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Authors: Mike Lee Dan Abnett

El señor de la destrucción (42 page)

BOOK: El señor de la destrucción
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Mientras trabajaban, Malus vio que una figura que llevaba oscuro ropón y brillante armadura se acercaba al borde de la plaza. No se trataba de ningún hombre bestia ni de un corpulento bárbaro. Malus reconoció de inmediato los imponentes andares de su media hermana.

Se volvió a mirar a los artilleros druchii que tenía cerca.

—¿Podéis darles a esos bastardos desde aquí?

Uno de los guerreros negó con la cabeza.

—En absoluto.

—¿Y si usáis aliento de dragón?

El artillero soltó un bufido asqueado.

—Se nos ha acabado. Un condenado oficial vino y se lo llevó todo durante el último ataque.

Nagaira avanzó grácilmente hasta el centro del sigilo en expansión, acompañada por un par de corpulentos minotauros que llevaban sujeto a otro prisionero druchii. La desgraciada figura había sufrido las atenciones de las torturas de Nagaira mucho más que los otros prisioneros. La pálida piel estaba cubierta de profundas heridas y marcas de hierros al rojo que le cubrían casi cada centímetro de piel visible, y llevaba los brazos atados con cadenas de latón. La cabeza del prisionero se alzó al oír el sonido de los tambores, e incluso desde esa gran distancia Malus reconoció la cara del druchii.

—¡Madre de la Noche! —exclamó—. ¡Ese es el señor Meiron!

Con un atronador toque de tambores, el sigilo quedó acabado. Un millar de hombres bestia echó atrás la cabeza y le rugió al agitado cielo. Nagaira extendió los brazos y gritó una serie de palabras guturales en un idioma inmundo que hizo que los prisioneros reunidos se retorcieran de miedo y dolor. De la bruja irradiaron invisibles ondas de poder que distorsionaron el aire que la rodeaba.

Algo del encantamiento molestó a Tz'arkan, e hizo que se tensara amenazadoramente bajo la piel de Malus.

—La pequeña perra ha olvidado a quién le debe verdadera lealtad —siseó el demonio.

Antes de que Malus pudiera preguntarse qué quería decir Tz'arkan, la salmodia de Nagaira alcanzó un
crescendo
. Destelló el rayo, y un trueno desgarró el cielo como el puñetazo de un dios airado. Los hombres bestia alzaron sus hachas como si fueran una sola, con un grito furioso, y atacaron a los indefensos prisioneros, a los que cortaron en pedazos en medio de una orgía de muerte.

Una ardiente luz ascendió como una explosión de las líneas de sangre trazadas sobre la piedra. El señor Meiron se tensó y luego gritó. El aire que rodeaba al druchii se tornó borroso, y su cuerpo destrozado comenzó a hincharse. Malus sintió que se le helaba la sangre.

—¡Bendita Madre de la Noche! —susurró con voz cargada de pavor.

Hauclir se volvió a mirar a Malus con expresión asustada.

—¿Qué quieres que hagamos, mi señor? —preguntó.

—¡Corred! —dijo el noble—. ¡Corred!

En la plaza, el cuerpo de Meiron continuaba expandiéndose. El noble tenía la espalda arqueada de dolor, y sus músculos se hincharon hasta rasgar la piel como si fuera una salchicha demasiado asada, para dejar a la vista la brillante carne de debajo. La cara de Meiron cayó del goteante cráneo, que gritaba, y un largo par de extremidades nuevas se alzaron como espadas de la espalda del noble. Mientras Malus observaba, esas extremidades se desplegaron para transformarse en un par de lustrosas alas correosas.

El demonio continuó creciendo, envuelto en la hirviente sangre de los cientos de víctimas de sacrificio que acababan de asesinar en la plaza. Luz y calor cuajaron en torno a las manos de la infernal criatura para adoptar la forma de una larga, brillante hacha y un aterrador azote provisto de garfios.

Mucho más alto que los aullantes hombres bestia que había en la plaza, el demonio manchado de sangre levantó su distendido cráneo y les rugió de forma desafiante a los defensores de la Torre Negra.

Los druchii de los lanzadores de virotes gritaron de terror, y varios de ellos corrieron hacia la escalera, pisándoles los talones a los mercenarios, que también huían. Malus observó a Hauclir y los degolladores que comenzaban a descender por la escalera de caracol, y supo que no llegarían vivos al suelo a menos que se hiciera algo para mantener al demonio a distancia.

Se volvió hacia el gigantesco enemigo y lo miró a los ojos color latón, al mismo tiempo que alzaba sus espadas gemelas a modo de desafío. Tz'arkan retrocedió dentro del pecho de Malus e hizo que un espasmo de dolor atenazara el corazón del noble.

—¿Qué estás haciendo, Darkblade? —gruñó el demonio.

—¿Acaso no quieres que Nagaira vea lo erróneos que son sus actos? —preguntó Malus.

El demonio empapado en sangre desplegó las alas y saltó hacia el cielo con un rugido sediento de sangre. Malus echó atrás la cabeza y rió como un condenado en el momento en que el negro vigor de Tz'arkan corrió por sus venas.

En torno a Malus resonaban órdenes frenéticas mientras los druchii que aún quedaban junto a los lanzadores de virotes forcejeaban con las pesadas armas para hacerlas girar y apuntar al terror alado. El demonio parecía llenar el cielo ante ellos, con los ojos de latón y los curvos colmillos brillando en la pálida luz. Los gruesos cables tensos restallaron, y cuatro virotes salieron disparados hacia el cielo. Uno erró por menos de un metro la cabeza del demonio, que descendía en picado; otro abrió un agujero limpio en el ala derecha de la criatura. Los últimos dos se clavaron de lleno en el ancho pecho del demonio, y sus puntas de hierro penetraron profundamente a través de las capas de músculo y huesos, duras como hierro.

Los impactos desestabilizaron al demonio a medio vuelo. Bramando de cólera, se estrelló contra el borde de las almenas del cuerpo de guardia, donde hizo pedacitos los merlones de piedra y dejó una red de rajaduras a lo largo del grueso terrado de la edificación. Malus fue lanzado de espaldas a causa del impacto, que lo catapultó fuera del arco de barrido de la temible hacha del demonio. El tajo destinado a él silbó al hender el aire y redujo a astillas un lanzador de virotes; la sangre y los trozos de los cuerpos de los tres artilleros que manejaban el arma se dispersaron en un amplio arco a causa del impacto. Gruñendo, el demonio golpeó con el azote provisto de garfios un lanzador de virotes que estaba situado a su izquierda, y envolvió el arma y a dos de sus artilleros en una red de enredados cables. La madera crujió y el metal rechinó cuando el demonio usó el azote para izar su enorme corpachón hasta las almenas. Los gritos de los artilleros atrapados se apagaron al tensarse las correas con garfios y convertirlos en pulpa de carne y hueso.

Malus lanzó un rugido bestial y se puso en pie de un salto, para luego volar como una flecha hacia el demonio del hacha. Con el poder de Tz'arkan ardiendo en sus extremidades, el noble se convirtió en un borrón de negra armadura y acero afilado. Atravesó el rechinante terrado en un abrir y cerrar de ojos, avanzó a toda velocidad hasta quedar al alcance de las armas del demonio y dirigió tajos feroces al brazo con que éste sujetaba el hacha. Las afiladas hojas resonaron al rebotar en músculos y huesos duros como el hierro, y entonces Malus sintió en la cara el caliente aliento fétido del demonio cuando éste le lanzó una dentellada con sus poderosas fauces.

Malus percibió el ataque e intentó apartarse a un lado en el último momento, así que el demonio, en lugar de cercenarle el brazo derecho, cerró las fauces sobre la armadura de su hombro. Los colmillos no pudieron atravesar la hechizada coraza, pero el noble gritó de dolor cuando las placas metálicas, al aplastarse, le descoyuntaron el brazo y le partieron la clavícula como si fuera una rama seca. El demonio lo levantó del suelo y volvió a apretar los dientes con fuerza, machacando los huesos rotos entre sí dentro del pecho de Malus, para luego arrojarlo a un lado como habría hecho un sabueso con una rata. Cayó con fuerza sobre el terrado de piedra, otra vez gritando de dolor, y resbaló más de tres metros hasta detenerse cerca de uno de los dos últimos lanzadores de virotes, situado al otro lado del tejado del cuerpo de guardia.

Cuando aún estaba frenando, el demonio ya avanzaba hacia él. Los músculos se contrajeron espasmódicamente y se flexionaron por su propia cuenta para arrastrar el brazo descoyuntado hasta la articulación y encajarlo en su sitio con un crujido de tendones y huesos. Malus gritó y se debatió, con los ojos desorbitados de dolor, pero la terrible voluntad de Tz'arkan le impidió perder el conocimiento. La lunática mirada del noble se posó sobre los dos artilleros del lanzador de virotes, que se encontraban a pocos metros de distancia, encogidos de terror tras el arma.

—¡Disparad... le! —les gruñó, con labios manchados de sangre.

Los druchii de ojos desorbitados le echaron una mirada a Malus, y saltaron a la acción. Se pusieron a hacer girar fervientemente las manivelas que tensaban el arco de acero del arma.

El demonio se irguió en toda su estatura y arrancó el ensangrentado azote del destrozado lanzador de virotes en medio de una lluvia de astillas de madera y esquirlas de acero. Al otro lado del cuerpo de guardia, los artilleros supervivientes del último equipo perdieron el valor y huyeron para salvar la vida, pero sus gritos captaron la atención del demonio alado. Acometió a los druchii fugitivos, cortando a uno por la mitad con un barrido de hacha y atrapando al otro en las colas con garfios de su látigo. El demonio se volvió hacia Malus y agitó el azote, de modo que el artillero salió despedido por los aires, dando volteretas y gritando. El druchii que pataleaba erró por poco más de un metro el último lanzador de virotes, antes de precipitarse hacia la oscuridad del otro lado del cuerpo de guardia.

Con un doble chasquido sonoro, el cable del lanzador de virotes encajó en su sitio y quedó preparado para disparar. Los artilleros corrieron a cargar un virote en el canal de disparo justo cuando el terrado del cuerpo de guardia temblaba bajo los pesados pasos del demonio. Malus apretó los dientes y volvió a levantarse de un salto; flexionó el brazo derecho para recuperar la sensibilidad, y luego corrió a enfrentarse con el demonio, que ya cargaba.

Previo el golpe del látigo del demonio y se agachó para pasar por debajo de las sibilantes colas, y después se desvió a la derecha y clavó la punta de ambas espadas en el muslo izquierdo del monstruo. Las hojas penetraron profundamente e hicieron salir jirones de humo negro de la carne manchada de sangre. Rugiendo coléricamente, el demonio alado se detuvo y giró al mismo tiempo que acometía a Malus con el hacha. A pesar de lo veloz que era el noble, no pudo moverse lo bastante deprisa como para evitar el golpe de soslayo en el pecho, que le partió costillas y lo arrojó hacia un lado como si fuera un juguete.

Cuando Malus daba volteretas una vez más por el terrado del cuerpo de guardia, el último lanzador de virotes fue disparado, y otro proyectil con punta de hierro se clavó en el abdomen de demonio. El monstruo se tambaleó a causa del golpe, y luego atacó el arma y a los artilleros con el azote. Ambos druchii quedaron hechos pedazos tras el paso de las colas provistas de garfios, y el propio lanzador de virotes fue arrancado de la montura.

Enseñando los dientes con una sonrisa feroz, el demonio se volvió para encararse con Malus, pero el noble ya estaba otra vez de pie, alimentado por la cólera y el dolor mientras la voluntad de Tz'arkan volvía a colocarle en su sitio las costillas partidas.

Malus se agachó para evitar un barrido del hacha del demonio, y después acometió con una de sus espadas y abrió un largo tajo de bordes dentados a lo largo del musculoso brazo del monstruo. Gruñendo como un lobo, esquivó ágilmente el golpe de retorno del enemigo..., y entonces las colas provistas de garfios del látigo se enroscaron apretadamente en torno a sus piernas.

Fue derribado bruscamente e impactó con fuerza contra la dura piedra. Sólo el poder de Tz'arkan le permitió rodar hacia un lado justo cuando el hacha del demonio caía junto a él. La piedra se rajó, y una enorme sección del terrado del cuerpo de guardia se derrumbó en medio de una lluvia de polvo y escombros, lo que precipitó a Malus y al demonio hacia debajo.

Malus cayó con fuerza sobre las piedras derrumbadas y rodó contra un costado del pecho del demonio. Antes de que el monstruo pudiera reaccionar, alzó la espada de la mano izquierda y la clavó con toda su fuerza en el hombro del demonio, donde la hundió hasta la empuñadura. Rugiendo de furia, el demonio intentó apartar a Malus tirando del látigo, pero el noble se sujetó con toda su alma y clavó la otra espada en la musculosa garganta del enemigo.

Con un rugido furioso, el demonio desplegó las alas, y de repente salió de sus muchas heridas más humo negro. Del cuerpo del demonio irradiaba tanto calor como de una forja llena de brasas. Gritando de frustrada cólera, el demonio saltó hacia el cielo, donde estalló con una detonación de trueno y un destello de rayo.

Malus fue lanzado por el aire, dando volteretas, golpeó contra el roto borde del terrado y rebotó a lo largo de él. El noble se detuvo con un fuerte golpe contra la línea de almenas que miraba hacia el complejo interior de la ciudadela, con la piel chamuscada y un pitido en los oídos a causa de la explosión. Sus espadas habían desaparecido; se habían perdido al ser desterrado el demonio. Reuniendo todo su valor y confiando en el poder de Tz'arkan, se puso de pie y saltó sobre las almenas, para lanzarse como un halcón que desciende en picado hacia el pavimento situado dieciocho metros más abajo. Cayó con la fuerza suficiente como para rajar las piedras del suelo, pero su cuerpo absorbió el impacto con una resistencia sobrenatural.

Resultaba difícil no sonreír. Por terribles que fueran los dones de Tz'arkan, a veces podían resultar regocijantes.

Aullidos guturales estremecían el aire a lo largo de las almenas de la muralla interior. Quizá el demonio de Nagaira había perdido el combate, pero también había puesto en fuga a los defensores druchii, y ahora la horda del Caos se había apoderado, por fin, de la muralla interior. Ya descendían por las largas rampas hacia el propio patio del recinto, en persecución de los lanceros druchii que se batían en retirada. Gruñendo como un lobo, Malus se puso de pie y salió corriendo hacia la oscuridad. El asedio estaba llegando a un punto crítico, y dentro de la Torre Negra el Rey Brujo se preparaba para mover pieza.

23. El Señor de la Destrucción

Dentro de las murallas de la fortaleza interior, el aire reverberaba con alaridos de terror y los bramidos guturales de los muertos vivientes. Los patios estaban llenos de druchii en estado de pánico que corrían hacia la seguridad de la Torre Negra. Soldados con las manos vacías tras haber arrojado las lanzas a un lado pasaban unos por encima de otros y tropezaban por el adoquinado en la carrera para salvar la vida. Artesanos, aprendices, sirvientes y esclavos también huían con ellos. Como animales enloquecidos por el miedo, se volvían unos contra otros en su frenesí por escapar. Malus vio que algunos soldados desenvainaban las espadas cortas y atacaban a todo el que se interponía en su camino. Un druchii que llevaba un mandil de herrero cayó con un alarido, manoteándose una herida sangrante que tenía en la espalda; su aprendiz se volvió y, con un pesado mazo, le hizo saltar los sesos a un lancero; los compañeros de éste quedaron salpicados por una fuente de sangre. El noble llegó hasta un oficial de regimiento que yacía boca abajo sobre los adoquines, mientras se formaba un charco con la oscura sangre que le manaba por la garganta cortada. Una espada de pomo enjoyado descansaba en su mano inerte, y debajo del cuerpo había un montón de monedas de oro caídas de la bolsa desgarrada. Era una riqueza superior a la que veían la mayoría de los druchii plebeyos en toda su vida, pero nadie dedicaba una segunda mirada al dinero.

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