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Authors: Ed Greenwood

Fuego mágico (17 page)

BOOK: Fuego mágico
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—Oh, Narm —dijo ella—. Creo que te he querido desde que nuestros ojos se encontraron por vez primera en La Luna Creciente, y siento como si hubiera pasado tanto tiempo desde entonces... ¡toda una vida por lo menos! —y se rió, abrazándolo tiernamente. Luego su expresión se tornó pensativa—. Es extraño, pero ahora no tengo miedo de morir. No me parece terrible morir aquí, si morimos juntos.

Los brazos de Narm se estrecharon en torno a ella.

—¿Morir? —dijo—. ¿Quién sabe si cavando un poquito no podríamos aún ganar nuestra libertad? La gruta del dracolich es demasiado grande para llenarse completamente de rocas..., espero.

—Cavaremos, entonces —dijo Shandril—, si me dejas levantar.

Se separaron y descubrieron la esfera. La luz hizo visibles sus cuerpos desnudos, y Shandril recogió automáticamente su túnica para cubrirse.

—Querida mía —dijo Narm con dulzura—, ¿no puedo verte siquiera?

Shandril se rió avergonzada, y su risa se convirtió en llanto. Narm la abrazó y la acarició mientras sus sollozos se apagaban. Luego murmuró unas palabras cálidas de aliento y estiró el brazo por encima de su hombro para recoger su túnica.

—Todavía no estamos muertos —susurró.

Se sentaron juntos en silencio durante un rato rodeándose mutuamente con sus brazos y reuniendo fuerzas. Entonces Shandril comenzó a tiritar y se vistieron, se levantaron y se pusieron a caminar alrededor para entrar en calor. Narm recogió oro suficiente para llenar los morrales de ambos y encontró otro tesoro para su dama.

Entregó a Shandril un anillo y un brazalete unidos por finas cadenas, de tal manera que cubrían el antebrazo de la joven, desde el dedo hasta el codo, láminas curvas y anillos labrados de oro argentífero; tanto la cadena como las demás joyas tenían numerosos zafiros incrustados.

Para él encontró una daga con su mango de metal labrado con la forma de una cabeza de león rugiente y dos rubíes engarzados a modo de ojos. Muchos y espléndidos eran los tesoros que dejó pasar ante sus ojos mientras caminaba, pero consiguió meter una barra de oro en su morral antes de que Shandril emitiese un susurro de sorpresa.

Algo se movía sobre las rocas más allá de la joven, aproximándose a ella desde los escombros; algo negro y escamoso y del largo de una espada corta. Se arrastraba con silenciosa rapidez sobre las piedras dirigiéndose hacia ellos. Era alguna especie de lagarto con un cuello y una cola bastante largos. Narm avanzó rápidamente unos pasos para lanzar sus artes a la criatura en caso de ataque. Sin aminorar su marcha, la criatura trepó hasta la cresta de una roca que estaba a cinco pasos de Shandril; ésta levantó la esfera para verla con más claridad.

De pronto, la criatura empezó a crecer, prolongándose hacia abajo por detrás de la roca, hirviendo, ondulándose y proyectándose hacia arriba. Su negra superficie se desprendió a trozos y, debajo de ella, apareció una tela de color púrpura. Con toda su estatura, y extendiendo sus brazos hacia afuera, Symgharyl Maruel se irguió ante ellos con una sonrisa triunfal.

—De modo que nos volvemos a encontrar —dijo la maga con un suave tono de amenaza—. Tiembla, querida —dijo a Shandril—, mientras mi arte se ocupa de tu joven león.

Sus manos se movían como serpientes reptantes. Shandril se volvió para mirar a Narm. También las manos de éste se movían, pero ella vio en su cara la valiente frustración de aquel a quien ya no le queda poder para lanzar artes mágicas.

Shadowsil susurró una palabra poderosa y después se echó a reír. Shandril sintió una rabia candente hervir en su interior y se precipitó sobre ella. Al menos tendría la satisfacción de dar un buen susto a la maga antes de que ésta acabara con ella.

6
Muerte en la oscuridad

Cuando te ataquen con magia, corre, reza o arroja piedras; muchos magos no son más que un fraude, y puedes salir airoso aun cuando tu corazón tiemble. ó bien puedes permanecer tranquilo y murmurar cualquier cosa mientras mueves fluidamente las manos. Algunos practicantes del arte son tan cobardes que pueden salir huyendo ante esto. Y, en cuanto a los otros, al menos, cuando los hombres hablen de tu muerte días más tarde, dirán: «Nunca supe que fuese un mago; lo mantuvo en secreto todos estos años. Debe de haber sido un tipo inteligente». Desde luego, algunos no estarán de acuerdo con esto.

Guldoum Tchar de Mirabar

Dichos de un mercader sabio y gordinflón

Año de las Nubes que se Deslizan

Shandril tenía en sus manos la esfera luminosa. Sin pensarlo, la estrelló con toda su fuerza en el rostro de Shadowsil rompiéndola en pedazos.

El agudo tintinear de cristales rotos se perdió en el desgarrado chillido de Symgharyl Maurel, y todo quedó a oscuras.

Shandril tiró a un lado los fragmentos que aún llevaba en la mano y lanzó un rotundo golpe con el pie contra el vientre de la purpúrea figura. Los chillidos cesaron, y Symgharyl Maruel se sentó de golpe.

Narm corrió hacia Shandril:

—¡Mi señora! ¿Estás bien, Shandril?

A estas palabras, la maga, cogiendo aire con dificultad, clavó una mirada feroz en Shandril a través de los hilos de sangre que corrían por su cara. Las manos de Symgharyl Maruel comenzaron a moverse.

—¡Oh, dioses! —se lamentó el joven lleno de miedo.

Shandril se quedó helada un instante. Pero, viendo que la maga había reanudado sus conjuros, agarró una piedra y la estampó de nuevo contra su cara. La piedra se estrelló con un ruido repulsivamente sordo y húmedo, y Shandril hizo una segunda arremetida.

—¡Déjanos en paz, maldita! —gritó Shandril a la bruja mientras la piedra se elevaba y caía otra vez más sobre ésta.

Shadowsil se debatía por bloquear el ataque de Shandril. Hasta que, ya sin fuerzas, cayó hacia atrás y quedó tendida sobre las rocas, ensangrentada e inmóvil.

—¿Shandril? —susurró Narm inquieto mientras salvaba las desiguales rocas para llegar hasta ella.

Shandril se quedó mirando estupefacta hacia abajo, mientras sus enrojecidos dedos dejaban caer la piedra, y rompió a llorar.

Narm la abrazó con vehemente ternura y observó a la maga. Ni su sortilegio ni su brujería habían surtido efecto. Quizá Shandril había impedido el conjuro con su feroz ataque, pero Narm lo dudaba. Ciertamente, nada había perturbado su propio sortilegio. Una titilante nube de luz en torno a Narm era todo cuanto le permitía ver a la bruja caída en la oscuridad. Symgharyl Maruel yacía allí inmóvil y silenciosa. ¿Era tan fácil matar a tan poderosa ejecutora del arte?

Shandril dominó sus sollozos y se agarró con fuerza a Narm. Mientras así estaban unidos, oyeron el inconfundible sonido de escarbar y de piedras que caían al otro lado del obstáculo rocoso. Sus corazones saltaron de esperanza.

Shandril miró hacia arriba a través de la niebla luminosa:

—¿Gritamos para que sepan que estamos aquí?

Narm frunció el entrecejo y sacudió la cabeza:

—Creo que no. Puede que no deseemos encontrarnos con los excavadores. Gritemos sólo si dejan de cavar.

—Está bien —dijo Shandril—, si tú estás conmigo.

Narm la abrazó con firmeza.

—¿Y si yo fuese un libertino, hermosa señora? —bromeó él con un gesto de burlona perversidad.

—Una dama no puede ser demasiado cuidadosa —le respondió ella citando la máxima.

él sonrió de oreja a oreja:

—Por favor, hacédmelo saber, señora, cuando ese cuidado vuestro empiece.

Shandril arrugó la nariz y se ruborizó avergonzada. Entonces, su atención se fijó en la titilante nube que rodeaba a Narm.

—¿Qué es eso?

—No lo sé —el joven intentó sacudirse la bruma luminosa de encima de él, pero ésta seguía pegada a él—. Extraño... —dijo, pero entonces volvió a oírse el ruido en las rocas. En silencio, miraron con cautela hacia las rocas que comenzaban a moverse. Hubo entonces un retumbante repiqueteo de piedras derrumbadas y una voz masculina soltó un grito.

Un instante después, apareció un destello de luz amarilla vacilando entre dos rocas. La luz fue creciendo a medida que apartaban más piedras.

—¡Deberíamos escondernos! —susurró Shandril tirando de Narm al tiempo que se agachaba entre las piedras.

La luz de una antorcha los delató antes de que pudieran moverse.

—¿Narm? —vino una voz desde la oscuridad—. ¿Señora?

—¿Florin? —respondió Narm con ansiedad, levantando a Shandril y llevándola a su lado.

—¡Bien hallados! —llegó la alegre respuesta mientras el hombre escalaba las rocas hacia ellos.

Shandril lo reconoció enseguida como el majestuoso caballero que había aparecido caminando con Elminster en medio de la niebla, entre la compañía y los misteriosos guerreros que custodiaban las mulas.

—Oí gritos —dijo—. ¿Qué tal estáis?

—Estamos bien —respondió Narm—, pero la que gritó, la maga, no lo está. Ya no volverá a ejercer sus artes.

—¿Ajá? Así es —dijo Florin impasible—. El que busca peligro, peligro encuentra. Bien hecho. Nuestra enemiga yace enterrada aquí, pero puede que todavía viva —se detuvo un momento para mirar de soslayo a Narm—. ¡Espera! ¿Qué es eso? —preguntó—. ¡Una balhiir! —exclamó retrocediendo con alarma. Pero era demasiado tarde.

La nube que rodeaba a Narm se elevó en un efervescente remolino de chispas, lo mismo que una pluma cuando el viento la empuja hasta las largas llamas de un fuego de campamento, y sacudió de pasada la espada del explorador.

—¡Una balhiir! —volvió a exclamar boquiabierto Florin mientras retiraba su espada con un rápido giro. Pero la extraña niebla se arremolinaba silenciosa en torno a ella. El arma se hizo más pesada en sus manos, y su mágica luz azul parpadeó una vez y luego se apagó. La inquietante niebla luminosa permaneció y pareció cobrar intensidad.

—¿De dónde ha venido esta balhiir? —preguntó el explorador.

—¿Eso es lo que es? Yo golpeé a la bruja con una bola de cristal —dijo Shandril—. La bola se rompió y esto salió de ella.

El explorador miró con consternación a su espada y después sonrió:

—Por cierto, yo soy Florin Mano de Halcón, del Valle de las Sombras, un caballero de Myth Drannor. ¿Puedo saber quién sois vos?

Sonriendo, ella respondió:

—Shandril Shessair, del Valle Profundo, y, hasta hace poco, de la Compañía de la Lanza Luminosa, aunque me temo que ésta ya no existe.

—Su servidor, señora —dijo Florin inclinándose—. Habéis liberado una mala cosa. Esta criatura se alimenta de magia. Sólo quien libera a una balhiir puede destruirla. ¿Me ayudaréis en esta tarea, señora?

—¿Es peligrosa? —preguntó Narm con creciente incomodidad.

—Vuestras vidas, amigos, estaban ambas sedientas de peligros —respondió cordialmente Florin—, tanto matéis a esta criatura como si no. Esforzarse por algo que valga la pena y después irse uno a la tumba es mejor que esperar con cobardía la hora de la muerte, ¿no creéis?

—Bien hablado —respondió Shandril mirándolo a los ojos—. Yo os ayudaré —dijo con firmeza tranquilizando a Narm—. Pero, contadme algo más de esa cosa.

—En realidad —le dijo con tono sereno el explorador—, poco más sé de ella. La antigua sabiduría dice que aquel que libera a una balhiir es el único que puede destruirla. Elminster del Valle de las Sombras sabe cómo tratar con semejantes criaturas, pero, como todos aquellos que usan el arte, él no se atreve a acercarse a algo que absorbe la magia. Los más poderosos sortilegios parecen servir de poco contra esta criatura, pues también anula los conjuros.

—Bien —preguntó Shandril—, ¿por qué, pues, destruir a una criatura tal? ¿Acaso no anula también las artes peligrosas?

—Buena pregunta —respondió Florin—. Otros no os responderían lo mismo, pero yo digo que necesitamos la magia. Aunque haya que pagar un precio por ello, el empleo sagaz de las artes mágicas puede ayudar a muchísima gente. La amenaza de la magia justiciera, temida por todos, impide a muchas espadas tiranas tomar lo que desean por la fuerza bruta.

Shandril se encontró con su juiciosa mirada gris y se sintió tranquilizada. Podía confiar en este hombre alto y curtido. Narm tembló a su lado.

—Esa balhiir ha estado rondándome durante algún rato. Se ha bebido todos mis sortilegios y mis conjuros mágicos. ¿Sabéis si seré capaz de ejercer el arte otra vez?

—Desde luego, siempre y cuando la balhiir no esté presente. ésta se moverá para absorber la magia desatada, si puede. —Apenas dijo Florin esto cuando la titilante nube se agitó en torno a su espada y, elevándose en una espiral, lo abandonó. Formando un serpenteante reguero de luces, la balhiir se fue por donde el explorador había venido. Florin salió tras ella—. Seguidme, si queréis. Si no, os dejaré la antorcha.

Los dos corrieron tras él. Shandril se volvió para echar una última mirada a Shadowsil, que yacía entre las rocas, pero todo cuanto pudo ver fue un pie que sobresalía de las piedras. Cuando ya atravesaban el agujero salvador que había excavado Florin, aquel pie pareció moverse con la danzarina luz de la antorcha. Shandril no pudo evitar un estremecimiento.

La caverna donde había morado el dracolich estaba muy cambiada. El techo se había desprendido y caído. El resplandor del tesoro había desaparecido, cubierto por el polvo y los escombros. A su derecha, se oyó el enorme estruendo de un movimiento de piedras y el eterno dracolich emergió lentamente de debajo de una masa de roca caída tan grande como un castillo. En el otro extremo de la inmensa cavidad, una mujer levantaba sus manos en mágicas ejecuciones.

Luminosas emanaciones salían de éstas mientras Narm y Shandril trepaban por las rocas. Desde allí vieron proyectiles mágicos que atravesaban la caverna y alcanzaban al dracolich. La titilante nube de luz voló hambrienta hacia abajo.

Rauglothgor volvió a rugir de dolor y de furia. Sus retumbantes bramidos resonaron por toda la caverna. El maltrecho dracolich se levantó y gritó con su silbante voz:

—¡Muerte a todos vosotros! ¡Bebed esto!

Hubo un inicio de mágica luminosidad, pero eso fue todo. La balhiir había alcanzado a Rauglothgor. El dracolich soltó un rugido de sorpresa y de rabia. Sus grandes uñas rastrillaron enormes trozos de roca de igual manera que un gato escarba en arena blanca.

—¿Qué es esto? —vociferó. Su hueco cuello se arqueó, sus mandíbulas se separaron y de su boca salió una hilera de llamaradas formando un gran arco.

Las llamas rodaron por el aire con aterradora velocidad y silbaron por encima de la dama, en la pendiente de entrada. El aire se llenó con el olor a quemado. Cuando las llamas se apagaron, la dama todavía estaba allí, al parecer intacta, manipulando un sortilegio. En torno a ella danzaba la chispeante nube. La balhiir había atravesado la caverna montada en el fuego.

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