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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Harry Potter. La colección completa (259 page)

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—La verdad es que no entiendo por qué Fred y George sólo aprobaron tres
TIMOS
cada uno —comentó Harry mientras observaba cómo los gemelos y Lee recogían las monedas de oro que les arrojaba el entusiasmado corro de alumnos—. Lo hacen muy bien.

—Ya, pero es que sólo saben hacer trucos espectaculares que no tienen ninguna aplicación práctica —apuntó Hermione con desdén.

—¿Ninguna aplicación práctica? —repitió Ron con crispación—. Hermione, ya llevan ganados unos veintiséis galeones.

Pasó un buen rato hasta que el corro que rodeaba a los gemelos Weasley se dispersó; entonces Fred, Lee y George se sentaron para contar sus beneficios, de modo que era más de medianoche cuando Harry, Ron y Hermione dispusieron por fin de la sala común para ellos solos. Fred había cerrado la puerta de los dormitorios de los chicos tras él, agitando ostentosamente su caja llena de galeones, y Hermione frunció el entrecejo. Harry, que no avanzaba mucho con su redacción de Pociones, decidió dejarlo por aquella noche. Cuando estaba guardando sus libros, Ron, que dormitaba en una butaca, soltó un gruñido ahogado, despertó y miró con cara de sueño la chimenea.

—¡Sirius! —exclamó.

Harry se volvió con brusquedad. La oscura y despeinada cabeza de su padrino había vuelto a aparecer entre las llamas.

—¡Hola! —saludó sonriente.

—¡Hola! —corearon Harry, Ron y Hermione, y se arrodillaron en la alfombra que había delante de la chimenea.
Crookshanks
se acercó al fuego, ronroneando ruidosamente, e intentó, pese al calor, acercar su cara a la de Sirius.

—¿Cómo va todo?

—No muy bien —contestó Harry mientras Hermione apartaba a
Crookshanks
para que no se chamuscara los bigotes—. El Ministerio ha aprobado otro decreto por el que quedan prohibidos los equipos de
quidditch

—… ¿y los grupos secretos de Defensa Contra las Artes Oscuras? —preguntó Sirius.

Hubo una breve pausa.

—¿Cómo sabes eso? —inquirió Harry.

—Deberíais elegir con más cuidado vuestros lugares de reunión —repuso Sirius sonriendo abiertamente—. Mira que escoger Cabeza de Puerco, ¡menuda ocurrencia!

—¡Bueno, no me negarás que era mejor que Las Tres Escobas! —replicó Hermione a la defensiva—, porque ese local siempre está abarrotado de gente…

—Lo cual significa que no habría sido tan fácil que os oyeran —comentó Sirius—. Todavía tienes mucho que aprender, Hermione.

—¿Quién nos oyó? —preguntó Harry.

—Mundungus, por supuesto —respondió Sirius, y como todos parecían muy desconcertados, rió y añadió—: Era la bruja del velo negro.

—¿La bruja era Mundungus? —se extrañó Harry, atónito—. ¿Y qué hacía en Cabeza de Puerco?

—¿A ti qué te parece que hacía allí? —dijo Sirius, impaciente—. Vigilarte, claro.

—¿Todavía me siguen? —preguntó Harry con enojo.

—Sí —confirmó Sirius—, y me alegro de que así sea, si lo único que se te ocurre hacer en la primera excursión es organizar un grupo ilegal de defensa.

Pero Sirius no parecía ni enfadado ni preocupado, sino que, al contrario, miraba a Harry con evidente orgullo.

—¿Por qué se escondió Dung de nosotros? —inquirió Ron un tanto decepcionado—. A todos nos habría encantado verlo.

—Le prohibieron la entrada en Cabeza de Puerco hace veinte años —explicó Sirius—, y ese camarero tiene una memoria de elefante. Perdimos la capa invisible de recambio de Moody cuando detuvieron a Sturgis, de modo que últimamente Dung se disfraza a menudo de bruja… En fin, antes que nada, Ron, me he comprometido a hacerte llegar un mensaje de tu madre.

—¿Ah, sí? —dijo Ron con aprensión.

—Dice que ni se te ocurra, bajo ningún concepto, formar parte de un grupo secreto e ilegal de Defensa Contra las Artes Oscuras porque te expulsarán del colegio y arruinarás tu futuro. Dice que ya tendrás tiempo de aprender a defenderte por tus propios medios más adelante y que aún eres demasiado joven para preocuparte por esas cosas. Del mismo modo aconseja a Harry y a Hermione —Sirius dirigió la mirada hacia ellos— que no sigan adelante con el grupo, aunque admite que no tiene ninguna autoridad para ordenarles nada, pero simplemente les ruega que recuerden que sólo quiere lo mejor para ellos. Le habría gustado explicarte todo esto por escrito, Ron, pero si hubieran interceptado la lechuza, habrías tenido graves problemas, y no te lo puede decir en persona porque esta noche está de guardia.

—¿De guardia? ¿Dónde? —preguntó rápidamente Ron.

—Eso no es asunto tuyo, son cosas de la Orden —respondió Sirius—. Así que me ha tocado a mí hacer de mensajero y asegurarme de que le comunicas que te he transmitido el mensaje, porque me parece que no se fía de mí.

Hubo otra pausa, durante la cual
Crookshanks
, que maullaba, intentó tocar con la pata la cabeza de Sirius, y Ron se puso a hurgar en un agujero que había en la alfombrilla.

—¿Qué quieres, que te diga que no voy a participar en el grupo de defensa? —murmuró finalmente.

—¿Yo? ¡Claro que no! —exclamó Sirius con sorpresa—. ¡Creo que es una idea excelente!

—¿Ah, sí? —dijo Harry, y se le levantaron los ánimos.

—¡Por supuesto! ¿Acaso crees que tu padre y yo nos habríamos quedado de brazos cruzados y habríamos aceptado las órdenes de una arpía como la profesora Umbridge?

—Pero… el curso pasado lo único que hiciste fue decirme que tuviera cuidado y que no me arriesgara…

—¡El curso pasado había indicios de que dentro de Hogwarts había alguien que intentaba matarte, Harry! —argumentó Sirius con impaciencia—. Este año sabemos que hay alguien fuera de Hogwarts que está deseando liquidarnos a todos, así que creo que es una idea estupenda que aprendáis a defenderos vosotros mismos.

—¿Y si nos expulsan? —preguntó Hermione, desafiante.

—¡Todo esto fue idea tuya, Hermione! —gritó Harry mirándola fijamente.

—Ya lo sé. Sólo quería saber qué opinaba Sirius —replicó ella encogiéndose de hombros.

—Bueno, estaréis mejor si os expulsan pero sois capaces de defenderos, que si os quedáis sentados a salvo en el colegio sin hacer nada —consideró Sirius.

—¡Eso, eso! —saltaron Harry y Ron con entusiasmo.

—Y bien —continuó Sirius—, ¿cómo pensáis organizar ese grupo? ¿Dónde vais a reuniros?

—Bueno, ése es un problema que todavía no hemos solucionado —admitió Harry—. No sabemos adónde podemos ir.

—¿Y la Casa de los Gritos? —propuso Sirius.

—¡Eh, no es mala idea! —exclamó Ron, pero Hermione puso cara de escepticismo y los tres la miraron.

—Verás, Sirius, es que en la Casa de los Gritos sólo os reuníais cuatro cuando veníais a este colegio —explicó Hermione—, y los cuatro podíais transformaros en animales; supongo que también habríais podido apretujaros bajo una única capa invisible si hubierais querido. Pero nosotros somos veintiocho y ninguno es animago, así que no necesitaríamos una capa invisible, sino un toldo invisible…

—Tienes razón —coincidió Sirius, que parecía un poco alicaído—. Bueno, estoy seguro de que ya se os ocurrirá algo. Había un pasadizo secreto muy espacioso detrás de ese gran espejo del cuarto piso; allí quizá tendríais suficiente espacio para practicar embrujos.

—Fred y George me dijeron que está bloqueado —dijo Harry haciendo un gesto negativo con la cabeza—. Creo que se derrumbó o algo así.

—Ah… —dijo Sirius frunciendo el entrecejo—. Bueno, ya lo pensaré y os…

Se interrumpió antes de terminar la frase. De pronto, su expresión se tornó tensa y alarmada. Se volvió hacia un lado y tuvieron la sensación de que intentaba encontrar algo en la sólida pared de ladrillo de la chimenea.

—¡Sirius! —dijo Harry, preocupado.

Pero Sirius había desaparecido. Harry se quedó mirando las llamas y luego se volvió hacia Ron y Hermione.

—¿Por qué ha…?

Entonces Hermione soltó un grito ahogado y se puso en pie de un brinco sin apartar la vista del fuego.

Entre las llamas había aparecido una mano que buscaba a tientas como si quisiera coger algo; era una mano de dedos cortos y regordetes llenos de feos y anticuados anillos.

Los tres echaron a correr. Al llegar a la puerta de los dormitorios de los chicos, Harry miró hacia atrás. La mano de la profesora Umbridge seguía agitándose entre las llamas con la intención de agarrar algo, como si supiera exactamente dónde había estado el cabello de Sirius hasta momentos antes y estuviera decidida a aferrarse a él.

18
El Ejército de Dumbledore

—La profesora Umbridge ha leído tu correo, Harry. No hay otra explicación.

—¿Crees que fue ella quien atacó a
Hedwig
? —preguntó Harry, indignado.

—Estoy prácticamente convencida de ello —respondió Hermione con gravedad—. Cuidado con la rana. Se te escapa.

Harry apuntó con la varita mágica a la rana toro que iba dando saltos hacia el otro extremo de la mesa.
«¡Accio!»,
exclamó, y la rana, resignada, volvió a saltarle a la mano.

La clase de Encantamientos siempre había sido una de las mejores para charlar en privado con los compañeros; generalmente había tanto movimiento y tanta actividad que no había peligro de que te oyeran. Aquel día el aula estaba llena de ranas toro que no paraban de croar y cuervos que graznaban sin cesar, y un intenso aguacero golpeaba y hacía vibrar los cristales de las ventanas, de modo que Harry, Ron y Hermione podían hablar en voz baja y comentar cómo la profesora Umbridge había estado a punto de atrapar a Sirius sin que nadie reparara en ello.

—Empecé a sospechar que la profesora Umbridge te controlaba el correo cuando Filch te acusó de encargar bombas fétidas, porque me pareció una mentira ridícula —prosiguió Hermione—. En cuanto hubiera leído tu carta habría quedado claro que no las estabas encargando, o sea, que no habrías tenido ningún problema. Es como un chiste malo, ¿no te parece? Pero entonces pensé: ¿y si alguien sólo buscaba un pretexto para leer tu correo? Esa habría sido la excusa perfecta para la profesora Umbridge: le da el chivatazo a Filch, deja que él haga el trabajo sucio y que te confisque la carta; luego busca una forma de robársela o le exige que se la deje ver. No creo que Filch hubiera puesto objeciones, porque ¿alguna vez ha defendido los derechos de los estudiantes? ¡Harry, estás espachurrando a tu rana! —Harry miró hacia abajo. Era verdad: estaba apretando tan fuerte a su rana que al animal casi se le saltaban los ojos. Entonces la dejó apresuradamente sobre el pupitre—. Anoche nos salvamos por los pelos —prosiguió Hermione—. Me pregunto si la profesora Umbridge es consciente de lo poco que le faltó.
¡Silencius!
—exclamó, y la rana con la que estaba practicando su encantamiento silenciador enmudeció a medio croar y la miró llena de reproche—. Si llega a atrapar a
Hocicos

Harry terminó la frase por ella:

—… seguramente habría vuelto a Azkaban esta misma mañana.

Luego agitó la varita mágica sin concentrarse mucho, y su rana se infló como un globo verde y empezó a emitir un agudo silbido.


¡Silencius!
—repitió Hermione con rapidez, apuntando con su varita a la rana de Harry, que se desinfló silenciosamente ante ellos—. Bueno, ahora ya sabemos que no debe hacerlo más. Pero no sé cómo vamos a comunicárselo. No podemos enviarle una lechuza.

—No creo que vuelva a arriesgarse —terció Ron—. No es estúpido, ya debe de saber que la profesora Umbridge estuvo a punto de atraparlo.
¡Silencius!
—dijo, y el enorme y desagradable cuervo que tenía delante soltó un graznido desdeñoso—.
¡Silencius!
¡SILENCIUS!
—repitió, y el cuervo graznó aún más fuerte.

—Es que no mueves la varita correctamente —comentó Hermione observando a Ron con mirada crítica—. No hay que sacudirla, sino darle un golpe seco.

—Con los cuervos es más difícil que con las ranas —se defendió él.

—Cambiemos —propuso Hermione, que agarró el cuervo de Ron y puso su gruesa rana en su lugar—.
¡Silencius!
—El cuervo siguió abriendo y cerrando el afilado pico, pero no emitió ningún sonido.

—¡Muy bien, señorita Granger! —dijo el profesor Flitwick con su vocecilla chillona, que sobresaltó a los tres amigos—. Y ahora veamos cómo lo haces tú, Weasley.

—¿Cómo…? Oh, sí, sí —repuso Ron muy aturullado—. Esto…
¡silencius!

Pero al apuntar a la rana con la varita dio un golpe tan brusco que le metió la punta en un ojo; la rana croó de forma ensordecedora y saltó del pupitre.

A nadie le sorprendió que a Harry y a Ron les pusieran como deberes que practicaran el encantamiento silenciador.

A la hora del recreo les permitieron quedarse dentro porque llovía. Los tres buscaron asientos en una ruidosa y abarrotada aula del primer piso donde Peeves flotaba con aire soñador, cerca de la araña; de vez en cuando, sin embargo, inflaba una burbuja de tinta sobre la cabeza de algún alumno. Cuando acababan de sentarse, Angelina fue hacia ellos abriéndose paso entre los grupos de estudiantes chismosos.

—¡Tengo el permiso! —exclamó—. ¡Podemos volver a formar el equipo de
quidditch
!

—¡Excelente! —respondieron Harry y Ron al unísono.

—Sí —continuó Angelina con una sonrisa de oreja a oreja—. Fui a hablar con la profesora McGonagall y creo que ella recurrió a Dumbledore. En fin, el caso es que la profesora Umbridge tuvo que ceder. ¡Ja! De modo que esta tarde quiero veros en el campo a las siete en punto porque tenemos que recuperar el tiempo perdido. ¿Os dais cuenta de que sólo faltan tres semanas para nuestro primer partido?

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