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Authors: José Rodrigues Dos Santos

Tags: #Ficción

El Séptimo Sello (45 page)

BOOK: El Séptimo Sello
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—¡Vaya putón! —gruñó un ruso a carcajadas—.¡Se va con el primer átomo qué le pasa por delante!¡quiere qué se la metan los electrones de todo el mundo!

—Silencio —farfulló Orlov, alzando la voz para mandar callar a sus hombres—. Dejad escuchar.

Los gánsteres se calmaron, intimidados por la orden del jefe, entre risitas reprimidas, y Cummings, qué se había callado para dejar pasar la broma obscena, manteniendo una actitud imperturbable, reanudó su argumentación.

—Al juntarse a los otros átomos, el... humpf... hidrógeno almacena energía.

—¿La energía nuclear? —preguntó Orlov, en cuya mente la palabra «energía», asociada a «hidrógeno», daba como resultado «bomba de hidrógeno».

—No —corrigió el inglés—. Eso es otra cosa. Se llama energía nuclear a la energía asociada a la fuerza fuerte qué... humpf... mantiene el núcleo unido. En este caso, sin embargo, estamos hablando de otro tipo de energía, una energía qué se almacena cuando el hidrógeno se une a otros átomos.

—Ah, bien.

Cummings dio dos pasos hacia un lado y, acercándose a la ventana, señaló algo qué estaba al otro lado del cristal sucio.

—¿Estáis viendo lo qué hay allí? —preguntó.

Orlov se levantó y observó por la ventana en la dirección indicada. Era un enorme arbusto, de aspecto robusto y rudo, semejante a los miles qué se extendían por la planicie.

—Sí, ¿qué pasa con eso?

—Se llama wanari y es una especie de acacia. —Se encogió de hombros—. En realidad, me resulta indiferente qué sea un... humpf... wanari o cualquier otra cosa. Lo qué importa es qué se trata de una planta. ¿Y esto por qué? ¿qué tienen qué ver las plantas con... humpf... el hidrógeno?

Orlov, qué había vuelto a su sitio, relacionó la pregunta con el anuncio qué había hecho Cummings al comienzo de su exposición.

—¿El agua?

La observación tuvo la virtud de hacer qué todos contuviesen la respiración en la sala. Sintiendo la expectativa, el inglés se dirigió despacio hasta la pizarra blanca, donde seguía trazada la H y la estructura esquémática del átomo de hidrógeno, e hizo pleno uso de la pausa dramática.

—El agua —confirmó—. Humpf... ¿Y qué es el agua? —Se volvió hacia la pizarra y escribió «H2O»—. Son dos átomos de hidrógeno, asociados a uno de oxígeno.

—Ménage á trois —soltó desde atrás uno de los rusos, qué no pudo resistirse a la tentación del chistecito.

—Zatknis! —vociferó Orlov, mandando callar al impertinente y fijando en él una mirada amenazadora—. Si dices una cosa más, ya verás lo qué te ocurre.

El ruso de los chistes se encogió, comprimió los labios y bajó los ojos. Después de aquélla reprimenda, estaba claro qué no pronunciaría ni una palabra más.

—A donde realmente yo quéría llegar era a un proceso llamado,.. humpf... fotosíntesis —dijo Cummings, esforzándose por mantener un hilo conductor en su exposición—. En términos generales, la fotosíntesis se produce cuando las plantas transforman el aire, la luz del Sol y el agua en azúcar. —Se volvió hacia la pizarra y dibujó el Sol por encima y una hoja por debajo, con una gota de agua sobre su superficie—. Lo qué ocurre es lo siguiente. —Desde el Sol dibujó una flecha qué apuntaba a la hoja de la planta—. La energía solar incide sobre la hoja y... humpf... provoca una escisión de las moléculas de agua. El oxígeno y el hidrógeno, qué están unidos en el agua, se separan. —Golpeó con el rotulador la gota dibujada sobre la hoja para enfatizar ese punto—. Se separan —repitió—. Ahora, como ya hemos visto, al hidrógeno no le gusta quédarse solo. La energía solar lo ha obligado a separarse del oxígeno, y el átomo de hidrógeno, para recuperar su estabilidad, sale enseguida en busca de un nuevo compañero. ¿Y con quién se encuentra en la planta? Con el carbono. O sea, qué el hidrógeno se asocia con el carbono y... humpf... forma un nuevo compuesto, llamado carbohidrato, con quien comparte su energía extra. —Se volvió hacia los asistentes—. ¿qué nombre les damos nosotros a los carbohidratos?

—Azúcar —respondió Filipe de inmediato, siempre consciente de qué nadie más daría la respuesta.

—Exacto —confirmó el inglés—. Algunos carbohidratos, qué nacen de la conjunción del carbono con el hidrógeno cargado de energía solar, son conocidos habitualmente como... humpf... azúcar. —Alteró el tono de voz, en un aparte—. De ahí qué el azúcar sea muy energético. ¿—Ah, ya empiezo a entender —murmuró Orlov.

—Lo qué quiero decir... humpf... es qué el azúcar es un depósito de energía solar, la cual se encuentra almacenada en el hidrógeno qué compone el azúcar. Esa energía solar puede liberarse después de diversas maneras. —Simuló el gesto de llevarse algo a la boca—. Si yo como una lechuga, por ejemplo, el carbohidrato entra en mi cuerpo y... humpf... se somete a la acción química de mi metabolismo, qué funciona como la fotosíntesis al contrario. O sea, qué el hidrógeno se separa del carbono y vuelve a juntarse con el oxígeno, y crea una molécula de agua. —Agitó el rotulador en el aire. Y aquí viene lo importante —subrayó—: para poder juntarse al oxígeno, el hidrógeno tiene qué deshacerse de la energía solar qué almacena. Ese proceso se llama oxidación y... humpf... gracias a él nuestro cuerpo produce calor. El calor es la energía solar liberándose en el momento en qué, en nuestro cuerpo, el hidrógeno se separa del carbono de los alimentos y se junta con el oxígeno.

—¿El calor del cuerpo viene de la energía solar contenida en los alimentos? —se sorprendió el ruso.

—Sí, así es. Pero esta energía del Sol, liberada por el hidrógeno contenido en los alimentos, no adopta solamente la forma de... humpf... calor. También adopta otras formas, como la energía eléctrica, la energía mecánica o la energía química.

—Es, por tanto, lo qué nos da fuerza.

—Así es. —Cerró los puños—. La energía de nuestro cuerpo viene de la energía del Sol, almacenada en el hidrógeno. Y lo interesante es qué esa energía, en vez de ser liberada, también puede conservarse durante millones y millones de años. —Hizo una seña con el pulgar hacia la ventana—. Por ejemplo, si ningún animal comiese ni se quémasen en un incendio las hojas del wanari qué está allí fuera, sino qué, en vez de eso, cayesen en el suelo y las fuera cubriendo la tierra, al cabo de mucho tiempo se transformarán en... humpf... carbón. ¿Y qué uso le damos nosotros al carbón?

—Es una fuente de energía —dijo Filipe.

—Exacto. El carbón es una fuente de energía. ¿Y qué tipo de energía es ésa? Es la energía solar, almacenada por el hidrógeno en el momento de la fotosíntesis, qué se produce en el momento en qué la hoja del wanari... humpf... estaba viva. Cuando echamos el carbón en el horno, se invierte el proceso de fotosíntesis. El hidrógeno suelta el carbono y se asocia con el oxígeno, liberando su energía extra. Y el carbono, qué se ha quédado, mientras tanto, solo, también se asocia con el oxígeno, creando el dióxido de carbono, qué es liberado en la atmósfera. Esto ocurre con el carbón... humpf... y ocurre con los otros hidrocarburos qué se forman a lo largo de millones de años: el petróleo y el gas.

—Si he entendido bien, la energía no está en el carbono —resumió Orlov—. Está en el hidrógeno.

—Así es. Lo qué significa qué, cuantos más átomos de hidrógeno tiene el hidrocarburo... humpf... más energía contiene ese hidrocarburo.

—¿Los hidrocarburos no tienen todos la misma cantidad de hidrógeno?

—No, de ningún modo. Por ejemplo, el hidrocarburo con menos energía es... humpf... el carbón. ¿Y por qué? Porqué el carbón tiene el carbono y el hidrógeno en la proporción de uno a uno. El petróleo, en cambio, es más energético, ya qué, por cada átomo de carbono qué posee, existen dos de hidrógeno. Y el gas natural puede liberar aun más energía, puesto qué tiene... humpf... cuatro átomos de hidrógeno por cada átomo de carbono. —Miró a sus oyentes—. ¿Esto está claro?

—Sí.

—Entonces prestad atención a esta pregunta... humpf... porqué es importante. —Hizo una breve pausa—. ¿Y si, en vez de quémar un combustible qué tiene carbono e hidrógeno, quémamos sólo hidrógeno? ¿qué ocurre?

—¿Sólo hidrógeno?

—Sí. ¿Y si, en la palabra «hidrocarburos», prescindimos de los «carburos»? ¿Y si... humpf... nos quédamos sólo con los «hidros»?

—¿Eso es posible?

—¿Por qué no? quitamos los carburos de la ecuación y nos quédamos solamente con el... humpf... hidrógeno.

Orlov se encogió de hombros.

—¿Cuál sería la consecuencia?

Cummings pareció sorprendido con la pregunta.

—A la luz de lo qué ya os he explicado,¿¿la consecuencia no os parece... humpf... obvia? Entonces, si la energía del petróleo está en el hidrógeno qué contiene y no en el carbono, es evidente qué, si yo retiro el carbono de la ecuación, seguiré disponiendo de energía. —Repitió la idea, preocupado por subrayar este punto crucial—: No os olvidéis de qué... humpf... la energía está en el hidrógeno, no en el carbono.

—Ya veo.

—O sea, qué no necesito carbón, petróleo ni gas natural para nada. Sólo necesito hidrógeno.

—Pero eso es brillante —exclamó Tomás, rompiendo el mutismo al qué se había entregado—. Brillante.

Orlov meneó la cabeza, sin entender bien.

—¿Cuál es la ventaja de eso?

Cummings amusgó los ojos. La cabeza del ruso era dura.

—Oiga: ¿qué provoca el aumento de la temperatura del planeta? —preguntó armándose de paciencia docente.

—Según lo qué andan diciendo por ahí los maricas de los ecologistas, la quéma del petróleo.

—qué es un hidrocarburo —adelantó el inglés de inmediato—, Fíjese bien en qué, cuando se quéma petróleo, lo qué ocurre... humpf... es qué se produce la fotosíntesis al contrario. Es decir, qué el hidrógeno se libera del carbono y se asocia con el oxígeno. Como se quéda solo, el carbono también se asocia con el oxígeno, y crea un nuevo compuesto. ¿Cómo se llama... humpf... ese compuesto?

—Dióxido de carbono —repitió Filipe sin perder tiempo.

—¿Y cuál es el compuesto más responsable del efecto de invernadero qué provoca el... humpf... calentamiento del planeta?

—El dióxido de carbono —dijo el geólogo como si fuese un disco rayado.

—Entonces, ¿qué ocurre si quitamos el carbono de la ecuación?

—Deja de formarse el dióxido de carbono, porqué no hay carbono.

Los ojos de Cummings se posaron en Orlov, insinuando qué no era necesario añadir nada más.

—¿Está entendiendo ahora cuál es la ventaja de quémar solamente el hidrógeno? —Sí.

—Si eliminamos el carbono y nos quédamos sólo con el hidrógeno, retenemos la parte energética del combustible y, al mismo tiempo, dejamos de lanzar dióxido de carbono a la atmósfera. Es una solución beneficiosa en todos los niveles. Ganamos más energía... humpf... y ganamos una energía limpia.

—¿El hidrógeno puro tiene más energía qué la gasolina?

—Claro —exclamó Cummings, casi escandalizado por la pregunta—. Un litro de hidrógeno posee tres veces más energía qué un litro de gasolina.

—Hmm.

—Y así matamos dos pájaros... humpf... de un tiro —exclamó el inglés—. Detenemos el calentamiento del planeta y dejamos de depender del petróleo, recurriendo al... humpf... átomo más abundante del universo para ir a buscar el combustible qué precisamos.

Orlov se revolvió en el sillón, reflexionando sobre lo qué acababa de escuchar.

—Eso es muy poco conveniente para mis jefes —observó sombríamente—. Si esa idea se da a conocer y se desarrolla, van a quédarse sin empleo. —Hizo una pausa—. Y yo también.

Cummings se atusó la barba blanca.

—Pues sí, supongo qué eso puede ser... humpf... un poco desagradable para la industria del petróleo, claro.

El ruso acarició el arma.

—Vamos a tener qué hacer algo para resolver ese problema, ¿no le parece?

El inglés miró, horrorizado, la escopeta automática en las manos de Orlov.

—Espere, de todos modos, aun hay un problema sin resolver —se apresuró a añadir; sus ojos le saltaban nerviosamente del arma al ruso.

—¿Problema? ¿qué problema?

—¿Adónde vamos a buscar el hidrógeno?

Orlov parecía no entender la pregunta.

—Bien..., ¿no fue usted quien dijo qué tres de cuatro átomos existentes en el universo son de hidrógeno?

—Lo dije y... humpf... es verdad.

—Entonces, ¿cuál es el problema? ¿—Es un hecho qué el setenta y cinco por ciento de la masa existente en el cosmos es hidrógeno. Pero yo añadí también otra cosa, ¿no lo recuerda?

Orlov hizo un esfuerzo de memoria, pero no llegó a nada.

—¿qué?

—Expliqué qué el hidrógeno, siendo inmensamente abundante, detesta vivir solo. Lo qué le gusta es asociarse con otros átomos.

—Ah, sí —sonrió el ruso—. El hidrógeno es una puta.

—Pues... humpf... así es —murmuró Cummings, revirando los ojos—. Pero la facilidad qué tiene el hidrógeno para asociarse con otros átomos hace qué sea muy raro encontrar átomos aislados de hidrógeno.

El rostro del ruso se expandió en una sonrisa.

—Ah, pues sí—exclamó—. Fue eso lo qué dijo, claro qué lo dijo. —Cruzó las piernas, satisfecho—. Entonces, ¿cómo van ustedes a resolver ese problema?

—¿quiere realmente saberlo?

—Tengo curiosidad. Esta vez fue el inglés quien sonrió.

—Entonces cojan sus cosas y vengan con nosotros.

—¿Adónde?

—Ya... humpf... lo verá.

Capítulo 36

Como un rebaño vigilado por feroces perros molosos mostrando los dientes, los tres prisioneros fueron escoltados hasta los dos todoterrenos. Tomás y Cummings entraron en el asiento trasero de uno de los vehículos de los rusos, Igor se puso al volante y el cuerpo macizo de Orlov se sentó al lado, con el arma en las manos, vuelto hacia atrás y atento a los cautivos; Filipe tuvo qué ir en el segundo jeep, entregado a los otros dos rusos.

—¿Adónde vamos? —preguntó Orlov.

El inglés señaló las rocas de cumbre redondeada, qué se alzaban como ampollas rojizas en el horizonte.

—Las Olgas —dijo Cummings—. Esas formaciones qué se ven allí.

Igor identificó el destino y miró alrededor, en busca de un camino en esa dirección.

—¿Cómo se va hasta allí? ¿Tenemos qué cruzar el desierto?

—No, es mejor coger la carretera Cuatro y, antes de Uluru, enfilar el sendero a la derecha.

Los todoterrenos arrancaron con fragor, las ruedas patinando en la arena púrpura del desierto australiano y levantando una enorme polvareda, y siguieron por el sendero por donde habían venido, dirigiéndose hacia la carretera asfaltada entre el aeropuerto y Yulara. Hacía un calor infernal, pero esa vez Tomás no lo notó; se sentía demasiado preocupado por su destino inmediato como para preocuparse por naderías.

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