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Authors: Donato Carrisi

Tags: #Intriga

El Tribunal de las Almas (56 page)

BOOK: El Tribunal de las Almas
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Todo esto ha provocado una incapacidad para mirar dentro de nosotros mismos, más allá de las categorías de la ética y la moral —así como de la completamente aleatoria condición de lo «políticamente correcto»—, para encontrar la dicotomía esencial que permite discernir y valorar cada comportamiento humano.

Bien y mal, yin y yang.

Un día, el padre Jonathan me comunicó que estaba preparado para contar mi historia, me deseó que permaneciera «siempre en la luz» y se despidió con la promesa de que volveríamos a vernos. Desde entonces todavía no ha ocurrido. Lo he buscado sin éxito y espero que esta novela haga que nos encontremos pronto. A pesar de que una parte de mí sospecha que no sucederá, porque todo lo que teníamos que decirnos ya nos los dijimos.

El segundo encuentro fue con N. N., que vivió entre el siglo XIX y principios del XX.

El primer (y hasta ahora único) asesino en serie transformista de la historia representa uno de los casos más interesantes de la criminología.

N. N. no son las iniciales de su nombre, sino el acrónimo de la expresión latina
Nomen nescio
que, convencionalmente, se refiere a los individuos sin identidad (del mismo modo que se utiliza el nombre ficticio John Doe en el mundo anglosajón).

En 1916, se encontró el cadáver de un hombre de unos treinta y cinco años en una playa de Ostende, en el norte de Bélgica. Había muerto ahogado. Por la ropa y la documentación que llevaba parecía ser un oficinista que había desaparecido dos años antes en Liverpool sin dejar rastro. Cuando las autoridades mostraron el cuerpo a los familiares llegados expresamente desde Inglaterra, éstos no lo reconocieron e insistieron en que se trataba de otra persona.

Sin embargo, en las fotos hechas por los familiares se advertía un singular parecido entre N. N. y el oficinista inglés. Y no era la única afinidad. Los dos tenían en común la pasión por el
pudding
y las prostitutas pelirrojas. Ambos tomaban un preparado para el dolor de hígado y, algo más importante, presentaban una leve cojera en la pierna derecha (en el caso del ahogado, el médico forense lo dedujo por el desgaste anómalo de la suela del zapato y por la presencia de una formación callosa en un lado del pie derecho, señal de que el peso del cuerpo se concentraba allí a causa de la postura incorrecta).

Además de las pruebas que constituían estas similitudes, en el último domicilio de N. N. la policía encontró una colección de documentos y objetos pertenecientes a diversos individuos de distintos países europeos. Por investigaciones posteriores, resultó que todos habían desaparecido de repente y sin dejar rastro. Y, sobre todo, que las desapariciones podían ordenarse a partir de la edad de las víctimas, que era constantemente creciente.

De aquí se dedujo que N. N. las escogía con el objetivo de ocupar su lugar.

No se encontraron los cadáveres, pero fue fácil presumir que N. N. había matado a aquellos hombres antes de apropiarse de su identidad.

El caso, poco sostenido por pruebas científicas a causa del atraso de las técnicas de investigación de la época, se dejó a un lado para luego reaparecer con fuerza alrededor de los años treinta, cuando Courbon y Fail hicieron públicos los primeros estudios psiquiátricos sobre el síndrome de Frégoli —por el nombre del famoso artista transformista italiano— y aparecieron artículos sobre el trastorno neurológico conocido como síndrome de Capgras. Ambas patologías retratan un fenómeno inverso respecto al caso de N. N.: quien lo padece está convencido de ver una transformación en los demás. Pero su descripción dio pie a una serie de estudios científicos que llevaron a identificar otros síndromes, como el del Camaleón, que se parecía mucho al caso belga (y que inspiró
Zelig,
una magnífica película de Woody Allen).

El caso de N. N. es el baluarte de una nueva rama de las ciencias jurídicas: la «neurociencia forense», que estudia los delitos partiendo de una matriz genética o fisiológica. Esta técnica ha permitido comprender o cualificar de distinta manera algunos delitos. Un ejemplo es la rebaja de pena concedida a un homicida con problemas en el lóbulo frontal y un mapa genético que indicaba una predisposición a la violencia, o la demostración de que una carencia de vitamina B
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provocada por la dieta vegetariana que seguía desde hacía veinticinco años había favorecido el delito de un hombre que mató a cuchilladas a su novia.

De todos modos, el talento de N. N. se quedó en un
unicum
que hasta hoy ha tenido un solo referente en el caso de la «chica en el espejo» que he contado en la novela. La joven mexicana existió realmente, aunque, a diferencia de N. N., nunca mató a nadie. He creído más conveniente cambiarle el nombre y llamarla Angelina.

N. N. sigue enterrado en un pequeño cementerio cerca del mar. En su lápida se puede leer el siguiente epitafio: «Cuerpo de ahogado sin identidad. Ostende - 1916.»

Donato Carrisi

Agradecimientos

A Stefano Mauri, mi editor. Por la pasión que pone y la amistad con que me honra.

Junto a él doy las gracias a Longanesi y a las editoriales que publican mis libros en el extranjero. Por el tiempo y las energías que invierten para que mis historias lleguen a su destino.

A Luigi, Daniela y Ginevra Bernabo. Por los consejos, el cuidado y el afecto que me dedican. Es bonito formar parte de vuestro equipo.

A Fabrizio Cocco, el hombre que conoce los secretos de las (mis) historias, por su tranquila dedicación y por ser tan
noir.

A Giuseppe Strazzeri, por haber puesto su atención y su mirada en esta aventura editorial.

A Valentina Fortichiari, por sus ánimos y su afecto (no sé cómo lo haría sin ellos).

A Elena Pavanetto, por sus ideas sonrientes.

A Cristina Foschini, por su luminosa presencia.

A los libreros, por el compromiso que asumen cada vez que confían un libro a un lector. Por la tarea mágica que desempeñan en el mundo.

Esta historia también nació gracias a la involuntaria —y a menudo inconsciente— contribución de una serie de personas que cito por orden rigurosamente casual:

A Stefano y Tommaso, porque ahora están. A Clara y Gaia, por la alegría que me dan. A Vito lo Re, por su increíble música y por haber encontrado a Barbara. A Ottavio Martucci, por su cinismo bueno. A Giovanni
Nanni
Serio, ¡porque él es Shalber! A Valentina, que me hace sentir de la familia. A Francesco
Ciccio
Ponzone, qué grande eres. A Flavio, un malo de corazón tierno. A Marta, que siempre está disponible. A Antonio Padovano, por sus lecciones sobre el gusto de la vida. A la tía Franca, porque siempre está. A María Iá, por una espléndida tarde en el Quirinal. A Michele y Barbara, Angela y Pino, Tiziana, Rolando, Donato y Daniela, Azzurra. A Elisabetta, porque hay mucho de ella en esta historia.

A Chiara, que me llena de orgullo. A mis padres, a ellos les debo todo lo mejor.

A Leonardo Palmisano, uno de mis héroes. No hablaré nunca de ti en pasado y no te olvidaré.

A Achille Manzotti, que en 1999 me dio la posibilidad de comenzar esta extraña profesión pidiéndome que escribiera la historia de un cura llamado don Marco. El hecho de haber escogido el nombre de Marcus para el protagonista es un tributo al genio de este gran productor, a su locura y, sobre todo, a su olfato con los guionistas.

Donato Carrisi
nació en 1973 en Martina Franca. Licenciado en Derecho y especializado en Criminología y Ciencias del comportamiento, Donato Carrisi (1973) trabaja como guionista de cine y televisión.
Lobos
(Planeta, 2009), su ópera prima, se convirtió en un fenómeno editorial en pocas semanas. Vive en Roma.

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