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Authors: Juan Ignacio Carrasco

Tags: #Terror

Entre nosotros (4 page)

BOOK: Entre nosotros
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Durante las últimas semanas, mi padre y yo nos habíamos distanciado un poco. El hombre, derrotado por un hijo llorón, había decidido tirar la toalla y evitar preguntarme nada sobre mi estado de ánimo o sobre cualquier otra cosa. Pero, al parecer, se ve que el hombre había visto alguno de esos programas de televisión en los que una gorda sabihonda explica a la gente cómo ha de vivir, como si todo el mundo fuera idiota menos ella o como si desde el Big Bang el universo hubiera vivido en un caos absoluto hasta que su madre la parió, y mi padre decidió ejercer de madre o de esposa aburrida conmigo. Digo esto porque aquella noche mi padre comenzó una conversación conmigo con una pregunta muy estúpida.

—¿Cómo te ha ido el día, cariño?

Lo de «cariño» es lo que le delató, esto no podía ser suyo.

—Pues como siempre. Un día sin nada de interés. Bueno, he conocido a mi tutor, no sabía que tenía uno y lo he conocido hoy. Se llama Higgins.

—¿Cómo el de
Magnum
?

—No lo sé, puede que sí o pude que no. Si supiera lo que es
Magnum
te lo diría.

—Era una serie de televisión de hace unos cuantos años.

—¿Más de diez?

—Sí, unos cuantos más.

—Vale, entonces es algo que no me interesa.

—Pues era muy buena.

—Vale.

—Con Tom Shelleck

—Mira qué cosa.

—Bueno, pues en esa serie había un personaje que se llamaba Higgins. Uno de esos ingleses agobiantes. ¿Qué tal es tu Higgins?

—No es inglés, pero sí es un poco agobiante.

—¿Y habéis hablado de algo interesante?

—No, de gladiadores y cosas así. Ah, y me ha dejado tres libros, pero no tienen muy buena pinta.

—¿De qué son?

—Son de unos tíos que ya están muertos. Solo uno de los tres me suena algo, un tal Poe.

—¿Poe? Ese es buenísimo, yo leí cosas suyas cuando tenía tu edad. Recuerdo que me gustó mucho
El cuervo
.

—¿
El cuervo
? ¿De eso no han hecho una peli?

—Sí, creo que sí.

—¡Joder, sí, ya me acuerdo! Es esa peli en la que se cargaron durante el rodaje al hijo de Bruce Lee. Dijeron que fue un accidente, pero hay gente que dice que no.

—Pues puede que sea esa ¿Era buena?

—Buenísima.

—Entonces debe ser esa, Abel.

Pensé que Higgins era una especie de genio sobrehumano y que había descubierto nada más conocerme qué tipo de libros eran los que realmente necesitaba leer para olvidarme de Mary. Me comí el postre en dos bocados y le dije a mi padre que me iba corriendo a la habitación a leer, frase que no solía escucharse mucho en mi casa. Por suerte, en la antología de Higgins estaba
El cuervo
y además solamente tenía una página. Me lo leí de un tirón. Una mierda. Ni tiros ni patadas ni nada. Además, la mayoría de las palabras eran inventadas o extranjeras. De esto no podían haber hecho una película ni amenazados de muerte. Había un pájaro que hablaba y no era un loro, sino el cuervo del título y solamente decía «nunca más». No sé, podría haber dicho «te mataré, cabrón» o algo así, pero se ve que el señor que escribió eso no daba más de sí.
El cuervo
, en resumen, era una estupidez. Miré la contraportada del libro porque a lo mejor decía que de alguna de las obras del interior habían hecho una película, y me topé con la foto del señor Poe y daba miedo. Tenía pinta de uno de esos enterradores que matan a gente para no quedarse sin trabajo. A lo mejor entre entierro y entierro escribía cosas, seguramente completamente borracho o drogado porque para escribir, eso del pájaro que hablaba se ha de estar muy colocado. La verdad es que siendo generoso podría haber aceptado leer una historia sobre un gato zombie o un gorila asesino, pero un cuervo hablaba para no decir nada me hizo entender que no valía la pena leer nada más del tipo del careto de enterrador.

El cuervo
había sido una decepción tal que casi me quita las ganas de intentar echarle un vistazo a los otros dos libros, pero Higgins era mi tutor y a lo mejor eso le daba un poder que yo desconocía y era mejor estar a buenas con él. Cogí
Werther
y, sí, era una versión bilingüe, siendo una de las lenguas la nuestra y la otra, algo increíble, la alemana. ¿Para qué cojones les habíamos machacado en la Segunda Guerra Mundial? Pues supongo que, entre otras cosas, para que dejaran de importunar con sus cosas germanas y demás, ¿no? ¿O es que invadimos Alemania para leer sus jodidos libros? Poe podría ser un escritor nefasto y un sospechoso de crímenes sin resolver, pero era americano. O sea, era malo en todos los sentidos, pero nuestro al fin y al cabo. Ahora bien, ¿quién puñetas era Goethe? Seguro que era un nazi amigo de Hitler que a lo mejor hasta le escribía los discursos. Me fui a comprobarlo en Internet porque si Higgins estaba haciendo apología del nazismo podría chantajearle para librarme de leer sus libracos. Encontré un artículo sobre Goethe en la
Wikipedia
y a no ser que el que lo escribió fuese otro nazi manipulando información, se ve que Goethe nunca conoció a Hitler, más que nada porque murió cien años antes de que los nazis tomaran el poder en Alemania ¡Que mala suerte la mía! Además, resulta que Goethe, según ese artículo, era uno de los escritores más importantes de la historia, cosa que no dudo que fuese cierta porque el hombre tenía cara de culo. La pega es que si Goethe no era un nazi y encima era buen escritor, me quedaba sin argumentos para saltarme
Werther
; novela de la que ni me preocupé en comprobar si habían hecho una película europea. Así que buscaría algún resumen en Internet del libro, seguro que alguien había hecho uno para evitar que la gente como yo sufriera por culpa del pangermanismo.

La lectura de la biografía de lord Byron no me preocupaba en absoluto. Era un libro muy grueso, pero tenía una ventaja y es que era, eso, una biografía, y en Internet seguramente habría muchas de este señor. Higgins no me iba a hacer un examen; sabiendo cuatro cosas importantes sobre Byron me bastaba para salir del trance y que pareciese que me había leído aquel libraco. Por esta razón me iba a limitar a hojearlo por encima, para ver al menos cómo era, por si Higgins me pregunta algo sobre la edición y no sobre el contenido. El libro tenía buena pinta, es decir, al menos tenía ilustraciones, muchas de ellas retratos del lord. A simple vista lord Byron parecía el «antiPoe». No es que su aspecto diera mucha confianza, más que nada porque se notaba que era inglés, y de un inglés nunca puedes fiarte del todo —por eso Dios los colocó a todos en una isla—, pero transmitía buenas sensaciones, como si realmente hubiese sido un artista de verdad y no un enterrador alcohólico pluriempleado. Eso sí, a lo mejor era demasiado señorito para mi gusto porque también tenía pinta de irse a dormir con una mascarilla verde y con dos rodajas de pepino en los ojos. Los retratos de Byron me iban a servir para decir que era mucho mejor escritor que Poe porque podría argumentar que en su escritura se vio en todo momento relejada la elegancia innata de su origen aristocrático. Estaba seguro de que Higgins, si me obligaba a escoger entre Poe y lord Byron, aceptaría este comentario sin problemas. Seguí hojeando el libro y me detuve en una página donde salía un cuadro de una casa a orillas de un lago. Casi me muero de la risa porque la casa se llamaba Villa Idiota. ¿Quién le pondría ese nombre a una casa? Volví a leer el nombre, para reírme otra vez, como el que se ríe cuando le repiten el final del chiste que le acaban de contar y, no, la casa no se llamaba Villa Idiota, sino Villa Diodati. Fue una pequeña decepción porque eso de que alguien le pusiera Villa Idiota a su casa era lo único bueno que había leído en toda mi vida. Me dispuse a cerrar el libro, sintiendo que la noche de lectura había sido un fracaso total, cuando una de las palabras de aquel capítulo de la biografía de lord Byron saltó del texto y me golpeó en todos los morros:
Frankenstein
. Cerré los ojos y volví a abrirlos buscando esa palabra para asegurarme de que no eran imaginaciones mías y en esta búsqueda no solamente encontré de nuevo a
Frankenstein
, sino que además encontré algo mejor:
El vampiro
. La cosa prometía, aún no había leído aquella página con detalle, pero al parecer lord Byron había escrito
Frankenstein
y algo que se llamaba
El vampiro
. ¡Vaya diferencia con Poe, Dios mío! Byron era un escritor de historias terroríficas, mientras que Poe era un señor que aparte de escribir muy mal, hacía cuentos para niños remilgados con animalitos que hablaban. Higgins se volvió a ganar mi respeto y yo quise leer con detenimiento lo que se explicaba en aquel capítulo de la biografía de Byron que llevaba por título
Aquella noche del verano de 1816
.

Lord Byron no escribió
Frankenstein
sino que su autora fue una tal Mary Shelley. No me lo pude creer. Aunque se llamara Mary, lo cual quería decir que seguramente estaba dotada de varias gracias, no me cabía en la cabeza que una mujer escribiese
Frankenstein
. Podía aceptar que una mujer, por supuesto llamada Mary, inventase la minifalda, pero escribir una historia de terror era imposible. Todo el mundo sabe que a las mujeres no les gustan las historias de zombis, monstruos o fantasmas, a no ser que sea una cosa como
Ghost
o como
Entre fantasmas
, pero en este segundo caso solamente miran la serie para decir que Jennifer Love Hewitt tiene las caderas muy anchas y a la que se descuide se va a poner como una vaca. Las películas de miedo son una invención de los hombres para seguir manteniendo la idea de que son imprescindibles, que toda mujer necesita tener uno al lado para sobrevivir en este planeta. Por eso el cine de terror puede que después del peluquín y el ojo de cristal sea el mejor invento del hombre para preservar la supervivencia de la especie.

Lord Byron tampoco escribió
El vampiro
. Me empezaba a dar la sensación de que lord Byron no había escrito nunca nada de interés y que era famoso por tener un nombre pegadizo.
El vampiro
lo escribió un señor que se apellidaba Polidori, una especie de italiano inglés, una mezcla muy rara. El problema es que Polidori no era escritor, sino que pretendía serlo, pero se ve que era malísimo el pobre. Como no servía para las letras se hizo médico y lord Byron lo contrató porque se ponía enfermo tantas veces que le salía más a cuenta tener un médico a mano que ir cada dos por tres al hospital. Un buen día a Polidori le publicaron
El vampiro
, pero curiosamente en la edición ponía que era obra de lord Byron. Al final rectificaron y se publicó que era obra de Polidori.
El vampiro
tuvo mucho éxito y lord Byron reclamó su autoría, pero como era un fanfarrón y siempre estaba metido en jaleos, nadie le creyó. Sin embargo, la reclamación estaba justificada, ya que Polidori lo que había hecho era, aprovechando que era el médico de Byron, copiarle un relato que estaba escribiendo sobre un vampiro y que llevaba por título
El entierro
. Al parecer Polidori copió el inicio, la idea general y las características del perverso vampiro. Lord Byron no acabó su relato porque ya no tenía sentido hacerlo y la gente habría dicho que era él quien había copiado a Polidori. La conclusión que podemos sacar de todo ello es que hace doscientos años la gente era muy poco de fiar.

La razón por la que se hablaba de
Frankenstein
y
El vampiro
en el capítulo de la biografía de Byron en la que salía Villa Diodati era que en esa casa propuso el lord a unos amigos una noche, tras leer unos cuentos de fantasmas, que cada uno de los presentes escribiese un relato de terror. Entre los que estaban allí se encontraban Percy y Mary Shelley y también Polidori, aunque sospecho que este no era amigo y se apuntó a lo de escribir un relato de terror porque era un envidioso y quería ser como su jefe. Se dice que esa noche nació el género novelesco de terror porque fue la propuesta de lord Byron lo que empujó a Mary Shelley a escribir
Frankenstein
. Fue por eso y porque no existía la televisión, supongo.

Un par de semanas después, me topé con Higgins en el pasillo del instituto y el hombre me preguntó cómo iban mis lecturas. Le dije que casi me había terminado todos los libros y metí la pata al decirlo porque entonces él me invitó a que fuera ese mismo día a su despacho a comentar lo que había leído. Busqué una excusa rápida para salir de aquel atolladero porque ni había buscado nada sobre
Werther
si me había mirado la biografía de lord Byron, pero no encontré nada creíble que me librase de enfrentarme a esa especie de examen oral que iba a ser la reunión con Higgins. Al final le dije que de acuerdo, que pasaría a charlar con él por la tarde, y le volví a repetir que no había acabado de leer los libros.

—¿De qué te apetecería hablar primero, Abel? —me preguntó poco después de entrar aquella misma tarde en su despacho y de que volviera a rechazarle un café o un refresco.

—No sé, de lo que usted quiera.

—Entonces, hablaremos de
Werther
.

—Me parece perfecto, señor Higgins —dije yo, al mismo tiempo que pensaba que se me iba a ver el plumero a las primeras de cambio.

—Pues dime, ¿qué te ha parecido?

—La verdad es que aún no me la he terminado. No sé la razón, pero se me ha atragantado un poco. No creo que sea por culpa de Goethe, que es un genio incomparable, sino mía que a lo mejor no estoy preparado para una obra tan maravillosa —le contesté, todo de un tirón, sin titubear y pensando que cada vez que decía una palabra la excusa iba cobrando más fuerza y sentido. Además no le mentía, era una verdad como un templo, a excepción de eso que Goethe era un genio incomparable, porque con esa cara era imposible.

—Creo, Abel, que ha sido culpa mía. Justo en el momento en el que te di el libro, pensé que había cometido un error. Es un libro que puede despertar en ti unos sentimientos que mal asimilados pueden ser dañinos. Por favor, Abel, no leas el libro, déjalo estar. Hazme ese favor y no lo leas.

Estuve a punto de levantarme de la silla y comenzar a bailar como un brujo apache en año de sequía. ¡Chúpate esa, Goethe, cara culo! ¡EE UU, EE UU, EE UU! El marcador es de EE UU 3 – Alemania 0. ¡A ver si con tres derrotas consecutivas tenéis suficiente! En Dios confiamos. ¡Qué bello es vivir…! Bueno, esto es todo lo que sentí en el momento en el que Higgins me pidió por favor —es que me lo pidió por favor— que no leyera
Werther
. Por supuesto reprimí mi alegría y le seguí el juego al bueno de mi tutor.

BOOK: Entre nosotros
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