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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

El toro y la lanza (16 page)

BOOK: El toro y la lanza
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—¿No os llamáis vadhagh?

—Somos los sidhi, y así nos llamamos. —Goffanon ya había bajado por completo su hacha—. Estamos emparentados con tu pueblo. Sé que algunos de los tuyos nos visitaron en una ocasión, y que nosotros os visitamos; pero eso ocurrió cuando el acceso a los Quince Planos aún era posible, antes de la última Conjunción del Millón de Esferas.

—Tú procedes de otro plano. ¿Cómo conseguiste llegar a este plano?

—Hubo una disrupción en los muros que separan los reinos. Así es como llegaron los Fhoi Myore procedentes de los Lugares Fríos, del Limbo. Y así es como llegamos nosotros, para ayudar a las gentes de Lwym-an-Esh y a sus amigos vadhagh, y para luchar contra los Fhoi Myore. Hubo muchas muertes en aquellos días, hace ya mucho tiempo, y guerras terribles que causaron el hundimiento de Lwym-an-Esh y acabaron con todos los vadhagh y con la gran mayoría de los mabden... Mis gentes, los sidhi, también murieron, pues la brecha se cerró casi enseguida y no pudimos volver a nuestro plano. Pensábamos que todos los Fhoi Myore habían sido destruidos, pero últimamente han vuelto.

—¿Y no luchas contra ellos?

—Solo no soy lo bastante fuerte. Esta isla forma parte física de mi plano. Aquí puedo vivir en paz, salvo por los perros... Soy viejo, y moriré dentro de unos cuantos centenares de años.

—Yo soy débil —dijo Corum—, y sin embargo lucho contra los Fhoi Myore.

Goffanon asintió y después se encogió de hombros.

—Sólo porque no te has enfrentado a ellos antes —dijo.

—Pero ¿por qué no pueden poner los pies en Hy-Breasail? ¿Por qué los mabden no vuelven de la isla?

—Intento mantener alejados a los mabden de Hy-Breasail —dijo Goffanon—, pero esa raza de hombrecitos es muy intrépida. Su valor acaba siendo la causa de que mueran de manera horrible, pero ya te contaré más sobre eso cuando hayamos comido. ¿Querrás ser mi invitado, primo?

—Será un placer —replicó Corum.

—Entonces ven conmigo.

Goffanon empezó a trepar por las rocas, se desplazó alrededor de la cornisa sobre la que se había dispuesto a enfrentarse con los Sabuesos de Kerenos y volvió a desaparecer. Su cabeza reapareció casi al instante.

—Por aquí —dijo—. He vivido en este lugar desde que los perros empezaron a acosarme.

Corum escaló poco a poco la ladera siguiendo al sidhi. Llegó hasta el risco y vio que seguía alrededor de una losa de roca que ocultaba la entrada a una caverna. La losa podía ser movida a lo largo de unos surcos para obstruir la entrada, y después de que Corum cruzara el umbral, Goffanon apoyó su gigantesco hombro en la losa y la colocó en el hueco. El interior estaba iluminado por lámparas de hermosa artesanía colocadas en hornacinas de las paredes. El mobiliario era sencillo, pero había sido expertamente tallado y construido y había alfombrillas tejidas en el suelo. Salvo por la falta de una ventana, la morada de Goffanon era más que cómoda.

Corum se sentó a descansar, y Goffanon se afanó en su cocina preparando sopa, verduras y carne. El olor que brotó de sus cacharros era delicioso y Corum se felicitó por haber reprimido su deseo de alancear peces en el arroyo. Aquella comida prometía ser mucho más apetitosa.

Goffanon colocó un enorme cuenco de sopa delante de Corum, pidiéndole disculpas por la pobreza de su mesa, pues había vivido en soledad desde hacía centenares de años. El príncipe vadhagh le dio las gracias y comió con apetito.

Después hubo carne y una gran variedad de suculentas verduras, a las que siguió la fruta más sabrosa que Corum había comido jamás. Cuando por fin se reclinó en su asiento lo hizo con una sensación de bienestar tan intensa como hacía años que no experimentaba. Agradeció efusivamente a Goffanon su hospitalidad, y el enorme cuerpo del sidhi que se llamaba a sí mismo enano pareció sufrir un estremecimiento entre avergonzado e incómodo. Goffanon volvió a pedirle disculpas, después de lo cual se instaló en su sillón y se metió en la boca un objeto parecido a un pequeño cuenco del que brotaba un largo tallo que Goffanon empezó a chupar mientras sostenía un trocito de madera sacado del hogar que se fue consumiendo lentamente sobre el hueco del pequeño recipiente. Nubes de humo no tardaron en brotar del cuenco y de su boca, y Goffanon sonrió con tanta satisfacción que tardó algún tiempo en percatarse de la expresión de sorpresa de Corum.

—Es una costumbre de mi pueblo —le explicó—. Es una hierba aromática que quemamos de esta manera y cuyo humo inhalamos. Nos gusta mucho.

A Corum el olor del humo no le parecía particularmente agradable, pero aceptó la explicación dada por el sidhi, aunque rechazó el cuenco que le ofreció Goffanon.

—Me preguntaste por qué los Fhoi Myore temen esta isla y por qué los mabden perecen aquí —dijo Goffanon hablando despacio y con sus enormes ojos en forma de almendra a medio cerrar—. Bien, ninguna de las dos cosas se debe a mí, aunque me alegro de que los Fhoi Myore me rehuyan. Hace mucho tiempo, durante el período de la primera invasión de los Fhoi Myore, cuando fuimos llamados para ayudar a nuestros primos los vadhagh y a sus amigos, tuvimos grandes dificultades para abrirnos paso a través de la pared que separa un reino de otro. Por fin lo conseguimos, provocando enormes disrupciones en el mundo de nuestro plano que dieron como resultado el que una gran masa de tierra viniera con nosotros y atravesara las dimensiones hasta llegar a vuestro mundo. Por suerte, la masa de tierra se posó sobre una parte relativamente despoblada del reino de Lwym-an-Esh, pero conservó las propiedades de nuestro plano... Podría decirse que forma parte del sueño sidhi, más que del sueño vadhagh, mabden o Fhoi Myore; aunque naturalmente y como ya habrás notado, los vadhagh se pueden adaptar a él sin muchas dificultades debido a que son parientes cercanos de los sidhi. Los mabden y los Fhoi Myore, en cambio, no pueden sobrevivir aquí. La locura se adueña de ellos apenas desembarcan. Entran en un mundo de pesadilla. Todos sus terrores se multiplican y se vuelven completamente reales para ellos, y así es como acaban siendo destruidos por sus propios terrores.

—Ya había adivinado algo de todo esto —le dijo Corum a Goffanon—, pues experimenté una pequeña parte de lo que podría llegar a ocurrir cuando me quedé dormido hace un rato.

—Exactamente. De vez en cuando, incluso los vadhagh experimentan un poco de lo que significa poner los pies en Hy-Breasail para un mortal mabden. Intento ocultar los contornos de la isla mediante una neblina que soy capaz de preparar, pero no siempre me resulta posible mantener una cantidad suficiente de neblina flotando en el aire. Cuando eso ocurre, los mabden pueden encontrar la isla y como resultado sufren enormemente.

—¿Y dónde se han originado los Fhoi Myore? Has hablado de los Lugares Fríos.

—Sí, los Lugares Fríos... ¿No se habla de ellos en las leyendas y tradiciones de los vadhagh? Son los lugares que existen entre los planos, un limbo caótico que de vez en cuando engendra una especie de inteligencia. Eso es lo que son los Fhoi Myore... Son criaturas del Limbo que se precipitaron a través de la brecha abierta en la pared que separa los distintos reinos y que llegaron a este plano, después de lo cual se embarcaron en la conquista de vuestro mundo guiados por el plan de convertirlo en otro limbo donde pudieran sobrevivir con más facilidad. Los Fhoi Myore no pueden vivir mucho tiempo, ya que sus propias enfermedades acaban destruyéndoles; pero me temo que vivirán el tiempo suficiente para provocar la muerte por congelación de todo salvo de lo que hay en Hy-Breasail y para provocar la muerte por congelación de los mabden y de todos los animales que viven en este mundo, incluida la más diminuta criatura marina. Es inevitable. Probablemente algunos de ellos me sobrevivirán —por lo menos Kerenos me sobrevivirá, de eso estoy seguro—, pero sus plagas acabarán con ellos al final. Salvo la tierra de la que acabas de llegar, prácticamente todo este mundo ha perecido ya bajo su poder. Creo que ocurrió muy deprisa... Pensábamos que habían muerto todos, pero debieron hallar escondites, quizá en el confín del mundo donde siempre se puede encontrar algo de hielo. Ahora su paciencia se está viendo recompensada, ¿eh? —Goffanon suspiró—. Bien, bien... Hay otros mundos, y los Fhoi Myore no pueden llegar hasta ellos.

—Deseo salvar este mundo —murmuró Corum—. Al menos querría salvar lo que aún queda de él... He jurado hacerlo, y he jurado ayudar a los mabden. Ahora estoy buscando sus tesoros perdidos. Se rumoreaba que uno de ellos está en tus manos... Es un objeto que fabricaste para los mabden durante su primer combate con los Fhoi Myore, hace ya unas cuantas eras.

Goffanon asintió.

—Hablas de la lanza llamada Bryionak. Sí, yo la forjé... Aquí no es más que una lanza corriente, pero en el sueño mabden y en el sueño de los Fhoi Myore tiene un gran poder.

—Eso he oído decir.

—Entre otras criaturas, es capaz de amansar al Toro de Crinanass, al que trajimos con nosotros cuando vinimos aquí.

—¿El toro es una bestia sidhi?

—Sí, una de un rebaño numerosísimo... Ahora es la única res que queda de él.

—¿Por qué buscaste la lanza y la trajiste contigo a Hy-Breasail?

—No he salido de Hy-Breasail. Esa lanza fue traída aquí por uno de los mortales que vinieron a explorar la isla. Intenté consolarle mientras agonizaba en las garras del delirio, pero no podía ser consolado. Cuando hubo muerto cogí mi lanza, y eso es todo lo que ocurrió. Al parecer, el mortal había pensado que Bryionak le protegería de los peligros de mi isla.

—Entonces no volverás a negar su ayuda a los mabden.

Goffanon frunció el ceño.

—No lo sé... Me he encariñado mucho con esa lanza. No me gustaría volver a perderla, primo, y no ayudará mucho a los mabden. Están condenados a perecer, y es mejor aceptarlo. Están condenados a perecer... ¿Por qué no dejamos que mueran con rapidez? Enviarles a Bryionak sería como ofrecerles una falsa esperanza.

—Mi naturaleza me impulsa a tener fe en las esperanzas sin importar lo falsas que puedan llegar a parecer —dijo Corum en voz baja y suave.

Goffanon le contempló con simpatía.

—Cierto. Eso es lo que se me dijo sobre Corum... Ahora recuerdo la historia. Eres una criatura triste y noble... Pero lo que ocurre ocurre, y no puedes hacer nada para evitar que ocurra.

—Debo intentarlo, Goffanon.

—Cierto.

Goffanon alzó su enorme mole del sillón y fue a un extremo de la caverna que estaba envuelto en las sombras.

Volvió trayendo consigo una lanza cuyo aspecto era de lo más corriente. Tenía un astil de madera muy desgastado que estaba reforzado con bandas de hierro, y sólo la punta resultaba algo extraña. Al igual que la hoja del hacha de Goffanon, la punta de la lanza brillaba con más intensidad que el hierro ordinario.

El sidhi la sostenía con evidente orgullo.

—Mi tribu siempre fue la más pequeña de los sidhi, tanto en número como en estatura, pero también teníamos nuestras artes —dijo—. Éramos capaces de trabajar el metal de una manera que tú podrías describir como filosófica. Comprendíamos que los metales poseían cualidades que estaban más allá de sus propiedades obvias, y así fue como hicimos armas para los mabden. Hicimos varias, y de todas ellas sólo ha sobrevivido la que ves. Yo la forjé... Es la lanza Bryionak.

Se la entregó a Corum, quien por una razón que se le escapaba la tomó con su mano izquierda, la mano de plata. El peso de la lanza estaba soberbiamente equilibrado y era un arma de guerra muy práctica y manejable, pero si Corum había esperado captar algo extraordinario en ella se llevó una desilusión.

—Una buena lanza, sólida y digna de confianza, pero sin nada de particular —dijo Goffanon—. Así es Bryionak.

Corum asintió.

—Salvo por la punta, claro.

—Ya no se puede encontrar ni una brizna más de este metal —le explicó Goffanon—. Una pequeña cantidad de él vino con nosotros cuando abandonamos nuestro plano. Unas cuantas hachas, una espada o dos, y esta lanza... Ésas fueron todas las armas que pudimos forjar. El metal es muy bueno, y da un filo magnífico. No se embota ni se oxida.

—¿Y tiene propiedades mágicas?

Goffanon se echó a reír.

—No para los sidhi, pero los Fhoi Myore creen que sí las tiene y los mabden también. La consecuencia, naturalmente, es que tiene propiedades mágicas y que éstas son altamente espectaculares. Sí, me alegra mucho haber recuperado mi lanza...

—¿No estás dispuesto a volver a separarte de ella?

—Creo que no.

—Pero el Toro de Crinanass obedecerá a quien enarbole la lanza, y el toro ayudará a las gentes de Caer Mahlod contra los Fhoi Myore... Quizá les ayudará a destruir a los Fhoi Myore.

—Ni el toro ni la lanza tienen el poder suficiente para conseguir eso —dijo Goffanon con voz grave y pensativa—. Sé que quieres la lanza, Corum, pero te repito lo que te dije antes: no hay nada que pueda salvar al mundo mabden. Está condenado a morir, al igual que los Fhoi Myore están condenados a morir y como también yo estoy condenado a morir..., y tú también, a menos que cuentes con un medio de volver a tu plano, pues supongo que no perteneces a éste.

—Sí, creo que yo también estoy condenado —replicó Corum en voz baja—. Pero quiero llevar la lanza Bryionak a Caer Mahlod, pues ésa es mi empresa y ése fue el juramento que hice.

Goffanon suspiró y le quitó la lanza de la mano.

—No —dijo—. Cuando los Sabuesos de Kerenos vuelvan, necesitaré todas mis armas para acabar con ellos. La jauría que me atacó hoy sigue en la isla. Si mato a los perros de esa jauría, vendrá otra. Mi lanza y mi hacha son mi única seguridad. Después de todo, tú tienes tu cuerno.

—Sólo me lo han prestado.

—¿Quién te lo prestó?

—Un hechicero llamado Calatin.

—Ah.... Intenté apartar a tres hijos suyos de estas costas, pero murieron igual que murieron los otros.

—Sé que muchos de sus hijos vinieron aquí. —¿Qué buscaban?

Corum rió.

—Querían que escupieras sobre ellos.

Se acordó de la bolsita de cuero que Calatin le había dado, y la sacó de su faltriquera.

Goffanon frunció el ceño. Después su frente se alisó, meneó la cabeza y volvió a aspirar el humo que brotaba del pequeño cuenco lleno de hierbas que seguía ardiendo cerca de su boca. Corum se preguntó dónde había visto una costumbre similar con anterioridad, pero últimamente los recuerdos de sus aventuras anteriores se habían vuelto muy borrosos. Supuso que ése era el precio que se pagaba por entrar en otro plano y otro sueño.

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