Read En busca del azul Online

Authors: Lois Lowry

Tags: #ciencia ficción - juvenil

En busca del azul (16 page)

BOOK: En busca del azul
10.11Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Nora pensó en el travieso chiquillo, en su generosidad y sus risas, en su amor a su perrillo. Le imaginó en aquel momento, quién sabía dónde, en busca de un regalo que llevar a sus amigos.

—¡Sí la tiene, Tomás! —dijo—. Tiene la habilidad de alegrarnos y hacernos reír.

En aquel lugar terrible no parecía haber sonado jamás la risa. Atravesando aquella miseria, Nora recordó las carcajadas contagiosas de Mat. Recordó también la voz clara y pura de la pequeña cantora, y pensó que aquellos niños debían de haber sido las dos únicas notas de alegría en la Nava. Ahora a Lol se la habían llevado, y Mat tampoco estaba ya.

Nora se preguntó dónde habría ido, sin otra compañía que la del perro, en busca de azul.

Capítulo 18

Se aproximaba el día de la Reunión. En el pueblo se palpaba su cercanía; se remataban proyectos y se aplazaba el inicio de otros nuevos. Nora observó que en los telares se plegaban y almacenaban los paños pero no se volvían a montar los telares.

El nivel de ruido bajó, como si la gente, entretenida en los preparativos, no quisiera perder tiempo con las peleas de costumbre.

Algunos se lavaban.

Tomás, en su cuarto, sacaba brillo al báculo del Cantor una y otra vez, meticulosamente; le daba aceites espesos y lo frotaba con un paño suave. La madera, dorada y pulida, empezó a tomar lustre y fragancia.

Habían pasado muchos días de la desaparición de Mat, y seguía sin volver. De noche, antes de dormir, Nora se aferraba al trapito que tantas veces había aquietado sus miedos, que incluso había respondido a sus preguntas, y envolviendo los dedos en él concentraba sus pensamientos en Mat: imaginaba su figura risueña, y trataba de sentir dónde podía estar y si estaba a salvo. El trapito daba una sensación de tranquilidad, de sosiego, pero ninguna respuesta.

Durante el día Tomás y ella oían de vez en cuando la voz de Lol, la pequeña cantora. Ya no lloraba. Casi siempre era un canto repetitivo de las mismas frases, pero a veces, como si se le permitiera un momento de asueto, la voz, aguda y lírica, se alzaba en melodías impresionantes, que Nora escuchaba sin respirar.

Por las noches, llave en mano, se escurría al piso de abajo para visitar a la niña. Lol ya no preguntaba por su madre, pero se abrazaba a Nora en la oscuridad. Una a otra se contaban historias y hacían bromas en voz baja, y Nora le cepillaba el pelo.

—Podría llamar con el cepillu si me hiciera falta —le recordó Lol, alzando los ojos al techo.

—Sí, y vendríamos —Nora acarició la suave mejilla de la pequeña.

—¿Quieres que te haga una canción? —preguntó Lol.

—Algún día —dijo Nora—. Ahora no. De noche no debemos hacer ruido. Tiene que ser secreto que yo vengo aquí.

—Yo inventaré una canción y algún día te la cantaré hurrible de fuerte —dijo Lol.

—¡Estupendo! —respondió Nora riendo.

—La Reunión será pronto —dijo Lol con aire de importancia.

—Sí, ya lo sé.

—Diz que yo estaré en primera fila.

—¡Qué bien! Así podrás verlo todo. Podrás ver el bonito manto del Cantor. Yo he estado trabajando en él —le contó Nora—. Tiene unos colores maravillosos.

—Cuando yo sea la Cantora —le confió la niña—, podré volver a hacer mis canciones. Cuando tenga bien aprendidas las de antes.

* * *

Cuando Jacobo fue a su habitación, Nora le enseñó que la reparación del manto ya estaba acabada. Él se mostró muy satisfecho de la labor. Juntos extendieron el manto sobre la mesa y lo examinaron por un lado y por otro, abriendo los pliegues y volviendo los puños, estudiando los intrincados puntos y las escenas que formaban.

—Has hecho un gran trabajo, Nora —dijo Jacobo—. Sobre todo aquí.

El lugar que señaló había sido difícil. Aunque su extensión era diminuta, como la de todas las escenas, era una complicada representación de edificios altos en colores grises, que se derrumbaban sobre un fondo de explosiones ardientes. Nora había combinado distintos tonos de naranja y rojo y había buscado los diversos grises del humo y de los edificios. Pero la dificultad del bordado había estado en que no tenía idea de qué eran aquellos edificios. Nunca había visto nada parecido. El Edificio del Consejo, donde ahora vivía y trabajaba, era el único de gran tamaño que conocía, y comparado con aquéllos era pequeño. Parecía como si aquéllos, antes de caerse, se hubieran elevado hacia el cielo hasta alturas asombrosas, mucho más allá del árbol más alto.

—Esa parte fue la peor —explicó—. Fue muy complicada. Quizá, si hubiera sabido más cosas sobre los edificios, sobre lo que pasó…

Se azaró.

—Debería haber puesto más atención en el Cántico de la Ruina cada año —confesó—. Siempre me interesaba mucho al empezar, pero luego me distraía, y no siempre escuchaba con atención.

—Eras una niña —le recordó Jacobo—, y el Cántico es muy largo. No hay nadie que escuche con atención todas las partes, y menos los niños.

—¡Este año lo haré! —dijo Nora—. Este año pondré especial atención por lo bien que conozco las escenas. Atenderé sobre todo a esta parte de la caída de los edificios.

Jacobo cerró los ojos y movió los labios en silencio. Después empezó a tararear, y Nora reconoció una melodía que se repetía en una sección del Cántico. Él cantó en voz alta:

«Arde, mundo azotado,

horno devorador,

impuro infierno…».

—Creo que es eso —dijo, abriendo los ojos—. Es a partir de ahí, muy largo; no recuerdo la continuación, pero creo que es en esa parte donde se derrumban los edificios. Date cuenta de que yo he oído el Cántico muchas más veces que tú.

—Yo no sé cómo se lo puede saber el Cantor —dijo Nora, y por un instante se le ocurrió preguntar por la niña cautiva de abajo, la Cantora del futuro, que estaba siendo obligada a aprenderse el interminable Cántico. Pero vaciló y perdió la ocasión.

—Piensa que tiene el báculo como guía —dijo Jacobo—, y empezó a aprenderlo de pequeño, hace mucho tiempo. Y ensaya continuamente. Mientras tú preparabas el manto, él preparaba el Cántico de este año. Claro que el texto siempre es el mismo, pero yo creo que cada año él decide poner más acento en unas partes que en otras. Se pasa el año estudiando, pensando y ensayando la ejecución.

—¿Dónde?

—Tiene unas habitaciones especiales en otra zona del Edificio.

—Yo nunca le he visto más que en el Cántico.

—No. Vive apartado.

Volvieron al manto y lo recorrieron palmo a palmo para comprobar que a Nora no se le había pasado nada inadvertido. Una auxiliar trajo el té, y se sentaron a hablar del manto y sus escenas, de la historia que narraba, del tiempo anterior a la Ruina. Otra vez Jacobo cerró los ojos y recitó:

«Devastación

de Bogo Torón,

de Tímor Narada,

de Totu asolada…».

Nora reconoció los versos, que estaban entre sus preferidos, aunque no los entendía. De pequeña aquellas rimas la sacaban del aburrimiento que sentía en muchos ratos a lo largo del interminable Cántico. «De Bogo Torón, de Tímor Narada», cantaba para sí a veces.

—¿Qué quiere decir esa parte? —preguntó a Jacobo.

—Creo que son nombres de lugares desaparecidos —explicó él.

—¿Cómo serían? Tímor Narada. Me gusta cómo suenan esos nombres.

—Eso es parte de tu trabajo —le recordó Jacobo—. Tú utilizas los hilos para recordarnos cómo eran.

Nora asintió y volvió a alisar el manto, contemplando las trágicas ciudades destruidas y las praderas de suave verdor que las separaban.

Jacobo dejó su taza en la mesa y fue a asomarse a la ventana:

—Los obreros han acabado. En cuanto pasen la Reunión y el Cántico de este año podrás ponerte a teñir hilos nuevos para el manto.

Ella le miró consternada, con la esperanza de ver en su gesto que hablaba en broma. Pero Jacobo estaba muy serio. Nora había supuesto que una vez que terminara aquel trabajo podría dedicarse a sus proyectos propios, a algunos de aquellos dibujos complicados que sentía y veía mentalmente. A veces le temblaban los dedos de ganas de hacer esas cosas.

—¿Tanto se estropeará el manto durante el Cántico que habrá que volver a repararlo? —preguntó, intentando disimular lo penosa que le resultaba la idea. Quería dar gusto a Jacobo. Era su protector. Pero no quería seguir haciendo aquello toda la vida.

—No, no —la tranquilizó él—. Tu madre fue arreglando los pequeños desperfectos de cada año, y ahora tú has rehecho con suma habilidad las partes que necesitaban restauración. Seguramente después del Cántico de este año sólo te quedarán algunos hilos rotos que reparar.

—¿Entonces… ? —Nora no comprendía.

Jacobo alargó la mano hacia el manto e indicó con un gesto la parte de los hombros, vacía de ornamentación.

—Aquí está el futuro —dijo—. Y ahora tú nos lo vas a contar, con tus dedos y tus hilos. En sus ojos había una mirada penetrante, excitada.

Nora trató de ocultar su susto.

—¿Tan pronto? —murmuró. No era la primera vez que Jacobo aludía a aquella enorme tarea; pero ella había pensado que sería cuando tuviese más años, más destreza, más conocimiento…

—Te hemos estado esperando mucho tiempo —dijo él, y la miró sin pestañear, como retándola a negarse.

Capítulo 19

Comenzó temprano. Ya al amanecer llegó hasta Nora el rumor del gentío que empezaba a congregarse, a pesar de que su cuarto estaba en el otro lado del edificio. Rápidamente se acabó de vestir, se pasó el cepillo por el pelo y corrió al cuarto de Tomás. Desde allí se veía la plaza donde tenían lugar las grandes asambleas.

Al contrario que cuando la cacería, la multitud estaba pacífica. Hasta los niños pequeños, normalmente tan rebeldes, esperaban tranquilos sin soltarse de la mano de su madre. El rumor que despertó a Nora no era de gritos y empellones, sino simplemente del paso de la gente que afluía de las calles estrechas a unirse a la multitud que esperaba para entrar en el edificio. Del camino de la Nava llegaba una corriente ininterrumpida de ciudadanos silenciosos con sus hijos. De la dirección opuesta, la zona donde Nora había vivido con su madre, venían otros, antiguos vecinos suyos a los que reconoció. Vio al hermano viudo de su madre con su hijo Dan, pero la niña, Mar, no iba con ellos; quizá se la hubieran dado a otros.

En un día normal las familias estaban dispersas y separadas, los niños campando a su aire, los mayores trabajando, pero aquel día los maridos acompañaban a sus mujeres y los niños a sus padres. Todos estaban serios, expectantes.

—¿Dónde está el báculo? —preguntó Nora, buscándolo con la mirada por la habitación.

—Ayer se lo llevaron.

También el manto se lo habían llevado el día anterior. Y, a pesar de lo cansada del trabajo que estaba Nora, la habitación sin él le había parecido más pequeña.

—¿Vamos abajo? —preguntó a Tomás, aunque no le apetecía meterse en el gentío.

—No, han dicho que vendrán a buscarnos. Le pregunté a la auxiliar que trajo el desayuno. ¡Mira! —señaló—. Allá al fondo, junto al árbol que hay delante de los telares: ¿no es ésa la madre de Mat?

Nora siguió la dirección del dedo de Tomás y descubrió a la misma mujer flaca que les había mirado con desconfianza desde la miseria de la barraca. Ahora venía limpia y aseada, y tenía de la mano al niño que se parecía tanto a Mat. Allí estaban esperando los dos, como una familia; pero sin el otro hijo. Ni sombra de Mat. A Nora la embargó una oleada de dolor, una sensación de pérdida.

Mirando aquel mar de cabezas, reconocía algunas aquí y allá: las tejedoras, cada una por su lado con su marido y sus hijos; el carnicero, limpio por una vez en la vida, con su corpulenta mujer y sus dos mocetones. Ya estaba congregado el pueblo entero, y sólo unos cuantos rezagados se apresuraban aún por las calles.

Se inició entonces un leve movimiento, y Nora vio que la gente se adelantaba lentamente, como las olitas que hacía el agua del río en la orilla al pasar un tronco flotando.

—Han debido abrir las puertas —dijo Tomás, estirándose para mirar.

Uno por uno fueron entrando en el edificio todos los habitantes del pueblo. Por fin, cuando fuera ya no quedaba casi nadie y el murmullo de voces y el rumor de pasos se oía en el piso de abajo, una auxiliar los llamó desde la puerta:

—Es la hora —dijo.

* * *

Salvo una ojeada rápida por la rendija aquella tarde en que iba buscando a Jacobo, Nora no había vuelto a ver la sala del Consejo de Guardianes desde el día de su juicio, hacía muchos meses. Entonces las circunstancias eran muy distintas, cuando entró en aquel recinto cavernoso, cojeando por el pasillo central, hambrienta, sola y temiendo por su vida.

Seguía apoyándose en su bastón, lo mismo que aquel día. Pero ahora estaba limpia, tenía salud y no tenía miedo. Ella y Tomás entraron por una puerta lateral cercana al escenario, viendo cómo les miraban las caras de todo el pueblo.

La auxiliar que iba con ellos les indicó una fila de tres sillas de madera vueltas hacia el público, al pie del escenario en el lado izquierdo. Nora vio que en el lado contrario había otra fila de sillas más larga, y sentados allí reconoció a los miembros del Consejo de Guardianes. Entre ellos estaba Jacobo.

Rápidamente, acordándose de la costumbre, inclinó la cabeza hacia el Objeto de Culto del escenario. Luego siguió a Tomás y tomaron asiento en dos de las sillas. Por el público corrió un murmullo, y Nora notó que se ponía colorada. No le gustaba llamar la atención. No le gustaba tener que estar sentada allí delante. Recordó la voz burlona con que, sólo unos días antes, una de las tejedoras había dicho: «¡Ésta ya no nos necesita!».

«No es verdad. Os necesito a todos. Nos necesitamos los unos a los otros».

Mirando al público compacto, recordó las muchas veces que en los años pasados había acudido obedientemente con su madre a la Reunión. Siempre se sentaban al fondo, donde ella ni veía ni oía y aguantaba el acontecimiento aburrida e inquieta, poniéndose a veces de rodillas en el asiento para mirar por encima de los hombros de los espectadores, tratando de ver al Cantor. Su madre estaba siempre muy atenta, y la sujetaba suavemente cuando ella se removía. La Reunión y el Cántico eran largos y pesados para los niños.

El público apiñado, que hasta entonces se mantenía respetuoso pero se movía en los asientos y cuchicheaba, enmudeció cuando Nora y Tomás entraron a ocupar sus sitios. Todo el mundo quedó a la espera. Por fin, en medio del silencio, el Guardián Mayor, el tetrasílabo al que Nora no había vuelto a ver desde el juicio y cuyo nombre seguía sin aprenderse (¿era Bartolomé?), se levantó de su silla al otro lado, y colocándose delante del escenario inició el rito con que se abría siempre la ceremonia.

BOOK: En busca del azul
10.11Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Look at Me by Anita Brookner
Thunder Road by James Axler
Unbinding by Eileen Wilks
The Culture Code by Rapaille, Clotaire
Straight by Hanne Blank
Wet: Part 1 by Rivera, S. Jackson
Reaction by Lesley Choyce