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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

El Triunfo (4 page)

BOOK: El Triunfo
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—Sí —asintió el Cardinal Radisovik, y si su rostro se ensombreció ligeramente ante la mención de la forja, el fugaz velo se disipó con rapidez—. Justo ayer estuve en la nueva parte de la ciudad que han construido los Hechiceros. Me siento impresionado por el trabajo que han llevado a cabo en tan corto espacio de tiempo. Sus casas resultan cálidas y confortables. Se las puede modelar con rapidez y con un reducido gasto de Energía Vital. ¿Cómo se llama la piedra con la que están fabricadas?

—Ladrillo, Divinidad —repuso Mosiah, sonriendo para sí—. Y no es piedra. Está hecho de barro y paja, se le da forma en un molde, y luego se lo deja secar al sol.

—Sí, lo sé —replicó el Cardinal—. Los vi moldeando estos... ladrillos... cuando estuve en su pueblo el año pasado con el príncipe Garald. Por alguna razón la palabra
ladrillo
se evade siempre de mi mente. —Su mirada abandonó a Mosiah para posarse sobre el jardín del palacio, que podía verse a través de la ventana—. Te interesará saber —continuó el Cardinal Radisovik— que he aconsejado a la nobleza que utilice ese método para construir los hogares de sus Magos Campesinos. Algunos de los
Albanara
estuvieron conmigo ayer, inspeccionando los alojamientos, y al menos dos de ellos han estado de acuerdo conmigo en que son muy superiores a las estructuras existentes.

—¿Qué hay de los otros, Divinidad? —interrogó Mosiah. Como antiguo Mago Campesino, que había habitado con su padre, su madre y numerosos hermanos y hermanas en el tronco de un árbol muerto agrandado por medios mágicos, adivinaba la bendición que significaría el tener alojamientos cálidos y secos para aquellos que se veían obligados a soportar los caprichos de un tiempo que seguía sus propias normas meteorológicas.

—Lo aceptarán, creo —repuso Radisovik lentamente. Frotándose los ojos irritados de tanto leer, sacudió la cabeza y sonrió irónico—. Te seré franco, Mosiah. Se sintieron... escandalizados... al enfrentarse a las llamadas Artes Arcanas de la Tecnología y encontraron difícil acostumbrarse a pensar en ellas de forma racional. Pero con los Hechiceros viviendo ahora en el interior de las murallas de la ciudad de Sharakan, con sus habilidades a la vista de todos, creo que con el tiempo la gente se familiarizará con la tecnología y la acogerá como parte de la naturaleza humana.

Mosiah se percató de que el Cardinal fruncía el ceño de nuevo al pronunciar estas palabras, a las que siguió un suspiro.

—Una parte de la naturaleza humana que los conduce a la guerra. ¿Es eso lo que estáis pensando, Divinidad? —apuntó Mosiah con suavidad. Distraídamente, su mano abrió las cubiertas de otro libro que tenía cerca de él, sobre una mesa modelada mágicamente y con cariño de un pedazo de madera de nogal.

—Sí, eso es —respondió Radisovik, lanzando una penetrante mirada a Mosiah—. Eres un joven muy perspicaz.

Mosiah se ruborizó, satisfecho pero embarazado. Cerró el libro, acariciando la encuadernación de piel con la mano.

—Gracias, Divinidad, aunque no merezco el cumplido. He tenido ese pensamiento yo mismo... —titubeó, poco acostumbrado a expresar sus sentimientos—. Especialmente cuando estoy trabajando, cuando forjo la punta de una lanza, pienso, mientras la fabrico, que ésta... que ésta matará a alguien.

»¡Oh!, ya sé que el príncipe Garald dice que no —añadió apresuradamente, temiendo que sus frases fueran interpretadas como una crítica a su gobernante—. Las lanzas son para intimidar o, como mucho, para ser utilizadas contra los centauros. Sin embargo, no puedo evitar hacerme preguntas.

—Tú no eres el único que se las hace, Mosiah —dijo el Cardinal, poniéndose en pie y dirigiéndose hacia la ventana para mirar, sin ver, a través de ella—. El príncipe Garald es un excelente joven. El mejor de los que he tratado, y hablo con conocimiento de causa ya que lo he visto pasar de la infancia a la edad adulta. En él hay todo lo mejor y más noble de los
Albanara
. Demuestra una gran sensatez a pesar de su corta edad. Algunas veces olvido que sólo tiene veintinueve años. A menudo pienso... —el Cardinal bajó la voz— en la luz que brindó a la sombría alma de aquel amigo tuyo. ¿Cómo se llamaba?

—Joram —respondió Mosiah.

Percibiendo el dolor que inundaba la voz del joven, Radisovik se apartó de la ventana.

—Lo siento —se disculpó—. No tenía intención de abrir viejas heridas.

—No, no es nada, Divinidad —repuso Mosiah—. Sé lo que queréis decir. Joram nunca hubiera hecho... lo que hizo si no hubiera sido porque aprendió de Garald el auténtico significado del honor y la nobleza.

—Garald se lo enseñó, sí. Pero fue el catalista quien abrió su corazón al amor y al sacrificio. Un hombre extraño, el Padre Saryon —señaló el Cardinal, hablando más para sí que para Mosiah—. Y también fue extraño y trágico el giro que tomaron los acontecimientos. Aún no estoy convencido de conocer toda la verdad acerca de Joram. ¿Lo estás tú, Mosiah?

La pregunta fue pronunciada en voz baja; era totalmente inesperada y cogió al joven desprevenido. Contestó que sí, que desde luego que estaba convencido, pero su tono era apenas audible y mantuvo los ojos apartados de la penetrante mirada del Cardinal. Sacudiendo la cabeza, Radisovik volvió la vista hacia el hermoso jardín.

—Pero nos hemos desviado del sendero original —siguió, retomando la conversación y sonriendo para sí al oír cómo el otro se agitaba nervioso e inquieto a su espalda—. Estábamos hablando de Garald y de esta guerra. Si mi príncipe tiene un defecto, éste es que se enorgullece de esta próxima batalla, hasta el punto de olvidarse incluso de los objetivos por los que luchamos. Formar a sus tropas, colocar a sus Señores de la Guerra en las posiciones correctas, adiestrarlos a ellos y a sus catalistas, estudiar atentamente el Tablero de Competición: eso es todo lo que ocupa su mente estos días.

»Sin embargo las guerras, cuando se terminan, o bien se ganan o se pierden, y deben hacerse planes para la eventualidad tanto de una victoria como de una derrota. No obstante, se niega a discutir este tema con Su Majestad. —Radisovik frunció el entrecejo, y Mosiah comprendió sobresaltado que estaba escuchando cosas que no estaban destinadas a los oídos de un humilde súbdito de Sharakan—. El rey está ciego en lo referente a Garald. Está orgulloso de él, muy merecidamente, pero la radiante aureola del joven no le deja ver al hombre auténtico. Garald juega alegremente con sus brillantes soldaditos de juguete, negándose a detenerse el tiempo suficiente para considerar cuestiones tan mundanas como ¿qué haremos con Merilon si conseguimos conquistarla? ¿Quién gobernará la ciudad? ¿Será el ahora depuesto Emperador, aunque he oído rumores de que está loco? ¿Quién va a ocupar el sitio del Patriarca Vanya como cabeza de la Iglesia? ¿Qué haremos con aquellos nobles que se nieguen a extender su lealtad hacia nosotros? Las demás ciudades-estado se han mantenido escrupulosamente aparte, pero ¿qué sucedería si éstas, observando que acrecentamos nuestro poderío, deciden atacarnos?

«¿Comprendes estos problemas? —inquirió el Cardinal Radisovik, volviéndose para mirar al desconcertado Mosiah—. Sin embargo, cada vez que intento hablar con Garald de ellos, él sacude la mano y dice: "No tengo tiempo para discutirlo. Sopesadlo con mi padre". Y el rey me dice con brusquedad: "Ya tengo bastantes preocupaciones con este reino. ¡Todo lo que tenga relación con la guerra tratadlo con mi hijo!".

Mosiah pasó el peso de su cuerpo de un pie al otro, preguntándose si tendría suficiente Vida para hacer que el suelo se lo tragara discretamente. Dándose cuenta del malestar del joven y advirtiendo la importancia de sus divagaciones, Radisovik se refrenó.

—No es mi intención agobiarte con mis problemas, muchacho —aseguró.

Abandonando la ventana, cruzó la habitación para colocarse cerca de Mosiah, quien lo contempló con una especie de temor. Todo en el ministro hablaba de intriga cortesana, incluso los faldones de su túnica ribeteada de hilo de oro parecían susurrar secretos mientras andaba.

—Con la ayuda de Almin, estas cuestiones se solucionarán por sí solas. Bien, tú has venido aquí por un motivo y yo te he entretenido refiriendo asuntos intrascendentes. Te pido disculpas. ¿Qué puedo hacer por ti?

Mosiah tardó un momento en poner en orden sus ideas, mientras se daba cuenta y apreciaba en todo su valor la forma tan hábil en que Radisovik había manejado lo que podría haber sido una situación muy incómoda. Con gran elegancia, el Cardinal había reducido las críticas a su príncipe a la categoría de «asunto intrascendente» y las había arrojado al regazo de Almin, indicando a Mosiah con gran sutileza que se olvidara de lo que había oído y confiara en el dios.

A lo cual el joven se mostraba totalmente predispuesto. Sharakan no era una corte tan peligrosa como se rumoreaba con respecto a Merilon por aquellos días, pero, no obstante, ninguna corte real era realmente segura y Mosiah había aprendido muy pronto que no resultaba aconsejable saber ni en exceso ni demasiado poco.

—Me disculpo por adelantado por molestaros con algo tan trivial como lo que estoy a punto de pediros, Cardinal Radisovik —empezó el joven—. Pero... es importante para mí... y ningún catalista lo efectuará sin obtener vuestro permiso, ya que estamos en estado de guerra.

—¿Qué es lo que quieres, hijo mío? —preguntó Radisovik con una voz suave que, no obstante, se había vuelto de repente fría y cautelosa.

—He... he venido a pediros si podríais abrir un Corredor para mí, Divinidad.

—Quieres abandonar Sharakan —aclaró Radisovik lentamente.

—Sí, Divinidad.

—¿Te das cuenta de que salir fuera de los límites mágicos de esta ciudad está prohibido por el bien de nuestros ciudadanos? Todo viaje resulta peligroso estos días, especialmente para los súbditos de nuestra ciudad. Nuestros propios
Thon-li
controlan actualmente nuestros Corredores, con la ayuda de los
Duuk-tsarith
, desde luego. Pero es posible que los Señores de la Guerra de Merilon intentasen acceder a ellos.

—Lo sé, Divinidad —repuso Mosiah respetuosamente pero con firmeza—. De cualquier modo, este viaje es importante para mí, y estoy dispuesto a correr el riesgo. He informado al príncipe Garald —continuó, viendo que Radisovik vacilaba—. Él me ha dado su permiso para partir. Tengo un mensaje suyo. —Mosiah hurgó en su túnica y sacó una pequeña esfera de cristal que, cuando se la activase mediante una palabra mágica, ofrecería una imagen del joven y apuesto príncipe de Sharakan.

—Eso no será necesario —dijo Radisovik con una sonrisa—. Si lo has tratado con el príncipe Garald y él se ha mostrado conforme, entonces, desde luego, abriré un Corredor y te desearé buena suerte. Mas ¿adónde quieres ir?

—A las Tierras de la Frontera —respondió Mosiah.

Radisovik se sobresaltó, y miró al muchacho con expresión de desconcierto.

—¿Por qué deseas...? —Entonces su frente se despejó—. ¡Ah! —exclamó en voz baja—. Hoy es el aniversario.

—Sí, Divinidad —replicó Mosiah, también quedamente—. Nunca he estado allí. Cuando los Hechiceros me encontraron en el País del Destierro, yo estaba más muerto que vivo. No me enteré de lo que había sucedido hasta... mucho después. Quería ir, pero no pude obligarme a hacerlo —bajó la mirada al suelo, avergonzado—. Sé que debiera haber partido, pero no podía soportar ver a Saryon... transformado... —Tosió, aclarándose la garganta.

—Lo comprendo, hijo mío. Lo comprendo. —Radisovik colocó su mano sobre el hombro del muchacho—. Me enteré de tu experiencia y debe de haber sido terrible. Nadie puede culparte por no querer viajar a ese horrible lugar hasta que te sintieras más fuerte.

—Debo ir. Necesito ir —afirmó Mosiah, tozudo, como si estuviera discutiendo consigo mismo—. Tengo que forzarme a mí mismo a aceptar que fue real. Que realmente sucedió. Quizás entonces podré acatarlo o comprenderlo.

—Dudo que logremos comprenderlo alguna vez —señaló Radisovik, observando al joven con fijeza, sus ojos examinando cada uno de los matices de la expresión de aquel rostro abierto y franco—, pero la verdad es que debemos aceptar lo que ha sucedido, no sea que la cólera y la amargura nos corroan y nos impidan vivir nuestras propias vidas.

Se interrumpió, esperando para ver si Mosiah añadía algo más. Sin embargo, el joven, luchando con sus emociones, pareció incapaz de agregar nada. El Cardinal se encogió de hombros imperceptiblemente y, murmurando una oración, hizo que un Corredor se abriera en la habitación, creado en el aire un agujero oval que parecía hundirse en la nada.

—Que la bendición de Almin te acompañe, Mosiah —deseó Radisovik mientras el muchacho, con el rostro ruborizado, murmuraba entre toses su agradecimiento—. Ojalá encuentres la paz que buscas.

El Corredor se alargó. El joven penetró en su interior y el sendero a través del espacio y el tiempo creado en otra época por los antiguos se cerró a su alrededor. Mosiah desapareció de la habitación.

Con la mirada fija en el lugar por donde se había ido y la frente arrugada, el Cardinal meneó la cabeza.

—¿Qué secreto roe tu corazón, muchacho? —murmuró—. Quisiera saber...

El Corredor se cerró alrededor de Mosiah con aquella familiar sensación aprisionadora, como si lo estuvieran arrastrando por un pequeño y oscuro túnel. El muchacho experimentó un aterrador momento de pánico, recordando con horrible claridad la última vez que había utilizado aquella ruta...

Con el rostro inexpresivo, la bruja pronunció una palabra. Mosiah contuvo el aliento, asustado, cuando las espinas volvieron a aparecer en las enredaderas, esta vez pinchando simplemente su carne en lugar de hundirse en ella.

—Aún no —dijo la mujer, adivinando los pensamientos de Mosiah por la expresión de su pálido rostro y por sus ojos desorbitados—. Pero crecerán y seguirán creciendo hasta que te atraviesen la piel y los músculos y todos tus órganos, arrancándote la vida a su paso. Te lo pregunto de nuevo. ¿Cómo te llamas?

—¿Por qué? ¿Qué puede importar mi nombre? —gimió Mosiah—. ¡Vos ya lo sabéis!

—Compláceme —repuso la bruja, y pronunció otra palabra.

Las espinas crecieron otro medio centímetro.

—¡Mosiah! —Sacudió la cabeza presa de un atroz dolor—. ¡Mosiah! ¡Maldita sea! ¡Mosiah, Mosiah, Mosiah...!

Entonces recobró por un instante la lucidez, dándose cuenta del plan de la bruja. Mosiah se calló e intentó retractarse, mientras contemplaba horrorizado cómo la bruja se convertía en Mosiah. Su rostro, el de él; sus ropas, las de él; su voz, la de él.

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