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Authors: Jerry Pournelle Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

El tercer brazo (9 page)

BOOK: El tercer brazo
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—¿Qué? ¿Ir al Ojo de Murcheson?

—Sí. Necesito saber que la Marina está en guardia. De lo contrario, me volveré loco.

—Su Excelencia —habló Ruth Cohen—, su historial indica que sus… que el Servicio Secreto puede poner objeciones a sus planes.

Bury sonrió.

—Entonces, deje que me cuelguen. No, no hablo en serio, y, por supuesto, usted tiene razón. Deberé ser persuasivo en algunos lugares. Hemos de ir a Esparta.

—Esparta —Ruth Cohen suspiró—. Me gustaría ver Esparta algún día.

—Venga con nosotros —dijo Renner.

—¿Qué? Kevin, me encuentro destinada aquí.

—Podemos hacer que se cambien esas órdenes. Estoy capacitado para solicitar gente según la necesidad.

—¿Qué necesidad? —preguntó ella con suspicacia.

—Bueno…

—Eso pensé.

—En realidad, hay una razón muy buena —anunció Bury—. Kevin, propones convencer al Gobernador para que condone una alta traición. No dudo de tu habilidad para justificar eso en Esparta, pero nos vendría bien tener a otro oficial de la Marina que confirme nuestra historia. —Bury vació su taza de café—. Por ello, capitán de fragata, si se encarga de la investigación de la nave en el punto de Salto, Nabil preparará el
Simbad
para el viaje.

—Eso me proporcionará algún tiempo —dijo Renner—. Vuelvo al sumidero.

—Estoy convencido de que aquí tenemos mejores vinos y whiskys. —Bury miró de manera significativa a Ruth Cohen—. Y también mejor compañía.

—Oh, fuera de toda duda. Pero ese desgraciado de Boynton aún tiene mi piel de fantasma de la nieve. Iré al Gusano del Magüey a recuperarla.

Segunda parte

Esparta

La traición jamás prospera; ¿por qué motivo?

Porque si prosperara, nadie se atrevería a llamarla traición.

SIR
J
OHN
H
ARINGTON

1
Capital

Dejad que los tontos debatan sobre las formas de gobierno; lo que mejor se administra es lo mejor.

A
LEXANDER
P
OPE

«Epístola 111, De la naturaleza y estado del hombre con respecto a la sociedad»

3046 d. de C. Universidad Imperial

La Universidad Imperial se fundó en tiempos del CoDominio como la Universidad de Esparta y disfrutó de lazos próximos con varias instituciones de la Tierra, incluyendo la Universidad de Chicago, la Universidad de Stanford, la de Columbia, el Westinghouse Institute y la Universidad de Cambridge. A cambio del privilegio de nombrar a la mayoría de los miembros de la junta de gobierno, los primeros reyes de Esparta dotaron a la Universidad de Esparta con extensas tierras en las regiones montañosas al sur y al este de la capital. Gran parte de esa tierra con posterioridad fue arrendada a establecimientos comerciales, de modo que la Universidad disfruta de unos altos ingresos que no se hallan bajo control político. El nombre se cambió a Universidad Imperial durante los primeros años del Primer Imperio.

La capital también se ha expandido hasta absorber tierras previamente concedidas a la aristocracia, algunos de cuyos miembros retienen fincas ahora rodeadas por edificios urbanos.

El estudio en la Mansión Blane parecía lo que el arquitecto había imaginado que eran los cuartos de un catedrático de Oxford en el siglo
XIX
. El mobiliario era de piel y de madera oscura. Hologramas de libros se alineaban a lo largo de las paredes de siete metros, y una escalera con ruedas se erguía en un rincón. Roderick, Lord Blaine, conde de Crucis, MEI, capitán (retirado), frunció el ceño al pasar y observarlo. Una docena de veces había jurado que haría redecorar el lugar para convertirlo en algo más funcional, pero hasta ahora nada de lo que a él le atraía resultaba satisfactorio para Sally, pero sí mostraba imágenes de libros de verdad en su biblioteca. Como de costumbre, le echó un vistazo a algunos de los títulos.
La historia de Inglaterra
de Macaulay se hallaba junto a la de Gibbon.
Guía del CoDominio
de Crofton. El clásico de Savage,
Lysander el Grande
. Debería leer ése de nuevo, pensó.

Blaine atravesó el estudio y entró en el pequeño despacho que había a un lado.

—Me pareció oír una puerta que se cerraba con un golpe.

Sally Blaine alzó la vista de la computadora.

—Glenda Ruth.

—¿Otra pelea?

—Digamos que nuestra hija no es del todo feliz con las reglas de la Mansión Blaine.

—Ha salido independiente. Me recuerda a alguien que solía conocer.

—¿Que solías conocer? Gracias.

Rod sonrió y apoyó una mano en el hombro de ella.

—Todavía la conozco. Sabes lo que quiero decir.

—Supongo… No viniste aquí para hablar de Glenda Ruth.

—No, pero tal vez debería tener unas palabras con ella.

—Me gustaría, pero nunca lo haces. ¿Qué pasa?

—Recibí un mensaje. Adivina quién viene a visitarnos.

Sally Blaine miró de nuevo la pantalla de la computadora y frunció el ceño.

—Muchas gracias. Justo cuando acabo de arreglar nuestra agenda social. ¿Quién?

—Su Excelencia Horace Hussein al-Shamlan Bury, magnate. Y Kevin Renner.

Sally se quedó pensativa un momento.

—Será agradable ver al señor Renner de nuevo. Y… Bury va con él, me parece recordar. Perro guardián. Supongo…

—No recibiré a Bury en nuestra casa. El fue uno de los instigadores de la revuelta en Nueva Chicago. —Lady Blaine se paralizó. Le apretó el hombro—. Lo siento.

—Estoy bien —palmeó la mano de él; luego, subió las puntas de los dedos por la amplia manga de su batín. El brazo suave, arrugado, lampiño—. Tus cicatrices son de verdad.

—Tú pasaste semanas en un campo prisión, y perdiste a tu amiga.

—Fue hace mucho tiempo, Rod. Ni siquiera puedo recordar la cara de Dorothy. Me alegro de que no me lo contaras entonces. Nueve meses en la
MacArthur
con Horace Bury. Le habría escupido a la cara.

—No, no lo habrías hecho. Y no lo harás ahora, Te conozco. Supongo que deberemos verle, pero lo reduciremos al mínimo. Tengo entendido que Bury ha realizado algún trabajo bueno para el Servicio Secreto.

—Déjame pensarlo. Como peor, podemos invitarle a cenar. En algún sitio neutral. Sí que quiero ver a… ¿sir Kevin?

—De nuevo tienes razón, lo había olvidado. Yo también quiero verle —Blaine sonrió—. En cuanto a eso, también querrá Bruno Cziller. Será mejor que le informe que su piloto loco está en la ciudad. Te diré lo que haremos, amor; como las noticias llegaron a través del Instituto, les invitaré al Instituto. Puede que lo lamenten. Todo el mundo, hasta los perros, querrán entrevistarlos.

Cuando Sally se dio la vuelta, mostraba una amplia sonrisa.

—Sí, el Instituto. Tenemos una sorpresa para Su Excelencia, ¿verdad?

—¿Qué?… ¡Ah! Creerá que está de vuelta en la
MacArthur
. ¡Pondremos a prueba su biocorazón!

ADVERTENCIA

Han entrado en la zona controlada de la capital Imperial.

Queda estrictamente prohibido permanecer en este sistema estelar sin permiso. Preséntense a las naves de patrulla de la Marina en los puntos de entrada Alderson y sigan las instrucciones. La Marina está autorizada a utilizar la fuerza mortal contra los intrusos que no cooperen. Transmitan sus códigos de identificación de inmediato.

NO RECIBIRÁN MÁS MENSAJES DE ADVERTENCIA

Navegar por el sistema de Esparta podía poner nervioso a un hombre. El cielo no era distinto, excepto en que todos los cielos son distintos. Las estrellas formaban nuevos patrones. La pequeña estrella K0 Agamenón era un brillante resplandor blanco que crecía para convertirse en un sol. Su estrella compañera, Menalaus, era un gordo destello rojo. Los asteroides brillaron bastante abajo de la ruta del
Simbad
, y luego diminutos semicírculos que aparecieron como gigantes gaseosos con anillos y franjas en las pantallas.

Así es como era el viaje estelar. Navega hacia el exterior, localiza el punto de Salto, Salta a través de una distancia interestelar en un abrir y cerrar de ojos. Ve a toda velocidad por el espacio al siguiente punto de Salto. Luego navega hacia el interior por un nuevo sistema, planetas nuevos, hacia un mundo nuevo con diferente clima, costumbres, actitudes…

Pero Esparta era la capital del Imperio del Hombre.

El cielo negro era tan tranquilo como lo habría sido en cualquier otra parte; sin embargo, había voces. Altere curso. Aumente desaceleración. ¡Vigile su vector de escape,
Simbad
! Advertencia. Identifíquese. Esos gigantes gaseosos, tan peculiar y convenientemente situados cerca de la órbita de Esparta con sus atmósferas llenas de combustible para naves espaciales y productos químicos industriales, estaban rodeados de grandes instalaciones muy protegidas de la Marina. Las naves guardaban la veintena de puntos de Salto que conducían a todas partes del Imperio. Ojos vigilaron al
Simbad
mientras Renner llevaba el yate al interior.

Éste mantuvo su aplomo lo mejor que pudo. Su imagen estaba en juego… y Ruth se lo pasaba en grande, aunque Bury necesitaba que lo calmaran. A Horace Bury no le gustaba que le vigilaran, en especial con armas que podían desgarrar un continente entero.

Esparta era blanco sobre azul, los colores de un mundo casi típico de agua. Renner vislumbró la forma rizada de Serpens, el territorio continental: el resto era un único océano inmenso con algunas motas que eran islas. La proximidad inmediata del planeta bullía con naves y chatarra orbital, espesándose más en órbita geosincrónica.

Aduana no dejaba de cambiar el camino de Renner para evitar colisiones a medida que entraba. No vio gran cosa de lo que estaba esquivando, aunque avistó una enorme estación espacial con forma de rueda. Casi todo lo que hay aquí son cosas militares, pensó. La mayoría de las naves entrantes tenía que aparcar en la luna, pero Aduana conocía a Horace Bury.

Le conocía muy bien, y no como agente del Servicio Secreto. Empezaron la inspección del
Simbad
cuando Renner sacó el transbordador del compartimento e inició su descenso.

Fue su primera vista de Esparta, y también la de Ruth. Observaron con avidez a medida que el mundo se aproximaba.

Agua. De lo que pudo vislumbrar a través de las nubes, Esparta parecía todo océano. El transbordador entró en la oscuridad y sólo vio una curva negra y lisa.

Luego: bordes desiguales en el horizonte. Luego: luces. Islas, miríadas de islas, todas diminutas, todas brillantes; y una forma como una serpiente de fuego enroscada. Esparta era tectónicamente activo, pero la lava había hecho erupción con preferencia en este brazo del planeta. Serpens, el territorio continental del tamaño de Australia, tenía un puerto extraordinario: la tierra se extendía hasta formar una escarpada hélice montañosa. Las cordilleras eran trozos oscuros en la luminiscencia. Las tierras de cultivo eran patrones rectangulares de luces diminutas. Había muchos. El paisaje urbano resplandecía; también había mucha ciudad. Hasta el agua hormigueaba con diminutas luces móviles.

La capital de un Imperio interestelar estaba destinada a hallarse abarrotada.

Se desvió de Serpens, rodeando la costa mientras disminuía la velocidad. La radio le graznaba, trató de no hacer ningún comentario gracioso. Jamás había encontrado a un funcionario de Aduana con sentido del humor, en ningún mundo.

Se encontraba lo suficientemente bajo como para ver estelas fosforescentes detrás de algunas de las cientos de naves. Había barcas flotando en el agua, casas y hábitats más grandes. Población: 500 millones, la mayoría agrupada en este punto. Se le ocurrió a Renner que si atravesaba el territorio continental con un estampido sónico, Bury se vería aniquilado por las multas.

—¿Horace? ¿Cómo te encuentras?

—Bien, Kevin, bien. Eres un buen piloto.

Bury había sido afable con Aduana, pero cuando cortaron la comunicación, Renner había oído unos insultos esotéricos.

—¿Qué hizo Aduana para irritarte tanto? —preguntó en ese momento.

—Nada. ¿Sabes dónde aterrizar?

—Me lo están repitiendo. Agua negra, inmediatamente delante de nosotros. Descenderemos justo fuera del puerto y entraremos en espiral como una nave grande. Me pregunto adónde me mandarían en un día duro.

Bury guardó silencio durante un rato. Luego:

—En Esparta soy un ciudadano de segunda clase. Sólo aquí, pero para siempre. Los vendederos de los centros comerciales me atenderán, y puedo sobornar a un maitre y alquilar mi propio coche. Pero hay partes de Esparta que nunca podré ver, y en las aceras deslizantes…

—Te estás enfureciendo antes de que nadie te haya insultado. Oh, bueno, ¿por qué esperar hasta el último minuto?

—He estado antes en Esparta. ¿Por qué, en el Nombre Misericordioso de Alá, Cunningham no pudo recibirme hoy?

—Quizá considera que así te da un día de reposo.

—Me está haciendo esperar. Maldito sea. Mi superior. Bendita sea por no usar esa palabra, Ruth, pero sabía lo que pensaba.

—Es un término técnico —dijo Ruth.

—Desde luego.

En Serpens la tierra llana había sido ocupada hacía tiempo, como tierra de cultivo o propiedades de los nobles. Las nuevas construcciones, como el Hotel Plaza Imperial, tendían a pegarse a las caras de los riscos. El Plaza se alzaba ochenta pisos en el lado bajo, sesenta y seis en el alto.

El agente de Bury había alquilado la más baja de las suites, en la planta setenta y uno. La habían surtido con todo, y tenía criados en residencia; pero sólo dos estaban despiertos cuando llegaron.

A través de la pared panorámica pudieron ver una inmensidad de mar e islas y cien formas de barcos y naves, y el gran sol rojo de Esparta subiendo despacio sobre el agua. Eran las cinco de la mañana de un día de veinticuatro horas. Según la hora de la nave se acercaban al mediodía.

—Tengo ganas de un buen desayuno —dijo Renner—. Café. Leche de verdad, no protocarbono. Sin embargo, lo más probable es que el restaurante esté cerrado.

Bury sonrió.

—Nabil…

Hubo que despertar al personal de la cocina. El desayuno tardó una hora en aparecer, mientras ellos vaciaron las maletas y se instalaron. Traían mucho equipaje. No se sabía el tiempo que permanecerían en Esparta. ¿Cuán persuasivo tendría que ser Bury?

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