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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Harry Potter. La colección completa (252 page)

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—¿Qué ocurre esta vez, señorita Granger?

—Ya he leído el capítulo dos —respondió Hermione.

—Muy bien, entonces vaya al capítulo tres.

—También lo he leído. He leído todo el libro.

La profesora Umbridge parpadeó, pero recuperó el aplomo casi de inmediato.

—Estupendo. En ese caso, podrá explicarme lo que dice Slinkhard sobre los contraembrujos en el capítulo quince.

—Dice que los contraembrujos no deberían llamarse así —contestó Hermione sin vacilar—. Dice que «contraembrujo» no es más que un nombre que la gente utiliza para denominar sus embrujos cuando quieren que parezcan más aceptables. —La profesora Umbridge arqueó las cejas y Harry se dio cuenta de que estaba impresionada, a su pesar—. Pero yo no estoy de acuerdo —añadió Hermione.

Las cejas de la profesora Umbridge se arquearon un poco más y su mirada adquirió una frialdad evidente.

—¿No está usted de acuerdo?

—No —contestó Hermione, quien, a diferencia de la profesora, no hablaba en voz baja, sino con una voz clara y potente que ya había atraído la atención del resto de la clase—. Al señor Slinkhard no le gustan los embrujos, ¿verdad? En cambio, yo creo que pueden resultar muy útiles cuando se emplean para defenderse.

—¡¿Ah, sí?! —exclamó la profesora Umbridge olvidando bajar la voz y enderezándose—. Pues me temo que es la opinión del señor Slinkhard, y no la suya, la que nos importa en esta clase, señorita Granger.

—Pero… —empezó a decir ella.

—Basta —la atajó la profesora Umbridge; a continuación, se dirigió a la parte delantera de la clase y se quedó de pie delante de sus alumnos; todo el garbo que había exhibido al principio de la clase había desaparecido—. Señorita Granger, voy a restarle cinco puntos a la casa de Gryffindor.

Sus palabras desencadenaron un arranque de murmullos.

—¿Por qué? —preguntó Harry, furioso.

—¡No te metas en esto! —le susurró Hermione, alarmada.

—Por perturbar el desarrollo de mi clase con interrupciones que no vienen al caso —contestó la profesora Umbridge suavemente—. Estoy aquí para enseñaros a utilizar un método aprobado por el Ministerio que no contempla la posibilidad de animar a los alumnos a expresar sus opiniones sobre temas de los que no entienden casi nada. Es posible que vuestros anteriores profesores de esta disciplina os hayan permitido más libertades, pero dado que ninguno de ellos, tal vez con la excepción del profesor Quirrell, que al menos se limitó a abordar temas apropiados para vuestra edad, habría aprobado una supervisión del Ministerio…

—Sí, Quirrell era un profesor excelente —dijo Harry en voz alta—, pero tenía un pequeño inconveniente: que por su turbante se asomaba lord Voldemort.

Esa declaración fue recibida con uno de los silencios más aplastantes que Harry había oído en su vida. Y entonces…

—Creo que le sentará bien otra semana de castigos, Potter —sentenció la profesora Umbridge sin alterarse.

El corte que Harry tenía en la mano todavía no se había curado, y a la mañana siguiente volvía a sangrar. Harry no se quejó durante el castigo de la tarde, pues estaba decidido a no dar aquella satisfacción a la profesora Umbridge. Escribió una y otra vez «No debo decir mentiras» sin que un solo sonido escapara de sus labios, aunque el corte iba haciéndose más profundo con cada letra.

Lo peor de aquella segunda semana de castigos fue, como había predicho George, la reacción de Angelina. El martes, a la hora del desayuno, acorraló a Harry cuando éste llegó a la mesa de Gryffindor y se puso a gritarle de tal modo que la profesora McGonagall se acercó desde la mesa de los profesores.

—Señorita Johnson, ¿cómo se atreve a montar semejante escándalo en el Gran Comedor? ¡Cinco puntos menos para Gryffindor!

—Pero profesora… Han vuelvo a castigar a Harry…

—¿Qué pasa, Potter? —preguntó la profesora McGonagall con enojo dirigiéndose a Harry—. ¿Te han castigado? ¿Quién?

—La profesora Umbridge —masculló esquivando los negros y pequeños ojos de la profesora McGonagall, que lo taladraban a través de las gafas cuadradas.

—¿Estás diciéndome que, después de la advertencia que te hice el lunes pasado —dijo, bajando la voz para que no la oyera un grupo de curiosos de Ravenclaw que tenía detrás—, has vuelto a perder los estribos en la clase de la profesora Umbridge?

—Sí —confesó Harry mirando al suelo.

—¡Tienes que aprender a controlarte, Potter! ¡Estás buscándote problemas! ¡Cinco puntos menos para Gryffindor!

—Pero… ¿qué? ¡No, profesora! —se rebeló Harry, furioso ante aquella injusticia—. Ya me ha castigado ella, ¿por qué tiene que restarme puntos también?

—¡Porque por lo visto los castigos no surten el más mínimo efecto! —exclamó la profesora McGonagall de manera cortante—. ¡No, Potter, no quiero oír ni una palabra más! ¡Y usted, señorita Johnson, haga el favor de reservar en el futuro sus gritos para el campo de
quidditch
si no quiere perder la capitanía del equipo!

Y tras pronunciar esas palabras, la profesora McGonagall se encaminó pisando fuerte hacia la mesa de los profesores. Angelina lanzó a Harry una mirada de profundo desprecio y se alejó de él, tras lo cual el chico se sentó en el banco junto a Ron, echando chispas.

—¡Le quita puntos a Gryffindor porque todas las tardes me abro la mano con una plumilla! ¿Es eso justo?

—Te comprendo, Harry —dijo su amigo compasivamente mientras le servía beicon—. Está completamente chiflada.

Hermione, sin embargo, se limitó a hojear
El Profeta
y no comentó nada.

—Crees que la profesora McGonagall tiene razón, ¿verdad? —le preguntó Harry a la fotografía de Cornelius Fudge que le tapaba la cara a Hermione.

—Lamento que te haya quitado puntos, pero creo que hace bien advirtiéndote que no pierdas los estribos con Umbridge —sentenció la voz de su amiga mientras Fudge gesticulaba enérgicamente en la primera plana cuando pronunciaba un discurso.

Harry no le dirigió la palabra a Hermione en Encantamientos, pero cuando entraron en Transformaciones se le olvidó que estaba enfadado con ella. La profesora Umbridge estaba sentada en un rincón sosteniendo las hojas de pergamino, y al verla, lo ocurrido durante el desayuno se borró de su memoria.

—Estupendo —murmuró Ron cuando se sentaron en los asientos que solían ocupar—. Ahora veremos cómo le dan su merecido a esa Umbridge.

La profesora McGonagall entró en el aula con aire marcial sin dar ni la más leve muestra de saber que la profesora Umbridge estaba allí.

—¡Ya basta! —exclamó, y la clase se calló de inmediato—. Señor Finnigan, haga el favor de venir a buscar los trabajos y repártalos. Señorita Brown, coja esta caja de ratones, por favor; no seas tonta, niña, no te van a hacer nada, y dale uno a cada alumno.

—Ejem, ejem.

La profesora Umbridge utilizó la misma tosecilla ridícula con que había interrumpido a Dumbledore la primera noche del curso. La profesora McGonagall, sin embargo, la ignoró por completo. Seamus le devolvió su redacción a Harry, quien la cogió sin mirarlo y vio, con gran alivio, que le habían puesto una A.

—Muy bien, escuchadme todos con atención. Dean Thomas, si vuelves a hacerle eso a tu ratón voy a castigarte. La mayoría de vosotros ya habéis conseguido que vuestros caracoles desaparezcan, e incluso quienes les dejasteis un poco de caparazón habéis captado lo esencial del hechizo. Hoy vamos a…

—Ejem, ejem —insistió la profesora Umbridge.

—¿Sí? —dijo la profesora McGonagall volviéndose con las cejas tan juntas que formaban una larga y severa línea.

—Estaba preguntándome, profesora, si habría recibido usted la nota en la que le detallaba la fecha y la hora de su supervi…

—Es evidente que la he recibido, porque si no ya le habría preguntado qué está haciendo en mi aula —la interrumpió la profesora McGonagall, y dicho eso le dio la espalda. Muchos estudiantes intercambiaron miradas de regocijo—. Como iba diciendo, hoy vamos a practicar el hechizo desvanecedor con ratones, lo cual resulta mucho más difícil. Bien, el hechizo desvanecedor…

—Ejem, ejem.

—Me gustaría saber —empezó la profesora McGonagall, conteniendo su ira y volviéndose hacia la profesora Umbridge— cómo espera hacerse una idea de mis métodos de enseñanza si no para de interrumpirme. Verá, por lo general, no tolero que la gente hable cuando estoy hablando yo.

La profesora Umbridge se quedó como si acabara de recibir una bofetada. No dijo nada, pero colocó bien las hojas de pergamino que estaban cogidas con el sujetapapeles y empezó a escribir furiosamente.

La profesora McGonagall, haciendo gala de una indiferencia suprema, se dirigió de nuevo a los alumnos.

—Como iba diciendo, la dificultad del hechizo desvanecedor es proporcional a la complejidad del animal que queremos hacer desaparecer. El caracol, que es un invertebrado, no supone un gran desafío; el ratón, que es un mamífero, plantea un reto mucho mayor. Por lo tanto, éste no es un hechizo que podáis realizar si estáis pensando en la cena. Bien, ya conocéis el conjuro, veamos de qué sois capaces…

—¡Cómo se atreve a sermonearme por perder los estribos con Umbridge! —le murmuró Harry a Ron, aunque sonreía: casi se le había pasado del todo el enfado con la profesora McGonagall.

Dolores Umbridge no siguió a la profesora McGonagall por el aula como había hecho con la profesora Trelawney; quizá se diese cuenta de que la profesora McGonagall no lo permitiría. Sin embargo, tomó muchas notas, sentada en un rincón, y cuando finalmente la profesora McGonagall dijo a sus alumnos que podían recoger, se levantó con semblante adusto.

—Bueno, algo es algo —comentó Ron mientras cogía una larga y escurridiza cola de ratón y la metía en la caja que Lavender estaba pasando por los pasillos.

Cuando salían en fila del aula, Harry vio que la profesora Umbridge se acercaba a la mesa de la profesora McGonagall; entonces le dio un codazo a Ron, que a su vez le dio un codazo a Hermione, y los tres se quedaron rezagados adrede para escuchar.

—¿Cuánto tiempo hace que imparte clases en Hogwarts? —le preguntó la profesora Umbridge.

—En diciembre hará treinta y nueve años —contestó la profesora McGonagall bruscamente, y cerró su bolso con brío.

La profesora Umbridge anotó algo una vez más.

—Muy bien —añadió—, recibirá el resultado de su supervisión dentro de diez días.

—Me muero de impaciencia —replicó la profesora McGonagall con desprecio, y se encaminó hacia la puerta con grandes zancadas—. Daos prisa, vosotros tres —añadió dirigiéndose a Harry, Ron y Hermione.

Harry no pudo evitar dirigirle una tímida sonrisa, y habría jurado que la profesora McGonagall se la devolvía.

Harry creyó que no volvería a ver a Dolores Umbridge hasta el castigo de aquella tarde, pero se equivocaba. Después de recorrer el césped hacia el bosque para asistir a la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas, la encontraron esperándolos junto a la profesora Grubbly-Plank con sus dichosas hojas de pergamino para tomar notas.

—Usted no siempre imparte esta clase, ¿verdad? —oyó Harry que le preguntaba a Grubbly-Plank cuando llegaron a la mesa de caballete donde los
bowtruckles
cautivos, que parecían un montón de ramitas vivas, escarbaban en busca de cochinillas.

—Correcto —confirmó la profesora con las manos cogidas detrás de la espalda mientras se balanceaba sobre la parte anterior de la planta del pie—. Soy la sustituta del profesor Hagrid.

Harry intercambió una mirada de desasosiego con sus dos amigos. Malfoy hablaba en voz baja con Crabbe y Goyle; seguro que aprovecharía aquella oportunidad para contarle patrañas sobre Hagrid a un miembro del Ministerio.

—Humm —murmuró la profesora Umbridge, bajando la voz, aunque Harry pudo oírla a la perfección—. El director se muestra extrañamente reacio a proporcionarme información acerca de este asunto… ¿Podría usted decirme cuál es el motivo de la prolongada excedencia del profesor Hagrid?

Harry vio que Malfoy levantaba la cabeza, atento.

—Me temo que no —respondió la profesora Grubbly-Plank con toda tranquilidad—. Sé lo mismo que usted. Dumbledore me envió una lechuza preguntándome si me gustaría hacer una sustitución de dos semanas, y acepté. Es lo único que puedo decirle. Bueno…, ¿ya podemos empezar?

—Sí, por favor —respondió la profesora Umbridge tomando notas de nuevo.

En aquella clase, la profesora Umbridge adoptó una táctica diferente: se paseó entre los estudiantes formulando preguntas sobre criaturas mágicas. La mayoría supo contestar correctamente, y Harry se animó un poco: al menos la clase no estaba poniendo en evidencia a Hagrid.

—Ya que es usted miembro temporal del cuerpo docente, y por lo tanto me imagino que tiene una perspectiva más objetiva —dijo luego la profesora Umbridge, que había regresado junto a la profesora Grubbly-Plank tras interrogar detenidamente a Dean Thomas—, dígame, ¿qué le parece Hogwarts? ¿Considera que recibe suficiente apoyo de la dirección del colegio?

—Sí, ya lo creo. Dumbledore es un excelente director —contestó la profesora Grubbly-Plank con entusiasmo—. Sí, estoy muy contenta con su forma de llevar las cosas, muy contenta.

La profesora Umbridge adoptó una expresión de educada incredulidad, anotó algo en sus hojas y prosiguió:

—¿Y qué materia tiene previsto enseñar a esta clase durante el curso, suponiendo, por supuesto, que el profesor Hagrid no vuelva?

—Oh, estudiaremos las criaturas que suelen salir en el
TIMO
—respondió la profesora Grubbly-Plank—. No queda mucho por hacer. Ya han estudiado los unicornios y los
escarbatos
; he pensado que podríamos dedicarnos a los
porlocks
y a los
kneazles
, y asegurarnos de que saben reconocer a los
crups
y a los
knarls

—Sí, desde luego parece que usted sabe lo que hace —dijo la profesora Umbridge, que hizo ostentosamente una señal de visto en sus notas. A Harry no le gustó el énfasis que puso en la palabra «usted», y aún menos la pregunta que le formuló a continuación a Goyle—: Tengo entendido que en esta clase ha habido heridos, ¿es eso cierto?

Goyle esbozó una estúpida sonrisa y Malfoy se apresuró a contestar por él.

—Fui yo —respondió—. Me golpeó un
hipogrifo
.

—¿Un
hipogrifo
? —se extrañó la profesora Umbridge, escribiendo frenéticamente en sus pergaminos.

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