierra. Lincoln y Alicia le imitaron. Seis hombres armados se dirigieron lentamente hacia ellos.

—Pero ¿qué hacen? Nos matarán a todos —dijo Garstang.

—No nos queda más remedio. Es inútil resistirse. Por favor, Nikos, ¿puede entregarme el texto? —dijo Hércules.

Nikos cortó una de las hojas de la libreta y se la entregó. Los
assassini
llegaron hasta ellos y sin dejar de apuntarles los rodearon por completo.

—¿Puede decirle a sus hombres que dejen de apuntarnos?

Al-Mundhir lo miró con desconfianza, pero al final hizo un gesto con la mano y todos bajaron las armas. El árabe extendió la mano, pero Hércules se negó a darle el papel.

—No olvide que me ha dado su palabra. Júrelo por Alá.

—¿Está loco?

Hércules arrugó el papel y se lo metió en la boca.

—Quieto, se lo juro...

Volvió a sacarse el papel y se lo extendió a Al-Mundhir. Este lo miró y se lo devolvió enfurecido.

—No sé leer griego.

Nikos dio un paso al frente y cogió el papel de la mano de Hércules.

—Yo lo leeré.

—No, espere. Hay que seguir un ritual. No podemos hacerlo aquí. Será mejor que nos acompañen —dijo el árabe.

Se encaminaron hacia la gran escalinata. Alicia, Lincoln, Garstang y Nikos iban primero. Justo detrás iba Yamile, que se apoyaba en Hércules. A los lados y cerrando el grupo se encontraban los seis
assassini.

Apenas habían comenzado a bajar la escalinata cuando un grupo de soldados británicos comenzó a ascender a toda prisa y a extenderse por los lados. Hércules y sus amigos se arrojaron al suelo y comenzó el fuego cruzado. Tres de los
assassini
cayeron de inmediato. Al-Mundhir y los otros dos comenzaron a correr. Los soldados británicos los pasaron y comenzaron a perseguir a los fugitivos. Hércules y Lincoln cogieron las armas de los
assassini
muertos y los siguieron.

Unos minutos más tarde regresaron con un
assassini
vivo.

—Al-Mundhir ha escapado —dijo Hércules, entre jadeos.

—Eso es terrible —comentó el profesor Garstang—. Se ha llevado la joya y la trascripción.

—Eso es lo que él cree —dijo Hércules enseñando la libreta—. Arranqué una hoja al azar. Tuvimos suerte de que no supiera griego.

—Muy inteligente por su parte —dijo, aliviado, Garstang.

—Su idea de involucrar al ejército británico tampoco estuvo mal, pero por lo menos nos podía haber avisado —se quejó Alicia.

—Bueno, sus contactos con el alto mando facilitaron mucho las cosas —dijo Garstang.

—Hace tiempo que conocemos al primer lord del Almirantazgo, Winston Churchill es un viejo amigo —dijo Hércules.

—¿Cómo encontraremos la joya? —preguntó Yamile con voz débil.

—Interrogaremos a este tipo, lo encontraremos en Atenas y recuperaremos la joya —respondió Hércules, pero él desconocía que las cosas estaban a punto de complicarse.

Cuarta parte
Los cimientos del mundo

51

Estambul, 16 de enero de 1915

El sultán se encontraba agotado. Sus grandes ojos achinados estaban ojerosos y apagados. Normalmente no concedía audiencias por la tarde, pero los jóvenes oficiales que dominaban ahora la política no aceptaban un no por respuesta. El más tenaz y persistente, por no decir el más altivo y despreciativo, era Mustafa Kemal. Sabía que si dependiera de él, hacía tiempo que habría perdido el trono y hasta la vida, si bien algunos seguían viendo en él al último sultán otomano, sino, sobre todo, al nonagésimo noveno califa del islam, una figura sagrada e inviolable.

Uno de los sirvientes anunció la llegada del general, y Mehmed V intentó poner su más amplia sonrisa. Mustafa Kemal entró golpeando sus botas sobre el suelo de mármol, lo miró con el ceño fruncido y, sin descubrirse, le dijo:

—Sultán, tenemos que actuar lo más rápido posible. Un espía armenio nos ha informado de que los británicos van a atacar por el sur, por la península de Gallípoli, su intención es atacar Estambul.

Mehmed V no pudo evitar la expresión de miedo en su mirada. Si los británicos llegaban a Estambul, su cabeza sería la primera en caer.

—¿Cómo lo sabe?

—Era un agente británico que hemos interceptado. Ahora ha llevado un mensaje falso a los ingleses, pero si no reforzamos rápido ese frente, no podremos resistir.

—Enfrentarnos a los ingleses es una locura. Nuestros ejércitos se batirán en retirada —dijo el sultán, temeroso.

—Hemos vencido a los rusos en el Cáucaso.

—Es cierto, general, pero eso fue hace meses. Ahora nuestro ejército retrocede frente a los rusos.

—Nuestras tropas están a punto de cerrar el canal de Suez y de atacar Egipto.

—No será tan fácil, y menos si ahora hay que enviar tropas a Gallípoli.

—Sultán, la cobardía es nuestra peor enemiga.

—No, general. Nuestra peor enemiga es la imprudencia.

Mustafa Kemal miró fijamente a los ojos del Mehmed V e hincando su dedo índice en el pecho le dijo:

—¿No es usted el califa, la cabeza de la
umma?

—Alá es poderoso, pero solo podemos vencer con la astucia.

—Pues sea astuto y firme la orden de envío de refuerzos a Gallípoli.

Mustafa le extendió la orden y el sultán la recogió con mano temblorosa. Tomó una de las estilográficas de la mesa y garabateó su nombre.

—Le prometo que no se arrepentirá.

—Por favor, ¿puede dejarme solo?

Mustafa Kemal tomó el papel, lo ojeó y se dirigió hacia la salida.

—General, ¿qué pretenden hacer con los armenios?

—Eso no me incumbe. Yo soy un militar, pregúntele al Gobierno.

—Pero ¿quién ha dado la orden de que los reagrupen?

—Han sido los tres pachás.
[27]

El sultán apoyó la cara en su mano. Desde hacía tiempo era una marioneta en manos del Ejército. Su viejo corazón no lo resistiría mucho, que Alá se apiadara de su alma.

52

Alejandría, 16 de enero de 1915

El cable de Salónica no dejaba lugar a dudas. El informador armenio había confirmado la vulnerabilidad de Gallípoli y solo quedaba dar luz verde al plan. Churchill se levantó en medio de la reunión y, apoyándose sobre la mesa, comenzó a hablar.

—Caballeros, la historia nos brinda una ocasión única. Si conquistamos Estambul y conseguimos una victoria rápida sobre los turcos, podremos reforzar el frente ruso. Los Estados neutrales de Rumania, Bulgaria, Grecia e Italia perderían el miedo a los austriacos y, con las pertinentes promesas territoriales, se unirían a nosotros en el avance hacia Viena. En menos de seis meses la guerra habrá concluido.

—Pero ¿qué sucederá si no conquistamos Gallípoli? —preguntó uno de los oficiales.

—¿Qué ocurrirá? Recuérdenme, a partir de ahora, que fusile a cualquier oficial que dude de nuestra victoria —dijo, en tono jocoso, Churchill.

Todo el alto mando estalló en una carcajada.

—Los turcos tienen sus fuerzas divididas. Dejmel Pachá está en el canal de Suez, con la pretensión de conquistar Egipto; Enver Pachá ha recibido una buena tunda en Armenia y el Cáucaso, cuando la rebelión armenia triunfe en el frente, los problemas turcos aumentarán.

—Pero Gallípoli lo defiende el V Ejército, dicen que es uno de los mejores del ejército turco —respondió un oficial.

—El mejor ejército de los turcos es como la peor de nuestras infanterías hindúes. No se preocupe, hasta los buenos de los canguros podrán derrotar a esos soldaditos infieles —contestó, altivo, Churchill.

—Pero están dirigidos por Liman Otto von Sanders —contestó el oficial.

—No tengo miedo a un alemán. Un hombre solo no puede cambiar nuestra suerte.

Churchill levantó la barbilla y sus saltones ojos azules miraron a los oficiales. Aquel era su plan, no importaba lo que se pusiera en contra. Él terminaría con el conflicto y volvería como un héroe a casa. Aquella era su guerra y no iba a dejarla escapar.

53

Atenas, 16 de enero de 1915

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