Read Espectros y experimentos Online

Authors: Marcus Sedgwick

Tags: #Infantil y juvenil

Espectros y experimentos (6 page)

BOOK: Espectros y experimentos
10.58Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Colegui parloteaba en la cama y se puso a dar unos saltos tan disparatados que todo el mundo se volvió a mirarlo. El mono retorcía el cuello de una manera grotesca e, incluso para un bicharraco tan feo, puso una cara aún más espantosa con la mandíbula dislocada y los ojos desorbitados. Agitó las manos y después soltó un ruido horrible, escalofriante y, la verdad, totalmente innecesario.

—¡Uuuuuu-uuuuu!

—¡Por favor! —exclamó Pantalín, haciendo ademán de retirarse.

—¡Es verdad! —dijo Silvestre, señalando al mono—. Así es como era. Así exactamente. O casi.

—Uuuuuu-uuuu. Uuuuuu —decía Colegui, muy satisfecho, creo yo, con la atención que había despertado.

—Cielo santo —dijo Pantalín—. No puedo creer que haya abandonado mis estudios durante tantas horas de provecho por este disparate. ¡Tengo cosas que hacer!

—¡No! —gritó Silvestre—. ¡Padre! De veras lo vimos… un horrible, un enorme, un espeluznante… ta. Juro que lo vimos.

Yo salí detrás de Colegui cuando se asustó por la tormenta y echó a correr. Iba muy deprisa, pero había metido las patas en la sopa y pude seguir sus huellas mucho rato. Corrió kilómetros y kilómetros, y llegamos a un sitio del castillo donde nunca había estado. Lo pillé porque se había parado en una esquina. ¡Paralizado de terror! Le di alcance por fin, me asomé por la esquina y entonces vi lo que estaba mirando. Y era…

—¿Era…? —lo animó Mentolina.

—Era… —tartamudeó Silvestre.

—¿El fantasma? —preguntó Solsticio.

Silvestre asintió una y otra vez furiosamente. Madeleine y Fifi empezaron a soltar gemidos y a susurrar.

Pantalín dio un suspiro tan hondo que apagó las velas (cosa que alguien tenía que haber hecho ya, porque afuera lucía un sol resplandeciente).

—Ay, mi querido muchacho. ¡Qué absurda sarta de disparates!

—¡No! —gritó Silvestre—. ¡No! Era un… era… y entonces corrimos y corrimos, y llegamos a la habitación de Solsticio… Y ya no recuerdo nada más.

—Y dime, mi querido muchacho —dijo Pantalín mirando su reloj—, ¿en qué parte del castillo estabais concretamente?

—Bueno, yo nunca había estado allí, pero creo, o sea, pienso, vamos, lo supongo, que estábamos más o menos, hum, digamos, en el Ala Sur…

Se le estranguló la voz.

—¿Y acaso no sabemos —dijo Pantalín, agotando ya su escasa paciencia— que la «perdida» Ala Sur del castillo hace lo que le viene en gana?, ¿que esa ala es capaz de emitir ruidos extraños por los pasillos desiertos?, ¿que la luz juega en sus deslucidos espejos de la forma más estrafalaria?

Silvestre no respondió. Colegui seguía haciendo su número del fantasma. No paró hasta que le di desde detrás un picotazo en la cabeza y corrí a refugiarme en el brazo de Solsticio. Las doncellas continuaban cuchicheando y me pareció oír que a Fifi le entrechocaban las rodillas del tembleque que le había entrado.

—¿Y bien? —preguntó Pantalín, escrutando desde lo alto a su canijo y trémulo hijo.

—Sí, padre —dijo con vocecita sumisa—. Pero…

—¡Ni pero ni nada! —replicó Pantalín—. ¡No hay excusa que valga! Ya he perdido bastante tiempo con este estúpido asunto. Luego que nadie se extrañe si acaban echándonos a todos a la calle. ¡Buenos días!

Giró en redondo y salió, dando un portazo.

Un segundo después se abrió otra vez la puerta, y Lord Otramano asomó la cabeza.

—Esas salchichas, de todos modos, no serían mala idea.

Y volvió a desaparecer.

Silvestre miró entonces a Mentolina, pero ella ya recogía sus retales del suelo.

—Tú me crees, ¿verdad, madre?

—¿Eh? Sí, cariño. Claro que te creo —dijo Mentolina, justo en ese tono que emplean las madres cuando no te han oído. Luego salió de la habitación sin mirar atrás, llevándose a Fermín y las doncellas consigo.

Silvestre se volvió hacia su hermana.

—Solsticio, ¿tú me crees, no?

—Sí —dijo Solsticio, lo cual pareció alegrar un poco a Silvestre. Pero me di cuenta de que en realidad no le creía.

Y la verdad, yo tampoco.

Todavía.

Cajón y Hermanos

ha sido la empresa

funeraria de la familia

desde tiempos

inmemoriales.

Son muy apreciados por

su fidelidad y por

la actitud impasible

que exhiben incluso

ante los cadáveres

más horripilantes.

L
os días siguientes pasaron sin novedad. Casi tranquilamente.

Nadie creía lo que Silvestre explicaba. Y al cabo de pocos días, lo que decía haber visto variaba mucho según a quién se lo contara. Aun así, una atmósfera de misterio se había extendido por el castillo. Había murmullos y cotilleos, especialmente en las cocinas, donde las criadas no paraban de cotorrear de otras apariciones que ya se habían avistado en el castillo de Otramano: damas grises, jinetes decapitados, monjes blancos y, lo más espeluznante de todo, una oveja espectral que había aparecido una vez retozando por los prados.

Soy un pájaro viejo; no sé si lo había dicho ya, pero así es. He visto muchas cosas raras en el castillo de Otramano, y también antes, cuando era el castillo Defriquis. Las rarezas forman parte del lugar, sin duda. Pero los fantasmas ya son otra cosa.

En fin que he tenido mis sospechas a lo largo de los años, y si en alguna parte del castillo ha de haber moradores sobrenaturales debería ser en la «perdida» Ala Sur: un laberíntico y ruinoso muestrario de arquitecturas estrafalarias erigido en el curso de varios siglos, que había ido cayendo en desuso y en estado de abandono. Hoy en día nadie va por allí. Lord Pantalín declaró que no era un sitio seguro tras las pruebas científicas que practicó en el entarimado. Aunque, la verdad, después de que todos tuvieran que ayudar a sacar a Fermín de un agujero del suelo, a nadie le quedaban ganas de volver.

BOOK: Espectros y experimentos
10.58Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Wishes & Tears by Nancy Loyan
The Ballymara Road by Nadine Dorries
Saint Nicholas by Jamie Deschain
Mistletoe Magic by Celia Juliano
The Black Hand by Will Thomas
From the Fire V by Kelly, Kent David
La voz de los muertos by Orson Scott Card